lunes, 16 de diciembre de 2013

HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA

Entre las muchas cosas que olvidan los pagados de sí mismos hay una que resulta fundamental para descubrirlos: la falta de perspectiva. Sí, se distinguen, entre otras cosas, por la cortedad de miras que demuestran, creen que el mundo consiste en aquello que se divisa desde su altura, lo que está en los libros que han leído, en las películas que vieron, en las noticias que entendieron. Pocos lo notan (pocos lo notamos) hasta que no nos damos de bruces contra el suelo. Y pocos dicen lo de “solo sé que no sé nada” tras haberlo descubierto de verdad. La mayoría lo hacemos por repetición, puesto que el reducido espacio que habitamos no da para experiencia que no se confirme en él y nos permita descubrir que hay vida más allá del universo que controlamos.

A finales de los años 90, comencé a escuchar el concepto de excelencia a los directivos de las grandes empresas. No buscaban ya al trabajador incansable, al hombre efectivo; la búsqueda se centraba en el hombre activo, eficiente, conocedor de su trabajo y de su mundo. Yo me imaginaba algo opuesto a lo que yo era, personas que tienen sus documentos ordenados, impresos rellenos sin un tachón o una mancha, sin ni siquiera una arruga, capaces de resolver problemas complejos sin ensuciarse el puño de la camisa, buenos deportistas, aseados, triunfadores… Sin duda esa era la imagen que querían crear las grandes corporaciones en mi generación tocada por el grunge.

Como todas las ideas que sobrepasan el mundo empresarial, esta concepción inicial se desvirtuó al saltar a la calle y vulgarizarse. Tan lejos estaba aquella excelencia casi idílica del diccionario, como lo está hoy la imagen común de la excelencia. Término al que se le ha quitado ya su estado superlativo y que se podría comparar al estilo de cuál es más o menos excelente. Término que ya solo significa que se ha hecho un cursillo o se ha leído en Internet.

Mis historias están a medio camino de ningún sitio, de cualquiera de las definiciones de lo que se entiende por excelencia. Es posible que en vez de excelencia debiera hablar de ridículo, de altanería o de pretenciosos. Pero creo que estaría también en el centro de ningún lado. Los personajes de los que hablo son personas con un alto concepto de sí mismos, al menos de cara a los demás, puesto que pueden esconder un complejo de inferioridad. Son, además, gentes que creen que el mundo que tienen a su alcance sirve de muestra para el universo entero, y que, si el tabernero que conocen es antipático, deducirán que todos los taberneros del mundo lo son. Casi todos los que han inspirado estas historias han hecho algún curso que les dice que han alcanzado la excelencia o la maestría en algo. No imagino que haya alguien, de los que se cuentan entre mis amigos, que se pueda reconocer en estos pequeños relatos ni en los hechos cuasi ficticios que se cuentan. Sí, he de aclarar al lector, bienvenido y esperado lector, que me reconocerá en muchos de ellos o en todos, en parte o en todo, y no solo como narrador y testigo sino como el protagonista. Sea benevolente juez el despistado leedor, tanto de lo literario como de los personajes, pues está avisado de que no trascenderán más allá de estos píxeles mis palabras; tampoco deberían hacerlo sus críticas.

Casi nunca explico por qué, o por qué no, nace o crece un cuento o una historia. Hoy sí lo hice. Y no fue con ánimo de dar vidilla a mis historias o de contar quiénes son los que andan detrás de las mismas. No. Me apetecía escribir una especie de prólogo, que bien podría ser un epílogo o ser notas del autor. Y, de verdad, no puedo explicar, porque no las conozco, las razones por las que en determinado instante surge una idea.

EL COCINERO GOURMAND

EL ENÓLOGO

EL ESCRITOR


(SE AÑADIRÁN LOS DISTINTOS RELATOS)

jueves, 5 de diciembre de 2013

LA TRAICIÓN.

Mi psicoterapeuta es un hombre parecido a Nemo. No se debe quedar uno con esa impresión tras pensar en su porte de marino, viejo lobo de mar, y su perfecta barba. Cuando afirmo que existe esa similitud siempre pienso en que bucea por un océano insondable e inexplorado, por más de cien mil leguas. De viaje. De conquista.

Acudí a su consulta hace poco. A veces recalo en su consulta con el ánimo de contarle mi vida sin saber muy bien de qué voy a hablar, dejando que su prospección saque a flote esos muertos que se ahogaron sin yo saberlo. Ese día no. Contaba con una angustia atroz, con mucha rabia. Y tras tomar asiento en aquel diván frente a las fotografías de un gran poeta y de un gran austríaco, F. me preguntó:

- ¿Qué te ocurre? Te veo azorado.

- Lo estoy. Estoy muy enfadado, me siento triste y abandonado.

- ¿Qué ocurre?, ¿es algo con tu esposa?, ¿es tu familia?. Por favor, cuéntame.

- ¿Recuerdas aquellos amigos que te comenté? Pues me hacen el vacío, me ignoran. Eso es lo que me ocurre.

- ¿Por qué piensas eso?. Puede que hayas interpretado mal alguna situación y lo estés pasando mal por algo que solo es un malentendido.

- F., eso lo pensaba hace unos meses. Que todo era casualidad. Pero ahora soy consciente de que todo lo que yo imaginaba, ocurre. 

- Explícamelo, pero ve tranquilo. Te vendrá bien ordenar tus ideas.

- Hace años conocimos a una pareja en el parque, I. y D., nuestros hijos jugaban juntos y de charla en charla, de columpio en columpio, fuimos estructurando lo que yo creía que era una amistad. Al poco regresó mi amigo E. de León, había estado allí trabajando durante años y su contrató terminó. Era una persona alegre, muy bien relacionada, y en momentos, prepotente. De León vino con mucha humildad, estaba aquí, sin trabajo, sin perspectivas, con una mujer que valía más que él, según decía, y con dos hijas con la misma edad que mis hijos. Retomamos la amistad, nunca perdida, pero poco cultivada por la distancia, y empezamos a salir; de vez en cuando, avisábamos a I. y D. para que nos acompañaran. Era un gusto ver como se lo pasaban los niños.
Tan solo una historia ensombrecía la relación. Cada vez que nos quedábamos con I. y D., él nos comentaba lo mal que le caía E.; su hermano había trabajado para él y decía que era un negrero con los trabajadores. Pero en aquella época, E. parecía haber aprendido a valorar lo que significaba la familia, el tiempo, disfrutar de cosas muy sencillas. I. soportaba aquella relación porque los niños disfrutaban muchísimo. Y también, todo hay que decirlo, porque E. era espléndido a la hora de salir, beber y comer. Todo le parecía poco.
E. pronto encontró trabajo. Gracias a sus relaciones, montó una empresa y comenzó a recibir contratos de la administración. Eso le hizo dedicarse cada vez más a su negocio, viajar y ganar dinero, en apariencia, mucho dinero.
Fue también en aquella época cuando me rompí la pierna. Ya por entonces quedábamos poco, pero mi inmovilización nos obligó a mi mujer, a mis hijos y a mí a pasar una temporada retirados de las relaciones sociales. Fue bonito estar juntos, pero duro renunciar a cumpleaños, comidas, cines y cualquier evento a más de cien metros de mi casa.
Los padres de D. tenían una casa junto al pantano del Bembiétar, muy cerca de aquí. Allí habíamos ido en alguna ocasión. Pero, con mi pierna rota, esclavos además de la demencia de varios familiares, no pudimos acudir durante casi siete meses. Es verdad que I. y D. nos invitaron en tres o cuatro ocasiones al principio, después de la cuarta renuncia obligada, dejaron de invitarnos.
A partir de entonces nada volvió a ser igual. Sin saber por qué había como un velo en nuestra relación. Un telón inmaterial pero verdadero, que impedía el acercamiento total. Mi mujer y yo sospechábamos que algo había ocurrido entre ellos porque la complicidad que mostraban las dos parejas era enorme. Incluso mayor que la que nunca habíamos tenido entre los demás. Pensábamos, incluso en que podía pasar algo entre E. y D., ya que E. siempre decía que D. era guapísima. Y nos reíamos imaginando algo entre B. e I., tan serios e inescrutables ambos.
¡Ojalá hubiera sido eso!

- ¿Por qué dices eso?

