viernes, 21 de septiembre de 2012

CUENTOS DEL DÉFICIT CERO. UN TERCIO MÁS.

Cuando el café está impregnando de aroma la cocina llega Pedro. Ha pasado varias guardias seguidas en varios hospitales y apenas recuerda ni de cuál vuelve ni a cuál tendrá que acudir dentro de dos días. Solo sabe que tiene ahora un poco de tiempo para disfrutar de su casa. Olga se irá a su trabajo de media jornada y la interna se llevará y recogerá a los niños del cole. Solo, va a quedarse solo. Podrá hacer lo que quiera.

Olga vuelve a las tres y encuentra a Pedro aun en la cocina, pensativo, preocupado. No quiere preguntar, sabe que es duro aguantar ciclos de cuatro días sin venir a casa, durmiendo en camas de hospital y atendiendo a gente en mal estado. Olga sabe que ayer le contó que había tenido que dejar de atender a un cincuentón en paro desde que se inició la crisis y a un marroquí sin ningún tipo de documento. A Pedro le propusieron objetar, pero el director de la Clínica lo miró y él pensó en la tranquilidad que la interna les daba en casa y en lo bueno que era que ella subiera las maletas, no estaba para rebeldías quijotescas. Olga cree que hizo lo más sensato. Pero tiene que ser duro decirle a alguien, vaya a morirse a casa, yo no puedo atenderle. Olga siente que ni un terrorista merece oir eso.

Olga mira ensimismada a Pedro, piensa que vive una lucha interior y que su juramento hipocrático le está provocando un fuerte dilema moral. Estás bien Pedro, lanza con dulzura. Sí, no te preocupes, tranquiliza el médico, estaba pensando en que si en vez de hacer lo de todo el mundo fuera al revés que el mundo podría añadir un ciclo más cada dos meses, comprarnos el coche con el deuvedé integrado en los asientos traseros y ganar este año un tercio más.






miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA ISLA DE LOBOS.

(UN CUENTO PARA CARMEN)

Os voy a contar una historia.
Es la historia de un cuento y de por qué se hizo famoso.
Es la historia del Cuento de la Isla de Lobos.


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Hace ya algunos años, ni muchos, ni pocos, sino los suficientes, una niña viajó con sus padres de Lanzarote a Fuerteventura. Esta niña, podéis imaginaros, es como las niñas de todos los cuentos, guapa, rubia, de pelo ensortijado, que quiere decir muy rizado y muy bonito, y con un corazón puro, puro, muy puro.

Carmen, que es el nombre de esta niña, hacía la travesía en un bonito barco, un vaporcito con el fondo transparente para ver los peces, que se llamaba “El Barco del Amor”. El contramaestre era un simpático hombre que vestía como un antiguo pirata, descalzo, con calzón ancho y pañuelo en la cabeza.

- Carmen, gritaba, mira los delfines y los peces voladores, ¡mira el cielo y el sol!.

Y, mientras a babor y a estribor saltaban los peces voladores y los delfines acompañaban el barquito, su papá le dio la mano y su mamá montó a Carmen en sus rodillas para que viera mejor la isla de Fuerteventura que aparecía en la proa del barco. Pero Carmen no miraba a su frente sino a su izquierda, que es babor, donde su atención se dirigía a un pequeño islote.

Tan tímida era Carmen que no preguntó qué era aquello, pero el pirata adivinó su pregunta y dijo:

- Y a babor tenemos la famosa Isla de Lobos.

Y del corazón de Carmen, sin saber cómo, salió un mensaje que voló rápido y veloz a la Isla de Lobos.

Y no creáis que se perdió, pues como veréis ahora, ese mensaje puro llegó a la Isla y selló un pacto muy importante.

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Cuando Ferling, el Guardián, detectó el mensaje supo enseguida que debía convocar el Consejo.

Os preguntaréis qué es el Consejo, pues sabed que el Consejo lo componen todos los habitantes de la isla. Es decir, todos los lobos de todos los cuentos, historias y leyendas del mundo. Este Consejo lo preside el lobo más antiguo, que como casi todos sabéis es el lobo del cuento de Caperucita.

Haremos aquí un descanso. Pequeño. Lo suficiente para contar cómo viven y qué hacen los lobos en esta isla, pues antes los lobos vivían a lo largo y ancho de este mundo. Hace muchos años los bosques y los campos empezaron a llenarse de hombres que se peleaban con todos los lobos, incluso con aquellos que incluían en sus historias, casi siempre los malos del cuento. Poco a poco el mundo se hizo pequeño para los lobos hasta que una loba, hechicera y maga, que vivió con los Atlantes decidió que todo lobo que apareciera en una historia humana podría venir a esta isla a vivir para siempre.

Escogió esta Isla de Lobos y la hechizó, a los ojos de los hombres no sería más que un islote pedregoso, pero en realidad es un verdadero paraíso, un jardín creado por un lobo jardinero, el que creó el jardín de Babai. Los hombres creen que la llaman Isla de Lobos porque el viento pasa entre sus rocas y el sonido recuerda el aullido del lobo. Es en verdad el aullido del lobo, de todos los lobos del mundo que aúllan. Y ahora vosotros sabéis el secreto.

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Cuando la luna llena llega al punto más alto en el cielo, se ilumina la Cueva del Consejo. Nadie sabe por qué la llaman cueva porque se trata de una explanada rodeada de pequeñas pendientes en las que los lobos se colocaban para escuchar y participar en las deliberaciones del Consejo. Y la primera luna llena desde la llamada de Carmen se reunieron los lobos.

Los primeros en llegar fueron los ruidosos wargos de Tolkien, unos lobos con mala fama que siempre reñían con los lobos del cuento de La Bella y la Bestia. Tras ellos se fueron incorporando los demás, los lobos provincianos de las fábulas francesas, los de los cuentos griegos y romanos, los exóticos lobos de las estepas rusas, los de los cuentos de las riberas del río Amarillo que acompañaban a los blancos lobos siberianos. También los lobos místicos de los Libros Sagrados de casi todas las religiones a los que todo el mundo intentaba dejar a solas. Y los lobos de rancio abolengo que iban incorporándose los últimos, el de los Tres Cerditos, el de los cabritillos, el de aquel cuento que contaba tu abuela y ahora no recuerdas. En último lugar como fornida escolta, los hombres-lobo, abriendo paso al presidente del Consejo, el anciano lobo, aun fuerte y majestuoso, el más sabio, el lobo del cuento de Caperucita Roja.

- Hermanos lobos, y cuando decía esto no podía sino recordar a su antiguo amigo Francesco, el Consejo se ha convocado para que tomemos una decisión. Hace menos de media luna el fiel Ferling recibió un mensaje de un humano. No, no digáis nada todavía, no era una trampa. Era un mensaje de ayuda y no pedía nada. Jamás Ferling recibió un mensaje tan puro y de un corazón tan grande.

- Pero, ¿qué quería?

- No quería nada. He aquí lo extraordinario. Nada pedía, y ofrecía amor y ayuda.

- ¿De un humano?, no lo creo.

- De una niña, créelo. Su corazón es puro, muy puro.

- Entonces, nuestra salvación es una niña. En el mundo de los hombres la voz de una niña apenas es nada. ¿Qué puede hacer?.

- No lo sé, hermano. Cierto es que se trata de una voz pequeña, pero no creo que sea débil. Se trata de algo muy fuerte, frágil pero duro, como un diamante.

- Y, ¿qué haremos?

- Enviar a un mensajero.

- ¿A quién de nosotros?.

- No está decidido, pero yo había pensado en enviar a alguien fuerte, con experiencia en estos asuntos, que ya haya vivido una experiencia similar.

Todos los ojos de los lobos se dirigieron a la roca en la que los hombres-lobo se agrupaban. Miraban su porte altivo, erguidos sobre sus dos patas traseras, mostrando un pecho fuerte y peludo, atravesado por las heridas de mil armas de plata. Y, de entre ellos, se adelantó uno, con el semblante serio y desesperanzado y habló:

- No habléis más. Yo soy el lobo al que siempre traga la Nada, el hombre-lobo que persigue a Bastián, el embajador de las sombras. ¿Otra vez queréis mi sacrificio?, ¿otra vez me enviáis a la ciega oscuridad?.

