Había escrito cien veces: te quiero. Es más, juraría que podían ser millones. Lo había hecho con todas las caligrafías posibles, alternando los bolígrafos de tinta azul con los de negra y con rotuladores de mil puntas distintas. Imaginaba que cada letra correspondía a un hombre diferente: al contable alto y aseado, al médico con posibles, al poeta nihilista e incluso al político voluptuoso. Entonces, cuando hubo acabado, introdujo los innumerables papeles en innumerables sobres, escribió en ellos su propia dirección y los envió por correo.
Años más tarde, al releer las cartas, su Alzheimer habría de completar el hechizo.
Años más tarde, al releer las cartas, su Alzheimer habría de completar el hechizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario