miércoles, 24 de marzo de 2010

LA TEORÍA DE INSPIRONES Y ESTUDIONES.

Esta Teoría, en puridad, no es ni mía, ni nueva. No recuerdo si fue enunciada por primera vez en la víspera de un examen de Fluidos o de Termodinámica, o en el aula del propio examen. Dice así:
  1. Los seres humanos son seres racionales. Sus conocimientos provienen de dos tipos de partículas fundamentales: los inspirones y los estudiones.
  2. Los inspirones y los estudiones son partículas subatómicas, con gran potencial energético. Son idénticas en características entre sí, salvo en su masa y en su velocidad.
  3. Los inspirones y los estudiones vagan. Son partículas itinerantes.
  4. La vida media de un estudión y un inspirón libres es muy corta, y depende de múltiples factores. Se estima en el entorno [2·10-6 s, 10 s.].
  5. La duracion de la vida de un estudión o un inspirón fijados en un individuo sano pasa a ser la duración de la vida del individuo.
  6. Para que estas partículas se fijen en el individuo, el individuo debe tener los puertos sinápticos activos.
  7. La forma de activar los puertos sinápticos para estudiones consiste en concentrarse en la lectura, en el estudio o en trabajos no físicos. Se debe realizar en zonas con gran concentración de estudiones. Estas partículas prefieren ambientes cerrados y con poco ruido pues son muy sensibles a los cambios de presión.
  8. Para activar los puertos sinápticos para inspirones no se conoce una forma concreta. Se han realizado estudios que demuestran la existencia de una predisposición genética a tener dichos receptores permanentemente cerrados o abiertos. Otros informes correlacionan la apertura de los puertos especializados para inspirones con la activación de los puertos para estudiones.
  9. Los estudiones tiene un alto grado de especialización, existen estudiones específicos para cada área del conocimiento. Los inspirones no tienen esa especialización tan determinada, y aunque existen inspirones de conocimiento muy específicos, la mayoría de los inspirones estudiados hasta el momento son muy generalistas y actúan sobre el modo de razonamiento.
  10. La fijación de estudiones provoca cansancio en el individuo. La fijación de inspirones, euforia. Se han documentado casos de individuos atacados por un inspirón que han llorado de alegría. La última vez que ocurrió en España fue en la Escuela de Ingenieros en un examen de dibujo. El individuo resolvió el problema de Idea Feliz. Se desconoce si además aprobó.
  11. Al ser partículas poco específicas existen falsos positivos en la captación de inspirones. Se han dado casos de soluciones para problemas de Cálculo Infinitesimal que correspondían a exámenes de Hogar. Sin embargo, siempre provocan euforia.
  12. La concentración de estudiones es inversamente proporcional al número de personas que se encuentren en el recinto. En las aulas de examen, es nula.
  13. La concentración de inspirones no se ha podido correlacionar con ninguna variable. Tiene un término probabilístico indeterminado, se supone azarosa.
  14. Todo el mundo ha recibido un inspirón en algún momento de su vida. Esto no quiere decir que haya podido usarlo. Es necesaria cierta cantidad de estudiones para determinar el uso adecuado.
  15. Cierto individuos no han recibido jamás un estudión.

viernes, 19 de marzo de 2010

LA POLÍTICA EMEPETRÉS.

Hace años, Inma y yo dejamos de escuchar música. El nuevo equipo de música con emepetrés que instalamos en el coche ponía en nuestra mano, de repente, setecientas u ochocientas canciones. Iniciamos un zapeo en busca de la canción perfecta. No más de un minuto de espera en cada corte. Terminamos con la paciencia y la tranquilidad que reporta prestar atención a una obra completa, dejamos de apreciar los distintos tempos y los silencios. Fue como coger todas las óperas del mundo, desnudarlas de recitativos, tomar las arias y quedarnos solo con los Do de pecho. Despojamos de sentido a la audición.

Hace días escuché a Rafael Escuredo, político de otra generación, menos formada en tecnologías que la actual, honda base moral, humanista y política. Eran otros los políticos, transmitían ambición de cambio, ilusión por hacer funcionar un modelo de gobierno distinto. Nada más, y nada menos, que la democracia. La Democracia.

