miércoles, 13 de octubre de 2010

UN TÍO CON UNA GUITARRA.

Nos reuníamos junto al pantano. Yo tenía unos diez años y aprendía a sentarme en corro y compartir confidencias; a ver como los hermanos mayores de David le tiraban los tejos a Desireé, una chica americana con alambres en la boca. Los otros decían, qué más da cómo esté ahora, esta niña promete. En realidad, Desireé tenía para mí solo un encanto, vivía en Nueva York. Un día vino Enrique, el hijo del médico, con una guitarra.
Ahora me gusta la música, entonces también me gustaba, y los cantautores más o menos consagrados; pero siempre me han dado grima los aprendices. Grima en el mismo grado que a otros y a otras les atrae un tío con una guitarra. Y mientras que mis amigos asistían al concierto de desacordes, yo me fui a matar el aburrimiento cazando cigarrones para pescar algún black-bass.
En poco tiempo la orilla del embalse se llenó de adolescentes y preadolescentes saltando de mata en mata en pos de los saltamontes. Hasta Enrique, cuando solo Desireé y su prima Elena resistían, se decidió a cambiar la guitarra por una caña de pescar. Y yo, en mi más íntimo y recóndito interior, estaba fastidiado por su fracaso.

No hay comentarios: