martes, 28 de diciembre de 2010

CIERRE TEMPORAL.

Cien es un buen número para parar, entre las entradas que hay publicadas y los borradores supero este número. No es que quiera un cierre definitivo ni que quiera eliminar este blog, pero voy a parar. La razón principal es que quiero centrarme en otro esfuerzo, también de escritura.

Tengo el propósito de acabar en breve el inconcluso y perdido cuento de la Isla de Lobos, un pequeño artículo sobre mi afición a correr, varios borradores de entradas de los blog a medio hacer, e iniciar un libro. En el prólogo de una lectura reciente el escritor contaba que en sus relatos y en sus artículos necesita tiempos y planificaciones diferentes a los que necesita para redactar una novela. Este escritor es para mí una inspiración y un modelo en la escritura, por lo tanto le haré caso.

Hay una razón de peso más, soy un aprendiz en busca de tema para dar el salto. Podría decir que mi libro tratará de la “rebeldía justificada”, pero es incierto. No puedo aventurar ni tan siquiera que vaya a existir el libro, es imposible determinar de qué irá. Y tampoco puedo vaticinar si se escribirá y si se editará. Démosle un año a esta aventura. Pero si diversifico esfuerzos es seguro que las entradas del blog irán consumiendo las ideas sobre las que pudiera versar una novela, si así nace, o un libro de memorias o cualquier otra cosa.

Gracias a todos los que habéis participado en este blog con la lectura, gracias a los que habéis hecho comentarios. Quiero, sin embargo, abusar de vosotros y pediros un favor más, haced algún comentario sobre el blog, sobre la entrada que más os gusta o sobre la que más os disgusta, e identificaros. Es una forma de saber si mi camino va también hacia vosotros o solo hacia mí.

No sé si cumpliré a rajatabla con el propósito de pausar estas entradas (sé que retocaré y modificaré alguna y aparecerán publicados los borradores que ya inicié) pero lo intentaré. Y espero que sea señal de que avanzo en otros sentidos

miércoles, 22 de diciembre de 2010

DICCIONARIO. HOLLAR.

Cuando escribí sobre un corrupto busqué en el diccionario la palabra hollar, no estaba seguro de su grafía, lo que sé es que yo había mezclado oír, hoyar y hollar. Al que yo me refería es a hollar, pisar. Pero me llamó la atención que el diccionario atendiera a la etimología de la palabra, relacionada con folgar.

De inmediato pensé en una tarde de una navidad de principios de los 90, jugábamos a algo raro en casa de Susana y Ramón, con su particular tipismo nos habló de pisar como sinónimo de montar el macho de un animal a la hembra. Se refería a las gallinas, y no me queda muy claro si un gallo pisa a una gallina, sí que los mamíferos lo hacen.

Y me queda claro que de folgar viene follar. Y si esquivé una vez la pregunta de qué era para mí hacer el amor, diciendo que era un galicismo, ahora me queda más claro que este galicismo es necesario y que define mejor que los términos animales que empleamos el difícil arte de hacer el amor.

Y esta disculpa se la debía a dos personas. Perdón, Fernando por mi sarcasmo protector. Perdón, Inma por trivializar el amor.

SUEÑO. NAVIDAD.

Obertura.

Un teatro veneciano resplandeciente de pan de oro. Barroco, ampuloso y a la vez equilibrado. No posee patio de butacas. Los palcos se alzan hasta una altura insondable. Y, en el mejor lugar de este recinto, estoy yo, vestido a la italiana, con el pelo largo y coleta.

Every valley shall be exalted.

Un serio señor, alto, gordo, de barba negra se centra en la escena, tras él gruesos telones rojos. Inicia el canto y todo el teatro se llena con su voz. Canta y vibra y con él vibramos. Emana una contagiosa alegría, la de un padre orgulloso, ha nacido su hijo.

Aleluya.

Me fijo en los espectadores, ángeles, querubines como los que sostienen las bambalinas. Y cantan todos a coro junto al tenor y la soprano. Aleluya dicen, y junto a mí ascienden al cielo como enredadas en una tela de oro, las notas que me acarician, las letras que me perfuman. Y no me resisto, me elevo con las notas, me dejo acunar, me mezo. Y me siento elevado.

Y me siento otro.

Es El Mesías.

Es Navidad.

CONDENADO.

Si hubiera vivido en tiempos míticos, este castigo no habría sido más duro que el de Prometeo o Atlas. Pero en estos tiempos no podía imaginar a ningún dios empeñado en mortificarme. Yo sé que fui infiel a muchos pactos, infiel a mi matrimonio, infiel a mis primeras convicciones, pero jamás supe de ofensa alguna a ninguna deidad, mayor o menor, Única o de algún Panteón.

Y solo sé que hace años, muchos ya, viajé en avión y conocí a una mujer. No podéis imaginar lo que sentí, a su lado, durante el vuelo viví otra vida, me imaginaba junto a ella, como junto a una pequeña Mimí de rostro dulce y luminoso. Le propuse que se casara conmigo. No sabía de mi vida, de mi esposa, de mis sucios negocios, pero nunca me respondió.

Desde aquel día no he podido salir de un aeropuerto. Desembarco, recojo mi maleta y vuelvo a embarcar. Sin descanso. Sin reposo. Día tras día, año tras año, vuelo tras vuelo. Y la busco en todos los aviones, en todos los aeropuertos. Tan solo una vez, hace años, creí verla. Esperando la llegada de un vuelo. Un cristal nos separaba. No pude preguntarle a quién esperaba. Qué esperaba. Si acaso necesitaba responder. Si acaso era el destino que yo debía alguna vez encontrar.

UMBERTO ECO, QUE ME HAS COPIADO.

Hace poco más de un año hablaba con el señor Gorelli de los sabios de Sión, creo que de los doce sabios de Sión. Esto venía a cuento de Will Eisner quien desde los años 80 empezó a profesar una desbordada militancia sionista y cuya última obra había sido La Conspiración. No un cómic, no una novela gráfica sino, en realidad, un ensayo en cómic; también se podía interpretar como un panfleto.
Ahora se acaba de editar la última novela de Eco. La historia que narra es la del agente secreto que urdió el complot antijudío. La polémica ha acompañado la obra desde el principio, y, hablo de oídas, el problema es que parece convertir en una especie de héroe al que es un personaje siniestro.
Pero yo no puedo dejar de pensar en lo que le pasa por la cabeza a este muchacho italiano al que admiro. Ya con El Péndulo de Foucault lo acusaron de plagio, ahora podrían acusarlo, si no de tanto, sí, por lo menos, de inspirarse fuertemente en la obra de Eisner. Y debo recordar que no fue otro sino Umberto Eco quien prologaba la edición española de La Conspiración.
Pero la historia tiene todo lo que necesita una historia para resultar interesante. Un cementerio judío, el de Praga; una reunión secreta, la de los patriarcas de las tribus de Israel; judíos, dinero, poder, envidia; agentes secretos rusos; un libelo francés usado por la policía secreta rusa para justificar sus progromos; un libro secreto, prohibido y falso; y el nacimiento de una conspiración universal, el complot judeomasónico.
Todo demasiado atractivo. Tanto que en algún momento yo había soñado con usar este argumento para una historia, una que comenzaría así "Al fondo de la calle se yergue un edificio que un visitante despistado pensaría que es una iglesia protestante. Austera. Funcional. Es la sinagoga de Praga, junto a la que se extiende en una tierra fría y dura el cementerio judío. Tumbas y tumbas, piedra sobre piedra, rezo sobre rezo de sufrimiento, de humillación. En este lugar, el más frío de Praga, aun se escuchan los ecos de una conversación, la de hace dos siglos, cuando aquí en el sepulcral silencio de una navidad no celebrada se reunieron los Doce Sabios de Sión para determinar el futuro del mundo."
Así que ahora solo puedo pensar: "Umberto Eco, que me has copiado. Umberto Eco, que te has adelantado".

VENECIA.

Tras los pasos de Mario, un viejo marino, recorremos un camino secreto plagado de callejones, de puentes, de ríos oscuros y brocales de pozo. Mario conoce bien mi tierra, y yo a pesar de llevar aquí apenas dos horas, me siento como si en este lugar hubiera vivido mi infancia. Y como a otro marino de Malta que tiene el alma veneciana y el corazón cordobés, le perdemos la pista a Mario. También hay un ruso en las cercanías, pero no lleva barba.
En esta tierra, en esta laguna, sopla el misterio, sopla la decadencia, y el mar pretende arrebatarnos el paseo. Imposible. Esta ciudad ha hecho un pacto con el Adriático, una permuta de belleza y eternidad.
Y paseamos por los sestieri en pos de algo, de algún espíritu perdido, quizás Mario, quizás Corto, quizás Casanova. Y en el barrio judío, el viejo ghetto, nos encontramos el de la ciudad. Judío, masón, católico, misterioso y brumoso. Junto a los moros. Frente a Murano, la isla de la grappa; frente a Torcello, la isla del diablo y de Atila.
Y sé que ya he estado aquí antes, alguna tarde al cruzar alguna puerta de otra vieja judería o de medievales callejones secretos, en otra vieja ciudad. A la que también llaman como a una mujer. Otra ciudad de fuentes brumosas y jardines secretos. Otra capital de mundos antiguos.
El agua se remansa en las calles. Las góndolas como pequeños dragones parecen pasearse, en realidad custodian la ciudad de las serpientes marinas. Y los pozos, las escaleras, las puertas cerradas y los campos ocultos conectan este mundo con otros. Hacen falta siete llaves de siete puertas y siete palabras de siete demonios para atravesarlas.
La llaman Al Bunduqiyyah.
 
 
En Venecia, hay tres lugares mágicos
y secretos: uno en la “Calle del Amor de
los Amigos”, otro cerca del “Puente de
las Maravillas”, y otro en la “Calle dei Marrani”,
cerca de San Geremia, en el viejo ghetto.
Cuando los venecianos –algunas veces son los
malteses- se cansan de las autoridades, van a esos
lugares secretos y, tras abrir las puertas al
fondo de esos patios, se van para siempre
hacia países maravillosos y hacia otras historias.
 
HUGO PRATT
Fábula de Venecia 

domingo, 19 de diciembre de 2010

POEMA.

Yo no quiero el arrullo de la tristeza,

de su aliento de zorra indeseable.

Yo no busco el olvido,

busco el calor de un sol meridiano.

Busco la templanza de un recuerdo,

el de un aburrido día de verano,

el del frío compartido.

Existe ese rincón en la memoria,

sé que existe.

Sé que Dios en su descuidada creación,

lo ha dejado oculto en algún sitio.

Y yo no quiero vivir en la triste,

incontrolada concatenación de días de nostalgia,

quiero vivir en nuestra vida,

que no es la de los días del ayer, la de los días que serían.

Estos, los días que son,

días de pesado golpe de tic-tac,

de afilados minutos,

en los que no olvido,

en los que no recuerdo,

me hacen sentir que porque quiero olvidarte,

solo por eso,

te recuerdo.

viernes, 26 de noviembre de 2010

DEL TRABAJO.

Nos pasan cosas y pensamos que somos los únicos.

Los demás nos cuentan cosas y pensamos que jamás nos sucederán.

Ayer el alcalde nos enfrentó a dos técnicos a una plataforma ciudadana iracunda, mezcla de gente temerosa, mezcla de politiquillos. El motivo, un tanatorio y crematorio frente a sus viviendas, cierto, como es cierto que compraron sus viviendas frente a un cementerio, a unos cuatrocientos metros. En la reunión hay un tipo raro, sé que no quiere conseguir nada, la reunión y el encierro posterior con el que amenaza son su verdadero objetivo. Su sonrisa, que intenta que sea maliciosa le delata, en realidad, es el tic de un mal jugador de póker. Hay madres que han sacado de internet informes sobre lo perniciosa que es esta instalación para la salud de sus hijos, ¿cómo decirles sin herirlas que lo que han traído es una mezcla de informe de horno de Auschwitz, de incinerador de basuras, de fantasía y de barbacoa americana?. Y el que duele, el que quiere convertirse en juez, al que un alcalde sin hombría le cede la iniciativa y lanza preguntas como dardos, como problemas irresolubles sobre trayectorias de cadáveres, sobre tiempos de cremación, sobre colindancias, examen oral al que me someten usando normativa no solo derogada sino falsa. Y éste, al que he asesorado durante un año, al que tenía aprecio, no en vano su mujer ha estado enferma, muy enferma, no en vano lo he pasado mal por sus hijas, lo consigue, desata mi ira, mi furia.

Y no saben que en realidad no estoy en la reunión. Estoy en el tanatorio, en otro tanatorio quizás, en otros tanatorios, esperando el momento en el que se hará cenizas el cuerpo que albergaba una vida unas horas atrás. Y no saben que en esa reunión están presentes mayos, noviembres, agostos. Y no podrán saber jamás que, a la vez, estoy en la primera sala en la que Fernando tenía su consulta, frente al cementerio encalado, y donde yo dejé que escaparan como espectros muchos de mis miedos.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

ESCRITORES.

El editorial del ABC de hoy me ha hecho reflexionar sobre lo que quiero conseguir con la escritura. Y me coloca en una posición en la que tengo que decidir el rumbo que quiero tomar. Es la misma posición en la que me coloqué tras leer los consejos de Fernando sobre la publicación de libros. Y en la que dudo de todo.
Cuando Fernando me recomendó un par de editoriales en las que publicar lo que escribo y tras ver en el quiosco en el que compro la prensa los libros escritos por un dentista y un geógrafo me retraje. En la página web de la editorial se anunciaban los libros de veinte mil escritores, la sinopsis de estos libros y las portadas invitaban a huir (Neruda decía, el olor de las peluquerías me da ganas de llorar) y hasta con cierta sorna los editores anunciaban un libro como uno más de los veinte de cierta "prolífica autora". Los libros que he encontrado en Morón no invitan a mucha más alegría. Y sé que es posible que no me haga feliz verme entre estos autores.
Ahí es donde comienzan las dudas, porque dudo de tener la calidad suficiente para alcanzar el título de escritor. Casi siempre me llega aquí el reflejo del escritor con el que coincidimos en Burgos. Ha terminado una serie, en cantidad, interesante de libros, incluyendo una trilogía, y es articulista asiduo de la prensa que leo. Mas recuerdo el libro que leí de él y me parece insulso, demasiada fanfarria para un resultado tan escaso, para un tema tan manido como la II Guerra Mundial. Y él, sin embargo, nos miraba a todos en el hotel como a ignorantes, sus libros lo elevaban.
La editorial de hoy habla sobre el Nobel, sobre el anhelo de muchos escritores por recibirlo, autores que no se preocupan por su obra sino por la fama. Yo creo que Armas Marcelo no ha recordado la idea griega sobre la fama y la gloria, porque, al fin y al cabo, de eso se hablaba. Pero hila una reflexión bien argumentada sobre el propósito de la escritura. Tampoco me satisface la idea hiperculta de que cada palabra encaje a la perfección en un texto formalmente extraordinario; la forma natural, sencilla, de palabras comunes es la que me seduce y la que más se adapta a mi cultura pop.
Entonces, ¿qué quiero encontrar en la escritura?, ¿qué quiero conseguir con lo que escribo?. Esta es mi pregunta y no sé la respuesta. Antes pensaba que el propósito último sería ver publicado un libro, llegar a la gente, ser reconocido. No creo que lo sea ahora. Como ingeniero abandoné la lingüística, la filología y las artes literarias, y si tengo estilo personal no lo debo al estudio sino a la lectura, ociosa, catárquica o evasiva. Y cuando pienso sobre esto acudo a los libros que me han gustado, que hubiera querido escribir, de Sampedro, de García Márquez, de Marukami, de Saint Exupery, de Barbery, de Benedetti, de tantos otros. Y mis errores sintácticos, semánticos y gramaticales me alejan de una élite que forma la vanguardia artística de la lengua. Élite, por lo demás, vacía de sentimiento. Así que lo único que quiero es que me lean mis amigos, que a través de la escritura sepan de mí. Y dos íntimas aspiraciones, leerme sin vergüenza ni rubor y, poder con lo que escribo, llorar de vez en cuando.
La escritura es importante para mí, sí. Pero sé que he de trabajar mucho para conseguir la emoción en ella y con ella y que será difícil alcanzar el nivel de hermosura de lo mejor que he leído en los últimos tiempos, el primer capítulo de las memorias de Harpo Marx, los agradecimientos de una tesis doctoral que tuve que estudiar y la dedicatoria que mi amigo Tello me dedicó por mi cumpleaños.

viernes, 19 de noviembre de 2010

LIMBO.

La religión cristiana tiene una capacidad inconmensurable de dar explicación a cualquier hecho y convertirlo en propio. Ha asimilado fiestas paganas convirtiéndolas en festividades clave de su calendario litúrgico, ha adoptado vidas de santos romanos, griegos y norteafricanos a las vidas de santos cristianos y ha hecho, a fin de cuentas, lo que ha querido para que la religión pudiera explicarlo todo, fuera manual de vida y nos pudiera mantener dentro de un redil sin necesidad de buscar nada fuera de ella. Quizás de ahí viene su reticencia a cambios y novedades, a pluralidades y nuevas formas de ver el mundo, es necesario inventar algo para explicarlo, para domar lo que es contrario a sus intereses y tener el tiempo necesario para incorporarlo a sus creencias y normas.

Quizás una de sus invenciones más poéticas es la del limbo. Bueno, invención no es, el limbo existe, lo que se inventaron fue su función.

Y el limbo es poético. En él se depositan todas las miradas que posé en ti y que desconoces, los libros que he leído y olvidé, las cartas que se perdieron que duermen al lado de los correos y los mensajes que nunca leíste, que nunca respondiste. Es cierto que es posible que allí descanse la pareja del calcetín que desapareció. Es posible que el limbo esté hecho de la materia con la que se forjan los sueños, y, es posible, que del limbo salga alguna vez, no un alma, sino alimento para algún espíritu.

¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan entre las rendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y adónde van...?
¿Adónde van?

Adónde van (Silvio Rodríguez)

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL DOBLE.

Durante años viví un pequeño tormento, compartía Escuela Técnica con alguien con mis mismos apellidos. No fue así al principio porque es mayor que yo, pero en dos años aparecíamos en los listados de las mismas asignaturas. Eran los tiempos del MS-DOS, del FORTRAN, del papel de impresora continuo, y de tantas cosas que hoy parecen ridículas, pero en aquella época una lista podía albergar un número muy limitado de caracteres, así que mi nombre aparecía mutilado en la A del segundo nombre y en el Ag del segundo apellido. También mi doble sufría esa cirugía y como, casualidad de las casualidades, compartíamos además primer nombre e inicial del segundo, era imposible determinar cual de los dos aprobaba y cual no. ¿Para qué preguntar quien sacaba mejor nota o peor si la realidad era binaria?.

Es de recibo decir que el mayor tormento no vino de mí, ni de él. Al fin y al cabo solucionábamos aquello de una forma civilizada acudiendo a un departamento o a Secretaría para ratificar cada uno su examen. ¡Qué va!, también compartió estudios conmigo una ex-amiga, ex-novia de un amigo mío, que me odiaba como odian los ex-fumadores al tabaco. También es de recibo decir que el sentimiento se convirtió en mutuo, aunque no sé cómo llegué a aquello. Bueno pues D. acudía al tablón a ver las notas como quien lee el periódico, apuntaba con exactitud en su libreta los resultados de cada uno de los que conocía y si habías suspendido y te veía antes de llegar al tablón te daba la mala noticia con una sonrisa en la boca, un cuatro, un dos, un tres y medio. Graciosa, ¿verdad?. Como es de suponer a mí me daba las malas notas mías y las de mi doble como si fueran mías aun cuando yo hubiera aprobado. En otras ocasiones en las que no me encontró, se las apañó para hablar con mis amigos de Córdoba y decirles que mi alegría por el sobresaliente en Ecuaciones Diferenciales y Tecnología Química era falsa, en realidad había suspendido. Noticia que llegó además a mis padres, con la consiguiente y monumental bronca, suspender vale, pero mentir… Jamás pude deshacer aquel entuerto con credibilidad. (Después de releer esto me doy cuenta de por qué odiaba a aquella hija de puta).

Tardamos casi dos cursos en que arreglaran aquello, bastó con que añadieran el dni a la lista, pero jamás me quedé satisfecho con los exámenes. En los exámenes no había dni, mi doble acostumbraba a escribir de su nombre solo las iniciales y a mi me han cambiado el segundo siempre, razones por la que no puedo sino sospechar que hubo intercambio de notas y resultados en alguna que otra ocasión. Yo creo que él no acabó la carrera, dejó de aparecer en quinto, no está colegiado y no aparece en las guías de teléfono, así que aquella sombra se esfumó y hoy solo vuelve a aparecerse en sueños. No verdaderas pesadillas sino sueños pesados en los que la burocracia de cambiar una nota o consultar un expediente implica cientos de paseos, de visitas a despachos y  de sinsabores. Casi como en la kafkiana realidad.

lunes, 15 de noviembre de 2010

DICCIONARIO. TRASMINAR.

Inmerso en una antológica inseguridad ortográfica consulto el diccionario de la RAE y aparece este término, trasminar, al que yo buscaba con el prefijo trans como “transminar”. No es un lío menor, en el diccionario de referencia del español, los prefijos tras- y trans-compiten, se alternan y se permutan, con un sentido que solo con el uso continuado de las palabras se puede conocer. Pero significan lo mismo: al otro lado, a través de.

Esta introducción me recuerda que en mi reciente maldad sobre el acento ortográfico en la conjunción o, la Academia me ha dejado tirado. Porque lo que era válido hace quince días pasará a ser incorrecto en breve. La tilde de o tenía un sentido tipográfico, ya que, en ciertas grafías, se confunde con el número, ¿número?, cero. Así que si la tilde se usa para distinguirla de números, ¿se puede usar para que quién está aprendiendo a leer la distinga sin ningún tipo de duda?. No veo mayor claridad diacrítica que esta.

Yo solo he escuchado la palabra trasminar en cantes flamencos o en coplas cercanas al flamenco. En unas alegrías de Chano Lobato dice: “trasmina y huele a albahaquita de la India, rebujaíta con limón verde”; no podía pensar menos de esa palabra jamás oída antes que formaba parte del caló. Al oír “A ciegas” en versión de Miguel Poveda dudé, ¿y si existe este verbo?. Existe, y es poético.

