viernes, 17 de febrero de 2012

MARATÓN

Según mi reloj, por lo menos el tercer reloj que he usado para hacer deporte, desde noviembre de 2009 he cronometrado 334 horas de ejercicio. Es verdad que de esas 334 horas debo restar las dedicadas a nadar o a la bicicleta, éstas últimas escasísimas, entre otras cosas por culpa de un hidep. que me afanó mi bonita bici nueva. Pero como también mis hijas me han borrado algún que otro registro de la memoria del reloj puedo pensar que, una por otra, las cuentas salen bien. Y si estimo en una media, razonable y conservadora, la media a la que corro en unos cinco minutos el kilómetro, saldrían unos doce kilómetros por hora y unos 4.000 Km. en dos años, restado el tiempo de lesión, unos 40 Km. semanales.

Puestos a hacer más cuentas y, pensando en el tiempo que hace que empecé a correr, la maratón anterior, las medias maratones y las carreras populares, estimo en cerca de 10.000 Km. lo que he podido correr durante mi vida.
Todo eso, los 10.000 y los 500 km. corridos durante los últimos meses no valen nada para el domingo. Para la carrera a la que se encaminan la ilusión, el miedo, el esfuerzo y el entrenamiento. Porque si algo he aprendido de esta carrera es que cada una es un mundo. Y que necesita de una preparación previa, de un esfuerzo muy alto para tener garantías y fuerza para acabarla. Pero, nunca, seguridad.

Si alguien lee esto y va a correr su primer maratón que no se desanime, si se ha preparado acabará, pero que lo sepa, cada maratón es como un bautismo de fuego. Yo voy a hacer el tercero, o la tercera (1), y estoy igual que el primer año.


El mito y la leyenda sostienen la magia de esta carrera. Nació tras una batalla en la que los antiguos griegos se libraron del yugo persa. Resulta que con esto libraron a Europa del yugo asiático y que ahora, los europeos, queremos que Grecia salga de Europa. Pero el soldado, Filípides, ¡cómo olvidarlo!, voló hacia Atenas por una llanura pedregosa para que sus habitantes conocieran la victoria y no quemaran la ciudad. Es cierto que murió tras la carrera, pero Atenas, hasta los turcos y los ingleses, sobrevivió.

La imagen de Bikila descalzo sobre el suelo de la Via dei Fori Imperiale forma parte del imaginario colectivo. El descendiente de los esclavos coronándose emperador en la noche romana.

Y los gentiles 195 m. que separan la valla del palacio de Buckingham del porche cubierto fueron el añadido condescendiente y galante para que no se mojaran las damiselas de la familia real británica. Aun así, hasta en las repúblicas se tiene que correr ese corolario en el que tardaré un minuto. Y no seré nada monárquico.


Es mucho esfuerzo. Mucho. Esfuerzo y tiempo el empleado Y como durante la travesía que supone la carrera no quiero pensar en nada que no sea el esfuerzo, las piernas, los brazos, el avituallamiento, pienso ahora en las noches de frío, en la lista mil veces repetida de canciones repetidas, en la soledad de la carrera, en las estrellas, en el hogar que se deja atrás cada día, en el adiós diario a mi mujer, con la que no compartía el tiempo del asfalto... todo eso se arrastra. Pero al maratón, a la maratón, se llega sin ataduras.


Con tan solo 42.195 m. por delante. Contra el tiempo y el gris asfalto.


(1) Sobre si es el maratón o la maratón no lo tengo claro. Aquí me alejo un poco de la norma académica que establece Lázaro Carreter en El Dardo en la Palabra y creo que es mejor dejar libertad en el género. Al igual que ocurre al referirnos a muchas ciudades de las que decimos que es bonita, como si fueran mujeres, o, algunas veces, feo, véase el ejemplo, Madrid es feo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

WOODY ALLEN QUE ESTÁS EN LOS ALTARES.

Hay personas que somos pretenciosas por naturaleza y decimos apreciar el Arte, y solemos despreciar la artesanía. Eso suele ocurrir entre los que nos damos por entendidos en cualquier materia, olvidamos un elemento primario, el goce o el gusto, y nos decantamos por los superfluo, por los adornos, por la grandilocuencia.

El otro día pude, al fin, ver Midnight in Paris y me gustó. Se trata de un pequeño cuento acerca de un escritor que transgrede las leyes del tiempo y viaja en taxi al pasado cada noche. Un bonito cuento en un bello escenario. Una película ejecutada con la maestría de un genio que sabe, con el tiempo y el buen hacer, contar una historia.

