jueves, 25 de febrero de 2010

EL LIBRO DE LAS CARAS.

Este sitio puede ser mágico. A un golpe de índice, se agolpan recuerdos de hace cuarenta años, personajes que han desfilado y vivido a nuestro lado y que, hoy, ley de vida, se han separado de nosotros. Hasta ahí. Hasta ahí la magia, reencontrar al amigo que alguna vez se añora y recordarle que alguna vez lo hemos recordado. La posibilidad del reencuentro también forma parte de esa magia buena. Hasta ahí.

Como en todo conjuro está la parte del trato que solo se hace efectiva cuando uno prueba las mieles de lo ofrecido. La pérdida de intimidad, estar disponible para ser buscado o reencontrarse con quien uno no quiere, es el precio pagado. Ayer alguien del Rancho Cucamoonga, en Texas, o esta mañana, una persona desde Buenos Aires, me buscan y me ofrecen su amistad. ¡Vive Dios que no la quiero!. He visto también que amigos de mis amigos son algunos de mis enemigos, algunos de los pesados que conocí, algún chupasangre y algún aprovechado. De repente, se disparan los resortes de antiguas batallas y de odios, de malos ratos enterrados.

El Libro de las Caras. Buen invento al fin y al cabo. ¡Salud a todos los amigos!. Enemigos, absteneros de contactar conmigo.

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