lunes, 15 de diciembre de 2014

LA BICI.

El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía. Y le sorprendían tanto la letra mayúscula escrita con esfuerzo como aquel papel de cuadritos arrancado de una libreta.

En aquel momento comprendió que por más que soñara con el brillante cuadro metálico y las relucientes manetas de frenos; por más que lo rogara, y lo escribiera de la forma más educada que sabía, jamás tendría una bici nueva el día 6 de enero de ningún año.

lunes, 1 de diciembre de 2014

UNA DECISIÓN POST DIAGNÓSTICO

Había escrito cien veces: te quiero. Es más, juraría que podían ser millones. Lo había hecho con todas las caligrafías posibles, alternando los bolígrafos de tinta azul con los de negra y con rotuladores de mil puntas distintas. Imaginaba que cada letra correspondía a un hombre diferente: al contable alto y aseado, al médico con posibles, al poeta nihilista e incluso al político voluptuoso. Entonces, cuando hubo acabado, introdujo los innumerables papeles en innumerables sobres, escribió en ellos su propia dirección y los envió por correo.
Años más tarde, al releer las cartas, su Alzheimer habría de completar el hechizo.

jueves, 27 de noviembre de 2014

UNA DECENA DE MILLAR

La contabilidad de este blog me dice que han sido más de diez mil las páginas que se han visto de él. Sé que hay una pequeña mentira en esa cuenta. Por más que configuro la página para que no me contabilice a mí, creo que eso sigue ocurriendo.
Mi alegría por haber alcanzado esta frontera resulta así, engañosa. Se podría asemejar a la contabilidad de las cuentas corrientes de todos los que tenemos hipotecas.  Quiero decir, ¿qué certeza tengo de que todos los números que aparecen sean reales y hayan leído algo?
No sé si de forma compulsiva alguna vez he entrado tantas veces en el blog que haya hecho estremecerse la aguja del contador, pero sí está claro que una gran parte de esos números corresponden a mis entradas para corregir, releer o mirar con la ilusión de un “¿niño? ¿idiota?,¿ingenuo?, ¿iluso?, ¿engreído?” la forma en la que se muestran en pantalla.
Sé varias cosas seguras. Hay algún lector que otro fijo, que se enlaza cuando anuncio en Facebook nuevas entradas; hay algún que otro lector fictcio, que marca me gusta sin haber leído las entradas; hay otros que leen y no lo dicen; algunos analizan más allá de donde yo quiero llegar con lo que cuento; otros lo banalizan y piensan que se escribe sin más esfuerzo o más intención; sé además que desde remotos lugares, como México, Chile, Rusia, o Japón, alguna vez accedieron a este blog. Estos, los extranjeros, son casi un cuarenta por ciento de las visitas. Aunque, claro, se cuentan las visitas, no las lecturas.
De ahí la importancia de los comentarios. Los que hacéis en Facebook son, con mucho, más públicos. Los que habéis hecho aquí en el blog, me resultan mejores, porque me parecen más íntimos.
Como diría alguien, ¡Dios, qué brasa os estoy dando! Por eso os dejo por ahora; os doy las gracias; os invito a entrar, a comentar y a leer. Y prometo seguir dando la lata de vez en cuando e intentar no volver a hacer cuentas  hasta que sean, por lo menos, otro millar más de visitas.

GESTOS

Pero ya nada sería igual. Pensó en todos los momentos cruciales de su vida y advirtió que la mayoría de ellos habían sucedido en un hospital. También este. Observó la sangre, las pinzas, las gasas sucias… De golpe, sintió todo el cansancio de la espera y se rearmó para no caer de cara contra el suelo.
Ahora ya no recuerda mucho, fue una vida atrás. Quiere recordar aquel momento en que su hija abrió los ojos por primera vez en un paritorio, y sueña con que sonreía. Eso es seguro, lo certifica. Ella sonreía. Quizás él debería aprender, y, en este momento, bajo el foco del quirófano, cuando le inyecten la anestesia, cerrar los ojos y sonreir por última vez.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

PARAFILIA ESPECIAL.

En realidad esto del amor no tenía ninguna lógica. Esto ya lo había asumido cuando cubrió su cuerpo con la ropa interior nueva, la de batalla o, según su madre, la de visitar al médico. Se vistió de domingo y se perfumó con el aroma de la ausencia. Era consciente de que, en su vida, después de tantos amores ninguno le correspondería.
 
Antes de salir se miró al espejo y le pareció ver junto a él la sombra de la Parca. Le daba igual. Ya sabía lo que es el vacío, la muerte.
 
Es lo que tiene ser forense y enamorarse de todos y cada uno de tus muertos.

sábado, 22 de noviembre de 2014

PEQUEÑAS HERIDAS SIN CURA

Hasta los huesos llegaba su amor por ella. De esta forma descubrió lo que era el tuétano, sintiendo en el interior de su osamenta una sensación de frío y de calor cada vez que la recogía al salir de la Academia. Se había inventado mil excusas para estar en el centro a la hora en que ella salía. De esa forma la podía acompañar a casa y verla un rato más. Así hizo hasta que no le quedaron motivos esporádicos, ni tareas, ni ropa que descambiar para estar puntual a las siete y cinco. Casi como una más de las madres de los alumnos menores. Fue en ese momento cuando se inventó el trabajo como profesor de mates de niños de primaria. 

Le compensaban esas esperas deambulando por tiendas inaccesibles, por lujos inalcanzables, gastando suela de zapato por callejuelas y galerías comerciales. Le compensaban los días que ella salía sonriente y le contaba mil historias, sobre si esta palabra procede de aquí o de allí, sobre si la profesora era de algún sitio apon eivon o, quizás de algún condado cuyo nombre acababa en chire o chair, cosa que nunca supo pronunciar.  

Aquellos días le atraían su olor, la suavidad de su ropa, la gracilidad con la que un pantalón, o un vestido, o un jersey la adornaban. Le gustaba verla contenta, radiante, con su pelo al viento, ligero y etéreo. Y los otros días cuando ella le contaba como si fuera la mayor afrenta del mundo un pequeño drama; como que su madre no quería comprarle esos zapatos o los pantalones de una tienda de la que él no había oído ni hablar. Estaba encantado.

No dejó de recogerla porque lo hicieran otros, nunca tuvo un enamorado tan fiel. Y sí, alguna vez ella lo dejó plantado por irse con otros u otras; cosa que no podía reprocharle porque se suponía que él estaba allí de casualidad, tras ese trabajo que jamás cobró. Pero no le dolía eso. Y ni tan siquiera los celos que sentía cuando ella le contaba lo guapo que eran este o aquel. En esos casos se lamentaba de su falta de valor para declararse.

Hoy, él, todavía recuerda aquellos paseos. La espera de las siete y cinco. Y las dos o tres veces que a ella le preguntaron delante de él, como si él fuera una sombra, oyes, ¿este quién es?, ¿este?, sí, ¿es tu novio?, ¿quién él?...Y no sabe si lo peor fue el sentimiento, que aun hoy escuece, que le provocaron las risas de ella, y que le hizo comprender a Jesús ante las negaciones de Pedro, o el suspiro de alivio de quien había preguntado y que de manera indefectible acababa diciendo: ¡Uff!, menos mal, me creía.  

jueves, 20 de noviembre de 2014

EL FILÓSOFO.

Empezó a pensar en un nuevo teorema para alcanzar de forma absoluta la verdad. Siguió su sempiterna liturgia, repasar de memoria la lógica de proposiciones, establecer los axiomas primarios e inferir. Era lo más costoso, encontrar una conexión lógica e inapelable entre sus tesis y la hipótesis final. En su caso, quería demostrar la identidad entre amor y verdad.
Buscó inspiración, a lo Serrat, mirando por la ventana y vio a su novia. Vio cómo le daba la mano a otro, cómo se abrazaba a él y lo besaba. Y entonces, por fin, lo tuvo, aunque solo fuera una conjetura, pues el amor no alcanza a todos. La verdad es solo una mentira encubierta.

martes, 4 de noviembre de 2014

SOLUCIÓN FINAL

El muñeco fue el primero en cerrar los ojos, tras él lo hizo la niña que hacía las veces de su mamá. Habría resultado poético si no se tratara de un mecanismo accionado alcanzada la horizontal. Si, en el caso de Raquel, la niña, no la hubiera vencido el sopor químico. Junto al muñeco y la niña, se recostaron su madre, luego su abuela y la hermana de esta que abrazaba a una anciana y así hasta 60 mujeres reclutadas en la calle Obozna. Habría resultado poético si olvidáramos la desnudez, el pelo rapado y el bonito cartel leído antes de las duchas. El trabajo os hará libres.

EL BELLO DURMIENTE

El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. LLevaba cinco años de servicio en los que le habían hecho de todo. Maniobras de Heimlich, suturas, masajes cardiacos…pero este curso estaba siendo especial. Aquella enfermera del pelo rizado, sí, aquella morena delgada, lo había cautivado. La torpeza de ella al practicarle el boca a boca había dado pie a que cada día la eligieran para que practicara. ¡A ver si era posible que le cogiera el truco! Él quería pensar en que su torpeza era a propósito. Porque, sí, él era el primero en cerrarlos, pero una vez, lo jura, los abrió y ella aun los mantenía cerrados.

jueves, 23 de octubre de 2014

CONCURSOS Y TRAICIÓN

Hoy he publicado tres entradas en este blog; las tres tienen en común ser hijas de una traición. Y, sin ser grave para la humanidad, ni para mi vida, sí es reprochable haberla cometido contra mí mismo.

Las tres entradas surgen como participaciones en concursos de microrrelatos, uno sobre Julio Verne y otro de la cadena SER que debía comenzar con la frase con la que se inicia. Y la felonía no es sino la del propio hecho de presentarme a un concurso. 

Se habrá adivinado ya que no he ganado. Desde un punto de vista moral no ganar implica casi una redención, pues en el pecado de participar y no llegar a nada, va la penitencia. Pero mi mayor problema no está ahí, sino en mi inexistente propósito de enmienda. No es que piense en volver a participar, no. Es que pienso, de una forma objetiva, que los relatos ganadores del concurso de Verne no lo merecían, primero por incumplir muchas de las bases del concurso, luego, por ser de mala calidad. De muy mala calidad.

Piensen que tengo mal perder; piensen que mis relatos puede que no sean relatos. Pero, en cualquier caso, no piensen que creo que los míos son mejores. Claro que tengo la tentación de pensar que no entiendo la decisión del jurado, claro que tengo la tentación contraria, decir que los míos eran tan malos que no podían ganar ni a estos.

Y esa es la traición, dejar el camino que se sigue por optar a gustar a quien no se dirige esta escritura. Dejar de creer en una forma de hacer las cosas o de expresarlas.

Para quien quiera comparar:


HOMICIDIO


Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad. O, al menos, eso quiero imaginar porque no volvió a despertarse. Me cuenta mi hija que ella espiaba escondida tras la puerta y que lo vio depositar varios paquetes junto al árbol, sonreir, beberse casi de un trago la copita de brandy que le habíamos preparado y acurrucarse en el rincón de donde lo levantaría el juez. ¿Cómo explicarle a la niña que no era forma de vengar a los Reyes Magos mezclar la bebida de Papá Noel con la morfina del abuelo? ¿Cómo explicarle la desaparición del abuelo sin quebrar su infantil inocencia?

VERNE EN LA TORRE EIFFEL

La segunda planta de la Torre Eiffel ofrece una magnífica visión de París. Es sabido que este recinto privado alberga un lujoso restaurante que regenta Ducasse. Pero pocos conocen que el contrato de la concesión contiene dos cláusulas inamovibles, el nombre del restaurante, Jules Verne, no podrá alterarse y siempre habrá un pequeño rincón frente al mirador oeste reservado a determinado señor. Este hombre acudirá cada tarde a tomar allí café frente a la cristalera, desde donde, de forma callada, rememorará todas las obras que cree que ha escrito y los viajes que imaginó. Este hombre sueña con escribir, pensando que será hacerlo de nuevo, que nació en Nantes hace casi dos siglos y que vislumbró una nueva era en una época aun oscura. Sentado en un cómodo sillón siente a diario el cansancio de Nemo y de Robur, y la valentía de César Cascabel o del correo del Zar. Sobre todo se siente como Grant, el capitán, esperando a que sus hijos den con él.
Por si acaso va usted a París, no deje de pasar alguna tarde por allí y espere. Es posible que sea el día en que la Torre Eiffel emprenda, como la nave que es, su camino hacia las estrellas. Hacia la aventura infinita de ese señor del que nos cabe la duda de que no vaya a cumplir 187 años.
No se preocupe, a pesar del azaroso trayecto, comerá usted bien. Muy bien.