- Porque la realidad me dolió. De casualidad, hace poco descubrí que quedaban entre ellos y no nos avisaban. Fue una de las hijas de D. quien un día nos contó las visitas a la casa del pantano de los otros niños, las veces que habían estado unos y otros en las casas de los otros, y cosas así. Pensé que la niña lo decía de forma inocente; pero, como después de contarlo, sonreía y miraba a mi hijo mayor escudriñándolo para ver cómo le afectaba aquello, se me reveló como la forma que tiene una pequeña cabrona de hacer daño. Y de ganarse el respeto de su madre. Pensé que así era como las brujas y los demonios se ganaban el cariño de sus progenitores.   
Desde entonces fui descubriendo, cuando coincidíamos, como quedaban a nuestras espaldas, como se citaban entre ellos sin avisarnos y como el odio contenido que tenían entre ellos, de repente, se había volcado sobre nosotros. Incluso en algún whatsapp equivocado confirmé, no solo mis sospechas, sino que se reían de mí. El triste me llamaban.

- Entiendo que estés dolido. ¿Les tenías mucho aprecio?

- Sobre todo a los niños. Si me duele es por ver cómo han dado de lado a mis hijos y como aquellos a los que yo cuidé y quise como si fueran de mi familia, ahora son personas que no conozco, que no quieren formar parte de mi vida. Imagina cómo puedes explicar a unos niños que sus amigos ya no lo son. Ni lo serán nunca.

- ¿No piensas en una reconciliación?

- Eso es imposible.

Nada más decir aquello sentí una liberación enorme. Mi vida, mi singular e ínfima vida, o como decían los que antes habían sido mis amigos, mi triste vida, daba un giro. Alejaba de mí toxicidades, alejaba de mí robos de energía. F. no se había percatado de ello, pero mi vida se hacía cada vez más libre. Y, es verdad, carecía de red mi salto mortal, carecía de apoyo mi caminar. F. retomó la conversación, anclada en el silencio que proporciona un éxtasis momentáneo.

- Me habías contado en otras ocasiones como eran tus amigos, la gran lista de cosas que os separaban, y las pocas que os unían. ¿Crees que merece la pena sufrir por ellos?

- No. Está claro que no.

- Si es así, ¿qué sentido tiene tu congoja?

- Es el mismo sentimiento que se tiene cuando rompes con tu pareja. Las cosas se agotan porque no dan para más, porque lo que las construyó ha llegado a su fin. Y nos duele. Porque no pensamos en la persona que dejamos o que nos deja, sino que pensamos en lo que tuvimos, y es eso, la unión, la intimidad, el amor lo que se añora. En este caso es lo mismo, no me duele tanto que no quieran llamarnos, que hayan renegado de nosotros, que se rían de mí. Lo que me destroza es sentir que se ha perdido aquel sueño, la ilusión de algo que alguna vez fue. O pareció ser. Es esa la traición que más escuece, la que se ha hecho a la amistad. Y no puedo negarlo, siento que jamás hubo nada, que fue si acaso un espejismo por el que H. y yo nos dejamos engañar. Y ahora es como si se hubiera roto el espejo y mirara a través de la superficie que ocupaba, y pudiera pasar ahora por ese hueco. Ese mundo, el que ocupaba y creaba el espejo, se ha perdido . Esa ilusión, la de la amistad y la confianza, se ha perdido igual. El marco queda, se puede atravesar mil y una veces, pero no hay nada. Todo se ha desvanecido.

- Te entiendo, aun así sigues llorando por eso.

- Sí. ¿Acaso jamás se ha llorado por la esposa infiel que se sorprende con un amante?, ¿acaso no se llora cuando nuestro amor escoge a otro?. F., lo sabes bien, se llora la añoranza. Tanto de lo que fue como lo de lo que hubiera podido ser.

- ¿También con ellos?

- También. Y sí, no me digas que no merecen la pena. Lo sé. No me digas tampoco que los olvide. Lo haré. 

El reloj que marcaba el fin de la sesión sonó. Pensé en mis palabras, en las de F. Y, aunque yo había hablado cien veces más que F., había algo en él que me hacía descubrir mis sentimientos y manejarlos. Guiarlos a través de la tormenta. Como un bravo timonel frente a los escollos. Como el piloto de una nave.

É la nave va.




lunes, 25 de noviembre de 2013

LOS AMERICANOS SIEMPRE CON LOS REMAKES

biblia-microscopio 

Me han llegado noticias del remake americano de una película querídisima por nuestro público, “Charly, el primer microscopio lector”.

Obsérvese esta secuencia esencial en la cinta, el momento en el que Charly se corrompe. Fotograma por fotograma, ha sido calcada del original.

Sin duda una mala noticia para la Distribuidora Paulina que ha tenido que vender los derechos del filme a la Productora Christian Creationism of the Latter-Day Movie Productions.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

EL DÍA QUE ME SEPARÉ DE C.B., EL CRÍTICO. I

Una noche Philippe Noiret apareció en mi sueño. Lloraba de forma amarga, inconsolable, a la manera de un niño o de quien ha perdido algo para siempre. Por favor, escúchame, he venido a ti esta noche para pedirte un favor, no, no es un sueño, no a la manera que piensas, estoy en este mundo en el que  sueños y cine son lo mismo, pero no es tu voluntad, no es tu subconsciente el que fabrica esta historia, soy yo, unos días Alfredo, otros Pablo Neruda, quien te pide auxilio. Como una alucinación, de repente, cesó su llanto y con cara de pequeño cartero, de proyectista de cine de barrio, me susurró con la voz de una banshee su súplica.

Fueron tan extrañas aquellas palabras, fue en un idioma tan olvidado, tan oscuro, tan perdido en las brumas del tiempo y de las islas, que creí no haberlo entendido. Pero aquel mismo día, un miércoles cualquiera, entendí su mensaje mientras veía un capítulo de The Walking Dead. Algo o alguien nos ha quitado la identidad a los actores, ya no somos nuestros personajes, ya no somos nuestras creaciones; quizás de esto se salve algún director, quizás de esto se salve alguna película; pero el cine está muriendo. Salvadlo.

En realidad no creí ni una de las palabras que yo mismo había querido entender, ¿quién era yo?, ¿un cinéfilo? ¿un entendido?, ¿acaso un Bastian Baltasar Bux para el cine?, ¿qué poder tenía? No podía ser sino una fantasía más, un sueño más, y seguirlo conduciría a una decepción más de este seguidor de deseos demasiado altos para él.

Pero aquella noche volvieron a aparecer en sueños varios actores. En realidad fueron actrices. Cogidas de la mano, unas veces sentadas en sofás, otras caminando al paso de una melodía lenta y armoniosa, pasaron Julia Roberts, Audrey y Katharine Hepburn, Kim Novak y Maureen O´Hara. ¿Sabes dónde está el peligro? En aquellos que me premiaron por Erin Brokowich, odio esa película, jamás entendieron mi trabajo en otras películas, ¿crees que estuve mal en El Estanque Dorado?, ¿crees que era una película cursi?, ¿te pareció demasiado hippy Todos rieron?, ¿solo disimulé que era mala actriz cuando me dirigió, y torturó, Hitchcock?, ¿acaso todas nuestras películas de madurez, todas nuestras películas en color, todas las películas bien hechas son malas?, ¿acaso mi trilogía irlandesa de mineros, hombres rudos y católicos socarrones fue un mal legado?.

No sé qué me condujo a deducir lo que debía deducir, a concluir lo que concluí. (Perdonen esta intromisión en la lectura, pero me encantaría que se dijera, lo que concluje; sin duda, más basto, más hiriente a la garganta y al oído, sin duda más concluyente) No lo sé, había algo que me mantenía en un estado de gracia casi hipnótico, en una situación de visionario, de vidente, que me llevó al resultado. La crítica, la que forma opiniones; la crítica malsana, la que es ególatra; la crítica, la que se regodea en las formas desagradables, en aspectos visuales sucios, la que levanta a los directores con vocación de torturadores, ora por aburridos, ora por explícitos, ora por necios, esa es la que mata, no al cine, sino las ganas de ver cine.

Sabía quién era mi objetivo, el gran crítico, C.B.; pero no sabía donde buscarlo. Me vestí, como no debía ser menos en esta ocasión, con traje, corbata, gabardina y sombrero, un fedora, y una Smith & Wesson en mi bolsillo; vestí de blanco sucio, grises y negro los días y fui en su busca.

No lo encontré, luego supe que fue porque lo busqué en los clásicos, en El Sueño Eterno, La Fiera de mi Niña, o Historias de Filadelfia. Podía haberlo buscado en la Blancanieves española, pero ahí me habría quedado sin palabras.

Acababa de empezar la búsqueda y ya estaba agotado. Supuse que en vez de encarnar a un personaje de cine negro, esta vez debía planificar mi búsqueda mejor y fui descartando. No buscaría en los películas animadas, ni en las de Walt Disney, ni en las de Pixar; y aunque Persépolis, Chico y Rita o Vals con Bashir fueran otra cosa, creo que perdería el tiempo. Tampoco las de aventuras, si alguna vez C.B. fue niño y soñó con ser un Jedi o llevar espada láser, ya lo habría olvidado. De las policiacas me quedaría con las del estilo a Teniente Corrupto; de ciencia ficción jamás con las americanas, jamás con el Tarkowsky de Polaris, si acaso con coreanas como The Host. De cine con sentimientos, nunca de una cinematografía conocida como la española, la inglesa, la alemana, la francesa o la italiana; tendría que ser iraní, pakistaní, peruana o estadounidense del circuito independiente. En fin, mi selección tendría que ser en los mercados menos trillados, en los cines menos reputados, quizás en directores ya decadentes. Pero también tendría que estar atento a la arbitrariedad, a pensar en que podría encontrarlo en películas menores de Scorsesse como El Aviador, en el cine de Amenábar, en el de Alex de la Iglesia. También en que podría encontrarlo en alguna película de Woody Allen, presto a destripar a su autor; en alguna película de directores noveles a quienes destrozar o encumbrar por capricho.

En fin, mi búsqueda no sería sencilla. Un ser de criterios arbitrarios como él podría estar en muchos sitios o en ninguno; adorar lo nuevo u odiarlo; respetar los clásicos o reirse de ellos.

Como es de suponer, no fue fácil mi periplo, pero al final lo encontré. Charlamos. No sé si aquella conversación tuvo éxito pues jamás he vuelto a, ¿soñar?, con aquellos actores o actrices, jamás volvieron a mí. Y que no se preocupe el lector, si lo hay, es verdad que reemplacé la Smith & Wesson por un Colt, pero no lo usé. Una vez que localicé a C.B., paseamos por varios escenarios y acabamos en un angosto pasillo del Grand Canyon. Allí lo dejé. En la boca de aquel desfiladero esperaba Henry Fonda, sable en mano, al mando de su regimiento, dispuesto a realizar la última carga de su caballería ligera. Dispuesto a vengar la memoria de un amor otoñal a la orilla de un estanque. 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

QUEMA DE LIBROS

Si alguna vez han sentido ganas de quemar lo que han hecho, de trazar una raya que les impida volver atrás, de eliminar de su vida lo que no aporta nada, sabrán lo que digo. De lo que les hablo.
Ayer sentí unas ganas tremendas de quemar libros. No fue un arrebato de fanatismo, sino el deseo de quitar de mi vida papel impreso que no ha dejado huella memorable. En esas andanzas a lo Vázquez Montalbán me entretuve. Miré la estantería y descubrí que, más que sobrar, echaba de menos algunos libros. Sí, aunque imaginario, existía un hueco que rellenar y busqué los cómics de Manara, el fascículo de Spirit, el Elogio de la Madrastra, la Canción de Roldán, Orlando Furioso, el bolígrafo perdido, que no es libro, pero nunca se sabe. O empezaba pronto o más que a quemar iría a comprar.
Mi ayudante me pidió un criterio para escoger conmigo libros, le dije, malos o ñoños. Escogimos Irlanda de Espido Freire, Lo mejor que le puede pasar a un croissant, La Sombra del Viento, El Código da Vinci, La Hermandad de la Sábana Santa, El Tiempo de los Leones, La Historia del Chocolate, Recetas de Ensaladas, Pasta Fácil. En esas estábamos cuando mi ayudante preguntó, ese de qué va, cuál, dije yo, el de la pasta, no sé si habla de dinero o de comida, no lo sé, no lo he leído, tíralo. Asunto concluído.
Fue otra pregunta similar la que me llevó al último libro. Y este, es de cocina, o de turismo, me preguntó. Cuál, contesté con mi habitual simpatía y amabilidad, cuáaal. Este que se llama algo del sabor de la granada, ni idea de si se trata del árbol, de la fruta o de la ciudad. No lo he leído, repliqué, y fui consciente en ese instante de mi manía de almacenar libros sin leer, de todas formas, trae, dame el libro.
La contraportada traía la foto de un historiador y arqueólogo, lo que traducido quiere decir, de uno que acabó la carrera de Historia e hizo un cursillo de Arqueología. Luego el libro sería una lata, un peñazo más sobre lugares comunes, una historia familiar, vamos, de su familia, y una supuesta trama de héroes anónimos y sin recompensa. Contesté a mi ayudante,  es de cocina, de cómo sacar el jugo a la granada y de cómo hacer mermelada con ella. El idiota que lo escribió no sabe que la proporción de pectina y ácido de esta fruta impide que la mermelada cuaje.
Cuando mi amigo encendió la pira crujieron las ramas secas y los libros se entregaron a una suave incineración casi como si entraran en un baño. Las llamas se elevaron portando cenizas con tilde y coma, algunas con comillas, y las más con epítetos liberados de su forzada y siniestra condena en oraciones subordinadas. Así fue, al calor de la fogata al fin descansaron la niña triste que subía a los árboles, la pobre azteca que molía cacao y la copia del fantasma de la ópera que se perdió en Barcelona.
El problema estuvo en el último libro, duro de roer, plástico puro que no ardía pues sobre él se deslizaban las llamas, como si estuviera acostumbrado a sobrevivir escurriéndose. Solo al llegar un rescoldo a la foto del autor, prendió. Sí, pareció que allí hubiera un vacío, una impostura, y allí se alojó la llama, a carcajadas, feliz de encontrar alimento tan liviano. 

miércoles, 14 de agosto de 2013

LA FIESTA

Sentado en el banco, junto al viejo y enorme plátano, sorbía un vaso de whisky. Un whisky malo que se le estaba convirtiendo en el más amargo trago de su vida.
Ella lo había buscado por todo el recinto de la fiesta, quería charlar con él, decirle que su insistencia había sido el único motivo para acudir a esa reunión de antiguos alumnos. Pero él llegó un poco tarde, nervioso, y desapareció mientras ella hablaba con un antiguo novio. Y ahora, justo cuando se marchaba, lo vió, lejos de sus amigos, mirando a la antigua piscina, ahora vacía, y bebiendo.
Estuvo a punto de pasar por su lado sin decir nada, esquivar a aquel borracho y marcharse a casa. Se le ocurrían varias cosas mejores que estar allí, acosada por las preguntas de personas a las que hacía años había olvidado. Y, sin embargo, él, la única persona que le interesaba de aquel lugar, había pasado de ella y se había marchado a beber. No lo recordaba así.
Fue aquella amiga, la del pelo rizadísimo, la que la llamó. Oye, recuerda que el domingo iremos al campo, tráete a tus hijos, les va a encantar jugar con los míos. Sí, pensó ella, llevo veinte años sin saber de ti, y ahora, justo ahora, vamos a irnos a tu chalet, a llevar a mis hijos adolescentes para que entretengan y cuiden a los tuyos, y así, mientras, tú indagues sobre mi vida, mi divorcio, mi trabajo…Sí, es lo que pensaba.
Al darse la vuelta para tomar otro camino, lo vio de pie. Por lo visto, su amiga lo había alertado al llamarla. Y él la esperaba aun más nervioso.
   - Hola, dijo él. Tal vez de una forma un poco seca, un poco desganada.
   - Hooola, dijo ella. De esa forma a la vez jovial e inquisitiva que ella usaba y que a él le mortificaba y le encantaba.
   - Veo que ya te ibas. Lo siento.
   - Sí, vine para ver a alguien, lo he visto y ya me voy.
Claro que lo sabía. Justo al llegar la vió hablando con su antiguo novio, ahora un aprendiz de maduro soltero, un teleco con éxito, con aspecto deportivo y poseedor de una alucinante vida social que predicaba en cualquier plataforma pública. Verla con él fue como una cuchillada, como un desgarro en su alma. Eso motivó que se diera la vuelta, se encontrara con una de sus antiguas pandillas y le pidieran una bebida a su medida, un whisky DYC, con un poco de hielo. Y, él, que odiaba esta marca, y moría por un poco de whishy con sabor a turba y madera para escuchar jazz, lo tomó como el líquido más preciado. Al poco pudo esquivarlos, apartarse hasta aquel sitio, y beber a solas, con las agujas del whisky en su garganta e imaginando a Chet Baker tocar su trompeta.
   - Bueno, se armó de valor y se lo dijo, esperaba estar contigo un poco más. Siéntate un rato aquí, por favor.
   - Refresca, pensaba irme a casa y descansar. Tengo trabajo mañana.
   -¿Mañana domingo?
   - Tú sabes que para mí no existen ni los domingos ni los festivos.
   - ¡Por favor!
   - Está bien, solo un rato.
Ella tenía curiosidad por saber qué quería contarle él. Llevaba sin verlo desde el instituto, pero lo habría reconocido en cualquier sitio. Alguna arruga que otra y algunas canas, un poco más fuerte, con una musculatura ya hecha y, quizás, comenzando su declive, pero el mismo compañero que años atrás. Y tenía ganas de quedarse, pero no quería que se notara.
Él atendió esa insinuación de que refrescaba y le dio su chaqueta. Le sorprendió que ella, en contra de la costumbre, no se la pusiera sobre los hombros, sino que se la vistiera, y no le importara deslucir ese modelo negro del que no sabría decir el precio.
   - ¿Nos sentamos?
   - Vale.
Y así estuvieron, sentados, durante un silencio eterno. Ella preguntó:
   - Bueno, ¿qué querías contarme?
   - Pues… Antes de nada, perdona, ¿quieres beber algo? Dijo él para ganar tiempo.
   - Sabes que no bebo nada de alcohol y no me sienta bien beber demasiadas Coca-Colas.
   - Es verdad.
   - ¿Me lo cuentas?
Tuvo que tragar saliva.
   - En fin, supongo que sí. Quería hablar contigo pero no lo imaginaba así. Al menos no así en su totalidad. Pensaba que en algún momento de esta noche podría convencerte para llevarte a algún rincón íntimo a charlar y compartir contigo unas copas de vino. Incluso dejé a los camareros una botella de un vino blanco escogido para una noche de calor.
   - Lo siento. Deberías haber recordado lo de que no bebo y, además, hace fresco. Habría sido mejor tinto.
Su broma, si lo es, no le ha sentado bien a su discurso. No sabe cómo continuar. Da un sorbo al vaso y calla. El silencio vuelve a hacerse eterno.
    - Te has callado. Espero que no haya sido por lo que te he dicho.
    - No. Miente él.
    - Por favor, sigue. Díme de qué pensabas hablar.
    - Está bien. Guarda silencio.
    - Dime, por favor.
Su súplica le da fuerzas.
- Mira, un día eres un muchacho de diecisiete años. Al día siguiente tienes casi cuarenta años y no sabes qué ha pasado en medio. Sientes que todo lo que ha ocurrido, lo que has vivido, lo que has aprendido, las mujeres que has podido conocer, nada, nada de eso ha ocurrido. Te despiertas, miras por la ventana y ves el mismo sol. Miras tu casa y los cambios que ha habido, pero no los reconoces, piensas que es la misma casa. Y miras tu corazón y en él encuentras lo mismo que cuando tenías diecisiete años, una muchacha delgada y morena, dulce, de piel que imaginas suave. Y sueñas con que ella siga pensando también que tiene diecisiete años y que quiere retomar la conversación que dejastéis inacabada años atrás cuando él le confesó que estaba loco por ella y ella comenzó la temible frase de eres un chico estupendo, pero…Y para acabar esa charla, el muchacho que tiene diecisiete o cuarenta, ni él lo sabe, ha procurado engancharse al último tren, una fiesta de ex-alumnos de algo que ni recuerda, de gente que no significa nada, él solo quiere verla a ella, y ayuda a organizarla, a disponer la orquesta, la decoración, un poco demodé le dicen, y él piensa, sí, como más de veinte años atrás, y va a la fiesta, escoge traje, camisa, zapatos, para sacar de sí lo mejor y llega tarde porque, ese día, sí justo ese día, ha muerto el padre de su jefe, pero llega, y cuando espera encontrar a Cenicienta, la encuentra hablando con el príncipe maldito del que la rescató aquella noche de la conversación inacabada, aquel que la engañaba con cualquiera que se pusiera a tiro, y sí, se le viene entonces el mundo encima, sus cuarenta años se le agolpan todos a la vez, y, de repente, se encuentra solo, de espaldas a la fiesta y al mundo, bebiendo sorbos de algo infecto.
Ella lo mira y recuerda. Recuerda como la abrazó aquella noche mientras lloraba y como pensó en él durante mucho tiempo después. Sí, aquella noche, la había rescatado y después se había declarado y ella lo rechazó de la forma más amable que supo. Y sí, sabía que aquella era su última noche antes de marcharse a otra ciudad, pero jamás pensó que, poco después, empezaría a soñar con él, a querer que volviera a abrazarla, a rescatarla mil y una veces, y que él no volvería hasta muchos años después. Y sí, lo olvidó, con el tiempo, lo olvidó, más cuando comoció a otro canalla igual a aquel del que la había rescatado, pero famoso y con buena prensa, y se casó con él, y fue infeliz, y olvidó toda su vida anterior. Y sí, ni siquiera cuando se divorció, y las habladurías se cebaron con ella, pensó en que nadie la rescataría. Y sí, con toda la insistencia de él para que viniera, jamás imaginó que todavía pudiera sentir algo por ella. Y ahora está aquí, sentada a su lado, esperando en un silencio eterno que modula una antigua farola. Necesita un empujón para darse cuenta del todo, para ser consciente.
   - ¿Me darías un trago de whisky?
Él le entrega el vaso y ella da un sorbito que parece quemarle la garganta.
   - Jamás te contesté del todo. Dice ella. Pero hoy vine por ti.
Y él calla en un silencio eterno que modula una farola antigua. Y la mano de ella se desliza por el banco hasta que toma la suya.  Y él siente que es posible tener cuarenta años y que el corazón siga ardiendo. Y siente que hay algo en ella que le dice, espera, cada cosa debe ser dicha en su momento, espera, soy yo quien debe hablar ahora, espera, quiero que cambien algunas cosas en mi vida, espera.

lunes, 29 de abril de 2013

AMAR LA PIEDRA INERTE.

Como en todo mal relato, aquel día llovía. Y era de noche. Pasamos junto a la Giralda, y aquel sevillanísimo, proclamó: “Si algún día se cae este trozo de cielo, yo me muero”.
En el bien del arte y de la arquitectura, esa torre no ha caído. Se han desplomado lienzos de muralla en Lugo, trozos de las catedrales de Burgos y León, han robado en muchas Iglesias, de los pórticos de muchas iglesias, han expoliado yacimientos iberos y romanos. Pero que yo sepa, la Giralda sigue en pie. Y aquel sevillanísimo no ha tenido motivo arquitectónico para dejarnos.
Y no sé si aquel muchacho habría traspasado la frontera que separa un cierto tipo de amor por la belleza, por la estética. No lo sé porque no sé hasta qué límite el amor por las cosas se puede personalizar y querer la piedra basta o pulida, la ordenación planificada, el orden de la piedra o su disposición natural como se quiere a una hija, a una amante o a una madre.
Quizás yo, frío, no soy capaz de expresar mi amor. Por eso no soy capaz de amar las callejas de Córdoba, las plazas de Sevilla, los lugares de París, las iglesias de Roma o los puentes de Florencia. Y no porque no sienta algo especial al contemplarlas, al rememorar los paseos, las vivencias. Quizás yo, frío, no sea capaz de decir lo que me emocionan El Profeta, Las Meninas, Paulo, el tapiz de Hastings, o la música de Wagner; incluso los pastelillos de Belem. Quizás yo, frío, no sepa saber si lo que siento es amor.
Y es en ese quizás, en el que soy frío, inerte como la piedra, en el que amo. En el que siento. En el que amo a mi mujer y no le digo, si algún día te caes, yo me muero.

lunes, 22 de abril de 2013

MANIFIESTO DE UN IDIOTA.

Están la libertad de expresión, las redes sociales, los teléfonos, las autoediciones, los e-books, los diarios electrónicos, los i-pads, los chats, los blogs y los foros. Y seguro que se me olvida o no conozco algo. Seguro. Los medios de comunicación en los que las personas escriben y manifiestan opiniones son innumerables.
Como a mí me gusta clasificar y ordenar este mundo, creo que es necesario hacer tres categorías: las charlas de café, las de ínfula productiva, literaria o no, y las afán de perpetuarse. En las primeras, que equivalen a charlas de patio de vecinos, a conversaciones de tarde de estío o a encuentros en el autobús, decimos casi lo primero que se nos ocurre. No pasa nada por hacer un tuit pidiendo que no se acabe nunca la Feria o que nuestro estado en el FB sea “Odiando la lluvia”. Es así, de vez en cuando hay que ser superficial y no acomplejarse por ello. Los segundos son los que más me gustan, aquí hay gente que intenta escribir, hacer música, mostrar una vena artística, fotográfica, pictórica, divulgativa, de diseño o de cocina que mola. Es cierto que estamos muchos moñas y que hay much@ maleni suelta, pero también lo es que si no, daríamos la lata de otra forma, más personal y más pesada.
Pero los terceros, ¡ay, los terceros!, me matan. Quienes escriben  sesudos blogs de opinión con el orgullo de elevarse sobre los demás, de enseñarnos nuestros errores, de adoctrinarnos; quienes opinan a favor de todo lo que huele a un bando, o los que están en contra de todo lo de todos los bandos, quienes apoyan solo a lo que en ese momento es, de acuerdo a su bando, políticamente correcto, ya sea un escrache, la economía dirigida, Venezuela, Cuba, el aborto o unos delincuentes manifiestos. Y sí, en el deseo de elevarse, de congraciar, de dar el perfil de personas coherentes, honestas, humildes, de representar un papel, se lo creen. Y sí, estas personas además de defender a sus ladrones y condenar a los contrarios, de no abrir los ojos y no ver sino con anteojeras, además de eso, llega un momento en el que se creen por encima del bien y del mal, ya sea estético o moral; y puede que hagan tuits y charlas vecinales, o una foto, o un cuento, pero no pensarán que han hecho uno más, sino "el tuit", “la foto”, “el cuento”. Y sí, pienso que son idiotas.
El emperador Adriano, según Yourcenar, tenía un esclavo que a cada momento le repetía “eres mortal” para que nunca olvidara, no que moriría, sino que no era muy diferente a los demás. Esta gente, los opinadores, los tertulianos, debería tener alrededor a algunos que le dijeran algo. Ya les gustaría que fuera lo mismo que a Adriano, pero lo que se merecen es “eres idiota, eres idiota”. Suele ocurrir que tienen también idiotas alrededor, eso los condena.
Yo, por si acaso, tengo la autoestima por los suelos, me considero tonto y, cada vez que me pongo estupendo, me pego un leñazo. O me lo pegan, pero es porque tengo suerte y estoy rodeado de buenas e inteligentes personas que solo se toman en serio la vida, no las idioteces.