Dicho de un olor, de un líquido, trasminar es penetrar o pasar a través de algo. Es la acepción canónica, y no es completa. Lo que sugiere trasminar es femenino; no puedo imaginarme a un hombre trasminando salvo en la otra vertiente, abriendo camino por debajo de la tierra. Y puedo imaginarme trasminando a una mujer recién terminado su aseo, peinada, y perfumada con el suave olor de un jabón o de una fresca colonia o de unas flores recién cortadas. Y también puedo imaginarme a una mujer trasminando a través de un hombre para hacerle saber a otra que ese hombre es suyo. Pero lo que en realidad pienso es en una tarde de verano, recién asentado el albero, con su ocre olor a humedad que crece junto al olor metálico de las sillas del paseo, y en ti, arreglada con un vestido, peinada hacia atrás y trasminando tu olor.

Alegría (de Tía Luisa "La Butrón")

¿Qué te echas en la cabecita
que tanto trasmina y huele?
albahaquita de la India
rebujaíta con limón verde

cuando vas andando, chiquilla
canelas y rosas
vas derramando

LA IDENTIDAD DE EULER.

Observo la siguiente expresión:
eiπ + 1 = 0
Y pienso en la sencillez, en la rotundidad con la que afirma lo evidente.
Y podría decir la nada es igual a la nada.
0 = 0
Y podría decir el todo es igual al todo.
1 = 1
Pero prefiero pensar en que para decir esto reúne a los embajadores de las viejas disciplinas matemáticas, geometría, cálculo y álgebra. Y que π, e, i, desaparecen para dejar a solas a la identidad y al número que no es número.
Y que este truco de magia, este círculo vicioso de decir a un lado y a otro lo mismo, se hace con la única operación que en realidad existe, la suma, la adición. Y si alguien sabe leer sabrá que todas las matemáticas son, a poco que se piense, sumas y sumas, tan solo sumas, de números de distinta naturaleza.
Y para llegar a lo evidente hay que desentrañar el misterio:
eix = cosx + isenx
Lo que me lleva a recordar que es el seno la más honesta de las funciones trigonométricas.
No sé por qué no adoramos la identidad de Euler.

UN SUEÑO. SOLDADO A CABALLO.

Desde hace unos años algunos días siento un temor a la hora de ir al trabajo. No es temor infundado, casi siempre sé que ese día tendré que enfrentarme a algo complicado. Y sabéis la mayoría que no me asusta lo difícil, lo más que puede pasarme es que no sepa resolverlo, me asusta encontrarme con algo sucio, injusto o ilegal.
Esos días necesito animarme para luchar y resistir el aluvión que se avecine, para no ceder. Hay días en los que cojo el viejo concierto de Silvio, escucho tres canciones, La Maza, De la Ausencia y de Ti y A dónde van. Sin tener nada que ver con mi conflicto me recuerdan algo, cuáles son mis convicciones, mis principios, qué es lo importante en mi vida. Armas suficientes para combatir.
Otras veces tengo un sueño recurrente. Sé que vengo en coche, cerca de la cornisa de los Alcores. Y cuando desciendo la loma y tomo esa llanura que podría ser un páramo estepario, soy un soldado. No un soldado de a pie, sino un jinete, en realidad un teniente de la caballería ligera. El uniforme cambia, es unos días el de un oficial inglés de la I Guerra Mundial, pardo; otras veces el de un ruso blanco en la contrarrevolución, siempre empuñando un sable, a veces también un rifle al hombro, otras pistola al cinto. Ser un ruso blanco no es sospechoso de faltar a mis ideales, soy, en este sueño, como el teniente Orlov, un rebelde contra la injusticia, triste por saber que mi lucha es contra una marea mayor que yo. Al iniciarse mi camino por la planicie neblinosa beso el sable frente a mis ojos y cargo con él cortando el viento, galopando hacia Morón.

LIMBO.[CORCHETEADO]

[Se advierte al lector que las párrafos que se enmarcan entre corchetes no solo son farragosos e innecesarios para el texto, no así para la verborrea del autor, sino que pueden herir la sensibilidad de los que sienten como suya la doctrina eclesiástica. Pueden obviarse y si el lector es sufridor, volver a leerlas para convertirse en sufriente]

La religión cristiana [No he confundido cristianismo y catolicismo. Hablo del cristianismo iniciado en la región romana de Judea, incorporado como religión de Estado por el Imperio Romano y de la que se han ido desgajando Iglesias, casi siempre por motivos políticos, que han mantenido esta capacidad camaleónica de adaptación al poder. Sí puede decirse que cuando hablo de religión quizás debería hablar de Iglesia como organización. El sentimiento religioso y Dios confluyen en ciertos momentos con las Iglesias, la mayoría de las veces cada uno va por su lado] tiene una capacidad inconmensurable de dar explicación a cualquier hecho y convertirlo en propio. Ha asimilado fiestas paganas convirtiéndolas en festividades clave de su calendario litúrgico, ha adoptado vidas de santos romanos, griegos y norteafricanos a las vidas de santos cristianos y ha hecho, a fin de cuentas, lo que ha querido para que la religión pudiera explicarlo todo, fuera manual de vida y nos pudiera mantener dentro de un redil sin necesidad de buscar nada fuera de ella. Quizás de ahí viene su reticencia a cambios y novedades, a pluralidades y nuevas formas de ver el mundo, es necesario inventar algo para explicarlo, para domar lo que es contrario a sus intereses y tener el tiempo necesario para incorporarlo a sus creencias y normas.

Quizás una de sus invenciones más poéticas es la del limbo. Bueno, invención no es, el limbo existe, lo que se inventaron fue su función. [Según la Iglesia y siguiendo esa idea de incorporarlo todo y casarlo todo se produce un problema. Desde la creación del mundo hasta que Jesús retorna al Cielo existe un número de hombres (y mujeres se debe entender, y aquí hay que especificar porque en esto la Iglesia es sibilina, si dice hombres, dice hombres, no seres pertenecientes a la especie humana sin tener en cuenta el género, lo que se aclara no para complacencia de alguna, sino para dejar constancia de la actitud integradora del autor) que no han podido recibir el derecho a entrar en el Cielo ya que Cristo no los ha salvado. Es un problema, puesto que si se quiere integrar el Antiguo Testamento con el Nuevo, los patriarcas, por lo menos y por quedarnos con los insignes, deben incluirse en la lista de los acogidos en el Paraíso. ¿Qué sería  de una eternidad sin las barbas de Moisés?, podría pensar uno de Puente Genil. Así que dos soluciones o decimos que como todo es eterno y Dios todo lo ve, no importa ni el antes ni el después y ya han sido salvados, cosa que no solo liaría al más pintado sino que obligaría a pensar en el eterno retorno y no existiría el fin del mundo; o ponemos a los santos pre-Cristo en algún sitio y luego los recogen. Ea, al limbo, llamémosle el limbo de los justos. Y, otra cuestión, si es el bautismo el que redime del pecado original, qué pasa con los que no han pecado, pero que tampoco han podido bautizarse. Se podría ser generoso e incluirlos en la nómina celestial, pero si se empieza por ahí, tendríamos que incluir a los que profesan otra religión y no pecan, y faltaría más, el Cielo es para los nuestros. Pues nada, al limbo; esta vez el de los inocentes. Como se ve solución compartimentada, cada cosa en sus sitio, muy del gusto alemán, por lo que no creo que este Papa diga nada sobre esto].

Y el limbo es poético. En él se depositan todas las miradas que posé en ti y que desconoces, los libros que he leído y olvidé, las cartas que se perdieron que duermen al lado de los correos y los mensajes que nunca leíste, que nunca respondiste. Es cierto que es posible que allí descanse la pareja del calcetín que desapareció. Es posible que el limbo esté hecho de la materia con la que se forjan los sueños, y, es posible, que del limbo salga alguna vez, no un alma, sino alimento para algún espíritu.

¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan entre las rendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y adónde van...?
¿Adónde van?

Adónde van (Silvio Rodríguez)

EL SILENCIO DEL BAJO.

En un oscuro escenario iluminado por un foco tamizado aparece de entre las bambalinas el bajo danés. Es su recital de despedida. En esta sala que no ha elegido por ninguna razón especial va a interpretar un repertorio inusual, desconocido para un auditorio que apenas llena el aforo. Éste, el listado de canciones, sí ha sido elegido por él, evitando toda referencia al divismo de los tenores.

El aire vibra con su voz profunda, como el grueso terciopelo de un terno antiguo, que acaricia las almas de los asistentes. Nadie puede decir qué palabras se deslizan entre varios fa#4 e incluso un sol4 que no saben identificar. Tan solo saben que están asistiendo a un acontecimiento único, en el que se liberan cantos adormecidos en la historia, acaso cantos de una liturgia olvidada a dioses olvidados.

Esa antigua salmodia que los hipnotiza termina. El cantante recoge del atril su cuaderno, lo pliega, hace una reverencia, da la espalda al público y se marcha. Nadie aplaude, es cierto que el bajo lo ha pedido, también que nadie se atreve a contaminar la atmósfera perfumada con las caricias del maestro.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA RED.

Tu obsesión al despertar es conectarte a la red, bucear en el correo, y esperar. Esperabas ayer frente a un fondo de pantalla negro, esperabas, esperabas.

Ya ha pasado el tiempo en que la amistad viajaba a la velocidad de la luz instalada en electrones, mezclada con falsas profundidades, con falsa penas, con falsas alegrías. Ya ha pasado el tiempo en el que los correos simulaban conversaciones. Una eternidad desde que recibes una verdadera carta.

Tu mirada a 60 hertzios parece estar en modo de ahorro de energía. Y, de repente, el mundo desaparece a tus pies.

lunes, 8 de noviembre de 2010

UN CORTO RELATO.

La corriente del río empuja con una fuerza sorda y continua los papeles que una vez fueron una carta de despedida. Siguen el camino que siguieron las flores que lanzamos desde el puente. Y siguen el camino que tú emprendiste. Justo antes de que acabara la carta, justo unos minutos antes, suficientes para ser el primero. Ni a esto quisiste perder.

jueves, 4 de noviembre de 2010

¿POR QUÉ CORRER?, ¿POR QUÉ CORRO?.

Desde hace unos años yo sentía el inicio de la Navidad corriendo en la media maratón que va de Sevilla a Los Palacios. Allí me recogía Felipe y después nos íbamos a comer juntos. Hoy, mi lesión de menisco me tiene aquí sentado. Pero no he podido evitar estar atento para oír esta mañana el disparo de la salida y soñar con que, de haber corrido, podría haber bajado mi marca. Por supuesto, hoy no hay nada de eso y me siento apartado. Apartado incluso de la Navidad.

Y es que, en ocasiones, la afición, cualquier afición, si bien no es el motivo principal de vivir, sí constituye un aliento para dotar de sentido y gozar el resto de la existencia. Lo curioso es que los aficionados a correr parecen gozar con el sufrimiento. Correr implica sufrimiento y sacrificios, en realidad, correr es un pequeño tormento. Pero no puedo vivir sin esta afición. Y no soy masoquista.

Gracias a Tello he descubierto que vivo tres vidas y que estas tres vidas confluyen en una carrera. De Fernando lo había aprendido en su vertiente latina, la vida posible, la vida que uno puede llevar, la vida que uno quiere llevar. Posibilitas, capacitas, voluntas. Y creo que aquí está la clave del placer que encuentro corriendo, en que, sea a la velocidad que sea, tengo la ilusión de convertirme en auriga a la vez de mi pasión y de mi cuerpo.

Al iniciar una carrera paso casi siempre por varias fases. La inicial es la más peligrosa, en la que uno se plantea el sentido que tiene levantarse temprano, soportar el lento despertar de los músculos, la pesadez de piernas y la hora, hora y media o dos horas que esperan. Si se supera esta fase, se entra en otra fase de carrera mecánica. Suele ocurrir a partir de los diez minutos, el cuerpo pone en marcha un automatismo y marcha por sí solo. Es la fase más productiva para la mente si se marcha tranquilo, es en la fase en la que se limpian los miles de problemas, las malas ideas, y es en estas fases donde han nacido la mayoría de las entradas de este blog. Y la fatiga aparece de dos formas, en la mente o en el cuerpo. Si son las piernas o el pecho, incluso el costado, y la mente está limpia es capaz de vencer este cansancio. Si es la mente, ¡peligro!, la voluntad ha de vencer a la mente, y solo a veces lo consigue.

De otra forma, y haciendo una analogía con las tres vidas, la vida real, el ejercicio, la carrera, es un esfuerzo de desgaste necesario para poder vivir las otras vidas. Aquí es donde se expanden las posibilidades innatas de cada uno. La capacidad natural, la fisiológica, es la que aflora en la segunda parte de la carrera; en la planificación, en la forma en la que uno decide entrenar es la vida que uno desea. Claro, que esta es una interpretación muy personal y muy posible. Otra interpretación podría hacer un paralelismo entre las fases por las que yo paso en un entrenamiento y las tres vidas.

El trabajo. La vida pública.

Imagínese el lector un día cualquiera. Trabajo, casa, obligaciones familiares y una necesidad, correr. Y llegado el momento del relax, llega la decisión de salir a la calle, de calzarse las zapatillas y entrenar. O la mañana del domingo en la que con el amanecer se inicia el mecanismo, y el ritual, de la carrera larga, el de despertarse sobre el asfalto. Es cierto que cuesta trabajo, que es difícil empezar a golpear con el pie frío el asfalto aun más duro y más frío. Es cierto que cuesta un esfuerzo enorme vestirse con un pantalón corto o unas mallas, una camiseta y, si acaso, un cortavientos, y correr. Pero es, al final, algo que se hace, que se necesita y que se hace.

La vida familiar. La comodidad. las endorfinas.

Una vez superada cierta distancia, con los músculos ya calientes, uno se siente en una zona cómoda. El camino se desplaza bajo los pies, se atraviesan zonas de lluvia, de niebla, árboles, zonas de páramo, se sueña, se despeja la mente y uno no siente que corre, no nota el esfuerzo. Se corre como se vive, casi sin notarlo, dejando que espacio y tiempo pasen. Y siendo espectador.

Alguien ha estudiado esta fase, sabe que se segregan endorfinas, que todo es un doping natural, que nuestro cuerpo nos engaña para continuar la tarea. Y puede que sea cierto. No sé si alguien ha contado que en esta fase la mente se despeja, se queda en blanco y que, quizás esto, sea la verdadera meditación y el rezo.

El final. El Destino.

Sea cual sea la distancia de la carrera, algo le dice a nuestra mente que llega el final. Quede lo que quede, como en esa paradoja matemática en el que siempre queda la mitad de la mitad de la mitad de la distancia que nunca se alcanza, la meta está en el infinito. Y de golpe el cansancio nos viste, se cuelga de brazos y piernas y quiere que lo arrastremos. No se debe ignorar, tan solo saber que lo llevamos.

Para acabar la carrera, el entrenamiento, se visualiza el fin. Hay que romper el bucle de la mente, en el que, iteración tras iteración, uno se detiene y abandona, se para, se cae, y nunca llega. Si se tiene la fortaleza suficiente se puede romper el nudo gordiano y continuar. Es el auriga el que, por fin, controla el cuerpo, y los caballos desbocados de la renuncia y el abandono.

Es la vida soñada. Y estoy seguro que al hacer spinning, coger la bicicleta o echar a correr, todos, absolutamente todos los corredores y ciclistas del mundo proyectan una imagen ideal de lo que hacen. Lo que a mí me motiva me sugiere varias imágenes. Una de ellas tiene que ver con los Tour de Induráin; una es la imagen de un gigantón llamado Eros Poli, escapado, subiendo una interminable cuesta, medio atragantado con el esfuerzo, a diez minutos del pelotón y llorando como un niño porque sabía que la victoria ese día le acompañaría; otra es la imagen de un ciclista vasco, cualquiera valdría, enrolado en un equipo italiano de fuga y esprínter, que en la inmensidad de una carretera que surca una campiña verde decide tirar y probarse, y ese día la fila inacabable de corredores se pone en formación de a uno, y con el aliento cortado, las manos en el manillar y la mandíbula apretada trazan curvas detrás del rey de la carrera. La última imagen ciclista tiene que ver con el propio Induráin quien el día previo a una contrarreloj hace saltar la sorpresa en Bélgica, se escapa con un compañero belga del ONCE y emprenden una escapada por un camino flanqueado de altos árboles, en la que triunfa Johan Bruyneel para dedicar a su padre recién fallecido. En estas ensoñaciones no me llama la atención el triunfo, sino el esfuerzo que marca la voluntad y se impone a la del resto de ciclistas, pero por encima de todo, a la del corredor que tiene fe en sí mismo y sabe sacrificarse.

Es cierto, todas las imágenes vienen del ciclismo, y si no digo la imagen más certera en la que me inspiro es porque tengo la sensación de que cualquier corredor, cualquier soñador, al margen de cualquier victoria, de cualquier marca, busca en esencia el viaje, el del mohicano que corre detrás del ciervo, el de Bikila descalzo en Roma, el de Filípides en la llanura de Maratón… el de ser un carro de fuego.

Amanece. La música de Vangelis se impone sobre el ruido de un pequeño oleaje y el de las gaviotas en la playa. Un rítmico chapoteo se adueña de la escena. Junto al mar, al eterno mar, un grupo de hombres vestidos de blanco entrena. No hay campeón, no hay líder, tan solo un grupo unido en el que cada individuo, siendo uno y siendo motor de sí mismo, se siente parte de algo más. Los hombres corren. Junto a un mar que también se mueve en olas y mareas. Frente a un sol que se mueve constante. Los hombres corren. El hombre, el corredor, corre. Corre.

LA CHICA DE MANCHESTER.

Es té. Una caliente infusión que le sirven en un vaso desechable. Ya no se le hace raro haberse acostumbrado a esta bebida. Y ya no se le hace raro estar sola. Quiere añorar lo que siente que debe añorar. Quiere sentir tristeza por los que cree que deben estar tristes. Quiere sentir el desamor con la intensidad que debería sentir el amor. Pero el aroma a curry de los platos de los comensales vecinos la distraen. Y su pensamiento solo se dirige al té que hay frente a ella. Su té.

Y poco a poco las fragancias del pasado se marchan como esos hilos de vapor que salen de su vaso. Y poco a poco, con ellos, se van los recuerdos. Y poco a poco, con cada sorbo, se va convenciendo de que la vida, por fin su vida, empieza hoy.

BRISAS.

No hay aleteo alguno de mariposa y el ambiente sofocante del verano nos asfixia. Atmósfera seca, quieta, inmóvil. Pero al caer la noche una brisa fresca trae aromas de jazmín y dama de noche. Es un viento que se instala por un tiempo, le hemos gustado y se queda con nosotros.

Esta brisa poco a poco se corrompe, se convierte en un aire que nos sigue a todos lados, celoso, irascible. Nos hemos acostumbrado a él y ya no le prestamos atención. Tan solo advertimos que se ha marchado los días de calma chicha, días de pesadez, días de aturdimiento.

Cuando llega el huracán sabemos que es ella, nuestra brisa, que ha crecido y nos lo quiere hacer saber. Que ansía que reconozcamos su existencia y que no sabe que ya lo sabemos, que al igual que nuestros fantasmas, convive con nosotros en una realidad irreal.

Y tras su ira, se rinde, se pliega, se deshace su fuerza bruta y se domestica. Y ahí vive, a nuestro lado, aportando su turbiedad ocre a nuestro aire, con su putrefacto y leve olor.

lunes, 25 de octubre de 2010

SOBRE ANATOMIA DE UN INSTANTE.

Creo que lo justo es decir que una amiga, no lo sería si no tuviera interés en que yo llegara a leer este libre, me lo recomendó. Y creo que lo justo es decir que su entusiasmo por el libro quedaba atemperado en mí, quizás porque se interpuso este libro en el camino de otros libros, quizás porque la política ha hecho estragos en mi ánimo. Pero a medias por su semiorden, a medias porque sé de su sapiencia, lo empecé. ¡Y vive Dios que me costó trabajo!.
Me superaban el estilo circular de Javier Cercas y la marejada de datos. Intenté seguir el libro como un libro de texto, intentando casar autores, actores, traidores, traicionados... y ese es un mal camino. En principio porque este libro debería empezarse teniendo presente que el autor basa todo lo que cuenta en una investigación severa, en el análisis de circunstancias, hechos, pruebas y consecuencias, de lo que da fe la extensa  bibliografía; en parte porque se ha de saber que hay en él parte de novela, parte de elucubración, y que todo vuelve, todo se enuncia, todo se desarrolla y todo se concluye.
Con esto que he contado es imposible que a nadie le apetezca adentrarse en el libro. Y ese era mi sentimiento primero, hasta que aparece el soldado de Salamina, el estilo lleno de corazón de este escritor y el informe exhaustivo se convierte en un libro maravilloso. No en un extraordinario libro divulgativo sino en un alegato de libertad y en una reivindicación de una historia que no debe cambiarse sino mostrarse con orgullo.
Discrepo en varias cosas con el autor. La primera, sí recuerdo aquel día con exactitud, y no he confundido ni retorcido mi memoria. Era día de inglés, mi madre había ido a recogerme, las madres de mis compañeros comentaban que un comando de ETA había entrado en el Congreso y que la Guardia Civil forzó la toma de las Cortes. En mi casa las noticias eran confusas, ni mi padre, ni la titi, ni nadie sabía qué ocurría, ni de qué lado estaba nadie. No sé en Madrid, pero en Córdoba hasta las diez de la noche no se tenía claro nada, razón por la cual mi segunda y tercera discrepancias se sustentan en hechos ciertos. Y fue una noche larga, para todos menos para mí, que tuve que acostarme enseguida. Mi hermano por ser más pequeño pudo tragarse una noche llena de dibujos animados y películas de risa y piratas. Yo no, y solo a mediodía del día después pude ver una película, emitida a deshora, de Danny Kaye.
La segunda discrepancia viene de la afirmación de que nadie se rebeló contra el golpe. En principio esta afirmación es cierta, en profundidad no. Aquella madrugada se me reveló un secreto, los teléfonos se intervenían. Lo había visto en las películas de espías, creía que era algo imposible, pero no, durante toda aquella noche de febrero, las conversaciones entre la titi y mi padre fueron o grabadas o escuchadas, al igual que las llamadas de despedida de Herminio Trigo, de Ernesto, del "feo Gómez". Pepe, Pepito, nos vamos a Portugal, en el coche, lo primero que hemos cogido, sí, con los niños, ha sido bonito, un sueño, ten cuidado, lo hemos quemado todo... ¿Julio?, ¿no lo sabes?, los niños y Antoñita con nosotros, él está organizando la resistencia, pocas cosas con las que defenderse, su pistola y alguna que otra escopeta de caza... Pepe, Pepito, adiós. Tres días después aquello era motivo de burla y de escarnio, pero aquella madrugada la angustia se escribió en blanco y negro, se revivieron las despedidas, los paseos, los exilios a Francia, a México, a Rusia... Aquella madrugada llena de frío.
La última discrepancia está en la inexistencia de una trama civil en el golpe. No sé por qué lo que no ocurre en Madrid no ocurre, pero es así, y además no creo que lo que aconteció en Córdoba, una provinciana capital de provincias, no ocurriera en otros lados. Como he comentado no fue hasta después de la cena cuando se supo que la Guardia Civil buscaba imponer su orden; de lo de los tanques de Milán del Bosch me enteré de madrugada descifrándolo de entre las palabras a media voz de mi padre. Pero a las siete de la tarde en un chalet del Brillante se había reunido la cúpula de la ultraderecha cordobesa; entre ellos varios de los primos de mi madre, los primos de Paco Pérez, algún policía que conocíamos. A las nueve de la noche habían elaborado un bando en el que hablaban de los nuevos representantes de los poderes fácticos, del nuevo gobernador, del nuevo alcalde,... Fue la hermana de Pete quien lo leyó en su programa. A las diez de la noche. De esa reunión en la sierra también salió una lista encabezada por Anguita, a pesar de Carlos Castilla del Pino. Quien no hubiera estado en esa lista de virtuales ejecuciones sumarísimas no era nadie en la ciudad.
Y el epílogo desvela lo que me ha acongojado durante todo el libro porque hasta el final no sé si Cercas me quiere contar que lo ocurrido fue la única salida posible a un época muy dura, si solo los militares podían enderezar un rumbo que no era ni malo ni bueno, ni mejor ni peor que otros, tan solo un rumbo que no les gustaba y a una velocidad muy alta. Y solo al final demuestra un cariño sin igual por este país y por uno de los mayores artífices de que hoy se hable y se discuta, y se pueda hablar y se pueda discutir, sobre nosotros, sobre las autonomías, sobre la corrupción y los errores. Porque solo a través de la reivindicación de la figura de Suárez este país podrá saber que lo que hoy tenemos es fruto del perdón y la renuncia, del esfuerzo y de las ganas de vivir en paz y con prosperidad, no de unos pocos hombres puestos en la encrucijada de la historia, sino de todo un país, ingenuo, ilusionado, mucho más pobre, mucho más feliz, que con pantalones de campana, manta de cuadros, tinto y gaseosa, nos construyó una realidad a nosotros, sus herederos.
El 24 de febrero mi padre se enfadó conmigo porque yo quería entrar en el cuartel que estaba junto a mi colegio y combatir. No sabía ni a quién, ni a qué, ni junto a quién, ni contra quién, solo quería combatir. Y me dijo, a combatir al colegio, en tu sitio, levantándote temprano y quitándote esas legañas de los ojos. Y solo al cabo de los años sé que mi padre no me quitó las ganas de combatir sino que me enseñó donde debía hacerlo.

