martes, 21 de febrero de 2023

EL FILÓLOGO. HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA II. PERPLEJIDADES DE UN ESCRITOR.

Ha nacido descompuesta esta entrada, huérfana de estructura, y, así, este escrito ha deambulado por el universo electrónico y de las ideas durante años, ha mutado, se ha deshecho y rehecho en demasiadas ocasiones y se ha nutrido de ideas, a menudo estúpidas, que la han condenado a morirse sola. Es difícil, con el tiempo transcurrido desde su primera concepción, reordenar la historia, dotarla de alguna gracia y escribir algo cuya lectura no me avergüence. 

Hace unos días, no sé volviendo de dónde, ni por qué, me vino a la mente una idea iluminada, reconstruir esta historia como parte de una estructura mucho mayor y algo más compleja. El chispazo que dio pie a tal ocurrencia se disipó, ha habido entre aquel fogonazo y hoy un largo periodo de analgésicos y relajantes musculares, pero, al menos, me queda la estructura general en la cabeza. Que, como no sé dónde encajar para no olvidar, va a ser aquí enclaustrada. Y que, sin arte, y con la dificultad añadida que supone escribir bajo los efectos de alguna benzodiacepina, por la que me bailan los caracteres más de lo habitual, será parte de esta narración, aunque sea diferente y desentone con el resto. 

Hecha esta fabulación de trocitos de disgresiones, admite una más, y es que, cuando pienso en la cantidad de ideas que se me vienen a la mente y que me parecen geniales y luego olvido, y me lamento por olvidar, siempre me imagino al esforzado literato, al cineasta, al pintor, al arquitecto, con su cuaderno de notas, con la famosa servilleta, en donde se esboza esa idea genial que trae la inspiración. Que incluso los hay que llaman servilleta a un Moleskine de piel; y que, yo, siendo sincero, también me he creído atractor de musas. En esta historia cabe reirse un poco de eso, de todos aquellos que purgamos nuestra mente y nuestros fantasmas con la escritura y nos creemos geniales, de todos los que creemos dominar esta lengua tan genial que es el español, de los que, mejor que fumarnos un porro, tomamos un cuaderno y nos aliviamos, pero que nos imbuimos de solemnidad y llamamos a nuestro relax el proceso creativo. 

He aquí un cuarto párrafo que no nos introduce todavía en la historia, pero que también comienza por h. Lo aprovecho para contar que sí, que el español es una lengua maravillosa. Y lo digo, justo, en una entrada sobre filólogos, a la que se atreve un burdo ingeniero. Y, antes de que nadie se moleste, que ingeniero y burdo van muchas veces de la mano, pero que no es por la profesión, que embrutece, sino por algunas de las personas que lo son, que sienten tras de sí el peso de la carrera, y se creen superiores, lo que les convierte, a priori, en eso, en tontos. Y lo digo porque los ingenieros tendemos a pensar en palabras sinónimas como palabras idénticas, y no somos capaces, ni usamos las herramientas inteligentes que se nos suponen, para aplicar el principio de la mínima energía. Y es que, si no hubiera matices, si las palabras fueran equivalentes y no solo semejantes en significado, habrían desaparecido todos los sinónimos para quedarnos con solo uno de los términos. Y no solo perderíamos albo, lechoso, níveo o argentino en favor de blanco; sino también tonto, mastuerzo, gilipollas, capullo, lelo, percebe en favor de alguna de ellas, privándonos de imaginar al susodicho con la baba caída, o a otra negando hipotecas a gente solvente, o a aquel con recia toga y cortas miras, o pagado de sí mismo, como podría ser el ingeniero del ejemplo. 

Había una idea bullendo por salir antes de que apareciesen estas estructuras que, casi seguro, nunca se montarán. Escribir esta entrada a modo de rompecabezas, para que el improbable lector escogiera cómo montarla, o escribir algún fogonazo, algún esqueje, algún esbozo, como si pudiera pintarse un cuadro colocando unos bocetos junto a otros. Está claro que la persistencia de una idea preconcebida lo arrasa todo y que, al final, esa ilusión de elevar un edificio usando ruinas, sea fallida o no, se usará. 

Huir de lo incompleto es un síntoma de un desorden, y me hace gracia esta paradoja, es un desorden querer siempre el orden; sin ser demasiado listo, ni haber estudiado, entiendo que el trastorno no está en querer completar y ordenar, ni tan siquiera en querer que se siga un método al hacerlo, sino en considerar que solo el propio orden, el propio método, el propio fin son los válidos y que lo demás no es sino entropía y error. En este escrito hay algo de eso, parece un fallo imperdonable que existan borradores y borradores de entradas, y hay un afán por hacer que desaparezcan de ese estado las entradas inconclusas. Es cierto también que, al imaginario problema que es la existencia de borradores, se podrían plantear soluciones tan sencillas a los ojos de quien lee, como eliminar los textos inconclusos y borrarlos de manera fulminante; pero en el corazón de quien escribe ese problema no es tan pequeño, ni ficticio sino verdadero y tangible, y no es menos real la impresión que da el escritor de que solo sabe seguir este camino, que es el que cree querer y el único que vislumbra. No ocurre siempre así para fortuna de muchos, es tan solo con algunos escritos, de los que intuía un futuro prometedor, y a los que se emperra en sepultar. 