- Amigo, sabemos de la dificultad de tu misión, y sabemos que si la emprendes no podrás volver a la isla, que tomarás el camino de los que no quieren ser más una historia, pero nuestra supervivencia depende de esto, y sabes que nadie mejor que tú para cumplir esta misión.

- Me pedís mi sacrificio, vosotros que también me miráis con miedo, y de esa forma os libráis de mí.

- No, no es así. Los pequeños lobos admiran tu porte y sufren por tus heridas cada vez que alguien lee La Historia Interminable. Y lo que queremos es que seas nuestra esperanza. No creas que se olvidará tu nombre, cantaremos tu viaje en nuestras leyendas.¿Aceptas ser nuestro embajador?.

- Sea.

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Carmen había casi olvidado su viaje a Fuerteventura, tan solo en un rinconcito de su corazón quedaba un hueco para aquella travesía y la misteriosa isla. Había pasado ya tiempo y se preocupaba por algo muy importante en su vida, su colegio. Estaba a punto de entrar en un cole nuevo, en el que no sabía si estarían sus amigos de siempre, o serían unos nuevos compañeros los que la acompañarían.

La noche de antes de empezar el colegio se acostó temprano, escuchó un cuento de su papá y otro de su mamá y se durmió soñando con el día siguiente. Pero a media noche se despertó, no sabía lo que pasaba pero miró a la lamparita que tenía en su habitación y le pareció ver una sombra. Muerta de miedo se tapó la cabeza con su edredón pero no podía dormirse, notaba algo extraño.

Debo estar soñando, pensó. Y cerró los ojos para dormirse cuando notó que a los pies de su cama se sentaba alguien. Mi papá, que viene a ver que me pasa, dijo antes de destaparse la cara y descubrir algo que le dio tanto miedo que la dejó muda. A los pies de la cama estaba sentado un hombre cubierto de pelo por todo el cuerpo, mucho más fuerte y alto que su padre, y con la cabeza de un lobo fiero, con unos colmillos blancos y afilados. Antes de que Carmen pudiera hablar, el monstruo habló:

- Buenas noches, niña. No te asustes, solo vengo a hablar contigo. ¿Cuál es tu nombre?

Al principio Carmen no podía hablar del miedo que sentía, y se quedó mirándolo con mucho miedo.

- Lo siento, dijo el lobo. Los lobos no nos damos cuenta de que somos los malos en todos los cuentos y que asustamos a los niños. Perdóname. No tengo mucho tiempo, antes del alba he de partir, así que empezaré diciéndote que vengo de la Isla de Lobos, ¿la recuerdas?.

- Carmen, me llamo Carmen. Dijo tímidamente. Y la recuerdo muy bien.

- Bien. Como te decía vengo de la Isla de Lobos para pedir tu ayuda. Estamos en un grave peligro, desde hace miles de años, vivimos en esta Isla sin que nadie nos moleste. Apenas un farero de vez en cuando, como el padre de un niño que queríamos que se llamaba Alberto, algún que otro turista despistado que venía a comer pescado a una pequeña caseta de la playa y poco más. Pero hace poco, alguien dice que compró nuestra Isla. Sabemos que un día desembarcó en la playa con unos papeles escritos por notario que decían que era suya, echó a los pescadores de la playa y derribó el pequeño bar que les abastecía y proyectó varios hoteles, carreteras, su mansión, un parque acuático y mil cosas más. Esto que, en principio parece bueno para que los hombres puedan vivir y trabajar, es nuestra ruina y nuestra muerte. Porque el hechizo de la maga durará mientras en la Isla los lobos sean más numerosos que las personas, solo así seremos invisibles. Nos quitarían nuestro hogar y ya no quedan islas donde puedan vivir estos lobos a los que nadie quiere. Y los que abandonan la Isla al cabo de un tiempo muy corto se pierden como las sombras en la oscuridad.

- Pero si sois buenos y estáis en todos los cuentos. ¿Por qué os hacen eso?

- Sí, pero en todos los cuentos somos los malos. Nadie nos quiere, ni a nadie podemos acudir, el hombre solo piensa en el hombre.