Los comentarios que escuché sobre la película me llevaron a pensar que estoy fuera de una órbita, la de la moda. Y debe ser que haber pasado la cuarentena me permite moverme en mis propios cánones y gustos. Pero me molesta la ligereza con la que se dice que Woody Allen solo hace la misma película y vídeos de promoción turística desde hace tiempo o que a Woody Allen se le perdonan muchas cosas. Me molesta porque quienes lo dicen me recuerdan a veces a masoquistas pasados de rosca que solo encuentran placer en una nueva vuelta de tuerca, en que se retraten el peor de los submundos, las pasiones más aburridas, la música más chirriante, un mundo más feo. Y es que las pequeñas, las viejas historias, las fábulas y mil cosas como los cuentos, los poemas, las canciones, a veces bastan con que conecten con nosotros, aunque sea en una palabra o en un verso, para que sean geniales. O, quizás, y más importante, para que nos gusten.

La cámara de Allen nunca, o quizás solo en Zelig, ha sido experimental en lo formal, encuadres clásicos, planos secuencia, montaje claro y lineal. Lo revolucionario de Woody Allen ha estado siempre en el guión, en la interpretación, en la habilidad de contar siempre la misma historia, de reírse del mundo y de sí mismo y de conseguir engancharnos. Y Midnight in Paris, La Rosa Púrpura del Cairo, Acordes y Desacuerdos son pequeños cuentos que se alternan en su duda existencial, en su acercamiento y su alejamiento continuo del judaísmo, del miedo a la muerte. Son como pequeñas variaciones en una melodía madre, como una pequeña composición de jazz al estilo de Nueva Orleans.

Desde hace unos años ha descubierto un mundo fuera de Nueva York, una serie de ciudades faro a las que ha trasladado sus historias, unas veces con un acierto extremo, Londres o Venecia, Match Point o Todos dicen I love you. Otros fiascos como Barcelona. Y es que parece que como a los viejos Kurosawa y Billy Wilder ya nadie le financia películas en América. Una lástima.

Pero el astuto Allen lo sabe, sabe que lo criticarán, que dirán que está viejo, y se ríe de ellos en esta película. Ahí está el pedante. El que, sin saber muy bien lo que dice, no sabe decir si le gusta o no un vino, sino que prefiere uno con un toque más de tanino. Pues … (termínese aquí con rima).

Y yo, si fuera parisino, le daría un beso a Woody Allen. Por si acaso pongámoslo en los altares, antes de que venga Vicente Aranda y lo convierta en un actor porno o un director coreano lo martirice ante las cámaras.

Por el bien del cine.

GARZÓN.

Lo primero es creer en la equidad de los jueces del Tribunal Supremo, por mucho que cueste creer en la independencia de una decisión en la que no ha habido fisuras y que se conocía de antemano, hay que pensar que los jueces han actuado primando el respeto por los derechos del encausado y el principio de habeas corpus.
Claro que en este caso también Garzón es un encausado y parece que no ha tenido la posibilidad de presentar las pruebas necesarias para su defensa. Y claro que se conocen precedentes de escuchas que han sido declarada ilegales, no se han tenido en cuenta en la causa, y el juez ha seguido con el mismo caso, el mismo puesto, la misma sala... Y hay que creer en la justicia y en los jueces porque de haber juzgado ellos a Camps, dejaron claro que lo habrían condenado. Pero es el caso de un juez, un pequeño juez que no se ha metido nunca con ningún político, pecata minuta.