Hablaba de una estructura de conexión y la idea me parecía buena: dos escritores que trabajan al alimón en un libro de relatos, quizás en un guion, o guión, en la mesa de un bar. Se trata de un acogedor bar al estilo de los que no hay, o no conozco, en mi tierra. Es un establecimiento de esos por los que no pasa el tiempo, siempre moderno, siempre actual, con una decoración sobria, funcional, elegante y cuidada que combina mucha madera, metal bruñido y algún espejo. Con ventanas que son lo que queramos que sean, escaparates para el espectador, pantallas para los escritores o parapetos, pero que, siempre, proporcionan la luz adecuada a la atmósfera de la conversación. En un primer momento, mis personajes discutían sobre la historia que ya he olvidado; con ocurrencias continuas, con sarcasmos, con genialidades, construían el relato ahora desconocido. Es seguro que aquí me llegó mi principal problema, sé que no soy genial, pero quiero que mis personajes sí posean ese rasgo, que construyan lo perfecto, y debo mostrar esa perfección partiendo de mí, mediocre Demiurgo, por lo que se me desmonta mi relato. Así que, de una forma inconsciente, olvido, y reprimo esa libertad narrativa y la idea se desvanece. Sin embargo, la idea de los escritores me sirve como vehículo para narrar otras ideas esbozadas que, en esta ocasión, sí he escrito en algún cuaderno para retomar alguna vez. Se insertan aquí, desoyendo la lógica y el estilo del texto, dos ideas esbozadas en esa lista que guardo en algún cajón, sobre lo que pudo ser, o lo que, salvando dificultades, podrá ser. Son historias, situaciones y personajes que requieren de una mayor definición y desarrollo; aparecen aquí, por lo que son, esbozos que no componen un cuadro, sino otro esbozo:

Historia 1: una idea de 2014. 
       
Helena es una niña responsable, muy responsable. Helena acompaña todos los domingos a misa a sus abuelos y observa con atención cómo rezan, se levantan, se humillan y le intriga saber qué es eso que comen casi al finalizar la eucaristía. Un domingo no puede más y comulga. Helena tiene siete años y nadie le he contado nada todavía sobre la comunión. Ese día su abuela se enfada, le grita, se ensaña con ella, pues oculta un enfado matrimonial que desahoga de esta manera, y le cuenta a la niña que irá al infierno por lo que ha hecho. La fatalidad, a la que se suman el enfado conyugal y remordimientos por su cobardía al no defender a la niña, le provocan al abuelo un infarto al que no sobrevive. Desde entonces, y hasta pasados muchos años, la vida de Helena se convierte en un verdadero calvario lleno de complejos, miedos, posesiones demoníacas infundadas y mil problemas mentales, que, para alivio del lector, tendrán arreglo. Lejos de la fe y cerca, muy cerca, de la bondad. 

Historia 2: fabulación de 2007. 

Heliópolis es un barrio sevillano de preciosas casas, que ahora son muy demandadas, pero que en la época en la que se concibió esta idea constituían un lastre para algunas familias que heredaban mansiones con mil desperfectos. En ese encanto desportillado y despintado de una vieja azotea de este barrio, transcurre la segunda historia a la que los guionistas han de dar forma. Un grupo de amigos, entre los que estoy con mi pareja, cena y bebe en una cálida y agradable noche de agosto. Parece faltar para completar la reunión solo la guitarra de Aute, o la actriz mejicana que ha de cantar "Cinco minutos". Entre los comensales, o tertulianos, todos considerados entre sí cultos y sensibles, se encuentra un futbolista al que nadie sabe quién ha invitado, ni qué hace allí. Lo consideran solo un deportista, un famoso sin cerebro, y, también algunos, sin corazón. La conversación transcurre por caminos poco trillados y deriva en una cita bíblica. El futbolista, hasta entonces callado, corrige a quien la ha recitado y no solo le indica su error sino que la amplía y, con una exactitud increíble, señala el libro y el versículo al que pertenecen. Intrigados, le preguntan si es muy creyente, pues lo consideran entonces un seguidor de la iglesia evangélica. Nada de eso, explica, conoce la Biblia porque ama el fútbol; su madre no le dejaba jugar en el equipo de su barrio porque estaba muy aferrada a la antigua tradición católica y le obligaba a asistir a misa los domingos. Para jugar al fútbol, engañó a su madre diciendo que se apuntaba a una asociación católica lejos de su barrio para que ella no controlara sus asistencias a la parroquia vecinal. Como sabía que su madre le iba a preguntar por la lectura, el evangelio y el sermón de ese día, estudió cómo se eligen las lecturas, qué evangelio se lee cada domingo y, para contarle a su madre un sermón creíble, acudía a otros libros de la Biblia y él mismo construía hermosos sermones con lo más puro que se le ocurría extraer del Cantar de los Cantares, de los libros de los Profetas o con las imágenes más aterradoras del libro del Apocalipsis. Aquella pasión por el fútbol, lo convirtió en un lector empedernido, y le ayudó tanto en los estudios que consiguió una beca para estudiar el bachillerato fuera de casa. Así se libró de la presión de su madre y consiguió medrar en todo, en el deporte profesional y en su carrera de Filosofía. Hizo gala de un tierno agnosticismo y de un verdadero amor por la palabra de Dios, en el que no creía pero que sí le había otorgado la vida, y dijo esto con palabras dulces y poéticas. Y esa noche todos los hombres supieron que, aunque fueran ellos los que se acostaran junto a sus mujeres, o con sus mujeres; sus mujeres no estarían acostándose con ellos.     

Hay más apuntes para otras historias en la servilleta, y si se escribe el relato de estos guionistas, se contarán las historias del médico precoz, de la modelo lesbiana hija de un militante ultraderechista, la de una trepa que hablaba de cantautores de derechas y alguna más. Pero, como decía Ende, y le copio y le robo las palabras, como otros han hecho con la Biblia, esa es otra historia y merece ser contada en otra ocasión. 

