lunes, 10 de marzo de 2014

TRENES, BOMBAS, ATENTADOS.

En la memoria de todos nosotros hay hechos que recordamos, todos, de forma vívida. No creo que nadie  olvide lo que hacía, con quién estaba el 23 de febrero de 1981, o el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, ni el 11 de marzo de 2004.
 
No creo que a nadie interese lo que yo hacía. Es más, esta es la tercera vez que escribo sobre estos hechos, y ninguna de las anteriores han estado entre las entradas más leídas. Y pienso que es porque quizás muchos de los que lean este blog también prefieren tener, y guardar, sus recuerdos, sus dolores.
 
Son estos días, más que los días de euforia, los que forjan una nación, los que agrupan a un país, los que modelan una identidad. Y los españoles, tan bravos en la desgracia, tan hombres para los hombres en la agonía, olvidamos nuestra humanidad en días y volvemos al provincianismo, al sectarismo.
 
Un tren es un prodigio. Aquellos trenes que volaron me albergaron a mí, los anhelos de una entrevista a otra, los viajes entre estaciones, siempre corriendo hasta el norte, con prisa hacia el sur para coger otro tren, otro autobús. Y como los míos, los de millones de personas, de pasajeros, de historias, de prisas, de llantos, de agonías, de alegrías, de indiferencias, de hurtos, de manoseos, de miradas lascivas, de miradas compasivas, de miradas envidiosas…De vida.
 
Una bomba también se compone de instrumentos. Como el tren, tiene un mecanismo, conductores, algo de química, algo de electrónica, algo de electricidad. Pero es mucho más simple. Lo que demuestra que hacer el bien es complicado; multiplicar el mal, sencillo.
 
Para atentar contra algo, contra alguien, es necesario un falso valor. Se supone que puede haber estilo y glamour en el asesinato, es una imagen falsa. Se supone que puede haber dignidad y reivindicación en colocar una bomba. ¡Qué falso es!. El terrorista solo debe vencer la náusea, la tensión, la adrenalina; olvidar que se va a convertir en un carnicero, en un vil y sucio carnicero de despojos, de casquería. Olvidar que no sonará música sino estruendo, que no habrá muerte limpia sino las manchas de la sangre, de las vísceras rotas; que lejos de la fotografía estilística y silenciosa se oirá el gutural lamento de la agonía y se olerán los olores de la muerte, de la rendición, de la última laxitud de la víctima. Pero ni esto deberá vencer el cobarde, pues ni esto se atreve a mirar a la cara. Para él es como un videojuego. Hagan juego, maudits cochons.
 
Y sí, es rabia. Soy incapaz de componer palabras menos airadas, de reposar mi recuerdo y acercarme a las víctimas, a los supervivientes, a los bosques plantados, a las estatuas inertes, a los retratos colgados de las tapias, a los crespones negros que aun persisten en los barrios, a las heridas que cicatrizan pero duelen, a nada de lo que no sea maldecir y escuchar la vieja canción de Bob Dylan.
 
Y repetir.
 
Tal día como hoy, once de marzo. Y desde entonces, desde cualquier entonces, el mundo solo ha sido peor.Y desde aquí, desde esta tierra, parece que nuestro único destino es llamar algún día a las puertas del cielo.
[...] It's getting dark too dark to see
Feels like I'm knockin' on heaven's door[...]
[...] That cold black cloud is comin' down
Feels like I'm knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door
Knock-knock-knockin' on heaven's door

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