jueves, 14 de agosto de 2008

OTRO AGOSTO, OTRO VERANO, OTRA MALDICIÓN AGONIZANTE.

Ya casi está pasando el puente de Agosto, aquel del que ni siquiera tenía noticia hace veinte años, cuando todo el verano era festivo y no acertaba a comprender que ningún día fuera más festivo que otro. Todo eso cambió conforme fue pasando el tiempo y empecé a hacer muescas en las esquinas del alma; descubrí otros mundos lejanos del mío primitivo, que incorporé a mi vida, y descubrí que lo peor del mundo no quedaba en el hastío y en el aburrimiento estival, sino en el vacío del alma y en la espera de lo que había de llegar a la vuelta de la esquina.
Este puente fue el comienzo de muchas desazones, de momentos de angustia muda, de ansiedad por llegar a una fecha para la que uno no estaría preparado jamás. Y no sería esta fecha la del momento de abandonar el lugar de vacaciones, sino la del momento de abandonar el estado de inconsciencia y felicidad.
Fue puente para la espera de los exámenes de septiembre, alguna vez que otra disfrutados, casi siempre temidos como a la pena negra. Podría pensarse que ya se había llegado a un final casi feliz, que se trataba de repasar, ya todo hecho, sin nervios. Dudo que alguna vez lo viviera sin nervios. Mucho antes era la fecha en la que se preparaba el cumpleaños de mi abuela, antesala del odiado retorno a la rutina de Córdoba, a la que luego se amaba desde el momento en que se llegaba a sus cercanías.
Hoy en día poco señala, solo la posibilidad de comprar churros para mi familia y de ver a la gente señoreada y sudando la gota gorda a primeras horas de una mañana de agosto.