Hoy apenas quedan retazos de la entrada del blog que se llamaba "El filólogo", en una versión de ella aparecía un amigo, un gran escritor y terapeuta que sabe encontrar en la raíz de cada palabra, en su etimología y en su uso, la belleza y la explicación racional, y emocional, de por qué se ha elegido dicho término y no otro. Otras versiones eran mucho más mordientes, tenían un espíritu de venganza, de ajuste de cuentas con alguna persona, es algo que también se hará en otras entradas de esta serie como "El deportista" o "El cinéfilo"; en dichas versiones hay dos personajes femeninos que tienen una altísima opinión de sí mismas y que sus estudios de ingeniería, realizados en un entorno masculino lleno de testosterona envasada, siendo parte de un minúsculo grupo de mujeres, elevaron todavía más; no tanto por la culminación de los estudios, cosa que hicieron otras pero que ellas sobrevaloraron, sino porque contaban con la constante atención del resto de alumnos, y de algunos profesores, todo sea dicho. Estas dos ingenieras, una química y otra mecánica, se consideran tan buenas en todo, que se atreven a a desafiar al filólogo real, académico de letra mayúscula, humilde, quien calla ante los razonamientos de la mecánica, que explica que el libro de estilo de la Junta es así y asá, que lo que dice es mucho más acertado y actual que lo que opine la RAE. En esta historia el filólogo no desvela su condición; en la otra, un poco más descarnada, la química argumenta todo lo que dice con lo que ha dicho antes su padre, y su padre, como director de compras de un gran hospital, un poco ladrón pero eso no importa, lleva siempre razón. El académico, humilde se ha descrito, también calla, pero algún otro invitado a la cena, pues en una cena se desarrolla el diálogo, desvela su condición de autoridad lingüística, su condición de reputado escritor y de terapeuta, e insinúa haber descubierto en la ingeniera gran dependencia emocional de su padre, sorprendente en una mujer tan feminista; el llanto y la humillación de la ingeniera necesitan ser descritos sin que provoquen sentimiento alguno de pena, sino que se consideren un castigo, menor, pero doloroso y humillante. 

Huérfanos de esa estructura anterior, de cena, de conversación, de charla, quedan los dos esbozos de esta entrada que aún no se han mencionado. Uno de ellos, con pretensión de monólogo, confeccionado a partir de alguien que quiere ser como otro amigo, traductor, helenista y poeta, pero que solo conoce un par de palabras y de etimologías raras, aprendidas en un suplemento dominical. Y el último, que fue, en realidad, el primero en el orden cronológico de disparates. Es la historia de un personaje que es la amalgama de muchos personajes con caracteres diversos que conozco y con otros que son míos, propios, y que quisiera depurar. Este personaje se cree el inventor de la mayoría de expresiones y términos que, como neologismos, surgen, se extienden y se incorporan a una forma de hablar que se pone de moda. Este personaje piensa que palabras como jipijos, pijipis, bebecoa, amigos con derecho a roce, y algunas más de ese estilo, como pantolón para definir a un pantalón de campana, surgieron de su imaginación e inventiva y se extendieron. También cree que la difusión de algunas expresiones erróneas, mal construidas a partir de otras como, negarse en rotundo, o la callada por respuesta, o plantificarse, son suyas. En esta versión hay un filólogo que explica que es muy probable que sea la televisión la que ha extendido determinadas expresiones; que son estos errores tan comunes, tan fáciles de generar, y son esas nuevas palabras tan simples, que las ha podido difundir cualquier periodista, cualquier entrevistado; y que él, nuestro constructor de términos, haya olvidado dónde las escuchó. Refuerza el filólogo su argumento explicando que es fácil crear ciertas palabras, como es fácil la ocurrencia de untar tomate en el pan, o la de construir una ciudad usando una trama rectangular; que son ideas sencillas, a veces geniales, y que tienen un nacimiento espontáneo y simultáneo en varios lugares sin conexión entre sí. Pero este creador de palabras es tozudo y no se convence con eso, que, recuerda, tal expresión la usó por primera vez con esta amiga que era muy popular y la extendió; o esta otra la usé en la playa delante de madrileños, que se apropian de todo y me la robaron; y, obviando el cardo y el decumano, remata, que sí, que los catalanes comen pan con tomate, y también los italianos ponen tomate en una masa, que le dicen pizza, pero que es como un mollete sin abrir, pero que todo viene de los andaluces que somos imaginativos, y viajamos mucho, y exportamos ideas. Que sí, que está buena la tempura, pero que es pescado frito o berenjenas rebozadas, que no hace falta que te diga de dónde vienen, ni quién las hace mejores, ni de dónde era el cocinero andaluz que les enseñó a los japoneses. 







Nota al pie:

Honro, o quiero hacer que honro, mi honestidad con el lector y conmigo mismo, insertando como colofón a esta historia lo que se escribió y se consideró el germen de esta narración. Debe saberse que no me gusta, que no sabría cómo encajar estas palabras con las historias y los personajes que se han descrito, y que mi forma de escribir actual dista mucho de la hace unos años. Espero no haber perdido fuerza, aunque sí sé que he aumentado la extensión y moderado el tono y las prisas por llegar cuanto antes a la cima de cualquier relato. En las siguientes palabras no hay cima, ni valle, ni llano, tan solo yerma ramplonería. Júzguense con crueldad. 
 

El filólogo.

Cuando nos reuníamos con Ramón, el filólogo, era raro no aprender algo. Lejos de mi instintivo y racial sobresalto ante las escasas tropelías lingüísticas que conozco, y que tantos disgustos me han acarreado, Ramón tenía una capacidad pedagógica innata para sacar del error a las personas sin avergonzarlas (Jamás he tenido esa capacidad. Es algo que admiro de los demás pero de lo que adolezco. No sé si es mi forma de decir las cosas, la  vehemencia a la hora de decirlas, mis ojos desencajados y saltones o el recuerdo de mi lucha para superar todas mis faltas, y la consciencia de que aún las tengo; pero entre mis reconocidos defectos públicos está este de corrector. Si se quiere, de Corrector de la Pradera)Este filólogo, era una de esas personas a las que gusta escuchar con atención cuando hablan, no tanto por lo que cuentan sino por la forma en la que lo cuentan, calmada y pausada y, a la vez, con tensión narrativa.
Un día cometimos un error. Nos acompañó a su casa una amiga recién separada que se encontraba en un supuesto mal momento. Y desde el primer momento hubo una tensión entre ellos que trascendía...


miércoles, 28 de septiembre de 2016

LOS DÍAS DEL SEÑOR

Poco antes de que los domingos fueran amargos tan solo eran los días del miedo, ¿lo recuerdas? Papá volvía a casa, escopeta al hombro, envuelto en alcohol, perfume barato, sudor y humo; mamá, antes de escondernos, nos contaba un cuento sobre la cacería, el mareo por la cerveza sin apenas comer, el mal humor por la jaqueca, y su querencia por la colonia de mujer...

