miércoles, 16 de enero de 2013

SOCIALISMO SENTIMENTAL

Imagino que esta entrada no será corta. Espero que no, si doy con la tecla de lo que quiero contar. También, si consigo acertar, aspiro a no desanimar al eventual lector.
---------------------------------------------------------------------------------
La idea de escribir sobre el socialismo me la han dado por igual tres cuestiones que se me han planteado, una sobre los liberales, otra un vídeo soez de un profesor de economía que decía que la caída del Imperio Romano la provocó el socialismo y una tercera que suponía una pregunta conyugal sobre lo que yo soy, en términos políticos o ideológicos, se entiende.

Ya hace años, hubo un tiempo en que no sabía qué eran las derechas o las izquierdas. Un día era de un bando y al siguiente de otro, dependía de lo que oyera a mis amigos. Quizás un comic, Rusia en Llamas, me hizo entender de una forma muy emotiva cuál era mi lado. Y poco tiempo después en el 82, algunos amigos nos emocionamos con la primera victoria del PSOE. Era una época distinta a esta, y siempre recordaré que en unas elecciones anteriores, ante mi pregunta de qué era un mitin, mi padre me llevó a uno con Alfonso Guerra y Felipe González.

Cuando ya había leído Rusia en Llamas, comprado con los ahorrillos de muchas semanas, y asistido al primer mitin de mi vida, el partido comunista ganó la alcaldía de Córdoba. Aquello desató una oleada de miedos en la ciudad como yo jamás había visto. Y sirvió para que la gente mayor contara muchos horrores de la guerra y algún otro milagro con el arcángel San Rafael despistando a las tropas rojas. Así que mi inclinación hacia la izquierda se tambaleaba porque se contradecía con la natural e incuestionable fe religiosa.

Pero muy poco después, en el año 1982, la visita del Papa me fue indiferente, no así la victoria socialista en las generales. Creo que para esa época había decidido ya el lado sentimental en el que encontrarme y, cuando en Historia, estudiamos los siglos XVIII y XIX, creí encontrar apoyo y justificación intelectual a lo que creía, y, podía ya decir, sentía.

Me resultaba imposible leer sobre ciertas partes de la Historia y no sentir simpatía por los marginados, por los que han estado al margen del poder, de los favores de los regímenes y de los sistemas. Mirar con ojos alegres sus conquistas, sus luchas, sus rebeliones, significaba, de forma automática, mirar con antipatía, y odio, a la parte contraria, al poder absolutista de monarcas, imperios, Parlamentos, tiranos y dictadores. Ahora sé que era, y es, una interpretación personal y sé que al mirar los mismos hechos otros ojos no ven lo mismo. Y sé que, incluso mirándolos con los ojos de derechas, algunas de las conquistas de libertad y de lucha contra los reyes absolutistas tienen tal grandeza que nadie las discute ni las considera del otro sino de la humanidad.

Pero sobre lo que he contado de mis ideas, escoradas hacia babor, no existe nada de lo que se pueda deducir de qué pie cojeo exactamente. Sí que es el izquierdo, pero ¿de qué izquierdo?

Cuando hablo de mis vivencias se entiende que transcurren en una época de transición política en España y no creo que disten demasiado de las de otros; cuando hablo de mis lecturas tampoco creo que puedan distar de las de otros, al fin y al cabo a lo que he tenido acceso ha sido a una oferta poco marginal de libros, revistas o comics respaldados por cierto éxito; así que mi modelado interior no puede ser muy distinto al de otros. Ni tan siquiera cuando hablo de Historia, o historia, cuando hablo de los marginados, de los oprimidos, puedo dejar de pensar que nadie con algo de conciencia, de derechas o de izquierdas, pueda sentir, al menos, algo de compasión por estos grupos. Y pienso en los ideales de los partidos políticos, y casi todos, en su origen, luchan contra la injusticia.

Creo que la forma más ordenada de expresar lo que intento contar es contestar a las tres preguntas que me planteaba al principio de este entrada. Lo correcto es empezar por los liberales y, dado a ser ordenado y canónico, por aquí empiezo.

Liberales.

Yo veraneaba en Cádiz, dos veces en el siglo XIX, refugio de liberales. Así que me interesaba mucho la historia de la Constitución de 1812 y la de los Cien Mil Hijos de San Luís. Y las veces que estudiaba la Constitución de 1978 siempre se comentaba la herencia de la Pepa en el, por ahora, nuestro último texto constitucional. Y más que poder emanado del Pueblo, de ambas emana cierto estado de felicidad. Algo que convierte a ambas en algo hermoso, sin saber muy bien por qué.