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Lo sorprendente es que los sectores más derechistas y reaccionarios hayan celebrado la condena a Garzón como si hubieran ganado la Champions, curioso.
Y es más curioso que condenen a Garzón por vulnerar un derecho fundamental del individuo, el derecho a su defensa. Curioso, porque justo Manos Limpias está en contra de que este juez investigue la vulneración de un derecho fundamental como no hay otro, el derecho a la vida.
Dentro de este cúmulo de curiosidades, a cual más o menos curiosa, está el curiosísimo hecho de que la izquierda cuando le toca, y en contra de la idea fundamental del interés general por encima del individual, hace una exaltación de los derechos individuales, de las libertades propias del individuo frente a la necesidad del estado o de la sociedad. Y es curioso que la misma derecha que pregona, pide y solicita la pena de muerte, que cimenta sus tesis económicas en el liberalismo más feroz, cuando toca acude a la razón de estado, a las libertades más revolucionarias, a condenar los métodos contra la libertad, cuando poco antes ha solicitado el endurecimiento de las penas a los condenados, castración química y no sé cuantas más barbaridades... Cuando menos resulta curioso este, nuestro país.
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El descubrimiento de que la raya que divide lo bueno de lo malo es variable y que la mueve a su antojo el que esgrime un argumento contra el otro, al igual que yo hace años moví la línea de un partido de fútbol playa convirtiendo un penalti de libro en una falta al borde del área, lo realicé hace años, muchos. Al margen de lo que sufrí como persona con criterios que cambiaban para que otros fueran los beneficiados, recuerdo con claridad los tiempos duros de ETA. Aunque decir tiempos duros y ETA es reiterativo, si existen cualquier tiempo es duro, me refiero a los años en los que asesinaron a más personas. En aquella época se hablaba de aplicar la solución alemana a los Bader-Meihoff, dejar que se fugaran y aplicarles una sumarísima ley de fugas. O la solución británica en Gibraltar, tiro en la nuca directo y sin mediar palabra.
Pues bien aquellos que hablaban de ser también asesinos de una u otra forma, fueron los que con mayor vehemencia alzaron su voz para denunciar la trama de los GAL.
Y es cierto que existió, pero la mayoría de los que la denunciaron, no defendían ni a nada ni a nadie, tan solo atacaban al gobierno socialista.
Curioso, pero es un asunto que todavía está pdte. (y con esto, que quede claro, quiero decir pendiente, no presidente, faltaría más).

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Y el ya difunto Fraga que ha sido rehabilitado y reconvertido en un Padre de la Patria, en el Señor de la Constitución. Curioso que un hombre con su experiencia, su inteligencia y el enorme conocimiento que tenía de las leyes y del legado jurídico y la tradición normativa romana, napoleónica y germánica, jamás fuera considerado el adalid de las libertades que ha resultado ser una vez muerto.
Es curioso que pase lo que pase, las leyes, que se asientan en una tradición de siglos, mantengan su espíritu, y que no es otro que el conseguir que la rueda del poder siga rodando y en propiedad de los mismos, y que aplaste a quienes se interponen.
Y los aplasta sin saber nadie qué hace que se muevan ni cómo se mueven, pero como se mueven y han de moverse así, te aplastan, dicen los jueces.
Curioso.

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En la calle Julio Pellicer de Córdoba había una pequeña panadería a la que mi madre me mandaba a comprara el pan los sábados.

Un sábado de febrero se me coló un hombre, yo, pequeño, estaba callado y la dependiente se lo hizo saber. Se nos había colado a mí y a otro señor mayor.
- Pues que espabilen. El niño tiene que hacerse un hombre y pelear. Y el rojo este que se calle. ¡Hay que ver! ¡Que me he colado, yo! ¡El jefe de Falange!
- Mire usted, lo siento. Dígame qué le despacho.
- Te voy a decir el qué. Pero antes te voy a contar lo que hicieron los rojos, que cuando liberamos Málaga habían convertido las iglesias y la Catedral en pocilgas donde tenían las bestias y los cerdos. No habían dejado ni hostias ni vino en ningún sitio y tuvimos que comulgar con pan duro antes de darles lo suyo. ¡Qué vergüenza!, mujeres divorciadas, con niños y sin casar. Unas putas, eso es lo que eran las de allí. Y ellos unos maricones cobardes.
Dame una telera y un pan bombón.
El hombre, el rojo, estaba con la cabeza gacha, y solo una vez que se habían ido el falangista, su bigote y sus gafas de sol, empezó a llorar. La muchacha le preguntó por qué no había protestado antes, por qué lo había dejado que lo llamaran rojo. Y el hombre contestó.

- A mi madre y a mi hermana las mataron en la carretera camino de Almería. A mi me crió mi abuela y Don Antonio, el que se acaba de ir, me lo recordaba cada día. Cada vez que necesitaba trabajar, moverme y, hasta para casarme, tuve que pedirle permiso, acudir a él, al Sindicato y rogarle. Por miedo. El que no tuvo mi padre hasta que le dieron el paseo.
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Y Garzón es culpable, sí. De muchas cosas, la principal de no haber sabido llegar hasta el final, de quedarse a medias y de no haber sido más listo que ellos.

Y también es culpable de mi caída de la bici. De aquel día que ordenó la detención de Pinochet y yo con las prisas, la emoción y la ingenuidad de pensar que pagarían su culpa los culpables y un niño jugaría en una alameda, me tragué una glorieta a cincuenta por hora.

Curioso lo que se consigue cuando se cree en la gente. Una caída.