viernes, 10 de julio de 2009

CARMEN EN LAS NUBES

A veces cuando sueña, Carmen sube a las nubes. Sube vestida con su camisón blanco, descalza, el pelo rubio y rizado al aire, alborotado, la viva imagen de un querubín.

Carmen sube risueña y entre el silencio y la blancura, su risa se convierte en una cascada melodiosa y su sonrisa y el brillo de sus ojos en un nuevo sol.

A veces también sube Marta, y el inicial pequeño fastidio que a su hermana le causa el que pegue puntapiés a los montoncitos de algodón que Carmen atesora y a que siempre esté escapándose a la nube de al lado, pronto se diluye, y se sientan para reir y jugar.

Unos días los patos de Londres, otros los delfines de Lanzarote o la isla de Lobos, pasan por allí a saludar y a dejar un grato recuerdo al despertar.

Carmen se siente allí una reina, la dueña de un lugar mágico lleno de bondad y sonrisas, la emperatriz del aire y el silencio.

Carmen se cree allí sola, sin saber que desde una nube un poco más alta, ocultos para que ella no los vea, unos ojos que la quieren la custodian y velan por que esta niña ni siquiera tropiece con la pluma suelta del ala de un ángel. Y la miran felices. Y sonríen.