Pero tú nunca pudiste callar y le pedías a mamá que hiciera algo, que cambiara aquello. Ella nunca te negó nada; por eso, aquel domingo, como una maga, trocó la escopeta en varita mágica, cambiando para siempre el miedo por orfandad y tristeza.   

miércoles, 27 de abril de 2016

ADIÓS

Esta despedida, este cierre del blog, tiene que ser ñoña, insoportable, meliflua, palabra que hacía tiempo que no oía, y que quiero incorporar tras escucharla en la madrugada del domingo.

Ha sido, el tiempo que he mantenido abierto este blog, un periodo muy largo, demasiado largo, por eso se ha perdido la unidad de la escritura, por eso aparecen miles de estilos e influencias, por eso cuanta tanta cosa. Pero hay que entender que cada cosa lleva y tiene su espacio, sus condiciones y su época. La de este sitio parece estar acabándose, parece haber pasado.

Agradezco mucho los comentarios, estos se cuentan con los dedos de la mano; agradezco mucho la crítica, la elogiosa y la destructiva señal de que algunas pulmones se tocan, mas tampoco de eso ha habido apenas; las señales, las muestras, indican que este blog debería haber quedado en el mundo interior del que escribe. Quizás el planteamiento es cerrarlo y dedicar esfuerzos a otros menesteres o guardar para siempre esta voz en el interior de donde no debe salir o, como mucho, sobre el cuaderno, el cuaderno en el cajón, el cajón en el armario y el armario cerrado con llave. 

Gracias de todo corazón a los que han leído algo, los que lo han comentado; gracias a los que han sentido alguna vez algo, la verdad es que ese es el único propósito de la escritura.

Hasta siempre.
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Si la voz interior fluye es seguro que manará por heridas.

Si esa voz alguna vez fue un manantial lo  hizo a costa de erosionar.

Si fue oída, leída, seguida, repetida, tuvo que causar dolor, molestia, incomprensión. 

Por eso la voz debe callar, silenciarse, apagarse, para volver al interior, como el agua subterránea. 

Adiós. Hay mucho por hacer y poco que decir. Hay mucho que sentir y que callar.


Adiós.

lunes, 25 de abril de 2016

IMÁGENES CON PIE DE FOTO




Así es la iniquidad, de color blanco, vacía. Así es el personaje que representa, inmaculada reputación, inmaculada apariencia... Como el cuadro, vacío, un mensaje sin definir, palabras sin escribir, colores sin elegir, ya habrá tiempo, ya habrá años, ya habrá. O nunca habrá.


Cada cosa en su lugar, pocas cosas, pero llamativas, una estantería de diseño. Porque esta mente parcelaria necesita la jerarquía, el orden, la orden, la estructuración del mundo en cuquiformas, cuquimaterias, cuquitrabajos, cuquilibros. Esta vida es un telefilme de Antena Tres, una comida de Telva, un programa de Onda Cero y un libro de la Sección Femenina, adaptado a nuestro tiempo, eso sí. 


En este caos, en este desorden aparente, hay belleza, círculos concéntricos que te atrapan, relaciones interconectadas, tiempo para todo, para todos y para nada. Ahí estás tú, frágil, conectada con todos los círculos, acudiendo a cada una de las tangentes, de las áreas comunes, mimetizando tu vida con todos los colores, con todos los círculos, hundiendo algunas veces tus líneas debajo de otros círculos. Quizás yo sea ese círculo pequeño con tan solo dos anillos, un círculo que parece enfadado, pero que quiere ser tan solo distinto en su pequeñez. Quizás tú estés en ese círculo que ya no lo es, sino la forma externa que recoge a todos los círculos. Entiendo que estés siempre cansada, son amplios tus brazos, es grande tu cobijo.


Esta pintora, pienso que es mujer la artista, ha captado mi pensamiento y ha desestructurado la idea anterior. Eres tú, ovillada, protegiendo  cada una de tus parcelas. Eres tú, de muchos colores, como la vida, como el campo y como el mar, como la agria cerveza y el vino dulce, como las tardes de Escocia o los atardeceres de Tarifa. Eres tú, de muchos colores como la tristeza y la melancolía, como la dulzura y el cariño, como el amor y el erotismo, como los besos y las cicatrices, como la resistencia y la fragilidad, como la fuerza y el cansancio. Eres tú, a veces celosa, a veces rabiosa, las más de las veces, dulce, comprensiva. Eres tú, como la propia vida, con color, hermosa.


LA ÉLITE. HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA V.

Chicos malos.
Y canallas.
 Y chicas malas.
 Perras.
 Y canallas...
Dones con los que, 
sabia,
la Naturaleza no los dotó.

Calpurnio Flavio, As canalhadas do Mundo 

Si alguna vez te encuentras con alguien que prefiere hablar con una alemana, por fea que sea, antes que con su compañera, guapa, vestida y compuesta para la ocasión, elegante, perfumada y mediterránea...

Si alguna vez en una reunión ella escoge al chaval que lleva la gorra de su abuelo, los pantalones de pana en verano y la camiseta sucia, en vez de al amigo que la acompaña y la cuida, que la adora y le perdona sus desaires...

Si te encuentras con ese grupo que no sabe de qué hablar, que parece competente en lo académico, pero con un ligero toque de inadaptación social; que hace tonterías para llamar la atención y disimular el terror a enfrentarse al mundo...

Si los ves bebiendo cerveza solo porque alguien les contó que la cerveza era la bebida de la generación beat; si los ves bebiendo vino y moviendo la copa para ver la lágrima sin saber qué es la lágrima; si no se atreven a beber whisky porque no saben distinguir un ardor de otro ardor; aparte de hacer el mejicano y orinarte en su cerveza o de servirles Savín, podrás saber si son ellos solo con ponerles un Tang a su lado y ver cómo, con disimulo, lo prefieren...

Si los ves actuando como si leyeran, mal, el borrador de un diálogo de Woody Allen, como si interpretaran a la gauche divine de Las invasiones bárbaras, como si vivieran en la permanente sofisticación de una peli de Almodóvar, como si tuvieran la elegancia suprema de vestir ropa de supermercado y que les quedara bien...

Si te dicen que escriben, que hacen, que relatan y los lees y ves que escriben, mal, que hacen poco y que divagan; si te cuentan que van a publicar, que tienen que trabajar en lo suyo, que pretenden reeditar el periódico infantil, si se olvidan de que tú escribes, o te dicen, así, como quitándole valor, que leyeron la tontería que escribiste, cuando no has visto ni una verdad en sus relatos, ni poesía en sus poemas...

Si conocieron a Van Morrison antes que tú, o a Nick Cave, si despotrican de Dylan por traidor, si se han pasado a la clásica, si creen que solo ellos entienden a Silvio, si se piensan que solo ellos captan los giros de su voz, si descubrieron a U-2 para el mundo...

Entonces es que has descubierto a la élite. 

Has descubierto a sus miembros, los reales, los que fueron hijos prodigio de padres prodigio, que pudieron ser progres o solo tener dinero y vivir la vida, que fueron niños con una infancia cuadriculada entre clases de alemán y de astronomía, entre juegos de rol y macrobiótica; niños que jamás pisaron las barriadas de pobres y de obreros del metal o el hormigón, niños que vivieron en una burbuja y que hoy han buscado otra. Y esta, su burbuja de ahora, es esférica, perfecta y, quisieran ellos, opaca; mas les he mostrado a ustedes la forma de mirar a su través, de descubrir el interior, de verlos enroscados sobre sí, con el pulgar en la boca, porque saben dos cosas ciertas. Una es que estarán protegidos en su burbuja y podrán creerse en su reino, flotando, divagando, sintiéndose, si quieren, chicos malos, chicas malas.

La otra te la imaginas. La pared de la burbuja es impermeable. No podrán llegar a ellos, ni a ellas, la suciedad de unas manos embarradas, la aspereza de la piel curtida, el olor del cieno cuando baja la marea, el sudor del sexo en una tarde de verano...tampoco le llegarán el olor del primer café, las risas tontas, la emoción desbordada por nimiedades, la pizza fría a media mañana o el baile sin sentido de la lambada, las películas malas, las fotos imperfectas y las prisas por haber bajado la guardia; en suma, no llegarán a ellos, a ellas, los días que hacen a los hombres azules, rojos y amarillos, los aromas que componen la Quinta Avenida, la alegría de pisarte los pies. No llegarán a ellos, a ellas, el rumor de la poesía, ¡oh, melancolía!, ni el aroma a limpio de tu pelo, ni la sencillez de tu alma.



jueves, 14 de abril de 2016

LA ESPUMA.

Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar, allá donde la corriente se conjura para el eterno retorno. Acuérdate de olvidarme. Acuérdate de saber que ya solo soy ceniza y espuma. Acuérdate de volver a la playa, de mirar las olas, de saber que estoy en la cresta de cada onda, en el blanco murmullo con el que rompen en la arena. Acuérdate de que no fui sino espuma en el tiempo, una vida, como todas, diluida en el infinito mar. 

miércoles, 6 de abril de 2016

RADICALES.

