martes, 28 de diciembre de 2010

CIERRE TEMPORAL.

Cien es un buen número para parar, entre las entradas que hay publicadas y los borradores supero este número. No es que quiera un cierre definitivo ni que quiera eliminar este blog, pero voy a parar. La razón principal es que quiero centrarme en otro esfuerzo, también de escritura.

Tengo el propósito de acabar en breve el inconcluso y perdido cuento de la Isla de Lobos, un pequeño artículo sobre mi afición a correr, varios borradores de entradas de los blog a medio hacer, e iniciar un libro. En el prólogo de una lectura reciente el escritor contaba que en sus relatos y en sus artículos necesita tiempos y planificaciones diferentes a los que necesita para redactar una novela. Este escritor es para mí una inspiración y un modelo en la escritura, por lo tanto le haré caso.

Hay una razón de peso más, soy un aprendiz en busca de tema para dar el salto. Podría decir que mi libro tratará de la “rebeldía justificada”, pero es incierto. No puedo aventurar ni tan siquiera que vaya a existir el libro, es imposible determinar de qué irá. Y tampoco puedo vaticinar si se escribirá y si se editará. Démosle un año a esta aventura. Pero si diversifico esfuerzos es seguro que las entradas del blog irán consumiendo las ideas sobre las que pudiera versar una novela, si así nace, o un libro de memorias o cualquier otra cosa.

Gracias a todos los que habéis participado en este blog con la lectura, gracias a los que habéis hecho comentarios. Quiero, sin embargo, abusar de vosotros y pediros un favor más, haced algún comentario sobre el blog, sobre la entrada que más os gusta o sobre la que más os disgusta, e identificaros. Es una forma de saber si mi camino va también hacia vosotros o solo hacia mí.

No sé si cumpliré a rajatabla con el propósito de pausar estas entradas (sé que retocaré y modificaré alguna y aparecerán publicados los borradores que ya inicié) pero lo intentaré. Y espero que sea señal de que avanzo en otros sentidos

miércoles, 22 de diciembre de 2010

DICCIONARIO. HOLLAR.

Cuando escribí sobre un corrupto busqué en el diccionario la palabra hollar, no estaba seguro de su grafía, lo que sé es que yo había mezclado oír, hoyar y hollar. Al que yo me refería es a hollar, pisar. Pero me llamó la atención que el diccionario atendiera a la etimología de la palabra, relacionada con folgar.

De inmediato pensé en una tarde de una navidad de principios de los 90, jugábamos a algo raro en casa de Susana y Ramón, con su particular tipismo nos habló de pisar como sinónimo de montar el macho de un animal a la hembra. Se refería a las gallinas, y no me queda muy claro si un gallo pisa a una gallina, sí que los mamíferos lo hacen.

Y me queda claro que de folgar viene follar. Y si esquivé una vez la pregunta de qué era para mí hacer el amor, diciendo que era un galicismo, ahora me queda más claro que este galicismo es necesario y que define mejor que los términos animales que empleamos el difícil arte de hacer el amor.

Y esta disculpa se la debía a dos personas. Perdón, Fernando por mi sarcasmo protector. Perdón, Inma por trivializar el amor.

SUEÑO. NAVIDAD.

Obertura.

Un teatro veneciano resplandeciente de pan de oro. Barroco, ampuloso y a la vez equilibrado. No posee patio de butacas. Los palcos se alzan hasta una altura insondable. Y, en el mejor lugar de este recinto, estoy yo, vestido a la italiana, con el pelo largo y coleta.

Every valley shall be exalted.

Un serio señor, alto, gordo, de barba negra se centra en la escena, tras él gruesos telones rojos. Inicia el canto y todo el teatro se llena con su voz. Canta y vibra y con él vibramos. Emana una contagiosa alegría, la de un padre orgulloso, ha nacido su hijo.

Aleluya.

Me fijo en los espectadores, ángeles, querubines como los que sostienen las bambalinas. Y cantan todos a coro junto al tenor y la soprano. Aleluya dicen, y junto a mí ascienden al cielo como enredadas en una tela de oro, las notas que me acarician, las letras que me perfuman. Y no me resisto, me elevo con las notas, me dejo acunar, me mezo. Y me siento elevado.

Y me siento otro.

Es El Mesías.

Es Navidad.

CONDENADO.

Si hubiera vivido en tiempos míticos, este castigo no habría sido más duro que el de Prometeo o Atlas. Pero en estos tiempos no podía imaginar a ningún dios empeñado en mortificarme. Yo sé que fui infiel a muchos pactos, infiel a mi matrimonio, infiel a mis primeras convicciones, pero jamás supe de ofensa alguna a ninguna deidad, mayor o menor, Única o de algún Panteón.

Y solo sé que hace años, muchos ya, viajé en avión y conocí a una mujer. No podéis imaginar lo que sentí, a su lado, durante el vuelo viví otra vida, me imaginaba junto a ella, como junto a una pequeña Mimí de rostro dulce y luminoso. Le propuse que se casara conmigo. No sabía de mi vida, de mi esposa, de mis sucios negocios, pero nunca me respondió.

Desde aquel día no he podido salir de un aeropuerto. Desembarco, recojo mi maleta y vuelvo a embarcar. Sin descanso. Sin reposo. Día tras día, año tras año, vuelo tras vuelo. Y la busco en todos los aviones, en todos los aeropuertos. Tan solo una vez, hace años, creí verla. Esperando la llegada de un vuelo. Un cristal nos separaba. No pude preguntarle a quién esperaba. Qué esperaba. Si acaso necesitaba responder. Si acaso era el destino que yo debía alguna vez encontrar.

UMBERTO ECO, QUE ME HAS COPIADO.

Hace poco más de un año hablaba con el señor Gorelli de los sabios de Sión, creo que de los doce sabios de Sión. Esto venía a cuento de Will Eisner quien desde los años 80 empezó a profesar una desbordada militancia sionista y cuya última obra había sido La Conspiración. No un cómic, no una novela gráfica sino, en realidad, un ensayo en cómic; también se podía interpretar como un panfleto.
Ahora se acaba de editar la última novela de Eco. La historia que narra es la del agente secreto que urdió el complot antijudío. La polémica ha acompañado la obra desde el principio, y, hablo de oídas, el problema es que parece convertir en una especie de héroe al que es un personaje siniestro.
Pero yo no puedo dejar de pensar en lo que le pasa por la cabeza a este muchacho italiano al que admiro. Ya con El Péndulo de Foucault lo acusaron de plagio, ahora podrían acusarlo, si no de tanto, sí, por lo menos, de inspirarse fuertemente en la obra de Eisner. Y debo recordar que no fue otro sino Umberto Eco quien prologaba la edición española de La Conspiración.
Pero la historia tiene todo lo que necesita una historia para resultar interesante. Un cementerio judío, el de Praga; una reunión secreta, la de los patriarcas de las tribus de Israel; judíos, dinero, poder, envidia; agentes secretos rusos; un libelo francés usado por la policía secreta rusa para justificar sus progromos; un libro secreto, prohibido y falso; y el nacimiento de una conspiración universal, el complot judeomasónico.
Todo demasiado atractivo. Tanto que en algún momento yo había soñado con usar este argumento para una historia, una que comenzaría así "Al fondo de la calle se yergue un edificio que un visitante despistado pensaría que es una iglesia protestante. Austera. Funcional. Es la sinagoga de Praga, junto a la que se extiende en una tierra fría y dura el cementerio judío. Tumbas y tumbas, piedra sobre piedra, rezo sobre rezo de sufrimiento, de humillación. En este lugar, el más frío de Praga, aun se escuchan los ecos de una conversación, la de hace dos siglos, cuando aquí en el sepulcral silencio de una navidad no celebrada se reunieron los Doce Sabios de Sión para determinar el futuro del mundo."
Así que ahora solo puedo pensar: "Umberto Eco, que me has copiado. Umberto Eco, que te has adelantado".

VENECIA.

Tras los pasos de Mario, un viejo marino, recorremos un camino secreto plagado de callejones, de puentes, de ríos oscuros y brocales de pozo. Mario conoce bien mi tierra, y yo a pesar de llevar aquí apenas dos horas, me siento como si en este lugar hubiera vivido mi infancia. Y como a otro marino de Malta que tiene el alma veneciana y el corazón cordobés, le perdemos la pista a Mario. También hay un ruso en las cercanías, pero no lleva barba.
En esta tierra, en esta laguna, sopla el misterio, sopla la decadencia, y el mar pretende arrebatarnos el paseo. Imposible. Esta ciudad ha hecho un pacto con el Adriático, una permuta de belleza y eternidad.
Y paseamos por los sestieri en pos de algo, de algún espíritu perdido, quizás Mario, quizás Corto, quizás Casanova. Y en el barrio judío, el viejo ghetto, nos encontramos el de la ciudad. Judío, masón, católico, misterioso y brumoso. Junto a los moros. Frente a Murano, la isla de la grappa; frente a Torcello, la isla del diablo y de Atila.
Y sé que ya he estado aquí antes, alguna tarde al cruzar alguna puerta de otra vieja judería o de medievales callejones secretos, en otra vieja ciudad. A la que también llaman como a una mujer. Otra ciudad de fuentes brumosas y jardines secretos. Otra capital de mundos antiguos.
El agua se remansa en las calles. Las góndolas como pequeños dragones parecen pasearse, en realidad custodian la ciudad de las serpientes marinas. Y los pozos, las escaleras, las puertas cerradas y los campos ocultos conectan este mundo con otros. Hacen falta siete llaves de siete puertas y siete palabras de siete demonios para atravesarlas.
La llaman Al Bunduqiyyah.
 
 
En Venecia, hay tres lugares mágicos
y secretos: uno en la “Calle del Amor de
los Amigos”, otro cerca del “Puente de
las Maravillas”, y otro en la “Calle dei Marrani”,
cerca de San Geremia, en el viejo ghetto.
Cuando los venecianos –algunas veces son los
malteses- se cansan de las autoridades, van a esos
lugares secretos y, tras abrir las puertas al
fondo de esos patios, se van para siempre
hacia países maravillosos y hacia otras historias.
 
HUGO PRATT
Fábula de Venecia 

domingo, 19 de diciembre de 2010

POEMA.

Yo no quiero el arrullo de la tristeza,

de su aliento de zorra indeseable.

Yo no busco el olvido,

busco el calor de un sol meridiano.

Busco la templanza de un recuerdo,

el de un aburrido día de verano,

el del frío compartido.

Existe ese rincón en la memoria,

sé que existe.

Sé que Dios en su descuidada creación,

lo ha dejado oculto en algún sitio.

Y yo no quiero vivir en la triste,

incontrolada concatenación de días de nostalgia,

quiero vivir en nuestra vida,

que no es la de los días del ayer, la de los días que serían.

Estos, los días que son,

días de pesado golpe de tic-tac,

de afilados minutos,

en los que no olvido,

en los que no recuerdo,

me hacen sentir que porque quiero olvidarte,

solo por eso,

te recuerdo.