VERNE EN EL OLIMPO

Al llegar a aquel páramo descubrió lo que leía el señor de barba blanca. El tomo de De la Tierra a la Luna estaba ajado pero el barbudo no levantaba la vista. Cuando el señor Verne alcanzó su altura, aquel al que llamaron apóstol le dijo, Julio te esperamos, hoy 24 de marzo de 1905, te esperamos. Por qué lee usted mi libro, fue la respuesta al saludo. El señor Gagarin me lo prestó, según él, fue su inspiración para convertirse en lo que fue. No conozco a nadie llamado así, es lógico aun no ha nacido, entonces cómo, en este lugar no hay tiempo ni distancia, fue la sucesión de preguntas y respuestas previa a que Verne cerrara los ojos y recordara la forma en la que la mañana se había levantado fría y lluviosa y cómo él se había quedado dormido frente a la ventana imaginando a Robur en su aeronave atravesar las nubes.
De un sobresalto el señor Verne tuvo un ataque de lucidez y preguntó a aquel otro señor con gran familiaridad, dime si he muerto, dime si es este el cielo o el infierno. Y aquel que negó tres veces antes de que cantara el gallo dijo, has venido a un lugar que no conocen los mortales, a este espacio en el que habitarás con Nemo, Kerabán y Héctor Servadac, en el que te enamorarás mil veces de Nadia al vislumbrar un rayo verde y en el que defenderás la luz de un faro patagón. Has venido a un lugar con muchos nombres, donde, como dije, se entremezclan los tiempos y los hombres, aquellos que trascienden a los otros.
Verne, curioso e inmortal, solo tenía una pregunta, ¿ha leído usted En el País de las Pieles?

lunes, 6 de octubre de 2014

AGRADECIMIENTOS.

Hace tiempo pensé escribir una lista con todas aquellas personas que me abrieron la puerta para que saliera y que, en contra de lo que ellos pensaban, me hicieron un favor pues, en vez de cortarme un camino, lo que hicieron fue abrirme otro. No sé si son muchos o pocos estos encontronazos en mi vida, es decir, no sé si son más o menos que los de otras personas, ni si mis vivencias son más o menos que las de otros congéneres, lo que sé es que lo que he vivido y lo que he padecido, sentido, luchado, o dejado de padecer, sentir y por lo que me mantuve inane, ahora me han conformado de esta manera. Todo lo anterior es lo que me ha llevado hasta aquí.

Me habrían gustado caminos más fáciles, atajos, escaleras deslizantes, plataformas, puentes de plata, ayudas, bastones, sin embargo, con los rodeos emprendidos, con los caminos recorridos, con el desaliento, con el cansancio, se ha moldeado una persona. Y hablo de ella. 

Tengo dieciséis años, o diecisiete, y estoy en la cama, arropado por una colcha de estampado psicodélico y me veo.  Mis cuarenta y cuatro años, mi matrimonio, mis dos hijas, son una ilusión; una imagen con la que no he soñado. No reconozco al hombre que veo, ni su imagen, ni su estado, ni sus dolencias, ni sus miedos; no soy el hombre que sueño ser. Y en la nebulosa que hay alrededor del futuro creo que hay un camino que se ha perdido. 

Sí, el futuro es incierto, lleno de puertas que se abren en una sola dirección, que no pueden tomarse para volver, lleno de posibilidades sobre las que hay que elegir, imaginando que son como cuerdas que vibran y que están en muchos sitios casi al mismo tiempo. Tocarlas en un momento concreto determina una melodía u otra. Sí, puede que sea eso, cuerdas, cuerdas que como las que ataban el nudo gordiano se pueden deshacer con la voluntad, la espada de los que no tenemos otra arma. Y sí, a fuerza de voluntad, he llevado el futuro a un sitio que me gusta más.

Mis cuarenta y cuatro años, mi esposa, mis hijas, tienen nombre y rostro, fueron el futuro y son el presente, fueron la esperanza y hoy son mi vida. Hay poco más. Mi voluntad quiso llegar hasta ellas y hasta ellas arribé. Pero soy yo el que no me reconozco; no preví que llegar hasta aquí resultara tan duro y esforzado; no preví que sortear la marea del tiempo supusiera dejar atrás ilusiones y sonrisas, fuerzas, ánimos, sueños, carácter, entereza.

El tiempo me ha vuelto rígido, en casi cualquier sentido de la palabra. Con el tiempo me ha crecido como una coraza, casi como si el roce con el transcurrir del éter hubiera endurecido una capa externa de mí. La ligereza del muchacho que está en la cama, ese que es un suspiro, un sollozo, ha ido tomando consistencia, densidad, y ahora es como un pequeño blindado que intenta caminar con cuidado, atropellando sin querer, de vez en cuando, una flor. El tiempo ha cambiado la voz de este habitante de la cama plegable, ahora no sabría explicar con palabras argentinas que flor, blindado, coraza, éter, camino y demás son solo imágenes literarias y que no quiere agradecer nada a los que le han cerrado puertas, hay que batallar mucho para buscar otros caminos, y que él ha tenido suerte y ha llegado a donde quería llegar hace unos treinta años. Otros no la han tenido.

Sí, es la víspera de mi cumpleaños y esto parece triste; aquel muchacho de dieciséis que quería ser poeta habría escrito un poema, un cuento mucho más dulce o, incluso, un relato burlón. Este hombre de cuarenta y cuatro escribe esto. ¡He aquí lo que el tiempo hace con los retoños!. Si no fuera porque se encuentra la esperanza en el amor, en un poema de una niña, o en la voltereta de otra, sería para mandarlo a hacer puñetas.  

lunes, 11 de agosto de 2014

LOS DESORIENTADOS.

(ADVERTENCIA: NO LEER SI SE TIENE INTENCIÓN DE LEER LOS DESORIENTADOS DE AMIN MAALOUF)

No creo que mi visión de Oriente Medio sea la más certera, a la leyenda, a las historias sobre la caballerosidad de Saladino, o el esplendor de la corte Omeya, se sobreponen cientos de años en los que los habitantes de Líbano, Jordania, Siria, bien podían ser llamados moros o árabes. Incultura vil que han, si no cambiado, moderado las lecturas de libros y cómics sobre estos países, sobre Irán, Iraq, Turquía, Afganistán... Pero el poso de años de considerar a estas gentes los otros, los invasores, los bárbaros, los atrasados queda, y me sigo sorprendiendo, como buen lector, con las historias que provienen de allí. Como si me las contara Sherezade.

Pensaba que el título se refería a gente que se encuentra sin rumbo, pudiera ser; pero, se me ocurre, que se trata de gente que ha perdido "su Oriente", de exiliados, de extranjeros en el país en el que viven y de extranjeros en el país al que vuelven. Y es así también con los que permanecen en su país, han perdido el país en el que vivieron, pues si, este país que nunca nombra el escritor, ha sobrevivido a las guerras, su verdadero país, el interior, el que forman sus familias, sus amigos, sus vivencias, hace años que quedó atrás.

Esta historia es la de un reencuentro, la de una vuelta, la de un sortilegio, la de una catarsis. Es, para el protagonista, la historia perfecta; es, para los demás la historia que no viviremos; quizás no tengamos esas deudas con el pasado, quizás no tengamos esas necesidades y hemos aprendido a no dar la vuelta al pasado, sino a caminar hacia adelante; aunque nos pueda esperar en una curva la guadaña de la maldita muerte; pero hemos aprendido que así somos, con nuestras carencias, nuestros defectos, y nuestros afectos. 

Me turbó el libro, no puedo dejar de pensarlo; en una época en la que mi mujer está reencontrando sus raíces, en la que está reforjando la cesta que ya tenía en el pasado, yo también he sentido la necesidad de reencontrar, aunque sea en un simple mensaje, los mimbres una vez empezados a trenzar; los de Córdoba, los de los primeros años en Sevilla, los únicos válidos de la playa, los de Morón. 

Y no me quiero dormir, necesito el cuento de Sherezade, las historias refinadas y cultas de aquellos a los que Maalouf convierte en sus instrumentos, en la fantasía de un cuarentón que jamás fue feliz, que, quizás, jamás acabe la biografía de Atila. Adam, el primer hombre; Adam, ¿el último? 

Y pienso en mi patria, mi pequeña patria, formada por tres mujeres; y pienso en vosotros, amigos, amigas, familia, y siento que sois a la vez mi patria y mi frontera, a donde quiero llegar y de donde no me quiero ir.

Si se está turbado, no se puede quedar uno a medias tintas. Instalarse en mitad del camino hacia ningún sitio, mantener la boca medio cerrada, es una tontería, una rendición a las propias convicciones. Por eso creo que es mejor empezar de nuevo. Y sí, en esta ocasión es posible que destripe el libro.

Al acabar este libro pensé que a Amin Maalouf le faltó algo para convertir en obra maestra esta historia. Y es este final abrupto en el que el protagonista desaparece pero no del todo; sobra o falta algo. Si se tratara de una película se podría pensar que el protagonista ha muerto y que de alguna manera se ha de acabar el proyecto, por lo que lo mejor es acomodarlo. Tratándose de un escrito pienso que o le faltaron fuerzas, o ganas, o quiso estar acorde a los tiempos e imitar al cine. Y aquí lo mejor habría sido recurrir a la fórmula de señalar que el diario es un diario inacabado; de que quizás todo lo vivido lo vive alguien que al recibir la primera llamada entra en una especie de coma o cualquier recurso que o nos hubiera preparado para el desenlace o nos hubiera resultado una sorpresa. Para nada me conforma el final a modo de final de serie de televisión. Lo siento. 

Cuando comencé en verano la lectura, Israel bombardeaba Gaza y una facción radical y extrema del Islam extendía su horror por Oriente. Hace años Israel bombardeaba Líbano, Egipto o Siria y el terror estaba en Argelia, Irán, Iraq o Yemen. Por eso pensé que esta historia merece ese marco, un marco intemporal en un país innominado que parece vivir un atisbo de paz. Oriente es tierra de sutilezas, de complicaciones bizantinas en las que es fácil perderse, y yo no soy un experto en ellas. Mi visión de esta tierra no es, seguro que no lo es, la más certera. Pienso en leyendas, en historias de cruzados, en Saladino, en los Omeyas. Y mi vil incultura que yo creo moderada por la lectura de libros y cómics sobre Irán, Palestina, Siria, Turquía, Egipto, Líbano o Afganistán, demuestra que estoy convirtiendo en un todo a una pléyade de naciones y de culturas. Y mi fatalidad, o mi incultura, me hacen pensar que dentro de diez años, con distintos escenarios, Israel bombardeará algún territorio y el terror fanático nos atemorizará a todos. 

Desnortado. Esnortao. Aquí, en Andalucía se usa esta palabra como sinónimo de tonto, es posible que venga de despistado, es decir el que no encuentra la pista, la huella, el camino. Así entendí yo el título, referido a gente que se encuentra sin rumbo. Se me ocurrió, sin embargo, que se trata de gente que ha perdido "su Oriente", de exiliados, de extranjeros en el país en el que viven y de extranjeros en el país al que vuelven. Pero no solo son desorientados los que se fueron, los que permanecieron en su país perdieron, y cambiaron, el país en el que vivieron, pues si, este país que nunca nombra el escritor, ha sobrevivido a las guerras, su verdadero país, el interior, el que forman sus familias, sus amigos, sus vivencias y sus costumbres, hace años que quedó atrás.

El escritor nombra protagonista a un cuarentón, que vive y revive una historia perfecta; vuelve a su tierra, se reconcilia con sus recuerdos, cierra las historias con los amigos que dejó atrás, vive la pasión que nunca supo reclamar, y disfruta de una posición acomodada y privilegiada. Es como el sueño de un niño de cuarenta años. Quizás contado así, parece un personaje egocéntrico que poco puede gustar. Si alguno ha sufrido alguna vez un golpe muy fuerte sabe que, al principio, no duele, no se siente nada, y solo poco a poco, cuando se empieza a desentumecer la zona, empieza ese dolor como de agujas que se convierte en un dolor continuo e insoportable. Así entiendo yo el proceso de Adam. Un despertar, una catarsis, hasta un sortilegio. Hacia un punto en el que Adam no es nadie sino todos los amigos que fueron, todas las vidas que se cruzaron en él, y que, poco a poco, van llenando el vacío del exiliado, ocupando el hueco que él no dejó que terminaran de ocupar.  

