viernes, 26 de noviembre de 2010

DEL TRABAJO.

Nos pasan cosas y pensamos que somos los únicos.

Los demás nos cuentan cosas y pensamos que jamás nos sucederán.

Ayer el alcalde nos enfrentó a dos técnicos a una plataforma ciudadana iracunda, mezcla de gente temerosa, mezcla de politiquillos. El motivo, un tanatorio y crematorio frente a sus viviendas, cierto, como es cierto que compraron sus viviendas frente a un cementerio, a unos cuatrocientos metros. En la reunión hay un tipo raro, sé que no quiere conseguir nada, la reunión y el encierro posterior con el que amenaza son su verdadero objetivo. Su sonrisa, que intenta que sea maliciosa le delata, en realidad, es el tic de un mal jugador de póker. Hay madres que han sacado de internet informes sobre lo perniciosa que es esta instalación para la salud de sus hijos, ¿cómo decirles sin herirlas que lo que han traído es una mezcla de informe de horno de Auschwitz, de incinerador de basuras, de fantasía y de barbacoa americana?. Y el que duele, el que quiere convertirse en juez, al que un alcalde sin hombría le cede la iniciativa y lanza preguntas como dardos, como problemas irresolubles sobre trayectorias de cadáveres, sobre tiempos de cremación, sobre colindancias, examen oral al que me someten usando normativa no solo derogada sino falsa. Y éste, al que he asesorado durante un año, al que tenía aprecio, no en vano su mujer ha estado enferma, muy enferma, no en vano lo he pasado mal por sus hijas, lo consigue, desata mi ira, mi furia.

Y no saben que en realidad no estoy en la reunión. Estoy en el tanatorio, en otro tanatorio quizás, en otros tanatorios, esperando el momento en el que se hará cenizas el cuerpo que albergaba una vida unas horas atrás. Y no saben que en esa reunión están presentes mayos, noviembres, agostos. Y no podrán saber jamás que, a la vez, estoy en la primera sala en la que Fernando tenía su consulta, frente al cementerio encalado, y donde yo dejé que escaparan como espectros muchos de mis miedos.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

ESCRITORES.

El editorial del ABC de hoy me ha hecho reflexionar sobre lo que quiero conseguir con la escritura. Y me coloca en una posición en la que tengo que decidir el rumbo que quiero tomar. Es la misma posición en la que me coloqué tras leer los consejos de Fernando sobre la publicación de libros. Y en la que dudo de todo.
Cuando Fernando me recomendó un par de editoriales en las que publicar lo que escribo y tras ver en el quiosco en el que compro la prensa los libros escritos por un dentista y un geógrafo me retraje. En la página web de la editorial se anunciaban los libros de veinte mil escritores, la sinopsis de estos libros y las portadas invitaban a huir (Neruda decía, el olor de las peluquerías me da ganas de llorar) y hasta con cierta sorna los editores anunciaban un libro como uno más de los veinte de cierta "prolífica autora". Los libros que he encontrado en Morón no invitan a mucha más alegría. Y sé que es posible que no me haga feliz verme entre estos autores.
Ahí es donde comienzan las dudas, porque dudo de tener la calidad suficiente para alcanzar el título de escritor. Casi siempre me llega aquí el reflejo del escritor con el que coincidimos en Burgos. Ha terminado una serie, en cantidad, interesante de libros, incluyendo una trilogía, y es articulista asiduo de la prensa que leo. Mas recuerdo el libro que leí de él y me parece insulso, demasiada fanfarria para un resultado tan escaso, para un tema tan manido como la II Guerra Mundial. Y él, sin embargo, nos miraba a todos en el hotel como a ignorantes, sus libros lo elevaban.
La editorial de hoy habla sobre el Nobel, sobre el anhelo de muchos escritores por recibirlo, autores que no se preocupan por su obra sino por la fama. Yo creo que Armas Marcelo no ha recordado la idea griega sobre la fama y la gloria, porque, al fin y al cabo, de eso se hablaba. Pero hila una reflexión bien argumentada sobre el propósito de la escritura. Tampoco me satisface la idea hiperculta de que cada palabra encaje a la perfección en un texto formalmente extraordinario; la forma natural, sencilla, de palabras comunes es la que me seduce y la que más se adapta a mi cultura pop.
Entonces, ¿qué quiero encontrar en la escritura?, ¿qué quiero conseguir con lo que escribo?. Esta es mi pregunta y no sé la respuesta. Antes pensaba que el propósito último sería ver publicado un libro, llegar a la gente, ser reconocido. No creo que lo sea ahora. Como ingeniero abandoné la lingüística, la filología y las artes literarias, y si tengo estilo personal no lo debo al estudio sino a la lectura, ociosa, catárquica o evasiva. Y cuando pienso sobre esto acudo a los libros que me han gustado, que hubiera querido escribir, de Sampedro, de García Márquez, de Marukami, de Saint Exupery, de Barbery, de Benedetti, de tantos otros. Y mis errores sintácticos, semánticos y gramaticales me alejan de una élite que forma la vanguardia artística de la lengua. Élite, por lo demás, vacía de sentimiento. Así que lo único que quiero es que me lean mis amigos, que a través de la escritura sepan de mí. Y dos íntimas aspiraciones, leerme sin vergüenza ni rubor y, poder con lo que escribo, llorar de vez en cuando.
La escritura es importante para mí, sí. Pero sé que he de trabajar mucho para conseguir la emoción en ella y con ella y que será difícil alcanzar el nivel de hermosura de lo mejor que he leído en los últimos tiempos, el primer capítulo de las memorias de Harpo Marx, los agradecimientos de una tesis doctoral que tuve que estudiar y la dedicatoria que mi amigo Tello me dedicó por mi cumpleaños.