- Es verdad. A veces dais mucho miedo, pero como me ha pasado contigo es porque apenas os conocemos. Me da mucha pena lo que me has contado de tu isla tan bonita, pero, ¿cómo os puedo ayudar yo?.

- No lo sé, pequeña, no lo sé. Cuando recibimos tu mensaje, pensábamos que tú tendrías la solución.

- No la tengo. Y no se me ocurre qué hacer. Lo siento. Vuelve a la Isla y diles que tenéis que buscar ayuda en otro sitio.

- No puedo. Al salir de la Isla ya no se puede volver. Dentro de poco, de dos lunas, me desvaneceré y mi historia habrá sido una mala pesadilla.

- Nooo, lobo, no. Al principio das un poco de miedo, pero eres bueno. Pensaré algo para ayudarte, lo prometo.

- Gracias, niña. Volveré en dos lunas. Ahora tengo que marcharme.

- Adiós.

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Dos lunas son un tiempo inmenso para una niña, tanto que a Carmen se le olvidó la cita con el hombre-lobo, y pasó unos días estupendos en su nuevo colegio casi sin acordarse de nada.

Una noche de otoño, con un poco de frío, Carmen se fue a la cama con una sensación especial, pensaba que algo ocurriría, y ocurrió. Cuando sus padres ya dormían, Carmen se despertó con la leve presión que sintió a los pies de su cama. El hombre-lobo estaba allí.

- Hola, Carmen. Hoy es mi último día, vengo a despedirme, porque creo que no has encontrado ninguna solución a nuestro problema. Al menos no he sentido nada que lo presagie.

- Hola. La verdad es que casi te había olvidado, ha pasado tanto tiempo que ya creía que no volverías. Pero tus presentimientos están equivocados, no dejé de pensar hasta que algo se me  ocurrió.

- ¿De verdad?, ¿qué has pensado?.

- Algo que no sé si os va a gustar porque revela vuestro secreto. Resulta que mi profe es un cuentacuentos y sé que a mi padre le gusta escribir. Así que si convenzo a mi padre para que escriba vuestra historia y a mi profe para que la cuente, todo el mundo la conocerá, y no creo que nadie se atreva a destruir vuestra isla. Pero necesito tu permiso.

- Y, ¿crees que funcionará?, ¿crees que a la gente le siguen interesando los cuentos con lobos?

- No lo sé, pero es que no se me ocurren más ideas. Me gustaría tener dinero para comprarle a ese hombre la isla, pero no tengo. Así que es la única solución que se me ocurre.

- Esperemos que funcione. Tienes mi consentimiento.

- Gracias.

Y el hombre-lobo hizo un pequeño silencio, miró los muebles blancos de la habitación de Carmen y suspiró antes de hablarle.

- Carmen, ahora tengo que irme. Me tengo que marchar para siempre, ya lo sabes.

- Lo sé. Pero antes de irte dime tu nombre.

- Algunos me llaman Lobo, Wolf, Hombre-Lobo, Bestia y mil cosas más. Pero una vez tuve un nombre. Un nombre humano, Piotr.

- Piotr. ¡Qué raro!, suena como piedra.

- Y así es. Es el mismo nombre que Pedro o Peter, en mi tierra me llamaban así por un cuento musical, Pedro y el Lobo.

- Piotr, si apareces en el cuento podrás volver a la Isla. Porque será un cuento nuevo y tú su protagonista.

Los ojos del lobo se iluminaron y humedecieron, pero no dijo nada, ni hizo ademán alguno.

- Adiós, Carmen.

- Adiós, Piotr. ¿Me darías un beso?.

Y el lobo la besó en la frente dulcemente. Y justo cuando lo hizo se desvaneció como el humo en el aire y de él no quedó nada más que un recuerdo como el de un sueño y un susurro que voló hasta la Isla de Lobos para llevar la buena nueva al Consejo de los Lobos.

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Y así fue como este cuento fue escrito, y contado a todo el mundo.
(Y así fue que yo, Carloco, lo cuento).

Y así fue, desde entonces, que todos los lobos de los cuentos viven en su Isla con el respeto de los hombres que cuando conocieron el secreto decidieron que allí no se construyera nada.