Mi turbación no consistió en que sienta que tengo deudas con el pasado, no. Hay cosas, temas, asuntos, personas, actitudes, momentos, que se han cerrado mal o en falso. Claro, las hay seguro en la vida de todos. Pero no tengo esas deudas con lo ocurrido, no tengo esas necesidades y he aprendido, o lo he intentado, a no dar la vuelta al pretérito, sino a caminar hacia adelante; aunque me pueda esperar en una curva la guadaña de la maldita muerte; pero he aprendido que así soy, con carencias, con defectos. Con afectos.

Lo que más me turbó fue la búsqueda de los antiguos amigos, el encuentro con lo que son ahora, la convergencia en un punto actual de caminos que se separaron.Y es posible que sea porque veo que mi mujer se está reconciliando con sus raíces, que, por fin, abre los ojos hacia el futuro sin renunciar a lo forjado con antelación y yo he sentido la necesidad de pensar en qué mimbres empecé a trenzar que merezcan la pena ser retomados. Y eso me conduce a los amigos de Córdoba, estos a los que el tiempo ha agrandado y unido a una época llena de cambios, llena de ilusiones y de miedos, los compañeros de estación cuando estábamos a punto de coger distintos trenes; a algunos de los amigos de los primeros años en Sevilla, esos años duros, interminables, desazonadores, desesperanzadores; a uno de los amigos que conocí en la playa y que se convirtió en compañero de charlas y de anhelos, de coloquios sobre libros, y sobre las mujeres; a otros de los que por el trabajo conocí y trascendieron más allá del horario compartido. Todos tienen nombre, todos saben quiénes son.  

Sentí, leyéndolo, que no quería dormir, que necesitaba el cuento de Sherezade, las historias refinadas y cultas de aquellos a los que Maalouf convierte en sus instrumentos, en la fantasía de un cuarentón que jamás fue feliz, que, quizás, jamás acabe la biografía de Atila.  

jueves, 19 de junio de 2014

COMENTARIOS.

Un blog es un cuaderno. Virtual, electrónico, pantalla al mundo o lo que sea. Sí, tecnología del siglo XXI, de finales del XX, y ya desfasado. Sí, ya ha cambiado la forma de escribir. Desde el relato oral al papiro, luego al papel, a la imprenta, a la máquina de escribir, hemos llegado a la puntilla. Al comentario destilado que apostilla.

Salvo para la ironía, el sarcasmo, o para dirigir a un conductor despistado, no me bastan dos frases. Bueno, con dos palabras como te amo, por favor, te quiero o con monosílabos como ven, sí o no, se construyen mundos y vidas. Pero para expresar lo que significan seis años de ensueño, un reinado de 40 años, los desastres de Calatrava, o el abandono en nuestro país de la educación o la sanidad, dos frases se quedan cortas.

Dirán algunos, si no sabes hacerlo con esos mimbres es que no sabes resumir lo que piensas. Yo, que no sé si pienso, o si lo que hago es rotar ideas en mi mente a la manera de las balas en el cargador de un revólver, no lo entiendo. Pues no creo que de cualquier cosa se pueda tener la seguridad para resumir la propia opinión en una frase o en un meme, porque no creo que esa frase pueda albergar matices con todo lo que se quiere expresar y que, dada su cortedad, hemos aprendido a rellenar lo que sugieren las frases de los demás a nuestro antojo. De ahí los problemas,  que también los suscitan estos nuevos medios.

Estamos dejando a la prensa, a los tertulianos, a los politólogos que sean ellos los que rellenen, y dominen, en nuestro mundo, la información y el pensamiento. Y nosotros nos estamos dejando, nos basta con la comodidad de hacer un comentario. De hacer un titular para ser retuiteado, a veces solo con la intención de saber que nos siguen. No importa que ni siquiera nos lean.

Un blog es un cuaderno, esto ya fue dicho. Un blog responde a algo anticuado, esto también. Y les pido que sean anticuados y me cuenten qué les parecen las entradas, si las leen. Pues, a veces, este fondo negro desconsuela, uno ve que han sido más de ocho mil visitas a sus páginas, y piensa, si es eso lo que hace, al ver las estadísticas de la página, que solo puede tener seguridad de que sean visitas reales las que provienen del extranjero y que la mayoría de las de aquí, son entradas del propio autor para corregir y pulir.

Comenten, comenten, pero no sean cortos. O sí, pero comenten. Por favor.

miércoles, 18 de junio de 2014

LLAMADME FRIKI.

My Dear Tod Browning, if only you could see, if only you could know how much damage your film of 1932 has done. Just for a while I would be pleased to know that people understood your message, but I realise that over concepts the shadow of a name has flown. 

Neither Poetry nor Maths are for monsters; neither people without legs or arms nor people low minded could be considered nature fails; neither any of the creatures that in this moment are sharing our room, our time, our age could be considered freaks, except those who have taken the straight path to evil or those who have preferred to forget those things that are made with heart, and heart, too.

So, please, clever people, you, who can play and run, you, who have the sacred gift of enjoying life without suffering; you, damned happy and beautiful people, call me freak. Call me freak and name me friend of Poetry, Theatre, Literature, Physics, Maths, History, make me friend of forgotten people, make me companion of a Legion, that one composed of hearts and souls, heavy and damaged hearts, light and eternal souls.

Llamadme Friki. Call me Freak.

miércoles, 4 de junio de 2014

LA MONEDA

Si alguien me tiene por alguien de izquierdas me gusta pensar que acierta. A esta persona no le sorprendería que La Moneda fuera un edificio referencial para mi vida. Se confundiría, sin embargo, si dijera que la fecha a la que asociarlo es la del 11 de septiembre, en palabras de Silvio Rodríguez,  la del doble salto escalofriante.

Si alguien que me conoce dijera que me gustan los grabados, también me inclino a pensar en su certero diagnóstico. Erraría quien conociendo mi biografía pensara en Durero y en su antológica exposición en la Escuela de Artes y Oficios. Durero es un genio, pero los vientos y las tintas aprendidas al sol de África son algo más para mí.

Si alguien me dice que me gusta el vino, aquí acertaría. En el centro de la diana. Pero, ¿y la cerveza?, ¿y las cabinas de teléfono?, ¿y perderme del grupo?. Sin duda un lector no avisado, y no avispado, no dará con la tecla de este galimatías que cuento. Pero, permitidme, lectores, que mantenga la historia, nuestra historia, en este secreto.

Permitidme lectores, que diga, nos gusta La Moneda, la de Sevilla. Nos gustan los grabados, los de Bea. Nos gusta que nos inviten a eventos, recuérdalo Mari Nieves. Nos gusta la cerveza, la de las exposiciones y la de ese bar en el arco centenario. Nos gusta perdernos, y besarnos, mantener la tensión, la ilusión y los secretos. Nos gusta.

Veinte años más tarde. Que no son nada.

jueves, 29 de mayo de 2014

EL DÍA QUE ME SEPARÉ DE C.B. II. EL ENCUENTRO.


Perseguido por el lamento de las banshees, dolido por el dolor de las actrices, abrumado por la cercanía del abismo. Así he transitado por los filmes; así, como Orfeo, en pos de la puerta del Hades, así, he caminado. Y te encuentro aquí, C.B., jugando en el sofá de Martín Hache, congelando botellas de vino de Champagne, manejando una esfera de cristal a la que unos días llamas Xanadú y otros Rosebud. Díme, ¿qué haces aquí, C.B.?
 
¿Quién eres tú para preguntarme? Yo soy la opinión, yo soy el crítico, yo soy quien decide la moda, quien entroniza a los maestros, quien despelleja a quien se le antoja.
 
Junto a C.B., quien ahora está en el camarote del Nautilius, vestido de Nemo, dormita su compañero. Groupie lo llaman algunos. Esclavo lo siente él. El compañero está gordo, tendrá unos cincuenta años, la piel de la cara un poco picada desde una adolescencia atroz, el pelo cortado con un estilo que fue novedoso hace décadas, la ropa de color estridente es demasiado ajustada en unas zonas, demasiado holgada en otras. El compañero dormita. Asiente a las palabras de C.B., pero dormita. Dormita.
 
C.B. charla, expone, cuenta; parlotea y solo él se escucha. C.B. no responde a nada ni a nadie, y ni siquiera mi pregunta de por qué muestra tan poco respeto al decir que no le interesan determinados trabajos, determinadas personas,  motivan una respuesta más allá del me aburren y no me interesan.
 
C.B. cuenta cómo descubrió el poder de deshacer egos y reputaciones, cómo su aspecto desaliñado y su odio a la felicidad le han dotado de una credibilidad superior a la del resto de los mortales, cómo desde su púlpito puede hablar de películas, y de música, y de salmón, y de whisky, y de libros, y de lo que desee. Él, C.B., es el amo. Y no le importa destruir vidas o mundos, el placer que el poder le otorga vale más que esas vidas, que esos mundos.
 
C.B. calla. El Colt frente a su cara, ese Colt que se convierte en una Lüger, una Beretta, un Magnum o una Remington, a medida que caminamos por El Desafío de las Águilas, El Tesoro de Sierra Madre o Perdición, lo intimida. Nunca le gustaron a C.B. las películas con final feliz; y lo que no sabe es que, quizás, a mí sí. C.B. calla, porque por un momento ha adivinado mi gusto por un final feliz, pero no sabe en qué consiste.
 
C.B. sale al desértico paisaje donde el 7º de Caballería carga. Yo me doy la vuelta, tiro al suelo mi revólver y camino por una senda interminable en un cementerio de Viena. Suena la melodía escalonada de una cítara.
 
El compañero de C.B. dormita. No importa quién venga luego. Él asentirá. Y dormitará. Ahora, dormita. Dormita.

LA BÚSQUEDA

martes, 20 de mayo de 2014

EL POETA BRADBURY

“Hay un tiempo para todo. Sí. Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí.
Una hora para guardar silencio y otra para hablar. Sí, todo. Pero, algo más. ¿Qué más? Algo, algo...
Y, a cada lado del río, había un árbol de la vida con doce clases distintas de frutas,
y cada mes entregaban su cosecha; y las hojas de los árboles servían para curar a las naciones.
Sí —pensó Montag—, eso es lo que guardaré para mediodía. Para mediodía... Cuando alcancemos la ciudad”
FARENHEIT 451
Ray Bradbury
Melancholia.

Bonito nombre para un planeta. Bonito nombre para el fin del mundo.

Y Trier, el cineasta, pensó en qué maldito día se le ocurrió que Eros debía inundar su película sobre la catástrofe. Y Trier, el cineasta, pensó, mal voy si sigo este camino de sexualidad incontenida.

Truffaut, el maestro, contestó. Lars, no eres Ed Wood, tranquilo. Eros y Thánatos; Thánatos y Eros caminan juntos, has contado una maravillosa historia, Lars. Cuando comenzó la película pensé que no tenía ni idea de lo que me contabas, pensé en que nada tenía sentido, pero, de repente, toda aquella atmósfera cargada de electricidad, todo aquel refinamiento y aquella contención de sentimientos que manaban como fuentes, cobró sentido. No has hecho serie B, Lars, no has hecho serie B. Al final has llegado y has hecho poesía. El cine de catástrofes hecho poema.

Maestro, pero, heme aquí, soy el bocazas incontenido, soy el idiota que todo lo estropea.

Esta vez no, Lars. Esta vez no. ¿En qué pensabas?

Pensé en muchas cosas, en “Celebración”, en “Rompiendo las olas”, en “Farenheit 451”. No son películas en las que la sorpresa llega al final. No. Cada una de ellas se compone de dos películas unidas en una; y sí, en apariencia, los personajes no cambian, el escenario es el mismo, pero nada tiene que ver la segunda con la primera. Y si la primera parte es un aburrimiento sin ella la segunda parte no tendría sentido.

Debo tomarlo como un halago.

Y Truffaut, tomándose la barbilla entre el pulgar y el índice, añade.

Déjame contarte una historia. Hace años buscaba inspiración y la encontré en un pequeño libro que hablaba de libros, de la sociedad, ya no de aquel entonces sino de la que vendría con los años. La de este siglo XXI. De la soledad del hombre, de su autodestrucción. No conocía a aquel escritor, Bradbury. Y sé que muchos pensarán que estoy loco, pero nunca lo vi como un escritor de ciencia ficción sino como un poeta. Quizás con versos demasiado largos, todo un libro, pero poeta de metáforas, de símbolos, de ambientes. Con él descubrí la magia del espacio, de los cinturones de asteroides, de los campos magnéticos, la metafísica de la existencia extraterrestre…Con él empecé a soñar más allá de este mundo, con el rojo planeta de Marte. Y descubrí que no había imagen más poética que la de los hombres-libro paseando en la otoñal ribera de un río que une ciudades arrasadas.

