lunes, 10 de septiembre de 2012

YANNIH NOAH Y SU RAQUETA.

Amanece. Es domingo y llevo casi una hora y cuarto corriendo cuando el sol empieza a hacerse notar. A mi lado otros corredores, con los que me cruzo de forma casi invariable en el mismo punto semana tras semana, me muestran la cara que debo llevar. Frío, cansancio, sueño, una barbita sin afeitar... Están los ciclistas que pasan en manada a nuestro lado, abusones que se apropian del camino y de la velocidad, y que se tienen que tragar su soberbia en los semáforos y en las zonas adoquinadas. Y también los señores y las señoras que andan, los que pescan y los más elegantes, los remeros. Los remeros surcan al agua mansa del río con un compás mágico, rompen la superficie del agua con su proa de aguja y dejan tras de sí una estela veloz, que sobresalta a los patos.

Es domingo. Y esta ribera del Guadalquivir que alberga también a pintores y artistas, noctámbulos que no saben a dónde ir, parejas que ya no saben si el deseo de la noche sigue ardiendo, no parece Sevilla. Y aunque así sean ya esta ciudad y otras muchas del país, parece una mañana cualquiera junto a otro lugar, como podría ser junto al río Cam. Una mañana llena de actividad aunque sea domingo, sea enero y haga frío, mucho frío.

Y voy pensando en Yannih Noah, aquel tenista que me encandiló con sus golpes imposibles, el primero al que ví saltar por encima de su raqueta para dar un golpe entre sus piernas, al que ví remontadas épicas y al que aplaudí. Voy pensando en él porque hace unos días opinaba y teorizaba sobre el deporte español, y venía a decir que todos los éxitos logrados por los deportistas españoles están manchados por la trampa del dopaje. Es fácil teorizar, opinar y decir algo así sin conocer la realidad de miles de personas que optan por correr, montar en bici, saltar, jugar al tenis o al baloncesto o al fútbol de forma masiva. Es fácil hablar porque este tío no sabe lo difícil que es, ya no correr, sino conseguir un dorsal para correr una media maratón, participar en un triatlón o en una ruta ciclista. No sabe la masa social que respalda cada acto. Y aquí no hay trampa ni cartón, hay que correr, pedalear, saltar, y son el propio cuerpo, la mente, las piernas las que van moviendo una pequeña rueda hacia cada victoria. Yannih Noah no lo sabe y no nos importa.

Yannih Noah ha cambiado su raqueta por una guitarra, y puede que siga siendo un virtuoso. Pero que calle, por Dios, ¡que calle!. Porque, entre otras cosas, me estropea la mañana del domingo y los graznidos de los patos, el reflejo del primer sol sobre las ondas de las piraguas, el saludo del conejo en el parque. Que calle. Me gusta correr en paz.

No hay comentarios: