jueves, 23 de octubre de 2014

CONCURSOS Y TRAICIÓN

Hoy he publicado tres entradas en este blog; las tres tienen en común ser hijas de una traición. Y, sin ser grave para la humanidad, ni para mi vida, sí es reprochable haberla cometido contra mí mismo.

Las tres entradas surgen como participaciones en concursos de microrrelatos, uno sobre Julio Verne y otro de la cadena SER que debía comenzar con la frase con la que se inicia. Y la felonía no es sino la del propio hecho de presentarme a un concurso. 

Se habrá adivinado ya que no he ganado. Desde un punto de vista moral no ganar implica casi una redención, pues en el pecado de participar y no llegar a nada, va la penitencia. Pero mi mayor problema no está ahí, sino en mi inexistente propósito de enmienda. No es que piense en volver a participar, no. Es que pienso, de una forma objetiva, que los relatos ganadores del concurso de Verne no lo merecían, primero por incumplir muchas de las bases del concurso, luego, por ser de mala calidad. De muy mala calidad.

Piensen que tengo mal perder; piensen que mis relatos puede que no sean relatos. Pero, en cualquier caso, no piensen que creo que los míos son mejores. Claro que tengo la tentación de pensar que no entiendo la decisión del jurado, claro que tengo la tentación contraria, decir que los míos eran tan malos que no podían ganar ni a estos.

Y esa es la traición, dejar el camino que se sigue por optar a gustar a quien no se dirige esta escritura. Dejar de creer en una forma de hacer las cosas o de expresarlas.

Para quien quiera comparar:


HOMICIDIO


Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad. O, al menos, eso quiero imaginar porque no volvió a despertarse. Me cuenta mi hija que ella espiaba escondida tras la puerta y que lo vio depositar varios paquetes junto al árbol, sonreir, beberse casi de un trago la copita de brandy que le habíamos preparado y acurrucarse en el rincón de donde lo levantaría el juez. ¿Cómo explicarle a la niña que no era forma de vengar a los Reyes Magos mezclar la bebida de Papá Noel con la morfina del abuelo? ¿Cómo explicarle la desaparición del abuelo sin quebrar su infantil inocencia?

VERNE EN LA TORRE EIFFEL

La segunda planta de la Torre Eiffel ofrece una magnífica visión de París. Es sabido que este recinto privado alberga un lujoso restaurante que regenta Ducasse. Pero pocos conocen que el contrato de la concesión contiene dos cláusulas inamovibles, el nombre del restaurante, Jules Verne, no podrá alterarse y siempre habrá un pequeño rincón frente al mirador oeste reservado a determinado señor. Este hombre acudirá cada tarde a tomar allí café frente a la cristalera, desde donde, de forma callada, rememorará todas las obras que cree que ha escrito y los viajes que imaginó. Este hombre sueña con escribir, pensando que será hacerlo de nuevo, que nació en Nantes hace casi dos siglos y que vislumbró una nueva era en una época aun oscura. Sentado en un cómodo sillón siente a diario el cansancio de Nemo y de Robur, y la valentía de César Cascabel o del correo del Zar. Sobre todo se siente como Grant, el capitán, esperando a que sus hijos den con él.
Por si acaso va usted a París, no deje de pasar alguna tarde por allí y espere. Es posible que sea el día en que la Torre Eiffel emprenda, como la nave que es, su camino hacia las estrellas. Hacia la aventura infinita de ese señor del que nos cabe la duda de que no vaya a cumplir 187 años.
No se preocupe, a pesar del azaroso trayecto, comerá usted bien. Muy bien.

VERNE EN EL OLIMPO

Al llegar a aquel páramo descubrió lo que leía el señor de barba blanca. El tomo de De la Tierra a la Luna estaba ajado pero el barbudo no levantaba la vista. Cuando el señor Verne alcanzó su altura, aquel al que llamaron apóstol le dijo, Julio te esperamos, hoy 24 de marzo de 1905, te esperamos. Por qué lee usted mi libro, fue la respuesta al saludo. El señor Gagarin me lo prestó, según él, fue su inspiración para convertirse en lo que fue. No conozco a nadie llamado así, es lógico aun no ha nacido, entonces cómo, en este lugar no hay tiempo ni distancia, fue la sucesión de preguntas y respuestas previa a que Verne cerrara los ojos y recordara la forma en la que la mañana se había levantado fría y lluviosa y cómo él se había quedado dormido frente a la ventana imaginando a Robur en su aeronave atravesar las nubes.
De un sobresalto el señor Verne tuvo un ataque de lucidez y preguntó a aquel otro señor con gran familiaridad, dime si he muerto, dime si es este el cielo o el infierno. Y aquel que negó tres veces antes de que cantara el gallo dijo, has venido a un lugar que no conocen los mortales, a este espacio en el que habitarás con Nemo, Kerabán y Héctor Servadac, en el que te enamorarás mil veces de Nadia al vislumbrar un rayo verde y en el que defenderás la luz de un faro patagón. Has venido a un lugar con muchos nombres, donde, como dije, se entremezclan los tiempos y los hombres, aquellos que trascienden a los otros.
Verne, curioso e inmortal, solo tenía una pregunta, ¿ha leído usted En el País de las Pieles?

lunes, 6 de octubre de 2014

AGRADECIMIENTOS.

Hace tiempo pensé escribir una lista con todas aquellas personas que me abrieron la puerta para que saliera y que, en contra de lo que ellos pensaban, me hicieron un favor pues, en vez de cortarme un camino, lo que hicieron fue abrirme otro. No sé si son muchos o pocos estos encontronazos en mi vida, es decir, no sé si son más o menos que los de otras personas, ni si mis vivencias son más o menos que las de otros congéneres, lo que sé es que lo que he vivido y lo que he padecido, sentido, luchado, o dejado de padecer, sentir y por lo que me mantuve inane, ahora me han conformado de esta manera. Todo lo anterior es lo que me ha llevado hasta aquí.

Me habrían gustado caminos más fáciles, atajos, escaleras deslizantes, plataformas, puentes de plata, ayudas, bastones, sin embargo, con los rodeos emprendidos, con los caminos recorridos, con el desaliento, con el cansancio, se ha moldeado una persona. Y hablo de ella. 

Tengo dieciséis años, o diecisiete, y estoy en la cama, arropado por una colcha de estampado psicodélico y me veo.  Mis cuarenta y cuatro años, mi matrimonio, mis dos hijas, son una ilusión; una imagen con la que no he soñado. No reconozco al hombre que veo, ni su imagen, ni su estado, ni sus dolencias, ni sus miedos; no soy el hombre que sueño ser. Y en la nebulosa que hay alrededor del futuro creo que hay un camino que se ha perdido. 

Sí, el futuro es incierto, lleno de puertas que se abren en una sola dirección, que no pueden tomarse para volver, lleno de posibilidades sobre las que hay que elegir, imaginando que son como cuerdas que vibran y que están en muchos sitios casi al mismo tiempo. Tocarlas en un momento concreto determina una melodía u otra. Sí, puede que sea eso, cuerdas, cuerdas que como las que ataban el nudo gordiano se pueden deshacer con la voluntad, la espada de los que no tenemos otra arma. Y sí, a fuerza de voluntad, he llevado el futuro a un sitio que me gusta más.

Mis cuarenta y cuatro años, mi esposa, mis hijas, tienen nombre y rostro, fueron el futuro y son el presente, fueron la esperanza y hoy son mi vida. Hay poco más. Mi voluntad quiso llegar hasta ellas y hasta ellas arribé. Pero soy yo el que no me reconozco; no preví que llegar hasta aquí resultara tan duro y esforzado; no preví que sortear la marea del tiempo supusiera dejar atrás ilusiones y sonrisas, fuerzas, ánimos, sueños, carácter, entereza.

El tiempo me ha vuelto rígido, en casi cualquier sentido de la palabra. Con el tiempo me ha crecido como una coraza, casi como si el roce con el transcurrir del éter hubiera endurecido una capa externa de mí. La ligereza del muchacho que está en la cama, ese que es un suspiro, un sollozo, ha ido tomando consistencia, densidad, y ahora es como un pequeño blindado que intenta caminar con cuidado, atropellando sin querer, de vez en cuando, una flor. El tiempo ha cambiado la voz de este habitante de la cama plegable, ahora no sabría explicar con palabras argentinas que flor, blindado, coraza, éter, camino y demás son solo imágenes literarias y que no quiere agradecer nada a los que le han cerrado puertas, hay que batallar mucho para buscar otros caminos, y que él ha tenido suerte y ha llegado a donde quería llegar hace unos treinta años. Otros no la han tenido.

Sí, es la víspera de mi cumpleaños y esto parece triste; aquel muchacho de dieciséis que quería ser poeta habría escrito un poema, un cuento mucho más dulce o, incluso, un relato burlón. Este hombre de cuarenta y cuatro escribe esto. ¡He aquí lo que el tiempo hace con los retoños!. Si no fuera porque se encuentra la esperanza en el amor, en un poema de una niña, o en la voltereta de otra, sería para mandarlo a hacer puñetas.