Esa es la imagen que recuerdo de su película, maestro.

Entonces, acerté. Y ahora dime, y ve con cuidado, tu respuesta es fundamental. ¿Qué es Melancholia?

Es el fin inexorable, la demostración científica de que somos insignificantes en el Universo, y que la vida no tiene cabida en las leyes universales. Somos un accidente, una disgresión en el Universo que será corregida.

Lars, eres un poeta. No como Bradbury. Pero eres un poeta. Dime que Melancholia es el final. Dime que todo acaba ahí.

martes, 22 de abril de 2014

EL ESCRITOR. HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA VII.

E il mio maestro mi insegnò com'è difficile trovare l'alba dentro l'imbrunire.”
Franco Battiato.
Prospettiva Nevski

Fue hace mucho tiempo, mucho, casi una vida, cuando el cruce de una bufanda cambió su existencia. Hasta ese día, había un niño que leía sin desmayo las obras de Verne y de Salgari, de Karl May, de Fenimoore Cooper  y de Sir Walter Scott; desde que alguien leyó y decidió que era digno de galardón aquel relato, que no decía nada, acerca de alguien que sale con el frío de la noche a escuchar la Misa del Gallo, sobre aquel niño pesó una losa; su mundo interior, el mundo que habitaron Sandokán, Nemo y los fareros del fin del mundo, debía salir a flote convertido en palabra digna de ser leída, digna de ser compartida.

Llegaron otros galardones menores. Fue casi una rutina de relato y premio, de concurso y premio, y todo transcurrió con la misma cadencia hasta que, convencido de que debía superarse a sí mismo, escribió algo parecido a una confesión desencantada. Invirtió en su relato casi dos semanas, pulió las palabras, cuadró los párrafos, midió que cada categoría de sucesos encajara con las precedentes y las que la seguían. Mucho para un niño de doce años. Y presentó su relato con el ánimo de que, al leerlo, alguien decidiera cambiar el mundo. Ese año la rutina de los concursos cambió. Ganó un niño recién llegado, del que luego supo que era hijo de un profesor del instituto asociado al colegio. A todos nos leyeron un día su cuento. Una almibarada historia de la que no recordó gran cosa salvo los esperados clichés sobre la Navidad y la familia. Ese día se sintió mucho más ganador que en las ocasiones anteriores.

Desde la primera historia a aquella había habido muchos escritos, poemas enfebrecidos y llenos de ripios y épica vacía, cuentos ñoños escritos para salir del paso tras algún apuro casero, epítetos nunca encontrados; el niño recuerda casi todos pero ninguno como la novela frustrada. Con su amigo Luis decidió escribir un libro al alimón. Se trataba de una historia de piratas, bucaneros y soldados que nació el día en que tuvieron que reescribir el final de “La Isla del Tesoro”. El inicio de aquella novela contaba como zarpaba del puerto de Cádiz la goleta Nuestra Señora de Begoña. El comienzo era espectacular, pues se describía de proa a popa el velero, contando las hileras de cañones, el velámen, el mascarón de proa, el castilo de popa, la carga, los soldados y la plata y el oro que portaba para sufragar los gastos de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. De una cuartilla y media no pasaron, ahí comenzaron las discrepancias artísticas. Luis quería acabar la historia en dos cuartillas más contando como unos piratas, los buenos de la historia, se quedaban con el barco y el tesoro. El escritor pensaba que no merecía la pena acabar tan pronto una historia  en la que se habían invertido más de cuarenta líneas en describir el navío y que era mejor esperar a que los piratas lo abordaran y mataran al capitán, y que un joven teniente de marina se organizara, recuperara la goleta y entregara   su carga a George Washington. Y eso en no menos de cincuenta cuartillas. Aquellas discrepancias artísticas derivaron en la ruptura del dúo. Y Luis, que era el dueño del cuaderno, quedó con la custodia del hijo común(1). Tiempo después, en un ejercicio de escritura y lectura obligatorio, en el día en que Ramón contó la delicada historia de un niño vagabundo y Herrera nos llevó en las alas de los piratas del aire, Luis aprovechó lo que se había escrito. Cuando comenzó a leer, la audiencia quedó en silencio, y se imaginó viendo como surcaba las aguas el Nuestra Señora de Begoña. Una vez que el bajel había enfilado el camino de América, la lectura viró, y naufragó, pues las ideas de Luis se mostraron pueriles, mucho más en contraste con la esforzada descripción inicial. No hubo crítica más feroz que la del profesor de Lengua. “Luis, esta es la historia que imaginaba de ti. Lo que no me explico es cómo has podido escribir un comienzo tan esperanzador”.

Cuando el niño escritor pasó al instituto, dejó atrás a los antiguos compañeros y decidió mantener en secreto, incluso para él, la escritura. Así fue durante años, si escribía no era más que alguna cosa por mandato. Que si ahora una redacción sobre la época califal, que si ahora una sobre el inicio del lenguaje, que si una sobre el Romancero, que si… Años baldíos habría de suponer, años de lectura, de formación, en realidad. Fue el tiempo en el que las lecturas de libros de aventura fueron cambiadas por la lectura de autores de todo tipo, de novelas, de poesía, de algunos ensayos, de autores clásicos y de autores posmodernos, de grandes autores y de artículos en fanzines. Fue el momento en el que decidió que el cómic, el cine y la literatura no eran sino lo mismo, una forma de contar historias, de expresar sentimientos, de liberar el alma.

Este adolescente no escribió para ningún público hasta que no iba a llegar el día en que marchara a la universidad. Abrumado por tantos compañeros brillantes había permanecido sin escribir, pero un concurso en una revista de cómics le hizo soñar con las treinta mil pesetas del primer premio. Seguro que le vendrían muy bien. Escribió un relato sobre el fin del mundo y esperó. Al mes siguiente publicaron el relato con el tercer premio; al otro mes, el del segundo. Ninguno estaba mejor escrito que el suyo, así que esperó al tercer mes, pero, esta vez, en la revista no hubo relato. Ni el cuarto mes, ni el quinto. Era definitivo. Sin decir nada dejaban desierto el primer premio. Fue un mazazo, y no por el dinero, con el que, como buena lechera, había comprado ya varios Levi´s, sino porque se dio cuenta de que, quizás, no era objetivo y su historia, ni era tan buena, ni estaba tan bien escrita, ni tenía la calidad suficiente. El daño fue tanto que ni tan siquiera le consoló saber que varios meses más tarde publicaron su relato y que nunca hubo ningún primer premio porque la cicatería de los editores suspendió el concurso para ahorrar treinta mil. Pelas, que eran catalanes.

Adiós al relato y al cuento. La universidad trajo el viento del diario y de los poemas. El amor, o quizás el desamor, le trajeron también el aroma de la desolación, la soledad, la pequeñez del mundo, la falsedad de esta realidad. Así nacieron los versos sin fin, sin rima, sin forma enclaustrada, sin métrica. Hubo muchos, es posible que ninguno mereciera la categoría de perdurable, es posible que ninguno mereciera el nombre de poema. Mas el atrevimiento de la ignorancia le condujo a pensar que si sus sentimientos le parecían nobles y de altos ideales, sus ¿poemas? llevarían su esencia, lo suficiente para merecer ser publicados, honrados por el premio literario. Es sabido que no, pues no hablan de él los diarios, no hablan de él los anaqueles, no hablan de él los críticos.

A lo Cervantes, sintió este escritor; nunca nadie tuvo en estima sus poemas, nació para la prosa. Y en la prosa, con tinte más o menos poético, persistió. En su día, sin saberlo, se apuntó a la moda del blog. Y si a otros les condujo la tendencia, a él le llevaron la edición sobre fondo negro y la posibilidad de estar escribiendo sin usar un cuaderno, signo más evidente de dedicación a la afición literaria que no quería sino mantener en la privacidad. Y en estas surgieron los temas, los escritos, unos cuantos que eran como su diario, otros fabulaciones, otros que quería que fueran metáforas. Y sí, al tiempo, ese blog fue, más o menos difundiéndose. Nunca pasaron de cuarenta los lectores, tampoco se buscaban más.

Pero, cosas de la vida, en la historia de este escritor se une, de alguna forma, la historia de la estirpe del poeta Juan Ramón. Y, voz autorizada, y, voz distinguida y con conocimiento del asunto, dice: “Ahora tu obligación es publicar”. Palabras que remueven la conciencia literaria, quizás la identidad, del escritor. Palabras que le dicen, en tu vida has resuelto varias cosas y andas dando vueltas a qué hacer con otras, porque sí que son importantes para ti algunas, sí que tienes obligaciones, sí que es posible que hagas esto mejor que otros, pero debes mejorar, pulir, trabajar con oficio y limar, dedicar tiempo y construir, sí, construir, un libro digno de tener ese nombre.

Y la maldición del escritor que aparece en “La Peste” nace en él, la maldición del folio en blanco, la de la frase perfecta, la de la novela que quiere ser y que no fue, la de los temas que le han pisado Pérez Reverte, Eco y Haneke(2). La de no tener tema, la de no tener tino, ni oficio. La de la presunción de que algo se hace mejor de como lo hacen otros, la de reirse de historias de otros en “Historias sobre la Excelencia”. Pues si otros merecen el sarcasmo o la ironía, este escritor merece la burla. Pues ni es escritor, ni es excelente.

  1. Con el tiempo, este niño habría de sorprenderse el día en que abrió un libro de Arturo Pérez Reverte y se describía un barco de una forma tan parecida a la suya, y con un nombre tan parecido al de aquel pequeño relato, que tuvo que pensar en una de dos opciones. O la improbable de que le llegara al cartagenero la descripción de hace treinta años o la más certera de que solo hay una manera de describir una nave. Y debe ser esta, pues también George Lucas iniciaba así sus trilogías galácticas. Y si alguien ha de pensar que coinciden los nombres pasado el tiempo, se le ha de contestar que Begoña se llamó el barco en honor a la hermana mayor de Luis, que para eso nos dejaba su cuarto.
  2. A la referida historia sobre el barco, se unen las historias sobre los Sabios de Sión y el cementerio judío de Praga y la película Amor. La historia de Umberto Eco fue motivo de una entrada antigua de este blog, la de Haneke barruntaba por la imaginación de este, el que escribe. Se trataba de un relato basado en una historia que me conmovió, un anciano de Mallorca al que detectan un cáncer en fase terminal y del que depende su esposa, una enferma de Alzhéimer muy avanzado. Aquel hombre mató a su esposa de la forma más dulce que supo y luego se suicidó. Tan grande como fue la conmoción por la historia, me resultó de estomagante la reacción de una ministra de por aquel entonces. Sin saber nada de los pormenores, sin tener ni idea de lo que ocurría, se apresuró a condenar lo que ella definió como un crimen machista. Es posible que mi historia no se escriba nunca, quizás porque se parezca mucho al argumento de la película de Haneke. Quizás porque metiendo a un político, yo pensaba en una concejal, me habría salido al estilo de “La estanquera de Vallecas”.

jueves, 10 de abril de 2014

EL ENÓLOGO. HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA III.

En la época en la que yo estaba emocionado por la historia del fondillón(a) me invitaron a una celebración familiar. Es de recibo aseverar que no me atraía en exceso la idea de cruzar la península para regalar un reloj Casio o su equivalente en órgano electrónico, videojuego o crucifijo dorado, que todo es para jugar y todo es fantasía. O eso dicen, tan claro no está. Pero, por más que exprimiera mi seso y por más que pensara en la relación de enfermedades que podría sufrir de repente y curarme en un santiamén, ni hallé diagnóstico que cuadrara, ni encontré virus al que acoger con amor en mi seno. Así que desde el oeste viajé al este con la insana intención de ver como un infante que, pasado ese día, jamás volvería a pensar en la transustanciación deglutía su primera sagrada forma.