Los políticos actuales, al menos los que yo conozco, no sabrán dentro de veinte años por qué tomaron una decisión u otra. Estoy seguro que ni siquiera serán conscientes de haber tomado decisiones. Los que yo conozco, actúan a impulsos. A impulsos de la calle, de encuesta o de popularidad. A impulsos, buscando en el efecto de lo inmediato la perpetuidad en el cargo. En el más profundo de su fondo no hay más discurso que las políticas de salón, hechas a medida para mostrarse mordiente en una tertulia o en una charla de casino. Los que yo conozco no son capaces de sentarse a dialogar y a razonar; incapaces de escuchar y entender la postura contraria; incapaces de negociar. Hablan a la radio. Hablan a la tele. Ante ellas se confiesan y anuncian lo que van a hacer. Son chispazos de razonamientos. Al modo en el que yo escucho la música en el coche. Adiós a las sinfonías. Adiós a la armonía. Adiós a la música.

sábado, 13 de marzo de 2010

IN MEMORIAM. MIGUEL DELIBES.

Si alguna vez escribo algo decente, algo realmente decente, se lo deberé a mucha gente, a muchas historias. Como dijo Miguel Delibes, he tomado de gorra de todos los escritores que he leído las palabras, las expresiones, el estilo. Entre ellos, como parte fundamental está Delibes, sobre el que se vertebran las primeras lecturas adultas y compone el esqueleto sobre el que se añaden todas las demás historias.

Con buen criterio fui guiado en mi primera adolescencia a la lectura de Delibes; en mi paso de la niñez a la adolescencia, de la inopia a la gilipollez, me acompañó un número ingente de obras de este autor castellano. En El Camino está la historia de todos aquellos que hemos dejado la ciudad natal cuando nos alcanzó la madurez; en un sentido mayor es la historia de todos aquellos que hemos creído ser maduros y pasar por una experiencia de transición. En El Hereje la historia de los que creen que este mundo puede cambiarse y descubren que ningún poder lo permitirá.

El estilo de Delibes, de Don Miguel Delibes, es sobrio, buen castellano, de Lengua y de sentir. En sus palabras, siempre precisas, oportunas, se condensa el mejor lenguaje que aprendimos, el mejor castellano, con aromas de pólvora, plumas de perdiz, becadas, bruma de campo a primera hora de la mañana. En sus escritos está la humanidad precisa, la ironía contenida, la tristeza del católico, la del periodista sabio y objetivo. La de un viejo profesor que nos enseñó a todos sin que nos diéramos cuenta de que nos enseñaba.

jueves, 11 de marzo de 2010

GRACIAS GAVI. GRACIAS PEPE.

(Carta a El País. Año 2007)
 
En 1995 en el transcurso del Viaje Tecnológico que los alumnos de la rama de mecánica de la Escuela de Ingenieros hicimos, so pretexto de visitar un edificio singular, realizamos una parada de dos horas en el Valle de los Caídos. Durante la preparación del viaje se discutió este asunto, porque yo, por respeto a mi padre, hijo de un ex combatiente del bando republicano, mostré mi repulsa a visitar este lugar. Aun así, por cosas de las mayorías, decidieron a última hora realizar la visita. La excusa que me dieron fue que ya era hora de dejar la política y la historia atrás.

No pude ocultar mi indignación y mi rabia. Jamás he considerado "política" los trabajos forzados, ni los servicios militares obligatorios que después cumplieron los que lucharon por sus ideas en el ejército derrotado y que fueron confinados en campos de concentración. En cambio, sí entiendo como Historia, todas aquellas historias y tragedias de los represaliados. Y creo con firmeza en que hay que saber contar la verdad, y escribir la Historia de este país incluyendo todos los aspectos duros y trágicos que se han olvidado hasta hoy.

Mi único acto de rebeldía fue quedarme en al autocar. Pensé que lo haría solo. Mi sorpresa fue que conmigo se quedaron Enrique, Antonio, Pepe y Gavi. Sé que los demás pensaron que estábamos borrachos o que éramos demasiado vagos como para salir. La realidad no fue así. Y lo que para muchos fue un acto menor quizás ya olvidado, para mí fue importantísimo.

Gracias Pepe. Gracias Gavi.

COCINAR CON LÁGRIMAS.

Cuando murió mi abuela se acabaron miles de comidas. Todos sus guisos, sus recetas y su forma de hacerlas, murieron con ella. Como un luto impuesto se dejaron de lado en los menús familiares todos los platos que ella preparaba. Adiós al lomo asado, untado con mantequilla usando los dedos, con los que se introducían dientes de ajo y jamón en los profundos cortes transversales de la pieza, como restañando la herida practicada; adiós a los bocadillitos de angulas, a la merienda de pan frito, a la mejor tortilla de patatas del mundo, a la mayonesa hecha a mano y a toda aquella cocina, medio de la campiña cordobesa, medio alemana.