lunes, 18 de octubre de 2010

CAFÉ. [DESESTRUCTURADO].

La mujer llora. Luce una vestimenta de moda treinta años atrás. Podría pasar por una apasionada del vintage, pero es una ropa por la que ha pasado el tiempo. También ha pasado por su vida. Las lágrimas encuentran rápidos toboganes en los surcos de su rostro.


A ratos sorbe un café que está dejando enfriarse. Un café que le sirvieron demasiado caliente y que creía no poder beber. Ahora es una bebida tibia que no sabe a casi nada. Y piensa en la aventura que rompió aquí el día que estrenaba esta ropa. También demasiado caliente. También la dejó enfriar. Y llora.

viernes, 15 de octubre de 2010

SOBRE LAS LISTAS.

Cualquier lista en la que se intente escoger lo más significativo es injusta, irreal, incompleta y subjetiva. Es una premisa fundamental de cualquier lista. Así, a la lista que apareció aquel día en mi blog se le pueden aplicar todos esos calificativos. Y como me dijo Inma, está mal hecha. Es evidente, está mal hecha porque no es posible una lista de canciones en la que se han quedado fuera Joan Manuel Serrat, Simply Red, Radio Futura, Aute,... Y esto solo hablando de canciones, porque con las películas, libros y cómics ocurre otro tanto.
Pero en defensa de las listas que aparecen se debe decir algo, que nacieron de la espontaneidad y de un momento en el que quería reflejar un estado de ánimo y hacer una elección. Y lo importante es que no sobrara nada, que nada chirriara y eso lo conseguí. Por tanto, alcancé la redondez, la lista es, a la vez, mala y no mala.
Cada una de las cosas que aparecen en la lista se corresponde con un momento de mi vida, quizás infinitesimal, quizás no bueno, pero tiene una historia. Como cada historia es personal y se despiertan en cada uno sensaciones distintas a estímulos iguales, propongo que quien quiera experimentar lo haga por lo menos con las canciones. No sé si a través de alguna extraña conexión vivirá o sentirá lo que yo, no es necesario; pero no se arepentirá, todas son buenas canciones, buenas películas, buenos libros. Eso lo aseguro. Aunque haya otras mejores.

miércoles, 13 de octubre de 2010

LA MUJER OSMÓTICA.

Aléjate de la mujer osmótica, aléjate o te sorberá tu ser.
 
La mujer osmótica ha aprendido a serlo. De pequeña comía mortadela, salchichón y chorizo al lado de los niños del jamón york con mantequilla y pan bimbo o mediasnoches. Y veía que aquellas meriendas daban un lustre especial al pelo, al habla y a la dicción. ¿Cómo harían aquellos niños que en la pastelería sabían el nombre de cada dulce? Ansiaba decir algún día en el colmo de la sofisticación: Juan, póngame dos suizos y un pionono. En vez de eso etetiaba los pasteles.
 
En la academia de inglés adquirió su poder. De observar a aquellos cachorros de abogados, jueces, médicos y arquitectos dedujo que lo que sabían lo adquirían en su casa por cercanía a sus padres. Y a fuerza de voluntad y de proximidad empezó a osmotizar.
 
Al principio se contentaba con osmotizar conocimientos, ademanes y vestiduras; luego fueron las formas, el color de los ojos, los gustos y más tarde los bailes, los deseos y los sueños. Es curioso verla junto a su marido, un muñeco andante que adquiere la vida cuando ella se aleja, y al que ella reclama para obtener materia fresca de la que nutrirse.
 
Aléjate. O vuélvete insignificante, estarás a salvo si no tienes nada.

CAFÉ.

Siempre llueve a destiempo. Y llovía aquel día que ella estrenaba sus botas de ante. Y pensaba en los dos tópicos que siempre le recordaba la lluvia, " Llueve como en una mala novela". Y en el otro, indescifrable, "Era de noche y, sin embargo, llovía". Llovía aquella tarde en la que se citaron y cuando le cogió la mano y cambió el tono de su voz para contarle:

"Sabes que te amo. Lo hago con pasión desde nuestro reencuentro. Me has hecho sentirme viva de nuevo, quererme, ilusionarme. Pero sabes que ahora me siento comprometida, que no puedo abandonarlo todo. Ni abandonarlo a él, ni abandonar a mis hijos. No me importan ni casa, ni dinero, ni trabajo, tan solo estar a tu lado y sentir tu piel. Pero no estaría contigo si me voy ahora. He de romper con esta vida que llevo sin hacer más daño.

Nos queda poco tiempo para poder amarnos como yo quiero amarte, y ansío tener fuerzas para hacerlo antes de que se acabe nuestro tiempo.

Déjame ir. Te llamaré en cuanto esté lista para tomar un café. Será nuestra contraseña."

Años más tarde volvió a aquel lugar con sus hijos, ahora convertidos en abogada y médico. Mientras la madre se ausentaba con la excusa de saludar a una antigua conocida, su hija pateaba por debajo de la mesa a su hermano:

- ¿Qué le has hecho a mamá? Está llorando como una magdalena. ¡Eres el mismo bruto de siempre!.

- Te juro que no le he hecho nada. Ha sido mientras estabas en el servicio, vino el camarero y le preguntó: ¿Quiere café?

PUBLICIDAD.

Si hay alguien que lee el blog,

y,

Si hay alguien de los que lee el blog que piensa,

y,

Si hay alguien que lee el blog y piensa que esto de poner títulos de entradas sin texto es una forma de publicitarme,

respondo.

No. Es la única forma que tengo de que no se me olviden ideas sobre entradas.

Perdón a todos.

UN TÍO CON UNA GUITARRA.

Nos reuníamos junto al pantano. Yo tenía unos diez años y aprendía a sentarme en corro y compartir confidencias; a ver como los hermanos mayores de David le tiraban los tejos a Desireé, una chica americana con alambres en la boca. Los otros decían, qué más da cómo esté ahora, esta niña promete. En realidad, Desireé tenía para mí solo un encanto, vivía en Nueva York. Un día vino Enrique, el hijo del médico, con una guitarra.
Ahora me gusta la música, entonces también me gustaba, y los cantautores más o menos consagrados; pero siempre me han dado grima los aprendices. Grima en el mismo grado que a otros y a otras les atrae un tío con una guitarra. Y mientras que mis amigos asistían al concierto de desacordes, yo me fui a matar el aburrimiento cazando cigarrones para pescar algún black-bass.
En poco tiempo la orilla del embalse se llenó de adolescentes y preadolescentes saltando de mata en mata en pos de los saltamontes. Hasta Enrique, cuando solo Desireé y su prima Elena resistían, se decidió a cambiar la guitarra por una caña de pescar. Y yo, en mi más íntimo y recóndito interior, estaba fastidiado por su fracaso.

martes, 12 de octubre de 2010

12 DE OCTUBRE, LA BENEMÉRITA.

El comandante entró en el cuartel como en una cacharrería, a ver, cabo, dígame por qué está esto tan sucio, por qué hay tanto papel por ahí, cabo no me cuente que tiene mucho trabajo, pidió un ordenador y se lo dimos, hasta con impresora, pidió un móvil y se lo dimos, tiene un todoterreno, una moto y un GPS manual, diga, qué hace, a qué se dedica usted, qué desorden, qué deshonor, cabo, esto me lo limpia como que yo soy hombre, vamos que si me lo limpia, para el día de la patrona esto me lo deja usted como los chorros del oro, y, oiga, estas monedas las voy examinar pero esas piedras las quiero fuera.
El cabo es persona sencilla, sabe quien manda, quien obedece y mira con tristeza los expedientes que tiene abiertos, las investigaciones de varios años, el trabajo al que falta poco para estar maduro. El cabo calla y mira con dolor los sillares de piedra, las lápidas funerarias, las estelas iberas y las losas de una antigua calzada.
La comida para los industriales, los clérigos y las autoridades es un éxito; no desentona, por un milagro de la imagen de la virgen del Pilar, esta celebración religiosa y patriótica con las putillas que han venido a amenizar la sobremesa, vestidas para la ocasión con mantilla negra. El mismo color que los ligueros y la ropa interior de encaje, delicia de comandante, delicatessen de arcipreste. Todo ello, hay que decirlo, noblesse oblige, gentileza de Don Ignacio, al igual que los jamones, el cordero y el jumilla. La plancha se ha instalado sobre aquel espacio en el que una vez reposaron un jabalí herido y su cazador, esculpidos en el frontal de una losa erosionada. La imagen de la patrona es, sin embargo, una escayola coloreada con témperas de color azul y blanco, interpretación libre de un artista local. Opinen ustedes si cualquier tiempo pasado fue mejor, en cuestiones de arte, se entiende.
Un monte cercano es el refugio de nuestro cabo. Allí está la herencia de su familia, una casucha que con paciencia ha convertido en una estancia habitable, a la que rodean y acompañan una alberca, una higuera, un laurel y una parra trepadora. Y desde hace unos días, limpieza de cuartel mediante, un pequeño templete semicircular realizado con antiguos basamentos, al que se llega por un camino de losas desgastadas por el paso de legionarios veteranos, tal vez los de Munda, y en la que a modo de altar y retablo, figuran los nombres de muertos olvidados en el tiempo, y la epopeya de un triunfante cazador, jabalí y caballo, trinidad inmemorial.