Tanto me ocupaba en ese tiempo la relación de vinos y de denominaciones de origen que compré alguna revista en el aeropuerto sobre añadas, caldos novedosos y maridajes. Esta palabra empezaba a trasladar y a desplazar por aquel entonces a las antiguas preguntas de, ¿pegan la carne y un vino blanco?, o, si el vino blanco es para el marisco y el pescado y el tinto para las carnes, ¿con qué pega beber rosado?. Y, seamos claros, hicieron flaco favor a las conversaciones domésticas en las que ya la madre de la casa se hacía un lío, y ahora más, porque pasaba de no saber con qué vino a acertar a no saberlo ni a tener las palabras adecuadas para preguntarlo; no fuera que el cuñado, ese que sabe tanto, le dijera que no podía maridar un vino de Toro con unas gambas. “¡Vino de Toro!, ¡vino de toro!, si es tinto es rioja, y marido solo es el que se casa con una mujer, que ya no solo se desvirtuó el matrimonio, ahora también quieren casar a los vinos, ¡Leche!.” Pero volvamos a la historia que, en esta ocasión, marcho a la deriva. El asunto es que llevaba alguna revista que otra en la mano cuando me recogieron una prima mía y su novio. Y debo decir que su novio echó más de una vistazo a las revistas que había puesto bajo mi brazo para poder llevar la maleta y la funda del traje, tanto que yo me sentí incómodo, pensaba que miraba alguna mancha o algún defecto en mi ropa.

Aguanté como pude una conversación interminable con la que se pretendía ponerme al día de años de ausencia familiar, di las gracias y marché a acostarme. Durante todo aquel rato, el novio permaneció callado, dando vueltas a un palillo de dientes redondo en su boca y amparado tras unas gafas de sol enormes que le daban el aspecto de una mosca lamiendo el azúcar sobre la mesa de la cocina. Jamás habría pensado que aquel muchachote buscaba asombrarme.

Pasemos por alto la ceremonia, pasemos por alto los tules, los linos blancos de los invitados, y pasemos por alto los tocados, pamelas y colores a lo Falcon Crest de los vestidos de las invitadas. Es lo mejor, dado que no queremos extendernos sobre este interesante asunto sino sobre el recinto de la celebración, bar de polígono industrial, honrada casa de menús de dos platos y postre, gustoso altar de la albóndiga. En este lugar nos hallamos convocados para comer. Y lo cierto es que si la comida no podía decirse que fuera mala, tampoco podría decirse que fuera lo contrario, y no fue por el arte del cocinero, sino porque estos sitios cuando pierden su esencia de lunes a viernes, cuando pierden al camionero que acaba de entregar su carga, al tornero, al administrativo y al jefe que quiere congraciarse comiendo con sus empleados, lo pierden todo. Su gracia, su esencia, su ángel.

A mí vino a suplirme esa desgracia el novio de mi prima. Aunque este hombre habría encajado más en algún lugar de carretera, secundaria a poder ser. El caso es que este muchacho entabló conversación conmigo, y yo, a pesar de lo que por ahí se diga, soy un hombre amable y sufrido que aguanta lo que le echen. Y aguanté, vaya que si aguanté.

Recurramos a otra elipsis, y obviemos los comentarios sobre las pechugas, no de la comida, que no recuerdo que hubiera, sino de las invitadas, en especial de las de mi prima. Y no es que yo sienta un gran amor filial por mis parientes, sino escrúpulo, y aquello lo sobrepasaba. Obviemos los comentarios sobre otras cuestiones y centrémonos en el vino, asunto sobre el cual se quería cimentar una amistad. No anticipo mucho si digo que quiso Dios que no fuera así. Y que por estas y otras razones, jamás podré afirmar con total seguridad y sin remordimiento, que Dios no existe.

Yo apenas comía, bebía un poco de vino, no recuerdo el nombre, sin muchas ganas. Y, en ese momento en el que, en todo evento familiar, las mesas se quedan medio despobladas, el muchacho ocupó  el asiento contiguo al mío. No has debido pasártelo muy bien, comentaba, has venido solo, y no has podido estar con los hombres, todo el rato aquí al lado de las mujeres hablando de trapitos, sí, contestaba yo, sí, sí, sí, sin convicción, y allí conmigo y con el “Quinto” podrías haber hablado de cosas de tíos, qué sé yo, no te extrañes, de tías, de las motos de esta mañana, de cualquier cosa. Pero no te preocupes, decía y a la vez me tomaba por el brazo, he visto que te gusta el vino, y yo de eso sé un rato. ¿Sí?, y esta vez era un sí de verdadera intriga.
“Hombre, a mí el vino, es que me viene de familia. Fíjate, mi abuelo hacía un vino cojonudo con uvas de sus parras y nos poníamos ciegos desde que éramos críos. Jugábamos a las cartas y el que perdía, trago de vino. Mi abuelo es que era mucho abuelo, a mi hermano y a mí nos crió él, porque mi madre nos dejó y se fue a Mallorca a trabajar en los hoteles y mi padre anda por ahí. Así que con mi abuelo, el pobrecito, en el campo hasta los doce años. Cuando nos vinimos aquí, a Llorent, descubrimos la bodega de Paco. No veas qué Jumillas hemos comprado ahí, del vino bueno, ¡eh!, del que está sin etiquetar, que es el que mejor entra. Y ahora con tu prima hemos comprado mucho, como a ella le gusta más suave, unos moscateles, unos vinos de málaga y para mí, unos riojas, unos tintos de Requena. Lo único que le pedía a Paco es que fuera del barato. Pero lo que son las cosas, empecé a ganar dinero de albañil, y no veas lo que he descubierto, mira me tomé una botella el otro día de champán, un champán de Murcia que está que te mueres, y un vino francés, que me dije si es francés tiene que ser bueno, que a mí el francéeees, jajajá, jejejé, y si no pregúntale a tu prima, jajajá, jejejé, pues bueno, me tomé una botella de Chato de Brian, que no veas y otra de Chato de Ángela, que yo qué sé qué te puedo contar. La más barata ciento cincuenta mil pesetas. Y es que yo soy así, me gusta una cosa y la compro. Y por eso me ha dado ahora, que si un vino de 1971, que si otro de 1984, que si una de 1953 para tu tío. En fin, fíjate, ¡Camarero!, ¡Camarero!”

Aquella conversación había tenido altibajos. Empezó regular, pero la historia del abuelo me conmovió. Así fue hasta que me habló de los vinos a granel de aquella época, polvitos, alcohol, zumo de uva y agua. Y no pudo acabar peor que gritando para llamar al camarero. Én ese momento pensé en que tenía que hacer algo para marcharme pero fue el propio camarero el que me salvó.
- El señor dirá, palabras que cualquier usuario de establecimientos como este sabe que encierran un resentimiento inmenso.
- Mira muchacho ¿nos puedes traer una botella de este vino de la comida.
- Aquí la tiene usted, dijo a la vez que tomaba la botella a medio beber de la mesa contigua. ¿Quiere el señor Casera?
- No. Es para nosotros, no te molestes, nos gustan las cosas fuertes.

Y justo en el momento en el que el camarero se marchaba añadió:
- Oye, este vino es un Fuentesquina. ¿Me puedes decir el año y el tipo de uva? No veo bien la etiqueta.
- Mire usted, pues no lo sé, ni me interesa mucho. Este es el vino que tenemos. Si le gusta, bien, y si no, también.

Aquellas palabras fueron mágicas porque mi contertulio se calló. Se había servido una copa de vino que apuró de un trago y la digestión pareció haberle cerrado la boca. Nunca supe si lo que digería era aquel vino ácido y aguado o la forma en la que el camarero hizo entender que aquello era lo que era, que ese vino era lo que era y que todos éramos lo que éramos. Que no intentásemos cambiar eso y darle el día.

Durante el viaje de vuelta estuve dándole vueltas al asunto. Pensaba en el trabajo que le tuvo que dar a aquel muchacho estudiar algo de vinos para impresionarme. Imaginé que alguna frase de James Bond haciendo el hortera ante un sumiller le habría impresionado y que quiso repetirla. Imaginé su esfuerzo, un verdadero esfuerzo de superación y estudio, para mezclar Chateaubriand, Château Angélus, Champagne, Murcia, con riojas, espumosos, moscateles y el universo de Ian Fleming; para confundir aquel salón de comidas con el Casino Royale. Y pensé en que, al final, era una especie de quijote que confundió la caballería con la enología. O que, quizás, todo aquello alrededor del vino no era sino un mundo ficticio alrededor de ilusiones, de sabores imaginarios, de trajes del emperador en el paladar.

En el aeropuerto había un contenedor para el reciclaje de papel. Allí durmieron aquella noche el recordatorio, con foto, del evento, un folleto sobre la compañía de aviones y las revistas que había comprado a la ida. En aquel momento no habría distinguido una cosa de otra.
 
(a) Tipo de vino monovarietal, dulce y añejo del Levante español.  Se elabora a partir de la uva monastrell a la que se deja sobremadurar en su cepa. Fue un vino muy preciado a partir de la Edad Media que estuvo a punto de desaparecer entre los siglos XIX y XX. A partir de barricas antiguas, de los testimonios recogidos en notas de literatos como Dumas o Defoe, o de los recetarios de los cocineros de Felipe II o Luis XIV se ha recuperado este vino.

miércoles, 2 de abril de 2014

EL EXTRAÑO CASO DE LOS SUPERPAPÁS.

En  mi azarosa, o abúlica, o aburrida, vida, pues cada cual la verá de una forma, he visto a gentes variopintas y me he sentido mil veces fuera de las peculiares esferas en las que se ejecutan las relaciones humanas. Pero he de confesar que entre las más peculiares, sin género alguno de duda, está la esfera de los superpadres.

Esta esfera contiene en su interior a otras, podríamos verla como un cojinete esférico lleno de rodamientos o como una esfera de Mohr, pero su envoltura externa fue hace unos años la de unos seres apresurados, gorditos y vestidos de chandal, a ser posible de felpa. Las características exteriores de estos padres están mutando. Ahora a esa mezcla, que va quedando obsoleta, se unen, según su autonombramiento, los alternativos, los ciudadanos del mundo y los hispter de nuevo cuño. Eso sí, en cualquier caso, padres y madres, seamos políticamente correctos, niños y niñas, prolonguemos la corrección, mantienen una línea común. No verá usted a una niña en un parque con chandal y a su supermamá con un vestido de Zara. Será más bien que madre e hija comparten a Lola Palabradehonor, y que superpapá e hijo llevan pantalón de cuadritos, camiseta de los Rolling y una cadenita, como de reloj, saliendo del bolsillo. Incluso una vez creí ver a un niño, y a su superpapi, con barba y cabeza rapada en los columpios. Jamás supe si se trataba de un postizo. Que los superpapis lo pueden todo.

Quizás esta característica no baste para distinguir a los superpapás. ¿Quién no ha visto a familias numero-sosísimas vestidas todas con vestidos, camisas, pantalones cortos y faldas idénticas? No. El aspecto exterior engaña. La verdadera característica de unos superpadres está en que lo saben, lo conocen, lo hacen, o mejor lo han hecho ya, todo. Hablemos de comidas, ellos nos ganarán. Porque, a usted le cuesta preparar un menú diario equilibrado, ellos tienen la comida programada hasta verano, y no avanzan más por no saber si tienen que poner una comida de celebración o de reparación moral cuando juegue la selección; si buscamos recetas de Thermomix, no se preocupe, ellos las tienen todas, y las han probado; estuvieron en los casting de Masterchef, también en los de la versión Junior. Pero hablemos del cole, que nos depriman, porque, ¿qué hijo de superpadre no es un niño superdotado?, ¿qué hija de supermadre no es la mejor en el baile?. Y sustituyan  baile, niño, niña, futbol, inglés, superpadre, supermadre, salsa, judo, esgrima, vela… Se hacen una idea, ¿verdad?. Sí, los superpadres, son aquellos que abren una mochila y contiene El Corte Inglés, batidos, bollos, toallitas, jerseys, mudas, tareas, y que cierran la mochila y parece la funda del móvil. Sí, son ellos, los que se saben los horarios de Eurodisney, los hoteles, las animaciones de los hoteles, los zoos, los descuentos de la Banda…

Una vez saqué provecho de una horda de superpadres en Eurodisney. Como ejemplares ejemplares de superpadres habían hecho coincidir, y de forma misteriosa dilatar para que la conjunción fuera perfecta, sus vacaciones con las vacaciones escolares de sus retoños. Nos cruzamos con ellos a la entrada del parque. Los recuerdo a las nueve de la mañana azorados, sudando, con sus “chándales” idénticos, amplios. Nosotros pensábamos que éramos los primeros en entrar al parque, ya que abría a esa hora, pero se ve que no contábamos con la existencia y el poder de los super. En fin, aquellos super no habían encontrado a otros super con los que rivalizar, así que se encontraban con el depósito de cosasenlasquesoyelmejor lleno, y necesitaban soltar lastre. Nosotros fuimos los afortunados receptores de una guía de los mejores restaurantes, horarios, atracciones y planificación del parque.

Contémplenlos. Los superpadres se caracterizan por ser a la vez esclavos y dueños de sus hijos. Porque he observado que la vida de estas familias está domeñada, ¡vaya arcaísmo chulo!, por la vida infantil, que no hay otra razón de ser que el disfrute y el engrandecimiento del niño, y que cuidan de sus hijos como cuidaron en su día del álbum de cromos o del Commodore 64. Y que los hijos en sí son una posesión, una forma de canalizar frustraciones, de pasear en bici por donde ellos no pudieron, de ganar batallas que no lucharon, de modificar su historia. Afecto, verdadero amor, le llaman ellos.



martes, 18 de marzo de 2014

EL COCINERO GOURMAND. HISTORIAS SOBRE LA EXCELENCIA I.

Recuerdo a un antiguo amigo al que le dió por la cocina. Durante una época nos martirizó con sus recetarios. Hay que decir, ante todo, que tenía muy buena mano para andarse en las cocinas y llamar a los manejos que allí desplegaba, cocinar. Para eso su mano, y su lengua, eran buenísimas. Recreaba platos de los restaurantes que visitaba con una fidelidad asombrosa. Pero jamás nadie se atrevió a decirle que en su comida había algo de cafetería estandarizada de los setenta y que faltaba alma en el plato. Y tampoco nadie se atrevió nunca a pedirle que hablara de algo diferente a fogones, revistas de recetas, aliños, tascas y demás. Así, durante una época, fuimos sus catadores y nos tuvo por acólitos de su religión. Pero, como decían de los que tenían su sanmartín, a él también le llegó su momento.
En un viaje juntos nos hospedamos en un hotel con encanto. Todo lo que allí se comía lo preparaban  los dueños, desde los bollos del desayuno al asado de la noche. Las verduras eran del huerto del hotel; los huevos, de las gallinas que rodeaban la casa; las plantas aromáticas, del jardín. Toda una delicia.

El dueño del hotel tenía la costumbre de visitar cada noche, tras la cena, cada una de las mesas y preguntar qué nos había parecido. Para la tercera noche allí, mi amigo ya había elaborado una rudimentaria teoría culinaria sobre los platos, los ingredientes, y la cocina del lugar. Cuando el jefe se sentó con nosotros, se sirvió vino y nos preguntó, venía algo picado por la mesa precedente. Allí, el comensal, comentarista de fútbol, le había narrado como si de una alineación se tratara que el relleno del pollo era demasiado fuerte. Intentamos calmar su orgullo herido y dijimos que nos había encantado. Bueno, casi todos, porque el cocinillas había comenzado a disertar sobre rellenos; de allí pasó al pollo de corral diciendo que era insuperable y, por comparación, el pollo que comimos una porquería; que si los cocineros con ínfulas, como Adriá, eran como vendedores de baratijas, cosa que el anfitrión tomó como que él era un cocinero con ínfulas; y detalles así. Ante tal crítica, el dueño de la cocina sorbía su vino con amargura, callado, aguantando el tipo. El cliente siempre lleva razón.

Pero, ¡ay!, mi amigo dio un paso en falso. Se convirtió de repente de cliente en colega del dueño, y le preguntó por la receta de alguno de los bollos. Dígame, amigo, colega, que yo también me dedico a esto y cocino, ¿de dónde ha sacado esta receta de las magdalenas? Yo es que tengo una que saqué de Internet… Aquellas palabras despejaron la depresión de nuestro restaurador. De una forma  tranquila le expuso a su colega, a su amigo, no a su cliente, la diferencia entre un cocinero aficionado y otro formado que conoce al dedillo las proporciones de las distintas masas, de las que llevan mantequilla, levadura, vino, de las que fermentan de una forma, de otra, de las que se hornean rápido, de las que se hornean lento, de las que deben ser finas y crujientes, de las que llevan varios amasados y se pliegan sobre sí mísmas, del Diccionario del Pan (*), de los distintos tipos de harina de trigo, de sus calidades, de proteínas, de albúminas… Y, mientras mi amigo descubría su cara de póquer, el dueño le descubrió un mundo secreto con una pregunta, porque, amigo, más que amigo, colega diría yo, que usted está en el mundillo, para el pan, ¿qué masa madre usa usted? Pregunta que mi amigo jamás respondió, porque desconocía lo que era una masa madre, su origen y su uso y solo pudo balbucear cosas inconexas sobre los yogures del Carrefour.

En aquel momento descubrí la excelencia del hostelero, fiel en la calidad de lo que nos preparaba, fiel en el cariño puesto en la cocina, fiel en el conocimiento del mundo en el que se movía sin creer nunca que conocer como la palma de su mano sus fogones y lo que en ellos cocinaba, lo elevara por encima del criterio de sus comensales.

La respuesta de mi amigo se escalonó en dos fases. La primera fue casi inmediata. Al día siguiente se marchó a desayunar a un bar de carretera cercano. De allí vino elogiando la exquisitez de un dónut industrial y diciendo que ya estaba harto de desayunar siempre lo mismo.

La segunda etapa consistió en tomar un camino diferente al que nos parecía lógico. Yo habría estudiado, usted se habría dedicado a la marquetería, y su amigo de usted se habría convertido en ciclista. Pues no, él ni estudió, ni abandonó la fantasía michelinesca, fue simple, cambió los amigos a los que asombrar con sus platos y sus conocimientos. Un día, al cabo del tiempo, hizo un intento de explicarnos en qué consistía una masa madre y como mantenerla viva, pero no pasó de un tímido escarceo.

Hasta hoy pensaba en la excelencia de nuestro anfitrión; ahora he descubierto que mi amigo también fue excelente en su huida. Fue un soberbio vendedor de aire y una vez agotado su mundo, se buscó otro donde representar el mismo papel. Desde este momento sé que hubo excelencia en su cobardía.

(*) Dictionnaire universel du pan. Dirigido por Jean-Philippe de Tonnac. Ed. Bouquins, 2010. ISBN 9782221112007

lunes, 10 de marzo de 2014

TRENES, BOMBAS, ATENTADOS.

En la memoria de todos nosotros hay hechos que recordamos, todos, de forma vívida. No creo que nadie  olvide lo que hacía, con quién estaba el 23 de febrero de 1981, o el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, ni el 11 de marzo de 2004.
 
No creo que a nadie interese lo que yo hacía. Es más, esta es la tercera vez que escribo sobre estos hechos, y ninguna de las anteriores han estado entre las entradas más leídas. Y pienso que es porque quizás muchos de los que lean este blog también prefieren tener, y guardar, sus recuerdos, sus dolores.
 
Son estos días, más que los días de euforia, los que forjan una nación, los que agrupan a un país, los que modelan una identidad. Y los españoles, tan bravos en la desgracia, tan hombres para los hombres en la agonía, olvidamos nuestra humanidad en días y volvemos al provincianismo, al sectarismo.
 
Un tren es un prodigio. Aquellos trenes que volaron me albergaron a mí, los anhelos de una entrevista a otra, los viajes entre estaciones, siempre corriendo hasta el norte, con prisa hacia el sur para coger otro tren, otro autobús. Y como los míos, los de millones de personas, de pasajeros, de historias, de prisas, de llantos, de agonías, de alegrías, de indiferencias, de hurtos, de manoseos, de miradas lascivas, de miradas compasivas, de miradas envidiosas…De vida.
 
Una bomba también se compone de instrumentos. Como el tren, tiene un mecanismo, conductores, algo de química, algo de electrónica, algo de electricidad. Pero es mucho más simple. Lo que demuestra que hacer el bien es complicado; multiplicar el mal, sencillo.
 
Para atentar contra algo, contra alguien, es necesario un falso valor. Se supone que puede haber estilo y glamour en el asesinato, es una imagen falsa. Se supone que puede haber dignidad y reivindicación en colocar una bomba. ¡Qué falso es!. El terrorista solo debe vencer la náusea, la tensión, la adrenalina; olvidar que se va a convertir en un carnicero, en un vil y sucio carnicero de despojos, de casquería. Olvidar que no sonará música sino estruendo, que no habrá muerte limpia sino las manchas de la sangre, de las vísceras rotas; que lejos de la fotografía estilística y silenciosa se oirá el gutural lamento de la agonía y se olerán los olores de la muerte, de la rendición, de la última laxitud de la víctima. Pero ni esto deberá vencer el cobarde, pues ni esto se atreve a mirar a la cara. Para él es como un videojuego. Hagan juego, maudits cochons.
 
Y sí, es rabia. Soy incapaz de componer palabras menos airadas, de reposar mi recuerdo y acercarme a las víctimas, a los supervivientes, a los bosques plantados, a las estatuas inertes, a los retratos colgados de las tapias, a los crespones negros que aun persisten en los barrios, a las heridas que cicatrizan pero duelen, a nada de lo que no sea maldecir y escuchar la vieja canción de Bob Dylan.
 
Y repetir.
 
Tal día como hoy, once de marzo. Y desde entonces, desde cualquier entonces, el mundo solo ha sido peor.Y desde aquí, desde esta tierra, parece que nuestro único destino es llamar algún día a las puertas del cielo.
[...] It's getting dark too dark to see
Feels like I'm knockin' on heaven's door[...]
[...] That cold black cloud is comin' down
Feels like I'm knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door

miércoles, 12 de febrero de 2014

TENGO FRÍO.

Sobre la arena húmeda y fría la bota de un soldado es como una prensa sobre el corcho. Cruje ahogadamente y marca una impronta perecedera. Solo si la prensa combina la presión ejercida con una duración mayor, la marca se convierte en permanente. A la huella del soldado la borrarán el barrido de una ola, la lluvia o el peso de la propia arena. Pero esto es sobre la arena. Piense, por un momento piense, en que la bota se posa sobre usted y vea como la huella permanece para siempre en su corazón.

Es la frontera. Una frontera. La mano de un hombre, de este hombre, es negra. Digamos mejor, la mano de este hombre es negra como el resto de su piel. Pero afinemos más. Una mano negra se ase a una roca en la frontera, pertenece a un ser al que algunos no consideran un hombre porque su piel es negra. O eso se dice porque también podría pensarse que a este hombre no se le reconoce como tal porque es pobre y vive, esto sí que es un decir, al otro lado de la frontera.

El objetivo está claro para el soldado. El intruso no puede pasar, no debe pasar, ha recibido esta consigna. Y tampoco le conviene al soldado que pase. Le causará muchos trastornos; recogerlo, intentar entenderse con él en alguna lengua ignota, con suerte en el argot de la frontera, custodiarlo hasta algún hospital, darle de comer, alguna ropa y devolverlo al otro lado. Su turno acaba en hora y media. Imposible. No puede pasar. ¿Quién verá si una bota negra pisa una negra mano en la negra noche sin luna? ¿Quién reprochará que emprenda una acción tan simple como adelantar un paso su posición, levantar el empeine y ejercer una presión sobre aquellos dedos que se mueven como insectos en busca de asidero? ¿Quién le recriminará por un pisotón que ahorrará tantos recursos?

Acción y reacción. Ese es un principio universal. Una fuerza ejercida sobre otro cuerpo provoca una reacción. Pero la reacción que describimos no puede ser representada por un vector. Víctor Hugo sería más apropiado para esto. Podría realizar una minuciosa descripción de la altura del acantilado, de sus afilados salientes, de su accidentado fondo. Este novelista podríamos contarnos como, a modo de jorobado, el cuerpo de ese ser que quiere penetrar en el mundo de color cae, rebota, se mueve como un guiñapo por acciones y reacciones que implican la velocidad de caída libre y la dureza de la roca, calcárea, de menor entidad que la granítica. Pero roca. Es más, en la voz del genio, sabríamos la velocidad a la que bate el corazón del intruso, el dolor que le causan las laceraciones, cómo su mente y su cuerpo han liberado adrenalina y apenas siente un poco de calor cuando brota la sangre. Sabríamos por el francés qué siente, en qué piensa, a quién recuerda el anónimo trepador en el instante en el que afronta sus últimos segundos. Aquí, nuestro novelista podría contarnos si es un túnel lo que ve un hombre que jamás ha visto un túnel, o si acaso es un trozo de tierra cultivada el jardín que lo acoge. Por desgracia no contamos con su participación y solo sabemos que el hombre ha muerto en su caída. Los golpes lo han destrozado por dentro; su cuerpo ha ejercido una fuerza sobre la roca y sobre la lámina de agua; la lámina de agua y las rocas han ejercido una fuerza sobre el cuerpo. Desigual batalla. Acción y reacción.

El soldado bien podría ser un guardia de frontera. Un carabinero, un agente especial, un antidisturbios. Da igual. La frontera podría ser la de Corea, India, Estados Unidos, Turquía o España. Da igual. El soldado, permitan que lo nombre así, se siente respaldado. Se sabe importante. Cuida de su país, de sus ciudadanos, de sus compatriotas. Poco le importa que su rancho no sea el mejor, o que su descanso se haga en ásperos barracones. Poco le importa, pagan bien. Y su general ha declarado a quienes protestan, esos progres, que no deberían mirar al otro lado de la frontera, que no deberían contar los muertos, las rayas en el mar. Deberían mirar a estos pobres, digamos, soldados. Que viven en las peores condiciones, que duermen en jergones, comiendo la comida fría que se les envía. Nuestro soldado no piensa en eso. Allí quieto, frente al acantilado, frente a la frontera, siente frío. Ni la camiseta térmica, ni la camisa de algodón, ni el jersey de lana ceñida le bastan. Deberían cuidar más nuestro confort, se atreve a pensar.

Frente a la frontera. Frente a una frontera, el soldado vigila. Con un poco de frío, vigila. Observa las rocas a las que asirse y no encuentra negros dedos que las tomen. Este es su cometido, hacer que no pasen los negros dedos, los negros cuerpos. Y mientras mira esta línea en el éter que llaman frontera observa como, sin asirse a roca alguna, sin apoyarse en suelo alguno, una forma se eleva y cruza la frontera. Espectro lo llamarían unos, fantasma otros. Su color es ceniciento. Ceniza, polvo, polvo somos, en polvo nos convertimos. El espectro se le acerca, va desnudo, y hay marcas en su piel, ¿heridas de una caída?, ¿golpes de otros soldados?. El espectro se para junto a él, lo mira y le muestra la mano. Estos tíos no dejan de ser pedigüeños ni una vez muertos, piensa el soldado. La mano muestra una marca. Unos surcos con relieve, como los de una pisada. El soldado siente frío. No es el frío de la noche. Y el espectro lo mira. Y el soldado mira al fantasma. Se impresiona al ver el alma muerta del espectro y descubrir que mirando al fondo del alma de alguien se entienden las lenguas allende la frontera, el argot de la línea, las palabras que dicen tengo frío. Tengo frío.

Tengo frío.


jueves, 23 de enero de 2014

ENTREVISTA AL EXILIO.

Una tienda de vinos es algo extraño en cualquier lado. El vendedor piensa que vende magia, tiempo, sol, frío y campo; unos compradores buscan la magia pero levantan humo para comprarla, la mayoría busca una etiqueta bonita o un vino con el que quedar bien con un jefe o el médico que les atendió. Muchos piensan que es un establecimiento que vende borracheras y hay unos pocos, muy pocos, que buscan seducir a alguien por primera vez. A estos, solo a estos, les aplicaba unos enormes descuentos soñando con contribuir al amor. Sé que es una decisión empresarial descabellada, que de romanticismo no se vive. Pero de romanticismo se bebe. Y mi tienda, si no valía para eso, era mejor no haberla abierto.
 
Me costó integrarme en el barrio. La calle donde abrí es estrecha y, aunque es cercana al centro, la gente no suele pasar por allí nada más que para ir o para volver de zonas más comerciales. Al menos eso era lo que yo pensaba porque con el tiempo descubrí que los dos locales anexos al mío atraían a un tipo de público al que podrían interesar mis vinos. No crean que fue por una investigación minuciosa o por una estrategia de marketing. Fue por casualidad y por un apagón.
 
Aquella mañana al encender el equipo de aire acondicionado me dí cuenta de que ni éste funcionaba ni de que tampoco lo habían hecho el ordenador o la iluminación. Constaté entonces que llevaba más de una hora en la inopia pensando en las musarañas y dejando que pasara el tiempo. Despistado natural, el día que el agente de la inmobiliaria me explicó donde estaba el cuadro eléctrico, desconecté. Por eso fui hasta la tienda vecina para ver si era un apagón general y me libraba de buscar el teléfono de un electricista.
 
Contigua a mi local había una librería, mitad de viejo, mitad anticuario, mitad de editoriales selectas. Sí, sé que tres mitades de librería no son una librería, pero había allí en aquel mundo bibliotecómano algo que hacía que su orden fuera caótico y su desorden ordenado. En ese mundo de solapes, dos más dos son un resultado incierto que, a veces, coincide con cuatro. Una mujer con cierto porte y con la elegancia estandarizada de las marcas de ropa caras, leía sentada en un sillón de cuero. Era raro que en aquel lugar, de alguna forma exquisito, sonara de fondo un disco de Julio Iglesias. Levantó la vista y me miró.
 
- Buenos días.
- Es usted el vecino de al lado, disparó. Pensé que debía ir a verle y presentarme. Al día siguiente pensé que usted era el que debía venir como un gesto de cortesía. Y así llevamos una semana. En fin, está disculpado. ¿Qué desea?
 
Aquella presentación me dejó fuera de juego, desarmado y balbuceante ante esa mujer tan segura.
 
- Hola. Siento no haber venido antes, he estado muy ocupado con la apertura, disculpe. Mire, esta mañana me he dado cuenta de que no tenía luz y he venido para ver si era un problema mío o de la compañía eléctrica. Cuando he llegado y he oído la música ya me he dado cuenta de que soy yo el que estoy sin luz.
- Pilas.
- ¿Cómo?
- ¿No conoce usted las pilas? Va a ser verdad eso de que usted no tiene luz. O luces. Mire es una radio-cd, funciona a pilas. Pero podría ser también un ipod y funcionar con su batería. ¿No se ha dado usted cuenta de que estoy a oscuras? ¡Anda, invíteme a desayunar! Nunca llevo dinero encima. Así me cuenta algo sobre los vinos mientras esperamos a que Sevillana nos ilumine de nuevo.
 
El desayuno era algo mucho mejor de lo que esperaba. A. me llevó al establecimiento que lindaba con el mío justo al otro lado de la librería. Así que yo me encontraba en medio de ambos locales y elucubré sobre si alguien que fuera hacia el centro pararía a tomar café, comprar un vino y luego comprar un regalo, o, si alguien que saliera del centro, compraría un libro, tomaría un vino y luego un café. Esta última posibilidad me gustaba, pero al vino debía añadir la opción de que el cliente comiera algo, aunque fuera una conserva, un queso o embutido, mientras hojeaba el libro y hacía tiempo para un café. De no haber sido por el incondicional público que acudía de forma regular a la librería y la pastelería yo jamás habría mantenido mi negocio. Porque pajaritos e ideas tenía. Ninguna de ellas práctica. Pero volvamos a aquella mañana cuando me presentaron a C., la dueña y alma de Pigalle. C. era de un lugar en los Alpes, de un pueblecito pequeño que nunca supo si era italiano o suizo, ni falta que le hacía saberlo, y menos a C. que vivió en España desde que tenía un año, y se sentía francesa. Tan francesa que de haberlo sabido Miterrand o D´Staing deberían haberle hecho un monumento, pero, cosas de la Historia, prefirieron el centro Pompidou.
 
C. tenía genética de relojera, sin aparente esfuerzo cuidaba de su pastelería siempre limpia y luminosa, de la carta de cafés ligeros e infusiones relajantes, de sus hojaldres, croissants, petit choux y tartas bretonas, de aspecto rudo, pero delicados de sabor, crujientes en la boca y con la fuerza de verdaderos mosqueteros o revolucionarios del 48. Aquella mañana desayuné el primero de una larga serie de croissants en la compañía de las dos, pues C. pensaba que los comerciantes de la calle debíamos conocernos, asociarnos y luchar por nuestros derechos. Creo que ni ella sabía a qué derechos se refería, pero lo importante era luchar, asociarse, y luchar.
 
C.: Usted es muy joven para tomar café con nosotras. ¿No le preocupa su reputación?
J.: ¿Mi reputación? C., por favor, estoy casado, tengo hijos, y no me atrevería nunca a faltarle a ustedes el respeto.
C.: Pero, ¿no piensa usted en que nosotras podamos ser unas asaltacunas o que digan: Mira, por ahí va ese mariquita que se junta con las viejas?
J.: Pues… 
A.: C., anda ya, no te burles más de él. Parece que ya se ha despejado con el café pero aún está algo inmaduro. J., cuéntanos qué haces aquí.
J.: La verdad es que no lo sé. Siempre quise tener algo mío, depender solo de mi trabajo, no tener jefes y producir algo. Mi ilusión era tener viñedos, hacer vino, abrir mi bodega. No tenía dinero para eso y acabé aquí.
A.: Pues acabas de esclavizarte de por vida. Un negocio propio no descansa y tú, si quieres sobrevivir, no lo harás nunca.
C.: Llevas razón, A.
 
Jamás habría sabido contestar a aquello, si es que debía decir algo. Me libró de decir otra estupidez la entrada de un cliente, que C. lo atendiera y le llevara un café solo a la mesa de al lado. Por cierto, la única que daba a la calle, junto con la que ocupábamos, de las cinco del local. Así pude ver que se trataba de JM Tarrés, el cantautor. Tarrés debió sentirse molesto, tan expuesto  a los transeúntes que pasaban y giraban su cuello en posturas que intentaban ser disimuladas y acababan en dislocaciones de vértebras, que se mudó a la mesa más alejada del local.
 
J.: ¿Habéis visto quién es?
C.: Sí. ¡Qué maravilla! En mis tiempos había una canción suya que me gustaba mucho. “La noia de la vall”.
A.: Pshhh. Ni vendió nunca mucho, ni vende ahora.
J.: Hombre, A., a usted parece que no le gusta pero es bueno.
C.: ¡Tanto como bueno!. A ti te gustarán los cantautores, pero este salvo aquella canción, poco más se supo de él.
A.: Fíjate. Viviendo del cuento. Al fin y al cabo un comunistilla burgués que tiene más que nosotros tres juntos. Con lo mal que canta.
J.: Lo de comunista ya no lo sé. Sé que ha apoyado mucho a los socialistas, que ha tenido problemas con los nacionalistas catalanes porque se ha pronunciado en contra de la independencia, que no quiere a la derecha, ni la derecha lo quiere a él, que fue un exiliado…
A.: ¿Un exiliado?
J.: Sí, se exilió, si no recuerdo mal en septiembre del 75 en sudamérica.
A.: Mira, dijo condescendiente, no te creas esos cuentos. Eso seguro que fue una maniobra para vender más discos en aquella época. A saber si fue exilio o una gira por allí. O que tenía un lío.
C.: Pues yo no recuerdo nada. Y eso que en aquella época estaba muy al tanto. Si estuvo fuera fue una “boutade”. En aquella época todos gritaban Viva la libertad, para hacerse los progres. Pero lo hacían cuando Franco ya estaba muerto y sabíamos que iba a llegar la libertad.
J.: ¿Franco muerto en septiembre del 75? ¿No fue en noviembre?
C.: Lo mantenían vivo con mil máquinas. Todos sabíamos que estaba muerto. Y que iba a llegar la democracia.
J.: ¿Seguro?
C.: Seguro. Si hasta los comunistas campaban por aquí a sus anchas.
J.: Está equivocada. ¿Qué se apuesta?
C.: ¿Respecto a qué?, no has dicho nada sobre lo que estamos apostando.
J.: Una apuesta es una apuesta. No importa por lo que se apuesta sino lo que uno está dispuesto a arriesgar.
A.: Es imposible J. que tú lo sepas. No puedes tener recuerdos de esa época. El libro que estaba leyendo cuando llegaste contaba parte de esta historia, de como Franco, después de ganar la guerra cívil del 34 al 39, fue una marioneta de las camarillas que tenía alrededor. ¡Con lo bien que lo había hecho!, si se hubiera ido en el 40 habría sido perfecto. Pero todos dejaron tirado a Don Juan una y otra vez. Desde su hijo a los americanos, pasando por los ingleses.
 
En aquel momento, volvió la luz. Y fue providencial porque en mi interior nacía una enorme congoja que podía despertarse en un estallido de ira.  La necesidad de atender nuestros negocios nos movió. Y todos nos pusimos en marcha hacia algún sitio. El artista había pagado y salido unos instantes antes. 
 
Aquella tarde, me sorprendí cuando Tarrés entró en mi  enoteca, nombre con pretensiones, pero tan atractivo como vacío. Dio una vuelta entre las estanterías, cogió alguna botella, leyó las etiquetas, observó algunas de las latas y vino al mostrador.
 