La hora del desayuno es poco propicia para hablar, los bares suelen estar llenos de gente; de madres y padres que acaban de dejar a sus hijos en el colegio y organizan su jornada, y casi su vida, ante un café y medio mollete; de funcionarios que estiran sus veinte minutos con una charla superflua sobre cualquier cosa; de cosas que la gente de negocios llama desayunos de trabajo y que resulta un ejercicio estresante de charla sobre temas que a ninguna de las partes le interesa mucho, y de ruidos de loza golpeando el mostrador, silbidos de vapor de agua recién escapado de su inmolación como agua de café o infusiones y del alegre tintineo de las monedas antes de ser custodiadas en la máquina registradora. En este escenario se encuentran dos conocidos, antaño amigos, compartiendo barra.
  • Buenos días, M., ¿qué tal va todo? ¿Y C. y C. pequeñita?
  • Todo bien, a Dios gracias. Aquí preparándome para varias reuniones; llevo unos días malos, con mucho curro. He tenido que preparar informes y presentaciones y no me he acostado antes de las tres ningún día.
Nuestro amigo, pensemos que es nuestro amigo el sujeto al que damos preeminencia en esta historia,  el que tiene un trabajo corriente y viste de una forma estándar, demasiado sport para el insomne de la historia, demasiado estirada para otros amigos que no aparecen en la misma, piensa en que acaba de encontrar la explicación a la saturación de whatsapps recibidos a partir de las once de la noche en el grupo común. Piensa también que la gente habla de esos informes y de esas presentaciones que serán papel mojado en diez minutos como si de las conclusiones de la comisión Warren se trataran, pero calla. 
  • Ayer vi en el grupo que la reunión se ha programado para finales de mayo, ¿toda la gente de la clase puede?
  • No lo sé, y si te digo la verdad, ¡al carajo! Como yo soy el que lo organizo, he puesto una fecha y el que pueda venir, bien, y el que no, también. Yo no puedo estar detrás de todo el mundo.
  • Es verdad, M., pero es que hay mucha gente que no está en el grupo de Whatsapp.
  • Pues ¡al carajo!, también. Hay gente que no está porque no tiene smartphone, otros que han abandonado el grupo y luego el gilipollas de Carlos, que lo expulsé del grupo por lo que escribió sobre el aborto.
  • No lo recuerdo.
  • Sí, hombre, aquello de que había que permitir el aborto libre, como si eso no fuera un crimen.
  • Sigo sin recordarlo.
  • Pues te debería haber llamado la atención. Haciendo apología del asesinato orgnizado.
  • La verdad es que no, lo siento.
En ese momento nuestro amigo, el que nos va gustando menos por su tibieza, recuerda a qué se refiere M. Pero no entiende la polémica, resulta que Carlos escribió pidiendo que se firmara una solicitud de change.org, se trataba del caso de una niña de trece años de Irlanda a la que no le permitían abortar, y eso, además de que era un embarazo que ponía en riesgo su vida, de ser el fruto de las violaciones a las que su padre la había sometido. El mismo padre que ahora impedía, ejerciendo su sacrosanto derecho paterno, que se interrumpiera un ciclo monstruoso.
  • ¡Qué hijo de puta!, el Carlos es que está mal. Argumenta M.
Antes de contestar con una suave elevación de hombros, nuestro amigo empieza a hacer recuento de los miles de whatsapps que ha recibido en el grupo con bobaliconas y estúpidas fotos de monjas y santurrones; de mensajes y vídeos mostrando la superioridad del ejército español, capaz de hacer que toda una cabra desfile junto a ellos, y de abofetear a un espectador que se ríe de que un cuerpo de élite se dedique a hacer ejercicios de majorette por la calle; de proclamas a favor de la pena de muerte, de la ocupación militar de Cataluña, de buscar defectos a los políticos de izquierdas, de usar el adjetivo comunista como sinónimo de asesino. De cómo esos mensajes trataban como izquierda radical a los socialistas, a los votantes de izquierda y a todos los que piensan distinto al blando y estereotipado Albert Rivera; pues a este político lo sitúan a su izquierda, aunque usted, y yo, y muchos, para nada podemos imaginarnos a Rivera de izquierdas.

Antes de dar un nuevo sorbo al café con leche se acuerda de Carlos, de cómo ambos han hablado mucho, de cómo han polemizado en la mejor tradición secular de la izquierda, de cómo han actualizado la antiguas tesis de revolución o reforma integral. Este, nuestro amigo, piensa en que Carlos, que por momentos nos va cayendo mejor, ha defendido a ultranza cualquier acción de esta nueva izquierda; que la torpeza con la que han llegado al poder no es sino sinónimo de ruptura y que todo, en nombre del pueblo, está bien. Nuestro amigo le ha reprochado la falta de respeto a determinadas estructuras que han sido consensuadas, la falta de concordancia entre lo que han proclamado y lo que han hecho, y, cuando va a pensar que en esta nueva izquierda hay determinada prepotencia y soberbia que no son sino ignorancia, empieza a ver ante sus ojos los zapatos castellanos con borla, los pantalones gallardos, el pecho adelantado proclamando la propiedad de toda España, de la fe, de la religión, de la bandera y de la moral. 

Es en ese momento, en un compás de espera en el que no sabemos si nuestro amigo es nuestro amigo o no lo es, cuando apura su café, abandona el mollete empapuzado de aceite, deja dos euros sobre la barra y se dirige a M., mientras toma la salida de este ruidoso bar.
  • ¿Eres el administrador del grupo?
  • Sí.
  • Por favor, échame del grupo.
  • ¿Y eso?
  • Se mandan muchos mensajes y no me dejan dormir.
  • Bueno, siempre puedes silenciar el grupo o abandonarlo tú.
  • Prefiero que seas tú quien me elimine.  Es una cuestión complicada. En cuanto a silenciarlo...prefiero callarlo para siempre.
  • Entonces no vas a saber ni cuándo ni dónde quedamos.
  • No te preocupes por eso; he pensado que voy a quedar con Carlos, tenemos alguna que otra conversación pendiente y temas que no resolveremos nunca, pero esos son privados. Tenemos cosas de que hablar, seguro que nos lo pasamos bien.
  • Llámame, a lo mejor, me apunto.
Es entonces cuando nuestro amigo usa algo que no sabe que tiene, un ademán serio y adusto, una mirada demoledora y empequeñecedora, ciertas dotes de lenguaje no verbal para transmitir un mensaje, algo parecido a ¿no te das cuenta?, pretendo ser educado, correcto y no decirte lo que pienso, pretendo no ser como tú, pretendo no tener contacto contigo, no eres bienvenido; me estoy convirtiendo en un radical, no hay líneas rojas para mí salvo las del alma, pero esas van a ser sagradas, digo adiós para siempre a tu necedad y a tu forma de pensar que este país es tuyo, y que por eso, puedes apropiarte de todo, con impunidad, adiós, adiós.

Es entonces cuando el lector que lo ve marcharse del bar con cierta callada dignidad está decidiendo si nuestro amigo es su amigo o no lo es.  


viernes, 11 de marzo de 2016

UN DÍA CUALQUIERA, LOS VIKINGOS.

Es un día cualquiera, aunque pienso que no es sino el compendio de muchos días, de muchos momentos de vagabundear y divagar; wondering and wandering around.

Es un día cualquiera y las niñas están en clase de inglés, es el momento propicio para llevar la bicicleta al artesano que restaurará su sonido original, metálico, sinuoso, equilibrado y blanco. Para pensar en la pedalada ineficiente, en su componente mecánica, en el olvido y en el descuido, el graznido del eje, el baile lateral de la cadena y sus saltos desacompasados que significan algo que no se ha querido escuchar.

En este día cualquiera se olvida pronto la enfermedad mecánica y se abandona uno a la cavilación; es la hora de correr hacia el Guadaira y su ribera. Y es en ese sencillo acto de mantener a la vez la carrera y la mente en otro mundo, en conservar las ensoñaciones mientras percibo la zancada y el terreno, en el que me sumerjo.

Bajo el manto de agua insondable del pensamiento encuentro bajeles y pecios, restos de naufragios que sueño rescatados; ahí están el cuento sobre el soldado que busca un paso del río, las brumas del hipódromo cercano, el día que corrí en Triana por las calles de virtudes, la certeza de que habrá un día, espero lejano, en que este ejercicio me resultará imposible y no sabré como alcanzaba a repetirlo, la imagen de toda Sevilla sostenida como una peonza por el mástil de la Torre Pelli. Ahí están todos los velámenes sumergidos, las escuadras maestras de las quillas, los remos abandonados; ahí están  pidiendo a gritos salir a flote mientras yo busco un buen puerto donde fondearlos cuando alguna vez refloten.

Y es en ese día cualquiera donde unos caballos blancos rescatan una vieja idea que sale a la superficie por delante de otras; y con mi horizonte y meta en Los Bermejales, quiero imaginar que su toponímico proviene de una antigua raza de nórdicos, de vikingos establecidos en estas islas y estribaciones del Guadalquivir, en donde hace más de mil años produjeron quesos y criaron caballos. Y que, quizás, solo quizás, algunos decidieron establecerse aquí; y que, quizás, solo quizás, tuvieran el pelo rojo, como Erik, el legendario.

Y es antes de alcanzar el horizonte, antes de atravesar la frontera que marca la traviesa del tren y antes de que la realidad barra como una ola estos momentos, cuando pienso si, en un día cualquiera, hace muchos años, más de mil, los veteranos guerreros nórdicos pensaron, en un día cualquiera buscando el Valhalla con la batalla, es un día cualquiera, los niños están en clase de la lengua del reino de los francos, o en clase de espada y escudo, es el momento propicio para batallar, para matar, para morir. Es un día cualquiera, es el momento propicio para correr. 




jueves, 11 de febrero de 2016

LOS TÍTERES Y EL PROFETA.

Un año y un mes antes de esta entrada, nuestro mundo se vio convulsionado por un atentado en Francia. En enero de 2015 unos salvajes terroristas asesinaron, cual si hubieran sido los abogados laboralistas de Atocha en otro enero, a unos caricaturistas, dibujantes, o como queramos llamar a los muertos, que ya no están aquí para contestarnos a la pregunta de qué se consideran, si guionistas, si provocadores, si otra cosa. El atroz crimen fue, como sucede en esta época, elevado a la categoría no de noticia, sino de trending topic, que es una forma de elevar a mundial el nivel del cotilleo, porque no importaba casi la noticia, sino lo que rodea a la noticia. Pero me gustaría rascar un poco más.

De repente, toda la gente se polarizó. Por un lado, los hubo que gritaban y se desgarraban la camisa lamentando el fundamentalismo y el fanatismo de los terroristas y proclamaban a viva voz el sagrado derecho a la libertad de expresión. Perdón, el Sacrosanto y Sagrado Derecho a la Libertad de Expresión. Por el otro, estaban los que decían, es verdad, compañero, han matado a gente, pero, ¿tú has visto cómo eran las caricaturas?, ¿te has fijado que ridiculizaban su religión, que se mofaban de Mahoma?...Lo curioso en este caso, es que los primeros, los defensores, y manifestantes en pro de la Libertad, usted sabe, y ellos mismos se saben, se dicen, y se confiesan, favorables a recortar, ya no digamos algún que otro derecho civil, no, sino muchos de los derechos fundamentales en pos de la seguridad, palabra sin acotar, en la que cabe casi todo. No por ser los segundos es menos curioso que los que, condenaban, ¡viva Dios, lo correcto y lo esperado!, pero con tibieza y justificaban, de forma sutil, ¡viva Dios, que tampoco es cuestión de anticipar lo que uno lleva dentro!, los atentados, son de esas personas que no dudan en blasfemar, abjurar, hacer chistes con otra religión, la cristiana, y su rito católico, que es más cercana pero igual de respetable que otras; personas que, además, suelen hacer alarde de pacifismo y buenrrollismo.

Pero ha pasado un año. Y Madrid no es París; por mucho que aquel compañero de trabajo me dijera que París y Madrid eran iguales, que si ellos tienen el Louvre, aquí está el Prado, que si tienen Elíseos tenemos Castellana, que si hay Arco del Triunfo allí, aquí la Puerta de Alcalá, que Versalles, el Pardo, que la Torre Eiffel, el Pirulí. Y ha habido una función de títeres, y ha habido sátira, de mal gusto, desafortunada, por ser amable, gruesa, basta, y hasta, si se permite la expresión, maloliente. Y ahí queda la cosa. Pero rasquemos un poco más.

Este año los que decían fíjate, si es que se pasaron mucho, han sido los que nos contaban, mira que no era para tanto, que es que no los habéis entendido. Y los que se manifestaban a favor de la libertad de  prensa, han sido los primeros en señalar, en acusar, en condenar, aunque haya sido sin tener, perdonen la expresión, ni pajolera idea de lo que estaban diciendo, y los que han propuesto medidas desproporcionadas a la actuación de los tirititeros, que la actuación de estos tampoco se la perdonarán de por vida, junto con la de los Reyes Magos de saldo, a Carmena. Aunque me da que, en el caso de los Reyes Magos, les dolía más haberse quedado sin sitio de privilegio que otra cosa.

De lo que he rascado me han quedado por ahí conclusiones sueltas, quizás un poco retorcidas, como las virutas de la madera, pero que pueden quedar cabida en este blog, tan desordenado a veces, y caótico. Pongamos que estas virutas mantienen un diálogo entre ellas. Por decir algo, al menos en esta ocasión a los artistas no los han matado. Bueno, es cierto, suelta una viruta más retorcida, a modo de tornillo sin fin, pero se les ha aplicado una justicia demasiado inmediata y, creo yo, añade, que encerrarlos en la cárcel era un abuso de poder. Lo sería, argumenta la viruta más corta, pero al final la justicia que los encerró los liberó, eso indica que estamos en un estado de derecho. Lo estaremos, comenta el serrín apelmazado, cuando seamos capaces de distinguir la sátira de la apología, el esperpento del mal gusto, la ideologización de nuestra vida pública de los principios de convivencia que nos unen, así, podremos sentir y respetar este estado de derecho. Es entonces cuando unas esquirlas que han caído del mueble de una sede episcopal, saltan, ya está el serrín de siempre, teorizando, dando ejemplo, dando la tabarra; rezar más es lo que hay que hacer y callar las voces que atentan contra nosotros, la religión y la familia.

Es quizás ese absurdo diálogo a lo máximo a lo que podemos llegar, a ver que jamás nos pondremos de acuerdo en algo tan sencillo como que cada uno sabe los límites que debe respetar, que la imaginación es libre, pero que verbalizar el pensamiento o representarlo requiere de unas herramientas que se adquieren con el conocimiento y el estudio, y que una vez que se da el paso y se muestra, cada uno es responsable de su propia obra, sin que nadie deba ir más allá de la repulsa o del aplauso. El público suele ser soberano y juez ecuánime. Démosle a cada cual su sitio, dejemos el arbitrio de la calidad en el espectador o en el lector, y dejemos a los jueces persiguiendo al crimen, y a los asesinos en el limbo.
  

martes, 2 de febrero de 2016

BOWIE EN EL CORAZÓN

En el patio cada noche sonaba música de Karina, y, aunque no pueda recordar ni el título del disco ni la canción, sí que recuerdo la estridencia musical de aquel sonido pop de los sesenta; tampoco podría precisar si era en determinada canción del Lp, o en un compás de una canción cuando Mariasun, en un reflejo condicionado y con un grito estremecedor que unía admiración y esperanzas cercenadas, decía siempre: "¡Aaaay, Karina, eres la más grande!, ¡Aaaay, Karina!, si tú hubieras querido..."

Fue una época en la que el patio de luz, al que se abría la ventana de mi dormitorio, era un integrante más de mi vida. Aunque por él solo me llegaran la luz matutina y los sonidos de las canciones que mis vecinos bien cantaran, bien reprodujeran en sus equipos de alta fidelidad, cromados y enormes, o bien, o mal, eligieran de la radio.

Sin duda, Juana de Arco, El Muro y el mensaje mediterráneo y espiritual de Cuando el mar te tenga, alimentaron mis sueños y construyeron parte de lo que al tiempo yo sería.

Eran otros tiempos, aquellos de otro siglo en los que pensábamos que, por fin, la libertad había llegado, y que la música, aquella música elegante, sintética, y fuera de las normas de la canción ligera que la tele nos proponía, acompañaría aquel viaje de crecimiento. Fue cuando nos pensamos la generación ombligo de la historia; lástima que nunca nos lo creyésemos del todo y que nunca, jamás, llegásemos a vivir como si lo hubiéramos sido.

Entonces llegó. Las mañanas de los sábados allí estaban ellos, Alaska, Kiko Veneno, Faemino, Cansado, Pedro Reyes, Pablo Carbonell y...¡Gurruchaga! Sí, el gran Gurruchaga y la mítica Cuarta Parte, se convirtieron en las puertas de la percepción de muchos de nosotros; es posible que al principio me quedara viendo aquel programa, en sábados de migas o de arroz porque no me quedaba otra, una pierna rota me impedía tener el trasiego natural de mi edad, pero, cierto es que, poco a poco, toda aquella Bola de Cristal se redujo a ver las recomendaciones del easonense, que si Jó, que noche, Novecento, E la nave va, las películas de Russ Meyer, las de Truffaut, las de Hichtcock, Cotton Club o ¡Feliz Navidad, Mr. Lawrence!. Fue entonces cuando descubrí a Bowie, cuando me lo descubrieron. Aquel actor también cantaba, suya era una canción que aparecía en el trailer de El juego del halcón; sería el dueño del laberinto en Dentro del Laberinto; era, nos parecía, elegante; cantaba por aquella época con Mick Jagger...Era la modernidad, quizás lo más opuesto que se me podía ocurrir a las aburridas mañanas de sábado y catequesis.

Si me preguntan hoy, apenas podría decir cinco canciones de Bowie. Si me volvieran a preguntar, quitaría tres y me guardaría dos en la memoria, en la banda sonora de momentos de mi vida.

Yo no salté en ninguna cama, ya se ha dicho que tuve una grave rotura en mi pierna derecha; yo no me oculté en ningún armario con las canciones y el glam del Duque Blanco; pero viajé con Ziggy Stardust más de una noche a otros mundos, a futuros que no fueron, que no podrán ser. Ni siquiera tenía yo tocadiscos o radio con FM, ni podía decidir en qué momento escuchar la canción, pero jamás fallaron los hermanos Fajardo, siempre vino bien el instante en el que pinchaban este tema.

Algunos pensarán que es una moda hispter acordarse de Bowie, que es una corriente de las redes sociales, ¡que lo piensen! Les recomiendo, sin embargo, hacer una cosa, escoger la primera hora de la mañana de un lunes para escuchar en el coche Under Pressure; si saben escuchar y sentir comprenderán entonces por qué, cuando Bowie cantaba, Karina callaba.