viernes, 22 de marzo de 2013

EL SALTO

La saltadora inicia la carrera. Un pequeño balanceo de cadera hacia atrás, estira las piernas para tomar la distancia exacta y empieza una carrera en progresión. Cuando llega a la máxima velocidad, talona y se eleva. El estadio es un clamor, su vuelo es majestuoso, lento, plácido. Aterriza como una pluma, se pliega y sale del foso.

Mientras espera la medición, su corazón la maltrata, intenta romperle una costilla para salir a ver la distancia recorrida, y lo hace en un galope veloz. Pero la saltadora lo retiene. 

Mientras espera la medición recuerda los días y días de entrenamiento. Las sesiones extenuantes de carreras, el dolor que le producía la arena áspera y fría de su estadio. Las peleas con su entrenadora, las renuncias a salir, tener novio, ir al cine...

El grito del público la impulsa a mirar el marcador, 9,00 m, ha saltado nueve metros. No es solo su record, es el record del mundo, es la medalla de oro, es lo que ha deseado toda su vida. Y salta de alegría. Salta, llora, sonríe. Disfruta.

Es un mazazo, un velo negro, la noticia de que le han anulado el salto. De que una jueza ha visto que en el talonamiento ha sobrepasado por una décima de milímetro la marca. De que es posible que haya una huella impresa en la plastilina superior a la micra. De nada sirve suplicar, pedir, reiterar, repetir mil veces que una décima no es nada, que esa jueza, sustituta, no debería tener voz ni voto, que el reglamento de la competición dice que la huella debe ser clara y ratificada por todos lo jueces.  De nada sirve pedir que le resten la micra y le pongan si quieren 8,99 m. Que no importa, pero que no le arrebaten el salto, la medalla. De nada sirve.

Un aplauso la rescata del pozo en el que se hunde. Después sabría que llevaba diez minutos llorando y de que el estadio entero llevaba diez minutos llorando con ella y aplaudiéndola a la vez. Alguien  decidió cuando anularon el salto levantarse y comenzar a aplaudir. Fue uno solo al principio, después unos pocos, al rato una zona y al poco todo el estadio. Aplauden porque han visto algo único, un vuelo por encima de la lógica, por encima de la historia. Todos aplauden, incluidos todos los jueces, a excepción de la que ha anulado el salto, ahora ya ni tan siquiera protagonista.

Y Carmen, la saltadora, sonríe. No necesita la marca, no necesita la medalla. Tiene en sus piernas el vuelo y ante sí la gloria. 

UNA CHICA SUIZA

La sabia dama suiza apenas desayuna. El pan es unas veces demasiado crudo, otras pequeño y otras es un trozo de pueblo duro y áspero que no puede tragar. El café, el que no es su café, es un engrudo.

La sabia dama suiza es sabia no por suiza, tampoco por vieja, apenas es una chiquilla pero ha vivido mucho desde los tiempos en el reducto minero. Ha visto al mundo progresar varias veces, revolucionarse, alcanzar la libertad y ahora perderla; ha cocinado banquetes, ha vivido delicias, ha degustado la gloria.

La sabia dama suiza es así, espontánea, callada, sentida y lógica hasta la extenuación. Como el campo, la nieve, los prados, el chocolate y los trenes, los puntualísimos trenes suizos.

A la sabia dama suiza a veces se le escapan algunas lágrimas. Quienes están a su lado hacen que miran hacia otro lado, pero de reojo no pueden evitar mirar y ver el reflejo de una pequeña niña suiza con un armario lleno de vestidos, de una niña que recuerda a su padre, que añora los versos recitados en el francés de su alma y que sabe que quiere que el tiempo vuele. Pero que no sabe si quiere que vuele hacia adelante o hacia atrás. 

La sabia dama suiza.

lunes, 11 de marzo de 2013

IN MEMORIAM

Dos años atrás.

Convaleciente, cuando pensaba en redactar un artículo sobre el manga, sobre Akira, y tras haber releído el relato de Murakami en el que una ola gigante devoraba a un adolescente en la playa. Aquella mañana la Tierra tembló y una ola gigante arrasó la isla de Hokkaido.

Yo pensaba en Godzilla, en el terrible y, a la vez, tierno Godzilla. Nacido del desastre nuclear, enorme, gigantesco...torpe hasta dar lástima. Pero estos desastres unidos, el natural, el que arrasó la tierra y las vidas, y el que el hombre creó, la central nuclear al borde del abismo, han sido monstruos de peor especie. Se han convertido en un desastre sordo, invisible, acuático, letal. Como un espectro mudo.

Y Japón, la Tierra del Sol Naciente fue, de nuevo, pasto de la fisión atómica.


Nueve años atrás.

Aquella mañana maldije la desconexión local para hablar de noticias rijosas porque el desastre se intuía aun sin haber visto imagen alguna. La voz de los periodistas temblaba desde Atocha, cuando se creía que solo Atocha había sido el objetivo. Mi mente daba vueltas y vueltas al hecho de que, fuera cual fuera el tren atacado, tan solo dos años y medio antes, era uno de mis medios habituales en la desconcertante Madrid.

Fue inevitable elucubrar, dudar, recordar al terrorista vasco detenido poco antes en un tren portando explosivos. Inevitable recordar el once de septiembre en Nueva York. Inevitable pensar en la invasión de Bagdag. Inevitable pensar que el mundo volvía a ser un lugar lleno de maldad, dolor y horror. Fue inevitable llorar.

La melodía de un Nokia sobresaliendo de un vagón reventado nos llevaba al otro lado de la línea, a la llamada angustiosa, a la búsqueda de alguien. ¡Dios Mío!, ¿dónde estás? ¡Por favor!, ¡por favor, coge el teléfono!, ¡por favor! Y el silencio. El silencio junto al ensordecedor ruido de sierras cortando el hierro, el de los bisturíes cortando en la carne herida y el de la angustia y la muerte cortando las almas.

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Tal día como hoy, once de marzo. Y desde entonces, desde cualquier entonces, el mundo solo ha sido peor.
Y desde aquí, desde esta tierra, parece que nuestro único destino es llamar algún día a las puertas del cielo.



[...] It's getting dark too dark to see
Feels like I'm knockin' on heaven's door[...]
[...] That cold black cloud is comin' down
Feels like I'm knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door

miércoles, 20 de febrero de 2013

EN EL LADO DEL CONTRARIO

El día que escuché la palabra empatía, tal y como se explica, ponerse en el lugar del otro, decidí hacerla mía.

La ocasión llegó pronto. Tan pronto como llegan los conflictos, tan deprisa como un vendaval de problemas. Y decidí ser empático.

Me imaginé a un lado de una mesa y al otro lado a mi contrario, al que para tener fuerza en mis argumentos hasta ese día traté como mi oponente. Y me imaginé pensando en lo que él pensaría en cada una de mis argumentaciones. Y me imaginé contestando como él y como yo. Y como yo imaginaba que mi contrario era bueno, por tanto debía ser empático, entonces él pensaría en lo que yo, a mi vez, estaría pensando. Y yo estaría pensando en lo que él debería estar pensando sobre lo que yo pensaría. Y así estuve, como la flecha a la que siempre queda la mitad del camino. Paradoja que nunca entendí ni con la flecha ni con la pobre tortuga.