Y Piotr, el hombre-lobo, regresó a su casa desde el primer día que el padre de Carmen escribió su nombre en un papel y pasa los veranos sentado en una roca, mirando el horizonte y esperando, al igual que lo hizo Ferling, recibir el mensaje de una niña guapa, rubia y de pelo ensortijado.

lunes, 10 de septiembre de 2012

EL PEDANTE.

[El Pedante ha muerto. No ha sido ley de vida, sino una decisión meditada. El Pedante ha muerto. Antes de abandonar esta esfera, el Pedante se presenta ante el Coro de Jueces. Mejor dicho, ante el Coro de Juzgadores.
El Coro viste de blanco, el Pedante apenas se viste con una especie de pañuelo hindú que tapa sus genitales.]

Pedante: Ante este coro blanquísimo, pulcrísimo, inmaculado, me presento.Yo soy aquel que quise ser amado y no lo fue. Yo soy aquel a quien no esperaba el mundo y llegó.

Juzgador 1: Está bien esa forma de presentarse, humilde como siempre ha correspondido a los humildes. Sabe usted presentarse. Sabe usted predisponer y soliviantar a este Coro con solo una frase.

Pedante: Ese es mi sino. Hablar y molestar.

Juzgador 2: ¿Acaso no lo pretendías?

Pedante: No. Y lo siento. Durante toda mi vida fue igual, hablaba y no pensaba. Siempre me encontré con la misma patente reacción ante los que hablaba, se me iba la cabeza y charlaba, charlaba y charlaba pensando que los demás me seguían. Y era falso, los demás me seguían hasta dónde aguantaban y además interpretaban lo que querían, o podían, de mis palabras

Juzgadora 3: Y usted erre que erre. Además de pedante, insistente, cabezón.

Pedante: Disculpe, cabezón, no. Mi cabeza tiene unas proporciones muy normales. Creo que quiere usted decir cabezota.

Juzgador 4: Se da usted cuenta de que sus continuas correcciones no le favorecen.

Pedante: Sí, me doy cuenta. Soy consciente de que este irrefrenable deseo de corregir me condena, pero no sé qué me ocurre porque mi lengua cabalga desaforada antes de que mi mente la detenga. Es algo congénito.

Juzgadora 5: ¿Pretende darnos pena?

Pedante: ¡Qué va!. Lo que pretendo es que comprendan que es algo que está en mi naturaleza, en mi ser. Que comprendan que así como todo el mundo sabe que una víbora morderá porque es una víbora, que sepan que un pedante hablará porque es un pedante.

Juzgadora 6: Quizás comprendamos la naturaleza de una serpiente y sus reacciones porque son instintivas. ¿Cree usted que un gen lo convierte en pedante?

Pedante: Puede que algo parecido

Juzgadora 7: Mire. Hasta donde sé lo suyo es un comportamiento, un hábito que se puede corregir.

Pedante: ¿Y cómo corregirlo?

Juzgadora 8: Poniéndose en el lugar del otro. Pensando en lo que el otro piensa y necesita, en lo que desea oir, anteponiendo los deseos y necesidades de los demás a las suyas. Haga eso y podrá corregir su aptitud.

Pedante: Actitud, no aptitud.

Juzgador 9:  Va por buen camino.

Pedante: Lo siento. Lo que no entiendo es cómo hacerlo si he muerto.

Juzgadora 10: Si jura hacer lo que le hemos dicho volverá a vivir. De usted dependerá que sea una vida diferente, de usted dependerá tomar un camino distinto en cada ocasión en la que fue pedante.

Pedante: ¿Y si no juro? ¿O prometo?.

Juzgador 11: Recuerde que será juzgado.

Pedante: ¿Por qué?, ¿Por saber mucho?

Juzgadora 12: No. Hacen falta personas que sepan. Pero los conocimientos no son todo lo que hay que tener; saber puede ser combinado: hay que saber tratar a las personas, saber estar, saber que no se es el ombligo del mundo,...

Pedante: Aun así no aprecio falta o pecado en mí.

Juzgador 13:  El pecado está en el daño que hiciste a los demás, a los que con tus palabras, con tu arrogancia hiciste sentir inútiles e inservibles. Date una oportunidad y rehaz tu vida.

Pedante: Escojo el juicio.

Juzgadora 14: Sea

Coro: TE CONDENAMOS.

Pedante: Esto sí que es un juicio rápido. Pero condenar es transitivo, ¿y el objeto directo?

Coro: ¡¡GRRRR!!... LA CONDENA ES A VIVIR TU VIDA MIL VECES COMO PEDANTE, A SER JUZGADO MIL VECES Y A REVIVIR EL DAÑO QUE HAS CAUSADO.

Pedante: Con mi actitud, como decís, ¿qué me va a suponer a mí?.

Coro: EN CADA VIDA SABRÁS UN POCO MÁS LO QUE SIENTEN LOS DEMÁS, SUFRIRÁS COMO ELLOS, PERO NO PODRÁS CAMBIAR TU FORMA DE SER. ESA ES LA CONDENA.

[Y así ha sido desde el día de este juicio, mil vidas que está viviendo el Pedante, mil condenas, mil veces la muerte buscada por el Pedante].

Así que si te tropiezas con el Pedante, no te castigues. No pienses que el Pedante queda indemne, en su conciencia, día a día, queda un estigma. El del daño que te ha causado y que le provocará la muerte.

Obsérvese el sobrado cumplimiento de la ley de paridad en el Coro de Juzgadores. Y Juzgadoras.

¿Buscan al pedante?

YANNIH NOAH Y SU RAQUETA.

Amanece. Es domingo y llevo casi una hora y cuarto corriendo cuando el sol empieza a hacerse notar. A mi lado otros corredores, con los que me cruzo de forma casi invariable en el mismo punto semana tras semana, me muestran la cara que debo llevar. Frío, cansancio, sueño, una barbita sin afeitar... Están los ciclistas que pasan en manada a nuestro lado, abusones que se apropian del camino y de la velocidad, y que se tienen que tragar su soberbia en los semáforos y en las zonas adoquinadas. Y también los señores y las señoras que andan, los que pescan y los más elegantes, los remeros. Los remeros surcan al agua mansa del río con un compás mágico, rompen la superficie del agua con su proa de aguja y dejan tras de sí una estela veloz, que sobresalta a los patos.

Es domingo. Y esta ribera del Guadalquivir que alberga también a pintores y artistas, noctámbulos que no saben a dónde ir, parejas que ya no saben si el deseo de la noche sigue ardiendo, no parece Sevilla. Y aunque así sean ya esta ciudad y otras muchas del país, parece una mañana cualquiera junto a otro lugar, como podría ser junto al río Cam. Una mañana llena de actividad aunque sea domingo, sea enero y haga frío, mucho frío.

Y voy pensando en Yannih Noah, aquel tenista que me encandiló con sus golpes imposibles, el primero al que ví saltar por encima de su raqueta para dar un golpe entre sus piernas, al que ví remontadas épicas y al que aplaudí. Voy pensando en él porque hace unos días opinaba y teorizaba sobre el deporte español, y venía a decir que todos los éxitos logrados por los deportistas españoles están manchados por la trampa del dopaje. Es fácil teorizar, opinar y decir algo así sin conocer la realidad de miles de personas que optan por correr, montar en bici, saltar, jugar al tenis o al baloncesto o al fútbol de forma masiva. Es fácil hablar porque este tío no sabe lo difícil que es, ya no correr, sino conseguir un dorsal para correr una media maratón, participar en un triatlón o en una ruta ciclista. No sabe la masa social que respalda cada acto. Y aquí no hay trampa ni cartón, hay que correr, pedalear, saltar, y son el propio cuerpo, la mente, las piernas las que van moviendo una pequeña rueda hacia cada victoria. Yannih Noah no lo sabe y no nos importa.

Yannih Noah ha cambiado su raqueta por una guitarra, y puede que siga siendo un virtuoso. Pero que calle, por Dios, ¡que calle!. Porque, entre otras cosas, me estropea la mañana del domingo y los graznidos de los patos, el reflejo del primer sol sobre las ondas de las piraguas, el saludo del conejo en el parque. Que calle. Me gusta correr en paz.