viernes, 19 de noviembre de 2010

LIMBO.

La religión cristiana tiene una capacidad inconmensurable de dar explicación a cualquier hecho y convertirlo en propio. Ha asimilado fiestas paganas convirtiéndolas en festividades clave de su calendario litúrgico, ha adoptado vidas de santos romanos, griegos y norteafricanos a las vidas de santos cristianos y ha hecho, a fin de cuentas, lo que ha querido para que la religión pudiera explicarlo todo, fuera manual de vida y nos pudiera mantener dentro de un redil sin necesidad de buscar nada fuera de ella. Quizás de ahí viene su reticencia a cambios y novedades, a pluralidades y nuevas formas de ver el mundo, es necesario inventar algo para explicarlo, para domar lo que es contrario a sus intereses y tener el tiempo necesario para incorporarlo a sus creencias y normas.

Quizás una de sus invenciones más poéticas es la del limbo. Bueno, invención no es, el limbo existe, lo que se inventaron fue su función.

Y el limbo es poético. En él se depositan todas las miradas que posé en ti y que desconoces, los libros que he leído y olvidé, las cartas que se perdieron que duermen al lado de los correos y los mensajes que nunca leíste, que nunca respondiste. Es cierto que es posible que allí descanse la pareja del calcetín que desapareció. Es posible que el limbo esté hecho de la materia con la que se forjan los sueños, y, es posible, que del limbo salga alguna vez, no un alma, sino alimento para algún espíritu.

¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan entre las rendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y adónde van...?
¿Adónde van?

Adónde van (Silvio Rodríguez)

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL DOBLE.

Durante años viví un pequeño tormento, compartía Escuela Técnica con alguien con mis mismos apellidos. No fue así al principio porque es mayor que yo, pero en dos años aparecíamos en los listados de las mismas asignaturas. Eran los tiempos del MS-DOS, del FORTRAN, del papel de impresora continuo, y de tantas cosas que hoy parecen ridículas, pero en aquella época una lista podía albergar un número muy limitado de caracteres, así que mi nombre aparecía mutilado en la A del segundo nombre y en el Ag del segundo apellido. También mi doble sufría esa cirugía y como, casualidad de las casualidades, compartíamos además primer nombre e inicial del segundo, era imposible determinar cual de los dos aprobaba y cual no. ¿Para qué preguntar quien sacaba mejor nota o peor si la realidad era binaria?.

