miércoles, 14 de agosto de 2013

LA FIESTA

Sentado en el banco, junto al viejo y enorme plátano, sorbía un vaso de whisky. Un whisky malo que se le estaba convirtiendo en el más amargo trago de su vida.
Ella lo había buscado por todo el recinto de la fiesta, quería charlar con él, decirle que su insistencia había sido el único motivo para acudir a esa reunión de antiguos alumnos. Pero él llegó un poco tarde, nervioso, y desapareció mientras ella hablaba con un antiguo novio. Y ahora, justo cuando se marchaba, lo vió, lejos de sus amigos, mirando a la antigua piscina, ahora vacía, y bebiendo.
Estuvo a punto de pasar por su lado sin decir nada, esquivar a aquel borracho y marcharse a casa. Se le ocurrían varias cosas mejores que estar allí, acosada por las preguntas de personas a las que hacía años había olvidado. Y, sin embargo, él, la única persona que le interesaba de aquel lugar, había pasado de ella y se había marchado a beber. No lo recordaba así.
Fue aquella amiga, la del pelo rizadísimo, la que la llamó. Oye, recuerda que el domingo iremos al campo, tráete a tus hijos, les va a encantar jugar con los míos. Sí, pensó ella, llevo veinte años sin saber de ti, y ahora, justo ahora, vamos a irnos a tu chalet, a llevar a mis hijos adolescentes para que entretengan y cuiden a los tuyos, y así, mientras, tú indagues sobre mi vida, mi divorcio, mi trabajo…Sí, es lo que pensaba.
Al darse la vuelta para tomar otro camino, lo vio de pie. Por lo visto, su amiga lo había alertado al llamarla. Y él la esperaba aun más nervioso.
   - Hola, dijo él. Tal vez de una forma un poco seca, un poco desganada.
   - Hooola, dijo ella. De esa forma a la vez jovial e inquisitiva que ella usaba y que a él le mortificaba y le encantaba.
   - Veo que ya te ibas. Lo siento.
   - Sí, vine para ver a alguien, lo he visto y ya me voy.
Claro que lo sabía. Justo al llegar la vió hablando con su antiguo novio, ahora un aprendiz de maduro soltero, un teleco con éxito, con aspecto deportivo y poseedor de una alucinante vida social que predicaba en cualquier plataforma pública. Verla con él fue como una cuchillada, como un desgarro en su alma. Eso motivó que se diera la vuelta, se encontrara con una de sus antiguas pandillas y le pidieran una bebida a su medida, un whisky DYC, con un poco de hielo. Y, él, que odiaba esta marca, y moría por un poco de whishy con sabor a turba y madera para escuchar jazz, lo tomó como el líquido más preciado. Al poco pudo esquivarlos, apartarse hasta aquel sitio, y beber a solas, con las agujas del whisky en su garganta e imaginando a Chet Baker tocar su trompeta.
   - Bueno, se armó de valor y se lo dijo, esperaba estar contigo un poco más. Siéntate un rato aquí, por favor.
   - Refresca, pensaba irme a casa y descansar. Tengo trabajo mañana.
   -¿Mañana domingo?
   - Tú sabes que para mí no existen ni los domingos ni los festivos.
   - ¡Por favor!
   - Está bien, solo un rato.
Ella tenía curiosidad por saber qué quería contarle él. Llevaba sin verlo desde el instituto, pero lo habría reconocido en cualquier sitio. Alguna arruga que otra y algunas canas, un poco más fuerte, con una musculatura ya hecha y, quizás, comenzando su declive, pero el mismo compañero que años atrás. Y tenía ganas de quedarse, pero no quería que se notara.
Él atendió esa insinuación de que refrescaba y le dio su chaqueta. Le sorprendió que ella, en contra de la costumbre, no se la pusiera sobre los hombros, sino que se la vistiera, y no le importara deslucir ese modelo negro del que no sabría decir el precio.
   - ¿Nos sentamos?
   - Vale.
Y así estuvieron, sentados, durante un silencio eterno. Ella preguntó:
   - Bueno, ¿qué querías contarme?
   - Pues… Antes de nada, perdona, ¿quieres beber algo? Dijo él para ganar tiempo.
   - Sabes que no bebo nada de alcohol y no me sienta bien beber demasiadas Coca-Colas.
   - Es verdad.
   - ¿Me lo cuentas?
Tuvo que tragar saliva.
   - En fin, supongo que sí. Quería hablar contigo pero no lo imaginaba así. Al menos no así en su totalidad. Pensaba que en algún momento de esta noche podría convencerte para llevarte a algún rincón íntimo a charlar y compartir contigo unas copas de vino. Incluso dejé a los camareros una botella de un vino blanco escogido para una noche de calor.
   - Lo siento. Deberías haber recordado lo de que no bebo y, además, hace fresco. Habría sido mejor tinto.
Su broma, si lo es, no le ha sentado bien a su discurso. No sabe cómo continuar. Da un sorbo al vaso y calla. El silencio vuelve a hacerse eterno.
    - Te has callado. Espero que no haya sido por lo que te he dicho.
    - No. Miente él.
    - Por favor, sigue. Díme de qué pensabas hablar.
    - Está bien. Guarda silencio.
    - Dime, por favor.
Su súplica le da fuerzas.
- Mira, un día eres un muchacho de diecisiete años. Al día siguiente tienes casi cuarenta años y no sabes qué ha pasado en medio. Sientes que todo lo que ha ocurrido, lo que has vivido, lo que has aprendido, las mujeres que has podido conocer, nada, nada de eso ha ocurrido. Te despiertas, miras por la ventana y ves el mismo sol. Miras tu casa y los cambios que ha habido, pero no los reconoces, piensas que es la misma casa. Y miras tu corazón y en él encuentras lo mismo que cuando tenías diecisiete años, una muchacha delgada y morena, dulce, de piel que imaginas suave. Y sueñas con que ella siga pensando también que tiene diecisiete años y que quiere retomar la conversación que dejastéis inacabada años atrás cuando él le confesó que estaba loco por ella y ella comenzó la temible frase de eres un chico estupendo, pero…Y para acabar esa charla, el muchacho que tiene diecisiete o cuarenta, ni él lo sabe, ha procurado engancharse al último tren, una fiesta de ex-alumnos de algo que ni recuerda, de gente que no significa nada, él solo quiere verla a ella, y ayuda a organizarla, a disponer la orquesta, la decoración, un poco demodé le dicen, y él piensa, sí, como más de veinte años atrás, y va a la fiesta, escoge traje, camisa, zapatos, para sacar de sí lo mejor y llega tarde porque, ese día, sí justo ese día, ha muerto el padre de su jefe, pero llega, y cuando espera encontrar a Cenicienta, la encuentra hablando con el príncipe maldito del que la rescató aquella noche de la conversación inacabada, aquel que la engañaba con cualquiera que se pusiera a tiro, y sí, se le viene entonces el mundo encima, sus cuarenta años se le agolpan todos a la vez, y, de repente, se encuentra solo, de espaldas a la fiesta y al mundo, bebiendo sorbos de algo infecto.
Ella lo mira y recuerda. Recuerda como la abrazó aquella noche mientras lloraba y como pensó en él durante mucho tiempo después. Sí, aquella noche, la había rescatado y después se había declarado y ella lo rechazó de la forma más amable que supo. Y sí, sabía que aquella era su última noche antes de marcharse a otra ciudad, pero jamás pensó que, poco después, empezaría a soñar con él, a querer que volviera a abrazarla, a rescatarla mil y una veces, y que él no volvería hasta muchos años después. Y sí, lo olvidó, con el tiempo, lo olvidó, más cuando comoció a otro canalla igual a aquel del que la había rescatado, pero famoso y con buena prensa, y se casó con él, y fue infeliz, y olvidó toda su vida anterior. Y sí, ni siquiera cuando se divorció, y las habladurías se cebaron con ella, pensó en que nadie la rescataría. Y sí, con toda la insistencia de él para que viniera, jamás imaginó que todavía pudiera sentir algo por ella. Y ahora está aquí, sentada a su lado, esperando en un silencio eterno que modula una antigua farola. Necesita un empujón para darse cuenta del todo, para ser consciente.
   - ¿Me darías un trago de whisky?
Él le entrega el vaso y ella da un sorbito que parece quemarle la garganta.
   - Jamás te contesté del todo. Dice ella. Pero hoy vine por ti.
Y él calla en un silencio eterno que modula una farola antigua. Y la mano de ella se desliza por el banco hasta que toma la suya.  Y él siente que es posible tener cuarenta años y que el corazón siga ardiendo. Y siente que hay algo en ella que le dice, espera, cada cosa debe ser dicha en su momento, espera, soy yo quien debe hablar ahora, espera, quiero que cambien algunas cosas en mi vida, espera.