Sí. Fue más fácil imaginar un tablero de ajedrez. Yo con blancas y mi contrario con negras. Y solo supe hacer la primera jugada sin pensar, adelantar un peón. Luego me imaginé en el lugar de las negras, pensando en lo que debería hacer para contrarrestar el movimiento del peón, sabiendo que el contrario de ese momento, yo mismo, el de las blancas, movería un alfil si yo, el otro, adelantaba el peón del alfil y que movería un caballo si era otro peón. Y pensaba y movía condicionado por la condición impuesta por la condición a la que yo imaginaba que el contrario se había condicionado por mi apertura. Y así la partida de ajedrez se movió de lado a lado del tablero, sin avanzar, sin  riesgos, sin ataques ni sorpresas. Y así ni siquiera hubo tablas sino un baile de piezas por el tablero, una extraña concordia en la que los peones blancos y los negros jugaron a la pelota usando de porterías las torres, la realeza realizó un picnic y los caballeros alfiles conspiraron en una esquina del tablero. Y los caballos, por fin, retozaron.

Y fue tal mi ensoñación. Y fue tal mi empatía, que el tablero de ajedrez se materializó. Y yo me movía de un lado a otro del tablero, todo hay que decirlo, ante el asombro de mi oponente, el pobre antiempático, que no podía imaginar lo que yo hacía. Y ante la consternación del juez quien resolvió a favor del otro, no por no hacer caso a mis argumentos, que eran los míos y los contrarios, las respuestas a los contrarios y las réplicas a la respuestas, todo eso a la vez, y, en suma, nada. No, el juez resolvió a favor del contrario, que supo no ser yo, por aplicación del principio de indeterminación de Heisenberg. Y sentenció : "Es posible saber donde está la parte y es posible saber qué argumento muestra, pero no ambas cosas a la vez".

lunes, 4 de febrero de 2013

CAMISAS Y TRAJES

Ni siquiera nadie los llama documentos, sino papeles. Los papeles del pepé.

Es posible que sean un fraude. Deberíamos admitir esta posibilidad, pero en este estado de las cosas, es difícil pensarlo.

Me asombran cosas de esta documentación, muchas cosas. Casi lo primero que pienso es en qué razones tienen estos cargos públicos, que en su mayoría cobran salarios jugosísimos, para ocultar una cantidad, para ellos, menor. No creo que el objetivo sea ocultar nada al fisco, más bien parece una maniobra para ocultar la existencia de dinero que no debería llegar a la cuenta de ningún partido. Algo  ilícito e inmoral y que como un secreto ha sido repartido, no para el partido, sino para algunos de los del partido. Y es significativo que quienes han alzado la voz para verificar algún pago han sido solo los que han cobrado cantidades menores o los que les han dado un fin claro o lo han tomado como un préstamo.

Me asombra también que se desvele esto a un periódico. Cualquier imputado en un caso de este tipo daría al juez o al fiscal esta documentación con el ánimo de pactar una pena reducida. La intención parece clara, si fuera documentación falsa es la de hundir el prestigio del diario que las publica. Como ya pasó con Der Spiegel y los Diarios de Hitler. Imaginemos que fuera información veraz, secreta, pero cierta; el abanico se abre y aparecen algunos nombres, algunas conjeturas, venganzas internas, retorcidas conspiraciones. Pero quien haya sido el que las ha revelado, ha querido que fueran publicadas, que su repercusión fuera la mayor posible. Y esto suena a venganza, a moriré matando; o a mí me hicistéis esto, ahora vais a pagar; o en una maquiavélica conjura para que algún lider caido vuelva por sus fueros como salvador y regenerador del partido y de la clase política.

Es raro ver como este asunta afecta solo a personas que tienen una situación acomodada. Que cuentan con un rico patrimonio famililar y que no necesitan de los ingresos por su trabajo para llevar una vida aburguesada. Es raro porque no estamos hablando del lucro indecente del que tiene cuentas en Suiza, sino de la miseria por la que se corrompen. No estamos atacando a los que se corrompen con tal de mantener un sueldo que es su sustento de vida, o el que le permite acceder a una vida un poco más fácil. Hablamos de personas que pueden considerar este dinero oscuro como un extra para caprichos. Es raro porque, aunque el destino de este dinero fuera gastos de representación, viajes, comidas, trajes o corbatas, obligaciones que su actividad pública condiciona, de alguna manera entienden que esto va por cuenta de los demás, que su manutención e imagen corren por cuenta de todos, que ellos ya tienen bastante con figurar. Y es raro porque desde su posición defienden que los políticos no cobren, con lo cual, ¡ay, jacobinos!, tan solo quienes tengan una vida asegurada por la familia o el matrimonio podrán dedicarse a la política, a servir a los demás. Mala cosa predicar la austeridad, implantar medidas populistas y estar podrido a causa del dinero. Y de la infamia.

No creo en los movimientos espontáneos que piden una regeneración absoluta de esta democracia. Me dan miedo. No sé qué se oculta tras ellos. Y no creo, por más que todos los indicios conduzcan a ello, que todos sean los políticos sean iguales, ni que el sistema no pueda funcionar. Por increíble que parezca, pienso que hay todavía ideales, vocación de servicio y honradez. Al menos un indicio de que algo hay es que sobresale parte de lo que ocurre y esta parte se está haciendo pública. Soy pesimista y pienso que quedará en poco lo que de aquí salga; serán apartados algunos políticos de aquí y allá, tendrán una condena leve, y, con el tiempo, volverán a sus feudos a hacer lo mismo. Respaldados por los que no hayan sido condenados, porque habrán servido de escarnio público y limpiavergüenzas, y sabrán que los demás siempre les deberán sus silencios. 

Es triste que en la situación de ruina que vivimos tengamos que ver el expolio constante; el cambio de favores por bolsos de marca, por tratamientos de peluquería, por viajes en cruceros horteras, por satisfacer las más ardientes fantasías de marujas y marujos. Porque no es otra cosa sino vivir como personajes de telenovela lo que consiguen.  

Quizás alguien debería escribir algún manual para políticos, al modo de las vidas de santos. Y en él incluir discursos y dialéctica en las Cámaras, valor ante los asaltantes, pulcritud y honradez, ejemplos que se pueden sacar no solo de la democracia griega, de los senadores republicanos romanos, del parlamento revolucionario francés, del inglés que frenó el absolutismo,... También hay ejemplos y, muchos, del Parlamento y del Senado español. Sin ir más lejos, la de un Presidente del Gobierno, que en el siglo XIX vivía en el edificio de las Cortes, quien había reunido a un grupo de periodistas a mediodía, que no lo dejaron ni un segundo durante varias horas y que, muerto de hambre, tras comprobar que todos los periodistas habían almorzado pidió a un ujier que bajara al café más cercano y encargara para él un filete con patatas, vino y café para todos. La primera sorpresa de los periodistas fue comprobar como aquel Presidente no contaba con un cocinero y sirviente propios. La segunda fue ver como al llegar el camarero, el Presidente abríó su chaleco, sacó un duro de su bolsillo y pagó con él. Nadie habría imaginado comida tan frugal para un alto mandatario y, menos, que él mismo se pagara su manutención.

Ejemplo para muchos políticos. Pero alguna vez deberían dejar de pensar en los trajes y leer.

miércoles, 16 de enero de 2013

SOCIALISMO SENTIMENTAL

Imagino que esta entrada no será corta. Espero que no, si doy con la tecla de lo que quiero contar. También, si consigo acertar, aspiro a no desanimar al eventual lector.
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La idea de escribir sobre el socialismo me la han dado por igual tres cuestiones que se me han planteado, una sobre los liberales, otra un vídeo soez de un profesor de economía que decía que la caída del Imperio Romano la provocó el socialismo y una tercera que suponía una pregunta conyugal sobre lo que yo soy, en términos políticos o ideológicos, se entiende.

Ya hace años, hubo un tiempo en que no sabía qué eran las derechas o las izquierdas. Un día era de un bando y al siguiente de otro, dependía de lo que oyera a mis amigos. Quizás un comic, Rusia en Llamas, me hizo entender de una forma muy emotiva cuál era mi lado. Y poco tiempo después en el 82, algunos amigos nos emocionamos con la primera victoria del PSOE. Era una época distinta a esta, y siempre recordaré que en unas elecciones anteriores, ante mi pregunta de qué era un mitin, mi padre me llevó a uno con Alfonso Guerra y Felipe González.

Cuando ya había leído Rusia en Llamas, comprado con los ahorrillos de muchas semanas, y asistido al primer mitin de mi vida, el partido comunista ganó la alcaldía de Córdoba. Aquello desató una oleada de miedos en la ciudad como yo jamás había visto. Y sirvió para que la gente mayor contara muchos horrores de la guerra y algún otro milagro con el arcángel San Rafael despistando a las tropas rojas. Así que mi inclinación hacia la izquierda se tambaleaba porque se contradecía con la natural e incuestionable fe religiosa.