Es de recibo decir que el mayor tormento no vino de mí, ni de él. Al fin y al cabo solucionábamos aquello de una forma civilizada acudiendo a un departamento o a Secretaría para ratificar cada uno su examen. ¡Qué va!, también compartió estudios conmigo una ex-amiga, ex-novia de un amigo mío, que me odiaba como odian los ex-fumadores al tabaco. También es de recibo decir que el sentimiento se convirtió en mutuo, aunque no sé cómo llegué a aquello. Bueno pues D. acudía al tablón a ver las notas como quien lee el periódico, apuntaba con exactitud en su libreta los resultados de cada uno de los que conocía y si habías suspendido y te veía antes de llegar al tablón te daba la mala noticia con una sonrisa en la boca, un cuatro, un dos, un tres y medio. Graciosa, ¿verdad?. Como es de suponer a mí me daba las malas notas mías y las de mi doble como si fueran mías aun cuando yo hubiera aprobado. En otras ocasiones en las que no me encontró, se las apañó para hablar con mis amigos de Córdoba y decirles que mi alegría por el sobresaliente en Ecuaciones Diferenciales y Tecnología Química era falsa, en realidad había suspendido. Noticia que llegó además a mis padres, con la consiguiente y monumental bronca, suspender vale, pero mentir… Jamás pude deshacer aquel entuerto con credibilidad. (Después de releer esto me doy cuenta de por qué odiaba a aquella hija de puta).

Tardamos casi dos cursos en que arreglaran aquello, bastó con que añadieran el dni a la lista, pero jamás me quedé satisfecho con los exámenes. En los exámenes no había dni, mi doble acostumbraba a escribir de su nombre solo las iniciales y a mi me han cambiado el segundo siempre, razones por la que no puedo sino sospechar que hubo intercambio de notas y resultados en alguna que otra ocasión. Yo creo que él no acabó la carrera, dejó de aparecer en quinto, no está colegiado y no aparece en las guías de teléfono, así que aquella sombra se esfumó y hoy solo vuelve a aparecerse en sueños. No verdaderas pesadillas sino sueños pesados en los que la burocracia de cambiar una nota o consultar un expediente implica cientos de paseos, de visitas a despachos y  de sinsabores. Casi como en la kafkiana realidad.

lunes, 15 de noviembre de 2010

DICCIONARIO. TRASMINAR.

Inmerso en una antológica inseguridad ortográfica consulto el diccionario de la RAE y aparece este término, trasminar, al que yo buscaba con el prefijo trans como “transminar”. No es un lío menor, en el diccionario de referencia del español, los prefijos tras- y trans-compiten, se alternan y se permutan, con un sentido que solo con el uso continuado de las palabras se puede conocer. Pero significan lo mismo: al otro lado, a través de.

Esta introducción me recuerda que en mi reciente maldad sobre el acento ortográfico en la conjunción o, la Academia me ha dejado tirado. Porque lo que era válido hace quince días pasará a ser incorrecto en breve. La tilde de o tenía un sentido tipográfico, ya que, en ciertas grafías, se confunde con el número, ¿número?, cero. Así que si la tilde se usa para distinguirla de números, ¿se puede usar para que quién está aprendiendo a leer la distinga sin ningún tipo de duda?. No veo mayor claridad diacrítica que esta.

Yo solo he escuchado la palabra trasminar en cantes flamencos o en coplas cercanas al flamenco. En unas alegrías de Chano Lobato dice: “trasmina y huele a albahaquita de la India, rebujaíta con limón verde”; no podía pensar menos de esa palabra jamás oída antes que formaba parte del caló. Al oír “A ciegas” en versión de Miguel Poveda dudé, ¿y si existe este verbo?. Existe, y es poético.