Recuerdo además una pregunta a la que no supe responder hasta hace muy poco, a qué responden, qué influencia tienen las corrientes históricas y las filosóficas en las constituciones españolas. Cierto es que ahora mismo, con la intención de no ser pesado ni pedante, es imposible citar fechas de los textos que hay entre ambas, todos aquellos textos que se redactaron en el siglo XIX y que fueron poco más que leyes de organización. Para lo que quiero contar me interesa mucho más la de 1812.

No creo que hubiera existido esta Constitución sin hitos anteriores, sin la Revolución e Independencia de Estados Unidos, sin la Revolución Francesa y sobre ciertas ideas filosóficas como el utilitarismo de Hobbes.

Yo entiendo las revoluciones citadas como la consecuencia de una lucha de poder entre la burguesía y el poder de una monarquía anquilosada en maneras y modos antiguos de gobierno. Son los colonos los que no entienden por qué deben pagar a un rey que está tan lejos, que no ayuda a su tierra y que los embarca en guerras que ellos sostienen con su trabajo. En Francia ocurre lo mismo, no es el pueblo, el vulgo llano, el que se rebela; una clase no aristocrática, harta de pagar las guerras de un rey que los mata de hambre, harta de dejar que sean sus hijos los que deban servir en el ejército sin poder mandarlo, se rebela. Y de fondo la idea de que el individuo debe ser feliz, y de que para ello tiene derecho a prosperar sin que importe la clase social adquirida al nacer y considerando que es posible alcanzar la felicidad individual siendo útil para un colectivo mayor, por ejemplo, la sociedad.

Así que los liberales en el norte de América, en Francia y en las Españas europea y americana, solo buscan algo que ahora nos parece tan elemental y esencial como la vida. Tan solo reclamaron libertad, voz, capacidad para decidir sobre su destino, su vida y su hacienda. Y fueron por ello liberales, los abanderados de la libertad. En contra a quienes tenían era a los conservadores.

Hoy en día, la palabra liberal tiene otra acepción. Que no deja de ser curiosa y paradójica. Los liberales buscan libertad económica ante todo, no quieren que un "Estado opresor" les obligue a pagar impuestos, no entienden que deban pagar seguridad social para pensiones o salud o seguridad. Creen que el individuo debe prosperar por sí solo y que por sus medios y su trabajo debe conseguir bienestar, cuidados, seguridad,...

La idea de que se deba premiar el esfuerzo individual no solo es buena, es estupenda. El problema no surge cuando el individuo se esfuerza y consigue acceder a un plano diferente, a una vida más cómoda, sino en que esta extrema idea liberal conlleva que para que uno medre debe sacar ventaja a otros que no la conseguirán. Y ataca una idea tan primordial y tan básica como la de la libertad del individuo, la cooperación. Es cierto que no podemos considerarnos solo hormiguitas luchando por el bien de la especie humana, también lo es que los logros de los que ahora disfruta la sociedad han venido de la transmisión de conocimientos, de formas de vida, de especialización en trabajos para los que es necesario articular una sociedad.

En tiempos el señor feudal contaba con un arma, la fuerza, el ejército, para vivir por encima del grupo; y la supuesta protección que brindaba en su feudo le permitía toda clase de desmanes. Hoy en día ese arma es el dinero, el poder económico, la posibilidad de contratar, mejor dicho de emplear, a gente y la posibilidad de con eso los trabajadores accedan a lo básico. Y, una de las paradojas, lo que vale para el que tiene el dinero no vale para otros. Porque una de las premisas es, si quieres ganar más, trabaja más. Sí, regla de tres cierta, salvo para el que tiene un salario al que se le dicen si no quieres perder tu salario vamos a rebajarlo, si no quieres perder tu salario trabaja más horas, si no quieres perder tu salario renuncia a tus derechos.

Pero este mundo liberal, que se sostendría ideológicamente si extendiera su premisa de la libertad e igualdad individual de forma universal, falla. Y falla porque parte de supuestos como la herencia o el acceso de ciertos individuos a elementos de formación mejores a los de los otros y porque necesita de extensos lugares en los que estas reglas no funcionen. Expliquémoslo. Es claro que un individuo debe formarse, y es claro que si quiere alcanzar un determinado objetivo su formación debe ser mejor. Pues, en el universo liberal, la mejor formación, como lo entienden, es la privada. Para acceder a ella el individuo no depende de sí mismo sino de su familia. Primera ayuda que invalida la idea de que el individuo puede ser lo que quiera por sí mismo. Ayuda que se repite con los contactos profesionales a los que pueda acceder, la sanidad y la imagen que puede permitirse o el dinero con el que pueda contar para iniciar cualquier proyecto. Es decir, el individuo podrá ser individuo y ejercer su libertad solo cuando haya recurrido a una estructura que no depende de él. Pero desde el punto de vista de las naciones podemos pensar en algo equivalente. Para que Alemania, Francia, Estados Unidos o, incluso, España prosperen, es necesario que en naciones como China el reconocimiento de la libertad individual no se permita. O que África o la América andina no tengan cubiertas ni tan siquiera las necesidades básicas para la subsistencia.

Así que de aquellos liberales que hicieron de la Ley, el Estado y la Razón su bandera; de aquellos liberales que lucharon por conquistar la libertad del hombre y dejaron de ser siervos, esclavos y súbditos para ser ciudadanos poco queda. Tan solo un nombre. Simpático, pero tan solo un nombre.

La Historia. El Imperio Romano.

El franquismo, y la educación que permitía, hizo mucho daño. Imagino las clases de Historia que se permitían. Lo que no imaginaba es que un profesor de Teoría Económica en pleno siglo XXI podría llegar a tal punto de visión cerril como para culpar al socialismo de la caída del Imperio Romano.

Un niño diría que ¡vaya tontería, el socialismo no existía en aquella época! No soy tan idiota como para quedarme ahí. Entiendo al profesor, quiere decir que un modelo similar al que el socialismo mantenía en España colapsó el Imperio. Yo sin entender de Historia lo rebato. Por cierto, el mismo niño de antes diría que Jesucristo fue el primer comunista.

La tésis del vídeo era que la burocracia, la corrupción y el engrosamiento del Estado acabaron con la maquinaria del Imperio. La analogía era clara, para quien quisiera verla así, con la etapa socialista del siglo XXI. Y la tesis de que el Estado estaba burocratizado y lleno de funcionarios indolentes e ineficaces también. No quiero ni pensar en que también se refería el profesor a la supuesta teoría de algunos historiadores que vieron como causa de la caída romana el supuesto afeminamiento de la sociedad. O la llegada de inmigrantes.

Entonces, debía ser que el mal de la burocratización, el exceso de dirigentes públicos, de agentes intermedios en cada intervención administrativa era un mal exclusivo del socialismo. Por tanto erradicado el socialismo estará erradicado el mal.

Sin embargo, la carga burocrática que se soporta en España no proviene ni de lejos, ni del siglo XXI, ni del último tercio del siglo XX. Ha sido una mala concepción del Estado la que ha provocado triplicidades y tetraplicidades en las competencias que asumen las Administraciones y eso ha sido culpa de varios de los llamados pactos de Estado en los que comparten responsabilidad todos los grupos políticos y los nacionalismos que no han sabido compaginar una identidad de pueblo, de país, de nación, o de identidad territorial con esquemas eficientes para políticas de economía o sanidad. Es más bien un mal de la democracia.

También fue un mal democrático la forma en la que se dignificó el trabajo del funcionario. Es decir, considerar a los servidores públicos trabajadores importantes de una organización necesaria y, como tales, reconocerles los mismos derechos laborales que al resto de trabajadores fue algo tan de razón como beneficioso. Y estuvo bien, restarles el poder omnímodo que en cierta época tenían los que colmaban los puestos de relevancia; aquellos que se consideraron ajenos a toda ley. El problema no fue aplicar el raciocinio y la justicia a la función pública, estuvo en mantener anexa a la Administración miles de puestos para afines a los partidos o a los que podían contratarlos.

Y ha sido también un mal nacido en los últimos años el que la Administración, cada vez más flaca de medios, y cada vez más obligada a asumir nuevas funciones haya solicitado cada vez más servicios de de empresas privadas.

Estos supuestos males han sido la punta de lanza de opiniones retrógradas y conservadoras para considerar que el Estado en sí es un mal. Y es más, si se piensa bien, la retórica empleada da una idea muy clara de qué piensa el responsable del video. Imperio, ¿qué nos dice esta palabra?, ¿qué tiempos de España evoca? Burocracia, ¿se refiere con eso a la casta política? ¿se referirá acaso con eso al oficial de juzgados que no puede ni etiquetar expedientes?

Así que esta teoría tan débil no se sostiene. No la que se refiere a las causas del declive latino, sino la que la asimila al socialismo las malas prácticas de una civilización basada en la dominación, la sumisión, la fortaleza militar y la esclavitud. ¿Por qué? Porque de alguna forma lo que persigue es desacreditar la idea misma de Estado, la manera de formalizar la cooperación entre personas y de ser gobernados por iguales con la posibilidad, poco probable pero posible, de convertirse en gobernante de los iguales. Y, de alguna manera, deja entrever que los servidores públicos no electos forman una increíble camarilla de personas que no aportan nada a la sociedad y que son deudores de favores por ocupar ese puesto.

Es posible que nadie le haya dicho a esta profesor que tras el Imperio Romano en Europa se inició la Edad Media, los Años Oscuros. Y es posible que nadie le haya dicho que tras la organización imperial, la burocrática, llegó la sociedad feudal ¿Hará alguna analogía este profesor con los nuevos señores feudales?, ¿con esos que ahora heredan y regalan partidos, comisiones y feudos?, ¿con esos que ahora deben vasallaje a las grandes corporaciones y a los mercados?, ¿con esos que ahora nos consideran siervos?

