lunes, 15 de febrero de 2010

EL DISCURSO QUE NUNCA PRONUNCIARÉ. EL RÍO.

Hoy, señores, vengo aquí a recoger este premio. Han valorado el resultado obtenido, la limpieza del agua que baña sus orillas, su manso y claro discurrir, pero, permítanme, olvidan el esfuerzo empleado y el encallecimiento de nuestras almas.

Sé que hay muchos que hablan de lo conseguido y se felicitan. Créanme, hasta ayer, nada supieron de este problema. Ni de nosotros.

Duhamel, LaGrange, Fourier también se enfrentaron, y encontraron solución, no a este problema, sino a otros similares, que, en términos matemáticos, podrían ser descritos como sistemas complejos de ecuaciones diferenciales, múltiples variables y no homogéneos. Todos ellos, los matemáticos, tuvieron tiempo; nosotros no. Todos ellos contaron con la amable complicidad de las ecuaciones, estáticas, deseosas de ser resueltas; nosotros no.

A cada paso nuestro problema, como un virus, mutaba. Todos ellos transformaron el problema en otro, más sencillo, más adecuado para ser resuelto por el método que cada uno inventaría. Nosotros no, nosotros hemos sido transformados por el problema. Y no inventamos un método, sino que seguimos el más antiguo, la iteración.

A cada solución propuesta nos hemos ido convenciendo de que este problema no tenía solución salvo el tiempo. Conforme ha transcurrido esta variable temporal y, gracias a alguna que otra graciosa iteración y cambio de variable, se han ido eliminando ecuaciones, condiciones de contorno, restricciones y hemos partido, cada día, de un sistema nuevo con una condición inicial distinta a la condición final que dejamos ayer.

Gracias a que, éste, mi amigo, y yo, tuvimos fe y a que solo encontramos descanso en la conciencia tranquila, hemos podido dibujar este mapa de ecuaciones en el que ustedes han creído ver la solución y en el que nosotros solo vemos una sencilla ecuación, trabajo más constancia es igual a movimiento, movimiento es igual a vida, vida es igual a eternidad.

Alcen sus copas y escandalícense, porque nunca verán tanta belleza como hemos visto en el trabajo y nunca estarán tan cerca de la eternidad como este agua que mana de su frío manantial y riega su campiña, donde ustedes la ensucian con el aliento del hombre. O con el de aquellos que dicen llamarse así.

¡Salud!.

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