Dicho de un olor, de un líquido, trasminar es penetrar o pasar a través de algo. Es la acepción canónica, y no es completa. Lo que sugiere trasminar es femenino; no puedo imaginarme a un hombre trasminando salvo en la otra vertiente, abriendo camino por debajo de la tierra. Y puedo imaginarme trasminando a una mujer recién terminado su aseo, peinada, y perfumada con el suave olor de un jabón o de una fresca colonia o de unas flores recién cortadas. Y también puedo imaginarme a una mujer trasminando a través de un hombre para hacerle saber a otra que ese hombre es suyo. Pero lo que en realidad pienso es en una tarde de verano, recién asentado el albero, con su ocre olor a humedad que crece junto al olor metálico de las sillas del paseo, y en ti, arreglada con un vestido, peinada hacia atrás y trasminando tu olor.

Alegría (de Tía Luisa "La Butrón")

¿Qué te echas en la cabecita
que tanto trasmina y huele?
albahaquita de la India
rebujaíta con limón verde

cuando vas andando, chiquilla
canelas y rosas
vas derramando

LA IDENTIDAD DE EULER.

Observo la siguiente expresión:
eiπ + 1 = 0
Y pienso en la sencillez, en la rotundidad con la que afirma lo evidente.
Y podría decir la nada es igual a la nada.
0 = 0
Y podría decir el todo es igual al todo.
1 = 1
Pero prefiero pensar en que para decir esto reúne a los embajadores de las viejas disciplinas matemáticas, geometría, cálculo y álgebra. Y que π, e, i, desaparecen para dejar a solas a la identidad y al número que no es número.
Y que este truco de magia, este círculo vicioso de decir a un lado y a otro lo mismo, se hace con la única operación que en realidad existe, la suma, la adición. Y si alguien sabe leer sabrá que todas las matemáticas son, a poco que se piense, sumas y sumas, tan solo sumas, de números de distinta naturaleza.
Y para llegar a lo evidente hay que desentrañar el misterio:
eix = cosx + isenx
Lo que me lleva a recordar que es el seno la más honesta de las funciones trigonométricas.
No sé por qué no adoramos la identidad de Euler.

UN SUEÑO. SOLDADO A CABALLO.

Desde hace unos años algunos días siento un temor a la hora de ir al trabajo. No es temor infundado, casi siempre sé que ese día tendré que enfrentarme a algo complicado. Y sabéis la mayoría que no me asusta lo difícil, lo más que puede pasarme es que no sepa resolverlo, me asusta encontrarme con algo sucio, injusto o ilegal.
Esos días necesito animarme para luchar y resistir el aluvión que se avecine, para no ceder. Hay días en los que cojo el viejo concierto de Silvio, escucho tres canciones, La Maza, De la Ausencia y de Ti y A dónde van. Sin tener nada que ver con mi conflicto me recuerdan algo, cuáles son mis convicciones, mis principios, qué es lo importante en mi vida. Armas suficientes para combatir.
Otras veces tengo un sueño recurrente. Sé que vengo en coche, cerca de la cornisa de los Alcores. Y cuando desciendo la loma y tomo esa llanura que podría ser un páramo estepario, soy un soldado. No un soldado de a pie, sino un jinete, en realidad un teniente de la caballería ligera. El uniforme cambia, es unos días el de un oficial inglés de la I Guerra Mundial, pardo; otras veces el de un ruso blanco en la contrarrevolución, siempre empuñando un sable, a veces también un rifle al hombro, otras pistola al cinto. Ser un ruso blanco no es sospechoso de faltar a mis ideales, soy, en este sueño, como el teniente Orlov, un rebelde contra la injusticia, triste por saber que mi lucha es contra una marea mayor que yo. Al iniciarse mi camino por la planicie neblinosa beso el sable frente a mis ojos y cargo con él cortando el viento, galopando hacia Morón.

LIMBO.[CORCHETEADO]

[Se advierte al lector que las párrafos que se enmarcan entre corchetes no solo son farragosos e innecesarios para el texto, no así para la verborrea del autor, sino que pueden herir la sensibilidad de los que sienten como suya la doctrina eclesiástica. Pueden obviarse y si el lector es sufridor, volver a leerlas para convertirse en sufriente]

La religión cristiana [No he confundido cristianismo y catolicismo. Hablo del cristianismo iniciado en la región romana de Judea, incorporado como religión de Estado por el Imperio Romano y de la que se han ido desgajando Iglesias, casi siempre por motivos políticos, que han mantenido esta capacidad camaleónica de adaptación al poder. Sí puede decirse que cuando hablo de religión quizás debería hablar de Iglesia como organización. El sentimiento religioso y Dios confluyen en ciertos momentos con las Iglesias, la mayoría de las veces cada uno va por su lado] tiene una capacidad inconmensurable de dar explicación a cualquier hecho y convertirlo en propio. Ha asimilado fiestas paganas convirtiéndolas en festividades clave de su calendario litúrgico, ha adoptado vidas de santos romanos, griegos y norteafricanos a las vidas de santos cristianos y ha hecho, a fin de cuentas, lo que ha querido para que la religión pudiera explicarlo todo, fuera manual de vida y nos pudiera mantener dentro de un redil sin necesidad de buscar nada fuera de ella. Quizás de ahí viene su reticencia a cambios y novedades, a pluralidades y nuevas formas de ver el mundo, es necesario inventar algo para explicarlo, para domar lo que es contrario a sus intereses y tener el tiempo necesario para incorporarlo a sus creencias y normas.

Quizás una de sus invenciones más poéticas es la del limbo. Bueno, invención no es, el limbo existe, lo que se inventaron fue su función. [Según la Iglesia y siguiendo esa idea de incorporarlo todo y casarlo todo se produce un problema. Desde la creación del mundo hasta que Jesús retorna al Cielo existe un número de hombres (y mujeres se debe entender, y aquí hay que especificar porque en esto la Iglesia es sibilina, si dice hombres, dice hombres, no seres pertenecientes a la especie humana sin tener en cuenta el género, lo que se aclara no para complacencia de alguna, sino para dejar constancia de la actitud integradora del autor) que no han podido recibir el derecho a entrar en el Cielo ya que Cristo no los ha salvado. Es un problema, puesto que si se quiere integrar el Antiguo Testamento con el Nuevo, los patriarcas, por lo menos y por quedarnos con los insignes, deben incluirse en la lista de los acogidos en el Paraíso. ¿Qué sería  de una eternidad sin las barbas de Moisés?, podría pensar uno de Puente Genil. Así que dos soluciones o decimos que como todo es eterno y Dios todo lo ve, no importa ni el antes ni el después y ya han sido salvados, cosa que no solo liaría al más pintado sino que obligaría a pensar en el eterno retorno y no existiría el fin del mundo; o ponemos a los santos pre-Cristo en algún sitio y luego los recogen. Ea, al limbo, llamémosle el limbo de los justos. Y, otra cuestión, si es el bautismo el que redime del pecado original, qué pasa con los que no han pecado, pero que tampoco han podido bautizarse. Se podría ser generoso e incluirlos en la nómina celestial, pero si se empieza por ahí, tendríamos que incluir a los que profesan otra religión y no pecan, y faltaría más, el Cielo es para los nuestros. Pues nada, al limbo; esta vez el de los inocentes. Como se ve solución compartimentada, cada cosa en sus sitio, muy del gusto alemán, por lo que no creo que este Papa diga nada sobre esto].

Y el limbo es poético. En él se depositan todas las miradas que posé en ti y que desconoces, los libros que he leído y olvidé, las cartas que se perdieron que duermen al lado de los correos y los mensajes que nunca leíste, que nunca respondiste. Es cierto que es posible que allí descanse la pareja del calcetín que desapareció. Es posible que el limbo esté hecho de la materia con la que se forjan los sueños, y, es posible, que del limbo salga alguna vez, no un alma, sino alimento para algún espíritu.

¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan entre las rendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y adónde van...?
¿Adónde van?