Pero muy poco después, en el año 1982, la visita del Papa me fue indiferente, no así la victoria socialista en las generales. Creo que para esa época había decidido ya el lado sentimental en el que encontrarme y, cuando en Historia, estudiamos los siglos XVIII y XIX, creí encontrar apoyo y justificación intelectual a lo que creía, y, podía ya decir, sentía.

Me resultaba imposible leer sobre ciertas partes de la Historia y no sentir simpatía por los marginados, por los que han estado al margen del poder, de los favores de los regímenes y de los sistemas. Mirar con ojos alegres sus conquistas, sus luchas, sus rebeliones, significaba, de forma automática, mirar con antipatía, y odio, a la parte contraria, al poder absolutista de monarcas, imperios, Parlamentos, tiranos y dictadores. Ahora sé que era, y es, una interpretación personal y sé que al mirar los mismos hechos otros ojos no ven lo mismo. Y sé que, incluso mirándolos con los ojos de derechas, algunas de las conquistas de libertad y de lucha contra los reyes absolutistas tienen tal grandeza que nadie las discute ni las considera del otro sino de la humanidad.

Pero sobre lo que he contado de mis ideas, escoradas hacia babor, no existe nada de lo que se pueda deducir de qué pie cojeo exactamente. Sí que es el izquierdo, pero ¿de qué izquierdo?

Cuando hablo de mis vivencias se entiende que transcurren en una época de transición política en España y no creo que disten demasiado de las de otros; cuando hablo de mis lecturas tampoco creo que puedan distar de las de otros, al fin y al cabo a lo que he tenido acceso ha sido a una oferta poco marginal de libros, revistas o comics respaldados por cierto éxito; así que mi modelado interior no puede ser muy distinto al de otros. Ni tan siquiera cuando hablo de Historia, o historia, cuando hablo de los marginados, de los oprimidos, puedo dejar de pensar que nadie con algo de conciencia, de derechas o de izquierdas, pueda sentir, al menos, algo de compasión por estos grupos. Y pienso en los ideales de los partidos políticos, y casi todos, en su origen, luchan contra la injusticia.

Creo que la forma más ordenada de expresar lo que intento contar es contestar a las tres preguntas que me planteaba al principio de este entrada. Lo correcto es empezar por los liberales y, dado a ser ordenado y canónico, por aquí empiezo.

Liberales.

Yo veraneaba en Cádiz, dos veces en el siglo XIX, refugio de liberales. Así que me interesaba mucho la historia de la Constitución de 1812 y la de los Cien Mil Hijos de San Luís. Y las veces que estudiaba la Constitución de 1978 siempre se comentaba la herencia de la Pepa en el, por ahora, nuestro último texto constitucional. Y más que poder emanado del Pueblo, de ambas emana cierto estado de felicidad. Algo que convierte a ambas en algo hermoso, sin saber muy bien por qué.

Recuerdo además una pregunta a la que no supe responder hasta hace muy poco, a qué responden, qué influencia tienen las corrientes históricas y las filosóficas en las constituciones españolas. Cierto es que ahora mismo, con la intención de no ser pesado ni pedante, es imposible citar fechas de los textos que hay entre ambas, todos aquellos textos que se redactaron en el siglo XIX y que fueron poco más que leyes de organización. Para lo que quiero contar me interesa mucho más la de 1812.

No creo que hubiera existido esta Constitución sin hitos anteriores, sin la Revolución e Independencia de Estados Unidos, sin la Revolución Francesa y sobre ciertas ideas filosóficas como el utilitarismo de Hobbes.

Yo entiendo las revoluciones citadas como la consecuencia de una lucha de poder entre la burguesía y el poder de una monarquía anquilosada en maneras y modos antiguos de gobierno. Son los colonos los que no entienden por qué deben pagar a un rey que está tan lejos, que no ayuda a su tierra y que los embarca en guerras que ellos sostienen con su trabajo. En Francia ocurre lo mismo, no es el pueblo, el vulgo llano, el que se rebela; una clase no aristocrática, harta de pagar las guerras de un rey que los mata de hambre, harta de dejar que sean sus hijos los que deban servir en el ejército sin poder mandarlo, se rebela. Y de fondo la idea de que el individuo debe ser feliz, y de que para ello tiene derecho a prosperar sin que importe la clase social adquirida al nacer y considerando que es posible alcanzar la felicidad individual siendo útil para un colectivo mayor, por ejemplo, la sociedad.

Así que los liberales en el norte de América, en Francia y en las Españas europea y americana, solo buscan algo que ahora nos parece tan elemental y esencial como la vida. Tan solo reclamaron libertad, voz, capacidad para decidir sobre su destino, su vida y su hacienda. Y fueron por ello liberales, los abanderados de la libertad. En contra a quienes tenían era a los conservadores.

Hoy en día, la palabra liberal tiene otra acepción. Que no deja de ser curiosa y paradójica. Los liberales buscan libertad económica ante todo, no quieren que un "Estado opresor" les obligue a pagar impuestos, no entienden que deban pagar seguridad social para pensiones o salud o seguridad. Creen que el individuo debe prosperar por sí solo y que por sus medios y su trabajo debe conseguir bienestar, cuidados, seguridad,...

La idea de que se deba premiar el esfuerzo individual no solo es buena, es estupenda. El problema no surge cuando el individuo se esfuerza y consigue acceder a un plano diferente, a una vida más cómoda, sino en que esta extrema idea liberal conlleva que para que uno medre debe sacar ventaja a otros que no la conseguirán. Y ataca una idea tan primordial y tan básica como la de la libertad del individuo, la cooperación. Es cierto que no podemos considerarnos solo hormiguitas luchando por el bien de la especie humana, también lo es que los logros de los que ahora disfruta la sociedad han venido de la transmisión de conocimientos, de formas de vida, de especialización en trabajos para los que es necesario articular una sociedad.

En tiempos el señor feudal contaba con un arma, la fuerza, el ejército, para vivir por encima del grupo; y la supuesta protección que brindaba en su feudo le permitía toda clase de desmanes. Hoy en día ese arma es el dinero, el poder económico, la posibilidad de contratar, mejor dicho de emplear, a gente y la posibilidad de con eso los trabajadores accedan a lo básico. Y, una de las paradojas, lo que vale para el que tiene el dinero no vale para otros. Porque una de las premisas es, si quieres ganar más, trabaja más. Sí, regla de tres cierta, salvo para el que tiene un salario al que se le dicen si no quieres perder tu salario vamos a rebajarlo, si no quieres perder tu salario trabaja más horas, si no quieres perder tu salario renuncia a tus derechos.

Pero este mundo liberal, que se sostendría ideológicamente si extendiera su premisa de la libertad e igualdad individual de forma universal, falla. Y falla porque parte de supuestos como la herencia o el acceso de ciertos individuos a elementos de formación mejores a los de los otros y porque necesita de extensos lugares en los que estas reglas no funcionen. Expliquémoslo. Es claro que un individuo debe formarse, y es claro que si quiere alcanzar un determinado objetivo su formación debe ser mejor. Pues, en el universo liberal, la mejor formación, como lo entienden, es la privada. Para acceder a ella el individuo no depende de sí mismo sino de su familia. Primera ayuda que invalida la idea de que el individuo puede ser lo que quiera por sí mismo. Ayuda que se repite con los contactos profesionales a los que pueda acceder, la sanidad y la imagen que puede permitirse o el dinero con el que pueda contar para iniciar cualquier proyecto. Es decir, el individuo podrá ser individuo y ejercer su libertad solo cuando haya recurrido a una estructura que no depende de él. Pero desde el punto de vista de las naciones podemos pensar en algo equivalente. Para que Alemania, Francia, Estados Unidos o, incluso, España prosperen, es necesario que en naciones como China el reconocimiento de la libertad individual no se permita. O que África o la América andina no tengan cubiertas ni tan siquiera las necesidades básicas para la subsistencia.

Así que de aquellos liberales que hicieron de la Ley, el Estado y la Razón su bandera; de aquellos liberales que lucharon por conquistar la libertad del hombre y dejaron de ser siervos, esclavos y súbditos para ser ciudadanos poco queda. Tan solo un nombre. Simpático, pero tan solo un nombre.

La Historia. El Imperio Romano.

El franquismo, y la educación que permitía, hizo mucho daño. Imagino las clases de Historia que se permitían. Lo que no imaginaba es que un profesor de Teoría Económica en pleno siglo XXI podría llegar a tal punto de visión cerril como para culpar al socialismo de la caída del Imperio Romano.