LA CHICA DE MANCHESTER [BORRADOR/ANTECEDENTES]

Juan llega a Manchester deseoso de ver a Blanca. Es el segundo año de ella en Inglaterra y su tercer viaje en apenas una semana, insuficiente para salvar la distancia que el Erasmus puso entre ellos y que roza lo infinito. Viaja con dos grandes vacíos. Uno, un alma rota que desea que sus presentimientos no sean más que ligeras sombras. El otro es un enorme hueco en su maleta que llenar con veinte mil irresistibles inutilidades inglesas de los grandes almacenes del centro. Hombre práctico que no olvida que, quizás, no vuelva.

Encuentro frío, rutinario, como de colegas. El coche es nuevo, lo acaba de comprar el Departamento, tú lo estrenas. Palabras monótonas dichas en un espeso inglés por una andaluza que ha olvidado no solo que lo es, sino que Juan, su novio en otra vida, su media naranja cuando ella era Blanca, apenas habla inglés.

Manchester en abril no cambia. Es Manchester, pero en abril. Quien lea esto y viva en el Sur de España sabe de lo que se habla. Y Juan percibe en el ambiente que falta mucho para que a esta primavera norteña le llegue el color.

Gran decepción. ¿La primera?. Blanca le ha preparado una habitación. Un descubrimiento. Y es la segunda, si se sigue una cuenta muy reciente. El mundo se derrumba y se convierte en una caja de cartón en la que se ocultan preservativos, apuntes de una tesis doctoral, ropa interior masculina y femenina que ella jamás ha lucido para él.

Blanca no tiene fuerzas ni ganas de discutir. Deja marchar a Juan camino al aeropuerto con parada en Sainsbury´s. Se viste un ligero impermeable y sale a pasear bajo la lluvia. Y a pensar. En que tiene que devolver las cajas al antiguo inquilino, en que ha evitado el trajín de museos y de comida rápida que Juan arrastraba y que, por fin puede pasear tranquila, y sola, por las calles de esta ciudad, impregnándose de mil lenguas distintas, oliendo los olores de mil mundos, que sin saber por qué, le evocan la feria, el azahar y la dama de noche de su tierra.

jueves, 7 de octubre de 2010

40 COSAS.

También es buen día para hacer una lista. De cosas de las que se puede hacer listas y que nos han cambiado la vida, aunque sea un poco. Porque hay otras que se llevan en la memoria y en el corazón.

El orden no es importante, tan solo es el que la memoria me trae. Intento no repetir autor, personaje, ….

10 Cómics.

1. Tintín en el Tíbet. Hergé.

2. Watchmen. Alan Moroe y Dave Gibbons.

3. La balada del Mar Salado. Hugo Pratt.

4. Epilepsia. El ascenso del Gran Mal. David Beauchard.

5. El Pie Tierno. Goscinny y Morris.

6. Astérix y Cleopatra. Uderzo y Goscinny.

7. La historia del Tío Gilito. Carl Banks y Don Rosa.

8. Maüs. Art Spiegelmann.

9. Los Mercenarios. Ibáñez.

10. Las Mil y una Noches. Richard Corben.

(11. Persépolis. Marjane Satrapí.

12. Viaje a Tulum. Milo Manara.

13. Rusia en Llamas. Guido Crepax.

14. 300. Frank Miller.

15. Los viajes de Marco Polo. Jesús Blasco.)

10 Libros.

1. El Hereje de Miguel Delibes.

2. Veinte Poemas de Amor y Una canción Desesperada de Pablo Neruda.

3. Concierto Barroco de Alejo Carpentier.

4. Hojas de Hierba de Walt Whitman.

5. La Historia Interminable de Michael Ende.

6. El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien.

7. Memorial del Convento de José Saramago.

8. El Lazarillo de Tormes.

9. Cuentos de Edgar Allan Poe.

10. La sonrisa Etrusca de José Luis Sampedro.

(11. Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez

12. Poesías Completas de Antonio Machado.

13. Bodas de Sangre de Federico García Lorca.

14. Luces de Bohenia de valle Inclán.

15. El Dios Leopardo de Capitán Marryat.)

10 Canciones.

1. Jaffa Café de L.E. Aute.

2. Your Ghost de Kristin Hersh.

3. Wish you were here de Pink Floyd.

4. Knockin´ on Heaven´s Door de Bob Dylan.

5. De la ausencia y de ti de Silvio Rodríguez.

6. Hawkmoon 269 de U2.

7. Yo pisaré las calles nuevamente de Pablo Milanés.

8. Calle Melancolía de Joaquín Sabina.

9. Under Pressure de Queen.

10. Mar Antiguo de El Último de la Fila.

(11. Una Décima de Segundo de Antonio Vega.

12. Twist on my Sobriety de Tanita Tikaram.

13. Candy de Iggy Pop.

14. Tears in Heaven de Eric Clapton.

15, Mamy Blue de Pop Tops).

10 Películas.

1. Ran de Akira Kurosawa.

2. Centauros del Desierto de John Ford.

3. Blancanieves de Walt Disney.

4. Ladrón de Bicicletas de Vittorio de Sica.

5. La fiera de mi niña de Howard Hawks.

6. La Guerra de las Galaxias de George Lucas.

7. Blade Runner de Ridley Scott.

8. El Tercer Hombre de Carol Reed.

9. Historias de Philadelphia de George Cukor.

10. Plácido de Luis García Berlanga.

( 11. Senderos de Traición de Stanley Kubrick.

12. Sed de Mal de Orson Wells

13. Europa de Lars Von Trier.

14. El arpa birmana de Kon Ichikawa.

15. Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore.)

A pesar del truco, supersticioso, de incluir cinco reservas, no están todas las que son. Ahora, no podría quitar ninguna.

miércoles, 6 de octubre de 2010

7 DE OCTUBRE. CUARENTA.

Hoy acabo de traspasar con la medianoche la cuarentena. No sé si será la primera. Casi da igual. Pero es buen momento para pararse y mirar un poco atrás.

La vida se vive. Es muy posible que hace tan solo veinte años no fuera capaz de verme a esta edad y que si me imaginaba en un futuro tuviera otra idea distinta de mi madurez. Es posible que no haya alcanzado los sueños que tenía en aquel momento, es bastante posible.Pero a los veinte no se sabe qué caminos se cruzarán en el nuestro, así que las metas se transforman, se mutan, se trastocan… Y llegar como he tenido la suerte de llegar a esta edad es un privilegio.

Lo material, eso que parece medir nuestra valía y nuestro triunfo en la vida, no ha alcanzado las cotas con las que uno se embriagaba de porvenir. Pero a pesar de no tener una bolsa llena de oro, si llevo un saco lleno de experiencias. De buenas y malas experiencias, las que me han modelado, las que me han tocado, las que me hacen tener este punto entre serio y triste; también las que me hacen estar entre la alegría y la locura.

En mi vida hay mucha gente. Ha habido más. Unos se han ido alejando de ella queriendo, o tan solo, no haciendo nada por no estar. A esos los olvido y no los quiero. Hay otros que están lejos porque así lo han querido nuestros destinos. Ellos saben quiénes son, mis amigos y amigas a los que no hace falta ver a diario para seguir con la complicidad, con las tonterías, las confidencias y ser con ellos Guti. Están los que se han incorporado a mi vida un poco más tarde y están aquí a mi lado, ayudando, haciéndose querer, aunque para ellos sea José Ángel. A estos, a los lejanos y los cercanos, los quiero. Pero no puedo olvidar a las que han partido, a las que no pueden estar, a estas las echo mucho de menos. Y las quiero mucho. Y lo saben.

Mi familia es como todas las familias, la que nos toca. Pero he tenido suerte. A pesar de los roces, de todo lo que conlleva ser hijo, sobrino, hermano, yerno… En realidad uno detesta los defectos familiares porque ve o creer ver reflejados sus defectos en otro. Y es menos indulgente porque es menos indulgente con él mismo. Pero sabe que no puede vivir sin ellos.

El triunfo verdadero está en mi mujer y en mis hijas. Tan solo tener dos hijas es uno de los mayores tesoros que se pueden alcanzar, pero tener además a Carmen y Marta, dulces y pícaras, alegría y tormento, colma el sentido de la paternidad. Yo no las he llevado en mi seno, en cambio he tenido el regalo de ver sus primeras miradas. Una, la sonrisa dulce de una madonna toscana; otra, la furia, el genio de una leona de Castilla. Pero no existiría esto sin amor.

Desde la Moneda hasta los Bermejales, pasando por media Tierra, hemos recorrido Inma y yo mucho camino juntos. Ella no lo sabe, pero me rescató de otro mundo y me regaló su amor. Tampoco sé si sabe que empecé a amarla en un noviembre anterior. Y tampoco sé si sabe que la sigo amando. Como el primer día. Y nos queda todavía media Tierra.

Así que gracias a todos los que estáis en mi vida. Como sabéis soy parco en palabras y muestras de afecto y negaré y me haré el remolón si me preguntáis sobre esto. Y no me hagáis mucho caso, uno tiene ya cuarenta años y se va haciendo un abuelo Cebolleta.

Y no sé si habrá otros cuarenta, porque si no estáis vosotros no merecerá la pena.

sábado, 2 de octubre de 2010

LA PARTIDA. [ANOTADA]

[De las riberas de Estigia parte un emisario.  Ha de jugar por el Destino de aquellos que han sido señalados. No es la primera vez. Ha jugado, juega y jugará, con cartas marcadas, con balas en la recámara, con ajedrez de marfil,...

Esta vez el juego y las reglas las propone el oponente. Juego de palabras.

Y de las riberas de Estigia parte el emisario. Corre. Vuela. A uña de caballo. De caballo amarillo.]

La Muerte lo cambia todo.

[El oponente decide el juego. El destino lo marca la última frase, la última sentencia. Abre la partida el emisario.

Emisaria. Vieja señora.

El oponente soy yo. No sé qué es lo que me estoy jugando.]

Si pudiera cambiar una palabra.

Mala Muerte.

Mala Suerte.

Buena Suerte.

Buena Vida.

[La señora que yace con Caronte sonríe. Ha perdido, pero propone un reto. Doble o nada. Y pienso en la eternidad y en un infinito doble para mí. Y sé que si es imposible, otra alma será la que viva o la que gane sin fin.

La Señora cambia el juego.]

La Dama gana la partida.

Y deshace reglas,

con solo trocar una letra.

Mala Suerte.

Mala Muerte.

jueves, 23 de septiembre de 2010

LA PARTIDA.

La Muerte lo cambia todo.

 

Si pudiera cambiar una palabra.

 

Mala Muerte.

Mala Suerte.

Buena Suerte.

Buena Vida.

 

 

La Dama gana la partida.

Y deshace reglas,

con solo trocar una letra.

 

Mala Suerte.

Mala Muerte.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

VEINTITRÉS AÑOS DESPUÉS.

Fue en una tarde de agosto y nos esperó la Guardia Civil. Habíamos surcado un camino desde Barbate a Zahara, de Zahara al cabo de Trafalgar, y de allí a Arcos de la Frontera. Fernando, el mayor, conducía, y yo, el que conocía los senderos, guiaba.

Entre todos juntábamos doscientas pesetas a repartir entre la gasolina y un polo de limón que se convirtió en comunitario. Unos niños maltrataban a balonazos la fachada de una iglesia barroca; nos parecía divertido, pintoresco. Y nosotros, con unas luces mediocres, las del coche y las nuestras, volvimos cantando canciones de Mecano.

Mario, Fede, Ana, Fernando y yo. Fue en el verano de Dostoievski y Sade y nos esperaba la Guardia Civil a la entrada de Barbate. Nos fuimos en el silencio de la siesta dando todos por sentado que otro se lo diría a sus padres, pero nadie lo hizo.

Ayer recorrí ese camino de nuevo. No estaban mis amigos, tan solo la campiña, los toros, la granja de champiñones de Vejer. Estaban en cambio mi mujer y mis hijas. Y no cantamos a Mecano. Pero la Guardia Civil esperaba a la entrada de Barbate. Veintitrés años después.

martes, 21 de septiembre de 2010

MEZCOLANZA. MISCELÁNEA.

La verdad es que llevo tiempo sin escribir en este blog. Y, en principio, tenía cosas que contar, no por interesantes, solo porque las tengo en la cabeza y deben salir.
Lo primero.
Internet, más en concreto, Facebook está siendo un desierto en los últimos tiempos. Es verdad que mucha gente escribe en su muro, que mucha gente gana ladrillos de no sé qué juego, que hay muchas últimas noticias, pero nos comportamos en este lugar social como cadenas de televisión. Nos exponemos, intentamos ser ocurrentes, graciosos, estar a la última y queremos tener audiencia. Pero se habla como contra un espejo. A solas. Me hace recordar un resumen de EPS de la década de los noventa, hablaba de la soledad, de como las personas podían estar unas junto a otras, apiñadas como en una playa en agosto y sentirse solas. Tenía arte este periodista porque en realidad hablaba del Walkman y disparó un certero dardo a nuestro modo de vivir.
Y Facebook cada vez me parece más esa playa superpoblada. Y algunos de sus pobladores por más que intenten trascender no pueden dejar de ser idiotas. Para desintoxicarme de eso, al menos por unos días, apago mi canal. Para ser yo mi idiota y no depender de audiencias, utilizo esta, mi 2.
Por eso escribí un día de forma semi críptica “Y, de repente, todo el mundo desapareció a sus pies”. No sé si esta frase la he oído o leído en algún lado, lo cierto es que quiero que alrededor de ella surja un relato.
Cantautores.
Habrá un día (perdón por coger esta frase prestada, Labordeta) en que llegue a preparar una recopilación de canciones para un finéfilo, que también es cinéfilo, con palabras que escogeré para su audición de entre las que hay en esta entrada. Será una lista en la que aparezcan Jorge Drexler, Pedro Guerra, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Tontxu, Aute, Luis Pastor, Mercedes Sosa y una canción, si cabe, de Ismael Serrano. Quizás Ignacio Copani. Es, vista la lista completa, una mezcla rara. Pero él dice no conocer a ninguno de ellos y, sin embargo, los odia.
La palabra cantautor podría extenderse a cualquiera que escribe, canta e interpreta una canción. En un sentido amplio extiendo de esa manera la definición del término con esta elección, porque gente como Drexler o Sabina no sé si pueden, en términos puristas, ser considerados como cantautores. Pero tampoco están en el lado de los rockeros o poperos puros. Ni en el de los músicos o letristas o escritores. Así que, como clasificar es difícil y lleva una componente de decisión propia, me decido a incluirlos.
Este hombre, mi amigo, aborrece todo lo que huele a cantautores porque parece que le recuerdan a otras épocas en la que autores como Paco Ibáñez o Labordeta pretendieron socavar los cimientos del Régimen Franquista con canciones y mensajes simbólicos. Es posible que no lo consiguieran y que el Régimen cayó porque tenía que caer (un debe en el Diario de los españoles), pero consiguieron dar cohesión, esperanza y fuerza a mucha gente que sabía que quería luchar contra algo y no sabían expresarlo. Como bobos hay siempre, están los que no entendieron ni metáforas ni símbolos y se quedaron con que estaba bien y bonito cantar cosas raras que no se entendían, sin más rudimentos musicales que una melodía y dos acordes, y que, a pesar de eso, la gente los escuchaba y los idolatraba. Así que nacieron los cantautores coñazo. De esos hay muchos. Y han hecho mucho daño a la causa.
Tras los años de lucha contra el franquismo y la transición, muchos de estos artistas se quedaron huérfanos de motivación y se reconvirtieron en trovadores de lo urbano, poetas, filósofos introspectivos o voces de la conciencia. Los buenos, los que de verdad siempre han sido artistas, sobrevivieron a la avalancha del pop, la salsa, el grunge y las diferentes modas musicales. Algunos no sin pagar el precio de ver su música, a veces, convertida en música de ascensor o consulta de dentista, a resultas de las insoportables orquestaciones que productores locos, al estilo de Luis Cobos, hicieron. Da pavor escuchar alguna versión de Serrat de los primeros ochenta. Y es que, al igual que tontos, horteras los hay y los habrá.
Lo que nos resulta increíble cuando nos gusta algo es pensar que a otros no les guste. Uno se imagina atrapado por la poesía de Silvio, y no puede creer que otra persona no se conmueva con palabras como “olvidar que fue mío una vez cierto libro”. Por eso quiero hacer esta recopilación y necesito escuchar la opinión de alguien ajeno; porque yo sé que me puedo emocionar escuchando una Cantiga, música renacentista, un coro, la música de Jordi Savall, o de unos cracovianos locos, incluso la de esa islandesa que tanto gusta o la de un finlandés del que no sabría nunca escribir el nombre. Y creo que hay goces y parámetros estéticos que son universales. Y por eso, desde que éstos, los cantautores, han vuelto a su origen y cantan acompañados de una guitarra y como mucho bajo y batería, recuperan, de pronto, toda su fuerza. Basada en la voz y en la palabra. En la palabra. En la poesía.
Cambio Climático.
En este mundo es imposible ser experto en todo. Quizás ni siquiera es posible ser experto. Pero gracias a que por nuestra vista pasan millones de noticias, de informaciones y de comentarios, no solo nos creemos con suficiencia para opinar, sino que nos creemos expertos.
Con el clima ocurre esto. Si ayer llovió o mañana hace sol, no hay duda de que alguien lo achacará al cambio climático. Por más que llueva (hablo de Andalucía) en octubre y salga el sol en noviembre. Y es que cogemos las cosas con alfileres y nos montamos una teoría.
Lo de opinar del tiempo como si fuera el clima debe ser algo que queda en nuestra memoria colectiva del tiempo en que fuimos labradores. Y es que nos montamos en un ascensor con un vecino y hay algo que nos impide estar callados y nos impulsa a hablar del tiempo. Sin embargo, no nos da por decir, ¡Hay que ver lo rojo que es el rojo de su jersey!, por más que sea igual de evidente y fatuo que decir ¡Qué calor hace!.
La versión moderna del tiempo consiste en achacar al cambio climático la dureza del invierno anterior o la duración de las lluvias. Cuando sería más coherente mirar hacia atrás y comprobar que, de forma cíclica, se repiten periodos de sequía y de fuertes lluvias, años más cálidos y otros más fríos. Ese es el error. Pero el cambio climático existe.
Por necesidad física, por el principio de la entropía, todo se calienta. Nuestro mundo no es menos. Y, al margen de iluminados que pretenden la invención del móvil perpetuo de primera o segunda especie, esto ocurrirá. Por simple Física, o Termodinámica. Además, nuestro planeta, se da ciertos caprichos, y una vez cada cuantos miles de años o varía su trayectoria en el espacio, o cambia el ángulo de su eje de giro. Así, porque le da la gana. Los efectos de estos cambios se traducen en que la temperatura media del planeta cambia. Y o nos morimos de un frío glacial o andamos todo el día en un mundo tropical. Pero ahora estamos viviendo el calentamiento del planeta. Los cambios naturales se producen de forma muy lenta, a una escala no humana, de forma imperceptible. La tragedia del hombre es que estamos acelerando estos cambios a una escala de tiempo distinta, y que hablamos de que lo que ocurría antes en el transcurso de mil años, hoy ocurre en ciento cincuenta. Esa es la tragedia.
El error de bulto de algunos personajes es que hablan del clima como si fueran seres por encima del bien y del mal. Como si instalados en sus casas de lujo el clima dependiera de accionar o no el aire acondicionado, de poner en marcha o no el riego del jardín. Y obvian que estos cambios, aunque pequeños, afectan a la vida (a la muerte) de muchas personas. No sé si Rajoy sabía de lo que hablaba cuando mencionaba a su primo, el Físico, y decía “si no sé si va a llover mañana, ¿cómo voy a saber qué pasará dentro de cien años?”; o el ínclito Aznar, el tejano, quien afirmaba en la presentación de un libro de Havel, que nuestro planeta es azul, no verde, una forma tan sosa y "esaboría" como todo su escabroso humor, ése que le hacía también pitorrearse de la prohibición de beber vino y coger un coche. Ahora se suma el presidente de Ryanair, a quien, no harto de ganar dinero a costa de tratarnos como ganado, ahora se le ocurre hablar de nuestro planeta, de su salud y “de la tontería del cambio climático”.
A todos recomiendo la lectura de un libro de los años setenta “El segundo planeta”, se trata de una obra en la que se afrontan los retos del planeta Tierra para el fin de milenio. Resulta curiosa la preocupación por el hambre, la escasez de fuentes de energía, la deforestación, las sequías perpetuas o el calentamiento de la Tierra. Resulta curiosa porque anticipan de lo que hablamos hoy, y, cuarenta años después, los problemas son los mismos. Y además, nuestros preclaros líderes no trabajan por nuestro planeta azul. Debe ser porque lo consideran, no sin cierta desgraciada razón, su planeta azul.
Las carreteras son mentirosas.
Se lo decía ayer a Inma. Y no es que esté loco o tenga alucinaciones. Es que venía por la autopista y parecía que veníamos por el interior de un bosque. Tan rodeados de pinos viajábamos.
Este efecto, el de los jardines, el de las medianas llenas de adelfas, el de las márgenes frondosas, es un espejismo. Basta con mirar entre dos pinos para descubrir un erial al otro lado, o un mar de invernaderos. También al otro lado se encontraban un día un poblado de chabolas o las Tres Mil Viviendas.
Esta vegetación a veces se llama, con todo el descaro del mundo, islote ecológico. Se debe suponer que en estos reductos vegetales, en los que unas plantas, que nada tienen que ver con las autóctonas, viven una estresada vida, deben aparecer colonias de animales salvajes. No es una idea nueva, ya se hizo con las reservas indias, los ghettos o los campos de refugiados. Así que hecho con una especie, por qué no hacerlo con otra.
La ilusión de que cualquier carretera no es sino una calle que se prolonga con una ciudad en cada extremo también es falsa. Cada vez el viaje es más una odisea que un simple paseo.
El Alcalde de Morón ha descubierto el truco. A cada paso está mandando sembrar un jardín y asfaltar la ciudad. La está llenando de carreteras para hacernos creer que transitamos por la vida como por una autopista. Basta con mirar entre dos palmeras americanas para descubrir la farsa.
La realidad supera la ficción.
Podría tratarse de un argumento, cuando menos de un elemento importante para una novela de Skármeta o de Manuel Vincent, pero contaban el otro día que era verdad.
En los sueños de todos está el cine. Están las imágenes de películas alimentando nuestro imaginario colectivo. Y es raro que alguien no recuerde el famoso baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. ¡Qué mago Fellini!.
Pues bien, el gran Fellini, se inspiró en un hecho real para esta escena. Por increíble que parezca, Anita Ekberg se encontraba rodando una película en Jimena de la Frontera en el año 1956, “Los tres etcéteras del capitán” (**), y dio lugar a dos anécdotas gracias a su afición a las bebidas alcohólicas y al calor. La primera es que debía rodar una escena montada a caballo, y Anita acudió en estado de gracia, no se sabe si debido a vino moscatel, jerez o brandy; así que montó a lomos de un caballo blanco muy trotón. Entre el empedrado de la calle, el trote del jamelgo, el olvido del corpiño y las excelencias carnales de la sueca provocaron más de un sueño lúbrico en los presentes. El segundo consiste en que Anita se alojaba en un hotel de Algeciras, en pleno agosto. Estamos hablando de la España de los años cincuenta, así que no podemos imaginar más aire acondicionado que un ventilador. Lo que ocurrió es que esta actriz decidió darse un baño nocturno y acudió, ligera de ropa, a la fuente ornamental del hotel como si se tratara de una piscina. Entre las transparencias y la luz de la luna nació un escándalo mayúsculo que la prensa de correveidile y moral católica amplificaron hasta límites insospechados. Para escándalo de beatas mojigatas y regocijo de maridos a dos velas y satirones.
Cuentan que de la primera escena surgió, gracias a un operador de cámara luego publicista, un anuncio de televisión muy famoso en España. También con mujer rubia y caballo blanco. Del segundo es archiconocido el pasaje de la Dolce Vita. Y no me es difícil imaginarme al director italiano riéndose de antemano de la censura española, de la italiana y de las poluciones nocturnas que iba a provocar en seminaristas y capellanes.
Esto me vale para recordar a la amiga Bea(*) que nos llevó a Jimena. Valga esta entrada para comprometernos a ir de nuevo y contarle esta historia, ya que no creo que sea jamás una novela.