Adónde van (Silvio Rodríguez)

EL SILENCIO DEL BAJO.

En un oscuro escenario iluminado por un foco tamizado aparece de entre las bambalinas el bajo danés. Es su recital de despedida. En esta sala que no ha elegido por ninguna razón especial va a interpretar un repertorio inusual, desconocido para un auditorio que apenas llena el aforo. Éste, el listado de canciones, sí ha sido elegido por él, evitando toda referencia al divismo de los tenores.

El aire vibra con su voz profunda, como el grueso terciopelo de un terno antiguo, que acaricia las almas de los asistentes. Nadie puede decir qué palabras se deslizan entre varios fa#4 e incluso un sol4 que no saben identificar. Tan solo saben que están asistiendo a un acontecimiento único, en el que se liberan cantos adormecidos en la historia, acaso cantos de una liturgia olvidada a dioses olvidados.

Esa antigua salmodia que los hipnotiza termina. El cantante recoge del atril su cuaderno, lo pliega, hace una reverencia, da la espalda al público y se marcha. Nadie aplaude, es cierto que el bajo lo ha pedido, también que nadie se atreve a contaminar la atmósfera perfumada con las caricias del maestro.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA RED.

Tu obsesión al despertar es conectarte a la red, bucear en el correo, y esperar. Esperabas ayer frente a un fondo de pantalla negro, esperabas, esperabas.

Ya ha pasado el tiempo en que la amistad viajaba a la velocidad de la luz instalada en electrones, mezclada con falsas profundidades, con falsa penas, con falsas alegrías. Ya ha pasado el tiempo en el que los correos simulaban conversaciones. Una eternidad desde que recibes una verdadera carta.

Tu mirada a 60 hertzios parece estar en modo de ahorro de energía. Y, de repente, el mundo desaparece a tus pies.

lunes, 8 de noviembre de 2010

UN CORTO RELATO.

La corriente del río empuja con una fuerza sorda y continua los papeles que una vez fueron una carta de despedida. Siguen el camino que siguieron las flores que lanzamos desde el puente. Y siguen el camino que tú emprendiste. Justo antes de que acabara la carta, justo unos minutos antes, suficientes para ser el primero. Ni a esto quisiste perder.

jueves, 4 de noviembre de 2010

¿POR QUÉ CORRER?, ¿POR QUÉ CORRO?.

Desde hace unos años yo sentía el inicio de la Navidad corriendo en la media maratón que va de Sevilla a Los Palacios. Allí me recogía Felipe y después nos íbamos a comer juntos. Hoy, mi lesión de menisco me tiene aquí sentado. Pero no he podido evitar estar atento para oír esta mañana el disparo de la salida y soñar con que, de haber corrido, podría haber bajado mi marca. Por supuesto, hoy no hay nada de eso y me siento apartado. Apartado incluso de la Navidad.

Y es que, en ocasiones, la afición, cualquier afición, si bien no es el motivo principal de vivir, sí constituye un aliento para dotar de sentido y gozar el resto de la existencia. Lo curioso es que los aficionados a correr parecen gozar con el sufrimiento. Correr implica sufrimiento y sacrificios, en realidad, correr es un pequeño tormento. Pero no puedo vivir sin esta afición. Y no soy masoquista.

Gracias a Tello he descubierto que vivo tres vidas y que estas tres vidas confluyen en una carrera. De Fernando lo había aprendido en su vertiente latina, la vida posible, la vida que uno puede llevar, la vida que uno quiere llevar. Posibilitas, capacitas, voluntas. Y creo que aquí está la clave del placer que encuentro corriendo, en que, sea a la velocidad que sea, tengo la ilusión de convertirme en auriga a la vez de mi pasión y de mi cuerpo.

Al iniciar una carrera paso casi siempre por varias fases. La inicial es la más peligrosa, en la que uno se plantea el sentido que tiene levantarse temprano, soportar el lento despertar de los músculos, la pesadez de piernas y la hora, hora y media o dos horas que esperan. Si se supera esta fase, se entra en otra fase de carrera mecánica. Suele ocurrir a partir de los diez minutos, el cuerpo pone en marcha un automatismo y marcha por sí solo. Es la fase más productiva para la mente si se marcha tranquilo, es en la fase en la que se limpian los miles de problemas, las malas ideas, y es en estas fases donde han nacido la mayoría de las entradas de este blog. Y la fatiga aparece de dos formas, en la mente o en el cuerpo. Si son las piernas o el pecho, incluso el costado, y la mente está limpia es capaz de vencer este cansancio. Si es la mente, ¡peligro!, la voluntad ha de vencer a la mente, y solo a veces lo consigue.

De otra forma, y haciendo una analogía con las tres vidas, la vida real, el ejercicio, la carrera, es un esfuerzo de desgaste necesario para poder vivir las otras vidas. Aquí es donde se expanden las posibilidades innatas de cada uno. La capacidad natural, la fisiológica, es la que aflora en la segunda parte de la carrera; en la planificación, en la forma en la que uno decide entrenar es la vida que uno desea. Claro, que esta es una interpretación muy personal y muy posible. Otra interpretación podría hacer un paralelismo entre las fases por las que yo paso en un entrenamiento y las tres vidas.

El trabajo. La vida pública.

Imagínese el lector un día cualquiera. Trabajo, casa, obligaciones familiares y una necesidad, correr. Y llegado el momento del relax, llega la decisión de salir a la calle, de calzarse las zapatillas y entrenar. O la mañana del domingo en la que con el amanecer se inicia el mecanismo, y el ritual, de la carrera larga, el de despertarse sobre el asfalto. Es cierto que cuesta trabajo, que es difícil empezar a golpear con el pie frío el asfalto aun más duro y más frío. Es cierto que cuesta un esfuerzo enorme vestirse con un pantalón corto o unas mallas, una camiseta y, si acaso, un cortavientos, y correr. Pero es, al final, algo que se hace, que se necesita y que se hace.

La vida familiar. La comodidad. las endorfinas.

Una vez superada cierta distancia, con los músculos ya calientes, uno se siente en una zona cómoda. El camino se desplaza bajo los pies, se atraviesan zonas de lluvia, de niebla, árboles, zonas de páramo, se sueña, se despeja la mente y uno no siente que corre, no nota el esfuerzo. Se corre como se vive, casi sin notarlo, dejando que espacio y tiempo pasen. Y siendo espectador.

Alguien ha estudiado esta fase, sabe que se segregan endorfinas, que todo es un doping natural, que nuestro cuerpo nos engaña para continuar la tarea. Y puede que sea cierto. No sé si alguien ha contado que en esta fase la mente se despeja, se queda en blanco y que, quizás esto, sea la verdadera meditación y el rezo.

El final. El Destino.

Sea cual sea la distancia de la carrera, algo le dice a nuestra mente que llega el final. Quede lo que quede, como en esa paradoja matemática en el que siempre queda la mitad de la mitad de la mitad de la distancia que nunca se alcanza, la meta está en el infinito. Y de golpe el cansancio nos viste, se cuelga de brazos y piernas y quiere que lo arrastremos. No se debe ignorar, tan solo saber que lo llevamos.

Para acabar la carrera, el entrenamiento, se visualiza el fin. Hay que romper el bucle de la mente, en el que, iteración tras iteración, uno se detiene y abandona, se para, se cae, y nunca llega. Si se tiene la fortaleza suficiente se puede romper el nudo gordiano y continuar. Es el auriga el que, por fin, controla el cuerpo, y los caballos desbocados de la renuncia y el abandono.

Es la vida soñada. Y estoy seguro que al hacer spinning, coger la bicicleta o echar a correr, todos, absolutamente todos los corredores y ciclistas del mundo proyectan una imagen ideal de lo que hacen. Lo que a mí me motiva me sugiere varias imágenes. Una de ellas tiene que ver con los Tour de Induráin; una es la imagen de un gigantón llamado Eros Poli, escapado, subiendo una interminable cuesta, medio atragantado con el esfuerzo, a diez minutos del pelotón y llorando como un niño porque sabía que la victoria ese día le acompañaría; otra es la imagen de un ciclista vasco, cualquiera valdría, enrolado en un equipo italiano de fuga y esprínter, que en la inmensidad de una carretera que surca una campiña verde decide tirar y probarse, y ese día la fila inacabable de corredores se pone en formación de a uno, y con el aliento cortado, las manos en el manillar y la mandíbula apretada trazan curvas detrás del rey de la carrera. La última imagen ciclista tiene que ver con el propio Induráin quien el día previo a una contrarreloj hace saltar la sorpresa en Bélgica, se escapa con un compañero belga del ONCE y emprenden una escapada por un camino flanqueado de altos árboles, en la que triunfa Johan Bruyneel para dedicar a su padre recién fallecido. En estas ensoñaciones no me llama la atención el triunfo, sino el esfuerzo que marca la voluntad y se impone a la del resto de ciclistas, pero por encima de todo, a la del corredor que tiene fe en sí mismo y sabe sacrificarse.

Es cierto, todas las imágenes vienen del ciclismo, y si no digo la imagen más certera en la que me inspiro es porque tengo la sensación de que cualquier corredor, cualquier soñador, al margen de cualquier victoria, de cualquier marca, busca en esencia el viaje, el del mohicano que corre detrás del ciervo, el de Bikila descalzo en Roma, el de Filípides en la llanura de Maratón… el de ser un carro de fuego.

Amanece. La música de Vangelis se impone sobre el ruido de un pequeño oleaje y el de las gaviotas en la playa. Un rítmico chapoteo se adueña de la escena. Junto al mar, al eterno mar, un grupo de hombres vestidos de blanco entrena. No hay campeón, no hay líder, tan solo un grupo unido en el que cada individuo, siendo uno y siendo motor de sí mismo, se siente parte de algo más. Los hombres corren. Junto a un mar que también se mueve en olas y mareas. Frente a un sol que se mueve constante. Los hombres corren. El hombre, el corredor, corre. Corre.

LA CHICA DE MANCHESTER.

Es té. Una caliente infusión que le sirven en un vaso desechable. Ya no se le hace raro haberse acostumbrado a esta bebida. Y ya no se le hace raro estar sola. Quiere añorar lo que siente que debe añorar. Quiere sentir tristeza por los que cree que deben estar tristes. Quiere sentir el desamor con la intensidad que debería sentir el amor. Pero el aroma a curry de los platos de los comensales vecinos la distraen. Y su pensamiento solo se dirige al té que hay frente a ella. Su té.

Y poco a poco las fragancias del pasado se marchan como esos hilos de vapor que salen de su vaso. Y poco a poco, con ellos, se van los recuerdos. Y poco a poco, con cada sorbo, se va convenciendo de que la vida, por fin su vida, empieza hoy.

BRISAS.

No hay aleteo alguno de mariposa y el ambiente sofocante del verano nos asfixia. Atmósfera seca, quieta, inmóvil. Pero al caer la noche una brisa fresca trae aromas de jazmín y dama de noche. Es un viento que se instala por un tiempo, le hemos gustado y se queda con nosotros.

Esta brisa poco a poco se corrompe, se convierte en un aire que nos sigue a todos lados, celoso, irascible. Nos hemos acostumbrado a él y ya no le prestamos atención. Tan solo advertimos que se ha marchado los días de calma chicha, días de pesadez, días de aturdimiento.

Cuando llega el huracán sabemos que es ella, nuestra brisa, que ha crecido y nos lo quiere hacer saber. Que ansía que reconozcamos su existencia y que no sabe que ya lo sabemos, que al igual que nuestros fantasmas, convive con nosotros en una realidad irreal.

Y tras su ira, se rinde, se pliega, se deshace su fuerza bruta y se domestica. Y ahí vive, a nuestro lado, aportando su turbiedad ocre a nuestro aire, con su putrefacto y leve olor.