Lo que soy.

La pregunta surgió hace años. Hablábamos sobre qué votar en unas elecciones generales y yo dudaba. Entonces me preguntaste, ¿tú qué eres? Y no supe contestarte.

Una vez decidida la afiliación a la izquierda uno se debate entre varias familias: socialdemocracia, socialismo a la europea, socialismo a la cubana, comunismo en sus múltiples formas... Y yo siempre he dudado en dónde quedarme.

Tengo clara la diferencia entre el comunismo utópico, ese estado final de igualdad social inalcanzable, y sus aplicaciones en distintos países. Ninguna, claramente, ninguna, me gusta. Ninguno de los regímenes impuestos ha conseguido pasar a una fase posterior y han prolongado la dictadura del pueblo, convirtiendo esta fase en épocas de Terror, de sometimiento y de dictadura personal. No es necesario recurrir a Pol-Pot, a Ceaucescu, a Mao, a Stalin. Tampoco los regímenes nicaragüenses o cubano me parecen la mejor de las aplicaciones prácticas de una idea filosófica. Así, que mostrando mi simpatía por el comunismo filosófico, por la igualdad de hombres universal, abomino de los regímenes comunistas que conozco.

El anarquismo me parece también una idea pura. Una idea, quizás inaplicable y contradictoria. Pretende que el ser humano sea libre, que no haya ataduras, deberes, trabajos,... y va contra la idea misma de la cooperación humana. El anarquista puede vivir en esta sociedad, pero sin esta sociedad de la que necesita y, a la vez, quiere destruir no puede vivir. En caso de desaparición de la sociedad la idea es implantar otra de caracter comunal. Es decir el anarquista quiere derribar unas barreras para construir otras, iniciar una sociedad casi de caracter tribal, volver al principio de la Historia. Para ver si, de alguna forma, esta vez hay más suerte.

No. Adoro a los anarquistas de verdad, los que saben vivir sin nada, o trabajando en el momento justo, los que detestan la propiedad, las normas, las reglas, las imposiciones. Es cierto, son personas y espíritus libres. Pero solo pueden progresar como individuos, su idea no es extensible a una sociedad, a una forma de gobierno.

Y, parece que por descarte, queda el socialismo. Pero no es así. Se trata de una elección basada en otros hechos.

Desde que en 1985 descubrí que había corrientes socialistas que conciliaban el socialismo científico, conocí la calidad de vida de los suecos, a pesar o gracias a la gran presión fiscal, y supe de que el socialismo europeo había renunciado en los años setenta a la violencia, entonces encontré una vía para encuadrar mis ideas.

Quizás lo que me ha gustó del socialismo sueco y del alemán ha sido la ausencia de dogmatismos, la ausencia de elementos de presión al grupo, el intento de desarrollar la libertad del individuo dentro de la sociedad. Lejos de las grandes boutades de la gauche divine, y de sus incongruencias, que decían que ellos querían un socialismo con angulas o caviar para todos, y que vivían en comunas en la Costa Brava o Ibiza sostenidos por grandes posesiones y fortunas familiares, es posible encontrar un equilibrio entre el desarrollo personal, la libertad de elección, el progreso,... y la comunidad organizada que pide más a quien más tiene y que gestiona de forma comunitaria bienes y servicios que, sin el aporte de todos, serían para una minoría.

He aquí la política. Las siglas PSOE han desvirtuado la idea socialista. Han creado en España un modelo de gestión y de pensamiento único, a veces verdaderamente de gilipollas, que han dañado la posibilidad de que nadie vea en el socialismo algo distinto a épocas de dominio de una casta política sin formación ni ideales. Este no es el socialismo que defiendo.

Tampoco, aunque sus ideales sean más cercanos a los del socialismo que los del PSOE, ha conseguido IU desembarazarse de la inercia que supone una historia lastrada de crímenes y dictaduras. Y la defensa ciega que realizan de Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador, sin mirar al populismo, y a las flaquezas de sus líderes tampoco ayuda a sentir en IU el adalid de mis ideas.

Así que ahí estoy. Socialista sin partido. De izquierdas de corazón, pero con ideas que no casan con el pensamiento único de la izquierda española. Para mí no siempre un rico es un enemigo y un pobre un amigo. Mis amigos son de un lado y de otro; entiendo más la honestidad, la bonhomía, la franqueza y las vivencias comunes como los elementos en los que se forja una amistad. Al igual que entiendo que la Justicia, no la ley, que la Prosperidad, no el enriquecimiento, que la Igualdad, no la igualación, forjan mi pensamiento político.

Por eso soy un socialista sentimental.