(*) Originalmente esta entrada decía los amigos V. y Bea que nos llevaron a Jimena. Esto ahora ya no tiene sentido.
(**) Errata. Se trata en realidad de la película “Los tres etcéteras del coronel”, rodada en 1959 y estrenada en 1960.

lunes, 30 de agosto de 2010

EL ALAMBRE

Hace años, cuando yo tenía trece o catorce, para alertarla del peligro de las drogas, le compraron a mi prima un libro con un título parecido a "La Alambrada". Se trataba de una historia alemana, sobre un niño que se introduce en el submundo del hachís y la heroína y que acababa destruyendo su vida. La historia, dura, se me hacía a cada página más angustiosa por la incesante búsqueda del protagonista de sustancias con las que evadirse de una realidad de la que no tenía que haber huido nunca y a la que ya nunca podría volver. Y yo no entendía cómo podía beber aquel chaval 20 ó 30 copas de aguardiente. Y todavía no lo comprendo.
 
Aquel impactante libro consiguió conmigo dos cosas. Una, darme una visión que, en lo fundamental y en algunos tétricos detalles, es la que hoy tengo de esa mierda de mundo. Otra, la repulsión hacia las drogas. Pero esta moneda tiene un reverso trágico, o mi prima no leyó el libro, o la sedujo. Y ha muerto enredada en esa historia, evadida de este mundo en el que ha tenido lo más caro y en el que no ha vivido, porque no ha querido, esa es la verdad. Y ha muerto con dos botellas de orujo en el cuerpo. Y todavía no lo comprendo.
 
El alambre que nos puede atar es fuerte, hay que procurar cortarlo. Si te atrapa, primero hace una pequeña herida y el rojo de la sangre y su calidez te fascinan. A poco que avance el tiempo, ese alambre, como una anaconda de metal, te ha rodeado y empieza a oprimir. Es en ese momento cuando alguien quiere cortarlo con tijeras de plata y tú sabes que jamás podrá hacerlo porque ese sufrimiento que te provocan la miles de púas, las miles de úlceras sangrantes, es un placer masoquista que no quieres perder. Y si lo corta volverás a enredarte en él. Y el ahogo llegará, y algún día las pequeñas escapadas se convertirán en la huida infinita. Y en el placer infinito. En el dolor infinito.

LA SOLEDAD DEL SOCORRISTA

Nuestro socorrista está triste. Como cada día, la silla en la que se sienta para velar el baño de esos privilegiados vecinos se ha amoldado un poco más a su figura y su asiento se convierte en una pequeña prisión. Es difícil levantar el vuelo desde una silla de metal y nylon. A mediodía la lámina de agua es un desierto. La mira una y otra vez, hunde su mirada en ella y todo tiene un confín, nada profundo el suelo, nada lejano el borde opuesto. Hastiado de tiritas, betadines y llantos. Harto de madres que se emperifollan para bajar a esta piscina en la que no se han bañado jamás, y en la que dejan a sus cachorros para que los bañe el socorrista, sustituto eventual de la tata que los cría; mientras, sus maridos desplazan sus barrigas en la cercana pista de pádel simulando practicar algún deporte.

Nuestro socorrista está triste. Sueña con el mar, con rescates imposibles, con salvar alguna vida o curar alguna herida por mordedura de tiburón o barracuda. Y evoca el mar para olvidar que su vida pueda tener horizontes tan cortos como los de esta piscina.

EL MIRLO

En un lugar al sur de Europa, como un balcón entre fronteras, hay un restaurante llamado El Mirlo. No se trata de uno de esos sitios en los que la comida es una obra de arte, más bien se trata de comer de una forma antigua, pescados que se hayan podido pescar por los dueños, verduras y frutas de una huerta cercana y poca elaboración. Como mucho un poco de aceite y harina para freír; ajo, aceite, vinagre y perejil para aliñar y poco más. La esencia de este sitio la corrompen unos helados industriales, un botellero con bebida y destilados del Norte de Europa y algún que otro artefacto de plástico.
Desde la terraza del Mirlo se ven África, barcos con rumbo indefinido, cruceros de los que se adivinan las risas y el horterismo, y se sienten los miles de vientos que han soplado desde que el mítico Hércules deambulara por aquí en busca de algún atlante con el que pelear.
El horizonte que se observa desde El Mirlo es curioso. Como en La Gioconda, la línea del cielo tiene a izquierda y a derecha de una palmera que en la más absoluta verticalidad rompe la vista, dos niveles distintos. Un mar de azul claro, de gastado, es unos centímetros más bajo que el otro mar de tono más agresivo, de olas más ruidosas; la palmera, como un milagro, corrige ese defecto. Este año, las lluvias torrenciales tumbaron la antigua palmera y quedó el desnivel al descubierto como una herida en el cielo. Las autoridades se apresuraron a plantar otra palmera en el mismo sitio.

EL JOROBADO

Johnny, el jorobado, camina tieso como una escoba. Erguido, siempre de un negro riguroso, alto y altivo como corresponde a un renacido.
A Johnny, el jorobado, le cargaron el asesinato de un pastor. Fue por culpa de Billy, el tartaja, quien había visto el crimen, pero que no tuvo tiempo de largar que había sido John, el cazador, y no Johnny, el jorobado. Apenas, es un decir hablando de Billy el tartaja, había pronunciado John y empezado a decir el cazador, ya estaban los de la Brigada aplicando la ley de Lynch a Johnny. Los presentes dicen que el chasquido fue como el de un árbol que rompe un rayo. El caso es que después de colgarlo y oír el ruido lo dieron por muerto y lo descolgaron, juran que por misericordia; aunque el barbero cuenta que fue porque el tartaja pudo completar su confesión y necesitaban la cuerda para colgar al cazador. Cierto es que, desde ese día, a Johnny, el jorobado, no le cambiaron el mote por pereza.
Una vez vino un matasanos del Este a hablar con Johnny para que le contara lo ocurrido. Le prometió que le daría un porcentaje de los beneficios que obtuviera de su método para curar deformidades. Johnny oyó poco después que al matasanos lo mataron tras siete intentos infructuosos de enderezar la naturaleza con el resultado de cinco jorobados fiambres y los otros con un corbata de cáñamo en su piel de por vida.
Johnny, el jorobado, camina tieso como un escoba y cada vez que se topa con Billy, el tartaja, le paga unos tragos de whiskey. A la salud de Charles Lynch, el virginiano.

SOBRE LA TRISTEZA

Hay personas que saben llorar. Otras personas tienen que llorar.
 
Desde niños algunos han aprendido a identificar los momentos en los que deben abrir los lagrimales y soltar la carga. Saben hacerlo delante de un público que se emociona y se conmueve con ellos, saben soltar su pena con las lágrimas, enjugar su tristeza y acabar con ella de sopetón.
 
En la intimidad, a solas, lloran otros a los que la tristeza ablanda el alma y el ánimo. No saben por qué lloran así. Su llanto es desconsolador, sordo, triste... desgarrador. Con las lágrimas se va diluyendo parte de su espíritu y esencia y van adelgazando, no la materia, no la carne, sino esa parte de nosotros que nos hace ser nosotros.
 
Yo no sé llorar, me sale muy de vez en cuando y a destiempo alguna lágrima traidora, pero no sé llorar. En su lugar, en el del llanto, la pena me entra como un ligero goteo de mercurio negro y oscuro, pesado, fluido, inabarcable. Esta tristeza se queda dentro, no sale a pasear en mis actos, pero como está en mi interior, contamina todos mis pensamientos y mis deseos. Y no sé si uno de mis deseos es llorar. O aprender a llorar.

sábado, 31 de julio de 2010

POR LA TIERRA DEL SLOW FOOD

Los edificios de Florencia tienen la piel ajada y muestran con orgullo las arrugas de la edad. Se alzan sobre un suelo de piedra que los picapedreros toscanos renuevan con afán perfeccionista. Alguien podría decir que estas casas llenas de apartamentos recuerdan a las de París, todos los edificios de viviendas tienen el mismo aire intemporal, podrían ser del renacimiento, podrían ser decimonónicos, pero los edificios parisinos se alinean en cuadrículas perfectas, los de Florencia serpentean, se mueven, crean farallones que detienen el camino de los turistas a los secretos de la ciudad.

Hemos paseado no solo por esta ciudad, sino por gran parte de Toscana, desde la costa hasta el interior y hemos descubierto un mundo medieval. ¡Estos italianos son así, nuestros primos mayores!. Saben disfrutar de la vida y lo hacen con buen gusto. Saben querer su tierra y sus costumbres sin vergüenza y sin complejos.

Y hemos comido como se debe comer, alimentando los sentidos, y no solo saciando el hambre. ¡Oh, il santo bevitore!. ¡Oh, il santo mangiatore! Y el vin santo, el Brunello de Montalcino, el Suave del Véneto. Y la grappa. Y comer pizza, sí, una pizza slow food, con las manos, en una plaza medieval de Pisa.

Hemos inventado cuentos e historias con perros, gatos, arquitectos, príncipes y curtidores. Y, en realidad, no sabemos si son ficticios los cuentos inventados o son historias que nos han inventado a nosotros para que las contemos. En la sagrada ciudad de Tomencia.

Y el amor se vuelve amor junto al Arno. Junto al corredor de los Médicis, el que usaban los príncipes para no mezclarse con la chusma. El mismo río, ¿el mismo río?, que recogió la sangre de los animales descuartizados en el Ponte Vecchio y de los que se rebelaron contra el magnífico Lorenzo. Del mismo color de la sangre es nuestro amor, siempre vivo.

Y el síndrome de Stendhal nos asola.