Un niño diría que ¡vaya tontería, el socialismo no existía en aquella época! No soy tan idiota como para quedarme ahí. Entiendo al profesor, quiere decir que un modelo similar al que el socialismo mantenía en España colapsó el Imperio. Yo sin entender de Historia lo rebato. Por cierto, el mismo niño de antes diría que Jesucristo fue el primer comunista.

La tésis del vídeo era que la burocracia, la corrupción y el engrosamiento del Estado acabaron con la maquinaria del Imperio. La analogía era clara, para quien quisiera verla así, con la etapa socialista del siglo XXI. Y la tesis de que el Estado estaba burocratizado y lleno de funcionarios indolentes e ineficaces también. No quiero ni pensar en que también se refería el profesor a la supuesta teoría de algunos historiadores que vieron como causa de la caída romana el supuesto afeminamiento de la sociedad. O la llegada de inmigrantes.

Entonces, debía ser que el mal de la burocratización, el exceso de dirigentes públicos, de agentes intermedios en cada intervención administrativa era un mal exclusivo del socialismo. Por tanto erradicado el socialismo estará erradicado el mal.

Sin embargo, la carga burocrática que se soporta en España no proviene ni de lejos, ni del siglo XXI, ni del último tercio del siglo XX. Ha sido una mala concepción del Estado la que ha provocado triplicidades y tetraplicidades en las competencias que asumen las Administraciones y eso ha sido culpa de varios de los llamados pactos de Estado en los que comparten responsabilidad todos los grupos políticos y los nacionalismos que no han sabido compaginar una identidad de pueblo, de país, de nación, o de identidad territorial con esquemas eficientes para políticas de economía o sanidad. Es más bien un mal de la democracia.

También fue un mal democrático la forma en la que se dignificó el trabajo del funcionario. Es decir, considerar a los servidores públicos trabajadores importantes de una organización necesaria y, como tales, reconocerles los mismos derechos laborales que al resto de trabajadores fue algo tan de razón como beneficioso. Y estuvo bien, restarles el poder omnímodo que en cierta época tenían los que colmaban los puestos de relevancia; aquellos que se consideraron ajenos a toda ley. El problema no fue aplicar el raciocinio y la justicia a la función pública, estuvo en mantener anexa a la Administración miles de puestos para afines a los partidos o a los que podían contratarlos.

Y ha sido también un mal nacido en los últimos años el que la Administración, cada vez más flaca de medios, y cada vez más obligada a asumir nuevas funciones haya solicitado cada vez más servicios de de empresas privadas.

Estos supuestos males han sido la punta de lanza de opiniones retrógradas y conservadoras para considerar que el Estado en sí es un mal. Y es más, si se piensa bien, la retórica empleada da una idea muy clara de qué piensa el responsable del video. Imperio, ¿qué nos dice esta palabra?, ¿qué tiempos de España evoca? Burocracia, ¿se refiere con eso a la casta política? ¿se referirá acaso con eso al oficial de juzgados que no puede ni etiquetar expedientes?

Así que esta teoría tan débil no se sostiene. No la que se refiere a las causas del declive latino, sino la que la asimila al socialismo las malas prácticas de una civilización basada en la dominación, la sumisión, la fortaleza militar y la esclavitud. ¿Por qué? Porque de alguna forma lo que persigue es desacreditar la idea misma de Estado, la manera de formalizar la cooperación entre personas y de ser gobernados por iguales con la posibilidad, poco probable pero posible, de convertirse en gobernante de los iguales. Y, de alguna manera, deja entrever que los servidores públicos no electos forman una increíble camarilla de personas que no aportan nada a la sociedad y que son deudores de favores por ocupar ese puesto.

Es posible que nadie le haya dicho a esta profesor que tras el Imperio Romano en Europa se inició la Edad Media, los Años Oscuros. Y es posible que nadie le haya dicho que tras la organización imperial, la burocrática, llegó la sociedad feudal ¿Hará alguna analogía este profesor con los nuevos señores feudales?, ¿con esos que ahora heredan y regalan partidos, comisiones y feudos?, ¿con esos que ahora deben vasallaje a las grandes corporaciones y a los mercados?, ¿con esos que ahora nos consideran siervos?

Lo que soy.

La pregunta surgió hace años. Hablábamos sobre qué votar en unas elecciones generales y yo dudaba. Entonces me preguntaste, ¿tú qué eres? Y no supe contestarte.

Una vez decidida la afiliación a la izquierda uno se debate entre varias familias: socialdemocracia, socialismo a la europea, socialismo a la cubana, comunismo en sus múltiples formas... Y yo siempre he dudado en dónde quedarme.

Tengo clara la diferencia entre el comunismo utópico, ese estado final de igualdad social inalcanzable, y sus aplicaciones en distintos países. Ninguna, claramente, ninguna, me gusta. Ninguno de los regímenes impuestos ha conseguido pasar a una fase posterior y han prolongado la dictadura del pueblo, convirtiendo esta fase en épocas de Terror, de sometimiento y de dictadura personal. No es necesario recurrir a Pol-Pot, a Ceaucescu, a Mao, a Stalin. Tampoco los regímenes nicaragüenses o cubano me parecen la mejor de las aplicaciones prácticas de una idea filosófica. Así, que mostrando mi simpatía por el comunismo filosófico, por la igualdad de hombres universal, abomino de los regímenes comunistas que conozco.

El anarquismo me parece también una idea pura. Una idea, quizás inaplicable y contradictoria. Pretende que el ser humano sea libre, que no haya ataduras, deberes, trabajos,... y va contra la idea misma de la cooperación humana. El anarquista puede vivir en esta sociedad, pero sin esta sociedad de la que necesita y, a la vez, quiere destruir no puede vivir. En caso de desaparición de la sociedad la idea es implantar otra de caracter comunal. Es decir el anarquista quiere derribar unas barreras para construir otras, iniciar una sociedad casi de caracter tribal, volver al principio de la Historia. Para ver si, de alguna forma, esta vez hay más suerte.

No. Adoro a los anarquistas de verdad, los que saben vivir sin nada, o trabajando en el momento justo, los que detestan la propiedad, las normas, las reglas, las imposiciones. Es cierto, son personas y espíritus libres. Pero solo pueden progresar como individuos, su idea no es extensible a una sociedad, a una forma de gobierno.

Y, parece que por descarte, queda el socialismo. Pero no es así. Se trata de una elección basada en otros hechos.

Desde que en 1985 descubrí que había corrientes socialistas que conciliaban el socialismo científico, conocí la calidad de vida de los suecos, a pesar o gracias a la gran presión fiscal, y supe de que el socialismo europeo había renunciado en los años setenta a la violencia, entonces encontré una vía para encuadrar mis ideas.

Quizás lo que me ha gustó del socialismo sueco y del alemán ha sido la ausencia de dogmatismos, la ausencia de elementos de presión al grupo, el intento de desarrollar la libertad del individuo dentro de la sociedad. Lejos de las grandes boutades de la gauche divine, y de sus incongruencias, que decían que ellos querían un socialismo con angulas o caviar para todos, y que vivían en comunas en la Costa Brava o Ibiza sostenidos por grandes posesiones y fortunas familiares, es posible encontrar un equilibrio entre el desarrollo personal, la libertad de elección, el progreso,... y la comunidad organizada que pide más a quien más tiene y que gestiona de forma comunitaria bienes y servicios que, sin el aporte de todos, serían para una minoría.

He aquí la política. Las siglas PSOE han desvirtuado la idea socialista. Han creado en España un modelo de gestión y de pensamiento único, a veces verdaderamente de gilipollas, que han dañado la posibilidad de que nadie vea en el socialismo algo distinto a épocas de dominio de una casta política sin formación ni ideales. Este no es el socialismo que defiendo.

Tampoco, aunque sus ideales sean más cercanos a los del socialismo que los del PSOE, ha conseguido IU desembarazarse de la inercia que supone una historia lastrada de crímenes y dictaduras. Y la defensa ciega que realizan de Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador, sin mirar al populismo, y a las flaquezas de sus líderes tampoco ayuda a sentir en IU el adalid de mis ideas.

Así que ahí estoy. Socialista sin partido. De izquierdas de corazón, pero con ideas que no casan con el pensamiento único de la izquierda española. Para mí no siempre un rico es un enemigo y un pobre un amigo. Mis amigos son de un lado y de otro; entiendo más la honestidad, la bonhomía, la franqueza y las vivencias comunes como los elementos en los que se forja una amistad. Al igual que entiendo que la Justicia, no la ley, que la Prosperidad, no el enriquecimiento, que la Igualdad, no la igualación, forjan mi pensamiento político.

Por eso soy un socialista sentimental.