T.: Buenas tardes. Estoy buscando un vino del Priorat, Sam Terinep. ¿No lo tiene?
J.: No, lo siento.
T.: ¿Y algún otro de esa denominación?
J.: La verdad es que… No lo sé. Llevo con esto abierto una semana y no sé muy bien que es lo que tengo. Fue un distribuidor el que me proporcionó el vino.
T.: ¿No sería David Alonso?
J.: Sí. Ese es mi distribuidor.
T.: Entonces, permítame un consejo, déjelo. David es muy trabajador, sabe a la perfección cuánto deja una botella, qué bodegas permiten un mayor margen, cuáles aparecen en la prensa y se venden mejor. Pero no le gusta el vino más allá de la mercancía. A usted lo veo distinto, aunque solo sea porque casi le ha regalado esa botella de Marboré a la chica que quería sorprender a su padre. No sé si ha sido porque quería que ella se sintiera bien ante su padre o porque a usted le ha gustado la chica. En cualquier caso es un romántico.
J.: Podría ser cierto.
T.: Y de izquierdas.
J.: ¿Cómo lo sabe?
T.: Esta mañana ví su cara cuando hablaban de Franco. Y escuché la conversación. Es lo que tiene ser músico, sin un buen oído no se sobrevive. Y yo ya paso de los 70.
J.: Discúlpeme. No quería importunarle. Pero sepa que es usted una referencia para mí. He crecido con sus canciones. Y mi mujer en sus primeras cartas me copiaba las letras de algunas para expresarme lo que sentía. Por eso no pude dejar de hablar de usted.
T.: Está disculpado. Y no crea que no siento cierta vanidad en conocer lo que me cuenta. No sabe lo que es imaginar algo, darle forma y perderlo en los recuerdos y en las vivencias de los demás. Es una forma de sentirme muy mayor. O muy joven.
J.: ¿Me permite que le regale algún vino?
T.: No. Pero puede hacer algo por mí. Coja dos copas, sírvame un poco de ese P.X. de Montilla y beba conmigo. No se preocupe, podemos abrir este turrón que he comprado. Blando, como me gusta. Almendra, azúcar y uva dulce madurada.
J.: Si le parece bien voy a cerrar la puerta, no quiero que le molesten.
T.: Sí, cierre. Tampoco le deben molestar a usted. Tiene una apuesta que ganar.
 
Antes de emprender cualquier otra conversación, Tarrés me habló de la importancia de que tuviera muchas referencias sobre los vinos que vendía. Tenerlos catalogados por regiones, por denominaciones, por tipos de uva, por cualquier referencia que me fuera útil. aconsejar a los clientes con qué tomarlos y dónde tomarlos, venderles el vino y la situación. Y, sobre todo, probarlos antes, conocerlos. Me dio el nombre de varios distribuidores, me enseñó a pedirles siempre una botella para probar antes de comprar un lote, y me aconsejó no atarme en exclusiva a ninguno. Uno no puede atarse al humo y es humo lo que vendemos.
 
J.: Caballero, es ahora cuando llega su turno. Le agradecería que me entrevistara.
 
Yo jamás había entrevistado a nadie, hasta ahora no lo he vuelto a hacer. Y no sé cómo lo hice. Si no salí airoso, salí, al menos, enterado.
 
J.: Señor Tarrés, ¿se considera usted un privilegiado?
T.: Claro, no podría ser de otra forma. He vivido mucho y he vivido de la mejor forma que he podido de una profesión que amo. Mi compañera de viaje está conmigo, tengo tres hijos que me colman, y un puñado de amigos que me aprecian y que yo aprecio. Además, he tenido la suerte de que este trabajo me ha permitido viajar, expandir mi mente, despreocuparme de lo material porque ganaba lo suficiente para poder ayudar a los míos. Me siento afortunado en ese sentido. Me siento muy mediterráneo y estoy seguro de que algún césar habría envidiado mi mayor fortuna. Poder vivir y gozar.
J.: Pero, se le acusa a usted de abandonar sus raíces.
T.: Eso lo dicen los necios. Los que creen que solo se puede cantar o hablar en una lengua, los que creen que solo se puede amar a un país, los que me quieren imponer lo que sentir. No sé cuántas canciones he escrito, pero sí le puedo decir que cada una nació de un sentimiento y nació libre para ser en catalán o en castellano. No creo que a mí se me pueda reprochar nada de eso. En el año 1968 querían que tradujera un éxito mío de aquella época al castellano para cantarlo en un festival internacional. Me negué y aquello me costó no solo perder los derechos sobre la canción y regalársela a un par de niños bien que cantaban. También un veto en TVE que duró hasta el año 1974. No crea que fue fácil aquella época. No es que nadie se metiera conmigo o mi familia, no, es que dejé de existir. De repente viví un ostracismo tremendo en este país. A pesar de eso, y gracias a eso, seguí cantando, sonando en las radio fórmulas no oficiales, organizando conciertos con mis compañeros de viaje en recintos semi clandestinos, y lo hice en catalán. Y en castellano, que no lo olvide nadie. Son mis dos lenguas.
Recuerdo cuando volvimos a TVE. Fue en 1974, un concierto que organizó la TVE de Cataluña, solo para Cataluña pero aquello fue un triunfo. Fue un acto de reivindicación de la libertad. De la mía. A hacer lo que quisiera. A expresarme. Al día siguiente los periódicos en vez de hablar de aquello, se dedicaron a hablar de un hijo mío al que hicieron mucho daño. Mi hijo nació de un acto de amor fuera de ningún matrimonio; su madre y yo no podíamos estar juntos, pero yo a él lo quería, lo amaba. Le hicieron ver que era algo ilégitimo, que sería siempre alguien sin padre. La prensa del Régimen nos martirizó. Siempre pensé que fue una venganza por el concierto de Poble Nou.
J.: Sin embargo, no manifestó usted aquí en España ninguna animadversión al Régimen.
T.: No soy un loco. Soy un hombre común y tengo miedo. Imagino que como usted. Además como buen catalán soy práctico. De haber alzado la voz más de la cuenta habría tenido en mi contra, no solo a la censura, sino a la Secreta. Que no se crea que no me tenían enfilado, pero yo no les daba oportunidad. Mis discos en catalán se vendían como, no recuerdo bien, pero era algo así como literatura en otras lenguas romances. De haber sido un loco jamás habría salido adelante. Todo lo que decíamos lo enmascarábamos, lo cubríamos de mil velos, tantos que era difícil hasta encontrar el sentido político a las canciones. Pero tenía ganas de gritar, de pedir voz y puño en alto muchas cosas. Pero me contuve. Y si usted me dice que mis canciones han acompañado su vida, doy por bien calmado mi ímpetu.
Yo no pude salir de España hasta 1975. Fue una gira por sudamérica. Imagine la época, la asfixia de vivir encerrado en este país que tanto olía a rancio, la libertad de América, los vientos revolucionarios, el Ché, los montoneros, el Gobierno de la República en Méjico… Allí teníamos vetada la entrada los españoles, pero en el aeropuerto de Ciudad de Méjico hablé. Me manifesté en contra de España, de aquella España de militares y silencios, de censuras… y de fusilamientos. Sí, me manifesté en contra de la pena de muerte. Y el presidente de Méjico llamó de inmediato y ordenó que me permitieran la entrada en el país. No pude imaginar que acabaría viendo allí once meses. Y no olvidaré nunca el 27 de septiembre de 1975.
J.: Dicen que todo es un invento suyo, que se autoexilió y que no había motivo para hacerlo. Casi que fue una maniobra de promoción de Pel de Maça.
T.: Le responderé a todo. Casi todos los exilios son autoexilios porque son voluntarios, lo otro son destierros. Uno escoge un camino frente a una disyuntiva, vivir en otro país sin amenazas de cárcel o muerte o vivir en el suyo con la certeza de que algo terrible va a pasar. Sé que dicen que tan solo me enfrentaba a una multa o que solo tendría que haberme retractado. No es verdad, el 12 de octubre la prensa española se hizo cargo de la noticia. A partir de entonces, los diarios Pueblo y Arriba empezaron una campaña de desprestigio contra mí. Eso era natural, que pidieran que no volviera más, que trocaran mi nombre Joan en Juanito, como puede imaginar sin ninguna intención cariñosa, que se solicitara para mí una condena ejemplar. Eso casi fue lo de menos, lo peor fue saber el cerco al que sometieron a mi madre. El que la invitaran a renegar de mí. Y estar yo lejos y sin posibilidad de comunicarme.
El día 11 de octubre se dictó orden de busca y captura contra mí. De haber pisado España mientras estaba vigente habría significado la cárcel. Y no quiera saber lo que la cárcel, aunque fuera por un día, significaba en aquella época. De una buena tunda no se libraba nadie. Y no crea que exagero. En lo que restó 1975 fueron ejecutados 17 presos en España a pesar de tener la presión de la comunidad internacional en contra. No quiero hablarle de desapariciones, intimidaciones o ataques en los domicilios de los rojos. No, no fueron años fáciles aquellos. Y no estaba muy claro qué iba a suceder. No, no lo crea. Había mucho miedo.
Y el disco…un fracaso. El Régimen lo secuestro de facto, impidiendo la distribución y la publicidad, aunque no la venta. Solo después del 20 de agosto de 1976, cuando pude regresar, se empezó a vender bien. Y no crea que no me arrepiento de aquello. Mi padre estaba ya muy enfermo y no sé cuánto contribuyó mi ausencia.
J.: ¿Se arrepiente de algo más de aquella época?
T.: Claro. Por un lado antes de vivir en Méjico había pasado una época en Argentina y me enamoré de una montonera guapísima, un verdadero encanto. Recuerdo su voz dulce, su acento embriagador, su energía sin fin. Ella me abrió a otra visión del mundo, la de la lucha activa. Me presentó a mucha gente, incluido un dibujante llamado Oesterheld. En Méjico ayudé a los montoneros con una canción, les regalé un himno. Esa canción ahora no quiero volver a oirla. Hace poco, un artículo hablaba de ella , de la canción, de Marie. Piensan que es porque ayudé a los montoneros, les guardé dinero, los cobijé en España. Se equivocan. Es porque escuchar algo de aquella canción me duele. Es cierto que les ayudé y de eso no me arrepiento. Me arrepiento de no haber sabido explicarles a Marie, a Oesterheld, a tantos de aquellos muchachos, que estaban en peligro, que la policía de aquí los había fichado y pasado los datos a la de allí. Oesterheld preparaba una biografía del Ché, otros algún acto subversivo, Marie salía a tomar un café. Desaparecieron. ¿Lo entiende? De un día para otro se fueron y jamás regresaron al hogar, al trabajo, a la historia. Los lloramos sin saber si su fin había sido rápido o lento. Quisimos imaginar que fue rápido teniendo la certeza de que fue doloroso.
Me arrepiento de no haberlos ilustrado en el miedo, de instruirlos para adelantarse a la maldad de los asesinos. En no mostrarles el camino de la huida. Del exilio.
No sabe usted lo duro que es exiliarse, aunque el exilio sea un exilio hacia el propio interior. Es renunciar al mundo, a la vida. Renunciar a ser un héroe. Renunciar a tener la paz que tienen los que luchan, porque desde cualquier exilio, aunque se luche, se vive en la derrota. Y sí, puede parecer una cobardía huir. Pero no crea que fue fácil. No lo es abandonar la tierra. No lo es dejar atrás los amigos. Y no lo es pensar que uno se ha librado mientras los demás no pueden. Yo me acordaba mucho de Víctor Jara, de su desaparición, y me veía así. Puede que nunca hubiera pasado, pero yo, no volviendo, evité que pasara.
Y a veces sueño con Marie. Y en el sueño me contento con despedirme, darle un beso en la mejilla y desearle buen viaje. El que no tuvo.
J.: Pero no podría ser toda la historia una falsedad, una invención. Dicen que ahora se reescriben la Historia y las biografías con mucha facilidad y que conviene ser un abanderado contra la dictadura.
T.: Podría. Pero ahí están las hemerotecas, los periódicos, el Registro del Ministerio del Interior. Es tan fácil como entrar en la hemeroteca digital de ABC. No busque portadas, nunca me ha considerado tan bien.
 
Tarrés se levantó, me dio la mano y se despidió. Parecía llorar y no quise decirle nada. Tiempo después recibí dos cajas de Sam Terinep y me enteré de que él era el propietario de la bodega que las producía. Era un motivo más para tenerle estima. Nunca intenté cobrar el pago de la apuesta. Me bastaron para saborear la victoria pequeños sorbos de aquel tinto y alegrarme de que todo lo que podía haber sido a partir de noviembre de 1975 hubiera derivado en que yo tenía una tienda de vinos. Entre una librera de derechas y una pastelera que merecía ser francesa.
 
 

 

Sobre la canción montonera