Ayer yo cociné carrillada. El mejor guiso de carrillada era el de Mari Carmen. Ningún restaurante, ni Inma, ni yo, hemos conseguido alcanzar la redondez de su receta. Mari Carmen cocinaba muy bien, algunas cosas perfectas. Con ella se han ido sus platos, y su forma de presentar y engrandecer lo más sencillo. ¡Ay!, el cartuchito de patatas.

Sin embargo me atreví a cocinar carrillada.

Entre humos y olores se despertaron muchos recuerdos. Con el vapor del guiso se evaporaron mis lágrimas. Como siempre tristes, saladas. De cortar cebolla, Carmen, de cortar cebolla. Entre humos y olores recordé a mi abuela. Entre humos y olores recordé a Mari Carmen.

Entre humos y olores.

miércoles, 3 de marzo de 2010

LA IGLESIA DE LOS ALTOS.

Acudí a misa. Lo intenté con ahínco, pero no evité llegar tarde. La ceremonia había ya pasado la parte de la consagración y cuando yo llegué a aquella iglesia nueva, todos los feligreses estaban sentados.

El cura parecía hablar para sus adentros, aun así, sentí su mirada reprobatoria. Llegas tarde, cordero. Llegas tarde. Así que toda la vergüenza que sentía se concentró y licuó en la atmósfera que me rodeaba, turbia, densa, opresora.

De repente, los parroquianos se levantaron al unísono. Una bendición, un acto de contrición o de respeto a la sagrada forma, no sé que fue, porque el milagro me cegó. Desde mi puesto retrasado al fondo de un mar de bancos, contemplé una multitud de gigantes. Yo sé que estaba al fondo, y pensé que todo se trataba de una ilusión óptica, de un efecto de la perspectiva, que todas las líneas de fuga confluían en un horizonte más alto del que yo creía ver y que el suelo de aquella iglesia se inclinaba suavemente a un lado o a otro. Pero no. El suelo era plano como una lámina de agua y la nave era demasiado corta como para provocar distorsiones visuales. No. Algo semejante a un milagro ocurría. Todos los asistentes a misa se habían convertido en personas ciertamente altas. Hasta mi amiga, un poco bajita, situada en la segunda fila, podría haber paseado perfectamente por una pasarela de moda, su cuerpo se había estirado, su figura estilizado, … Milagro.

¡Cómo no!. Me adentré en el seno de la iglesia y no sentí nada especial. Poco a poco, hasta las primeras filas sin sentir nada. Allí llegué, dispuesto a presentar mis respetos y dar media vuelta, cuando la imagen de mi figura reflejada en el espejo de una capilla lateral me impactó. Ese no era yo, sino quien yo quería ser. Un hombre veinte centímetros más alto, una figura ya no retaca, sino esbelta y atlética. Y así me sentía por dentro, esbelto, ligero. Sin pensar ni en la muerte ni en la desgracia. Sereno. Abandonado a mi altura.

Y salí de allí dispuesto a contarlo, a correr a mi casa, a decirle a mi mujer y a mis hijas, venid, seamos altos, seamos ligeros. Y conforme me acercaba a la puerta iba empequeñeciendo, así que adentro, a ser alto. Y lo fui. Entre el banco diecisiete y catorce me convertí en alero alto, entre el siete y el dos ya era un gigante. De ahí no pasé. Pero me senté un rato a esperar que el efecto de la altura se convirtiera en algo permanente. Y cuando, tras un par de horas, ya pensaba en que, al menos, podría tener quince centímetros más fuera del templo, hice un amago de salir. Pero en el pórtico de la parroquia ya era yo de nuevo. Y me fui. A explicar a mi familia mi mal de altura, el motivo de que la cena estuviera enfriándose.

Y volví a aquella iglesia. Fue también durante la misa. El cura, pelo cano y ralo, tez pálida y arrugada, mano comida de lunares, repartía la comunión a una parroquia compuesta por los hombres más altos del planeta. Me acerqué, sin ninguna disposición a comulgar, y dispuesto a preguntar desde mi altura, solo balbucí:

- Padre…

Una mirada sardónica, sin sonrisa, desde un leve reflejo amarillo, un fundido en negro de su imagen, rodeada de moscas, una figura como de gárgola, y ciertos elementos sulfurosos rodearon su respuesta:

- Iglesia somos todos, hijo. Iglesia somos todos.