viernes, 22 de marzo de 2013

UNA CHICA SUIZA

La sabia dama suiza apenas desayuna. El pan es unas veces demasiado crudo, otras pequeño y otras es un trozo de pueblo duro y áspero que no puede tragar. El café, el que no es su café, es un engrudo.

La sabia dama suiza es sabia no por suiza, tampoco por vieja, apenas es una chiquilla pero ha vivido mucho desde los tiempos en el reducto minero. Ha visto al mundo progresar varias veces, revolucionarse, alcanzar la libertad y ahora perderla; ha cocinado banquetes, ha vivido delicias, ha degustado la gloria.

La sabia dama suiza es así, espontánea, callada, sentida y lógica hasta la extenuación. Como el campo, la nieve, los prados, el chocolate y los trenes, los puntualísimos trenes suizos.

A la sabia dama suiza a veces se le escapan algunas lágrimas. Quienes están a su lado hacen que miran hacia otro lado, pero de reojo no pueden evitar mirar y ver el reflejo de una pequeña niña suiza con un armario lleno de vestidos, de una niña que recuerda a su padre, que añora los versos recitados en el francés de su alma y que sabe que quiere que el tiempo vuele. Pero que no sabe si quiere que vuele hacia adelante o hacia atrás. 

La sabia dama suiza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A la Chica Suiza se le ha vuelto a escapar una lágrima. Ha salido temprano a dar un paseo y ha visto a un hombre que dormía encima de unos cartones. Ha llegado a su casa triste, con un nudo en la garganta y un gran dolor en el alma. No sabe si el dolor es por la pena de verlo, por la indiferencia de la sociedad o por la impotencia de no poder ayudar.