martes, 27 de octubre de 2015

NUESTRAS ATADURAS.

Vuelven a ser invisibles las líneas que nos unen como lo fueron las fuerzas que un día nos atrajeron. Miro tu mano, tu pequeña mano, que no ha podido retenerme. Me invade el terror a la caída, el miedo al adiós me paraliza. Y son finos, cada vez de mayor longitud, cada vez más delgados, los hilos entre tú y yo. Acaricio el guante que se te ha escurrido, sintiendo que es lo último que tendré tuyo. Te miro al borde del abismo por el que caigo y te pido que des la vuelta. Quiero desaparecer solo, sin que me mires, para no volver, en el fondo de este barranco.

viernes, 16 de octubre de 2015

EL COCHE DEL SILENCIO. LA CARGA DE LA CABALLERÍA LIGERA.

Tras la carretera, la última carga. 

Calmar la fiera, ¿es lo que deseo? No sentirme pisoteado, ¿será esto? ¿Reafirmarme a través de mis gustos? Quizás es esta la opción más probable, en la que los Silvios y Aute, el rock de Barricada o Rosendo me acompañan; en la que transporto la poesía de Pedro Guerra y Ferreiro, la belleza de Love of Lesbian y de Vetusta Morla, el duende de Camarón, la fuerza de Miguel Poveda y las historias de Videodrome...

El animal, la bestia, vigila debajo de nosotros, los que serpenteamos su vientre escamado, su piel de alquitrán. Las notas retumban sobre él y sé que bajo los párpados cerrados a cada estribillo de Ça plane pour moiEn blanco y negro u Ojalá entra la luz. Es solo un fenómeno físico, cada onda sonora los mueve un poco y la luz, como buena onda que es, mejor que la sónica, encuentra su momento para desplazarse e impresionar las retinas. Sé que es tan solo eso, pero también sé que sus dueños deben presionar con fuerza estas membranas para impedir que la luz sea más rápida que ellos y que los borre una luz cegadora. Eso es ya una victoria de la belleza.

Y es la carga de la canción ligera, a caballo, con la energía de los cosacos, con la elegancia de jinetes del alba, Cavalleria Rusticana. 

EL COCHE DEL SILENCIO. EL DOCE DE OCTUBRE.

El doce de Octubre. 

En el deambular por los kilómetros y la música dodecafónica recordé la batalla entre la banda de música de Salteras y una orquestina marroquí.

Era la clausura de la Exposición Universal de Sevilla, un doce de octubre de hace muchos años. El pabellón de Marruecos había abierto las puertas a media tarde para todos, se visitaba con placer aquel recinto africano lleno de azulejos y agua, y cuando servían té y algunos pasteles a algunos afortunados que allí quedábamos, entró la banda de Salteras, música en mano, con Paquito el Chocolatero modulando su entrada en fila de a uno.

Aquella banda tomó posesión del patio y entonó algunas canciones, música alegre que hizo que las azafatas bailaran. Como huríes, debió pensar el comisario del pabellón, y a una hurí se acercaba, se arrimaba, bailando sobre el resbaladizo borde de un estanque. Y nosotros que no queríamos que acabara nunca la banda, ni la batalla que se vivió, pues a cada caderazo de la hurí, el pie del comisario perdía un milímetro de sustento, mas ni las tonadas norteñas, ni los gritos ancestrales de las azafatas, ni aquella música andalusí con olor a retama, ni las melodías con sabor a verbena de verano, consiguieron el milagro de ver el bigotillo del mandamás en remojo.

Paul Bowles habría disfrutado del espectáculo, no quepa duda de que yo lo hice. Y de que nunca sabré si la hurí recibió en su Cielo a aquel hombrecito ridículo redimido por su baile de funámbulo.






  

miércoles, 14 de octubre de 2015

EL COCHE DEL SILENCIO. LA CARRETERA.

La carretera. 

Es un animal que nos acompaña, a veces gris y salpicado de blancas líneas intermitentes, otras veces de un color indescriptible, gastado y de piel hosca y dura. Este animal sobre el que surcamos la campiña parece dormir, y sobre él duermen muchos. Mas yo me siento centinela alerta, al acecho y atento a que en algún lugar nos haya tendido una emboscada y despierte, abra sus fauces y nos trague o nos hiera en un instante certero y mortal.

La nave que nos lleva es distinta cada día, como si no quisiéramos tentar a la bestia jugando siempre con al mismo número, pero el silencio sepulcral que la llena no se corresponde a un miedo cerval, ni a la precavida vigilancia de los marineros. Es el sopor, el hastío de personas que duermen para no vivir, que se hunden en el letargo para impostar otras vidas que posponen  una y otra vez, que nunca son lo que son sino a media voz y con el tono de quien confiesa una travesura a un confidente en el que no se confía, solo para atarlo con un secreto, con una confidencia maligna. Y bisbisean y podrían contar que su madre hace cosas malas a quien tengan a su lado, y usan esas traiciones como parapetos.

A alguien se le ocurrió llevar música en la nave, y siento a veces que el tañido lejano de la campana, o el crujido de la sierra y el lamento de la madera, repetida mil y una veces, o la canción gris de una cantante francesa e incluso la lista de las listas de la lista, no intentan ser sino un reflejo del miedo, un intento de que el centinela no duerma y mantenga su vigilia, acechante, salpicada de estridencias, cargada de hipocresía. Y no sé si será por esto que el monstruo calla y parece dormido o será por lo que un día se vengue y nos atrape.




  

lunes, 5 de octubre de 2015

GLÓBULOS ROSAS.

Si el Creador hubiera sido la Creadora, el toque de color estridente de este mundo habría sido atemperado. En la paleta de colores de Nuestra Señora habría habido muchas más tonalidades de las que hay ahora, y esos colores que llevan adjetivo, verde botella o verde pistacho, azul cielo o azul de Prusia, habrían tenido su propio nombre. En ese supuesto, es posible que la Creadora pensara que los glóbulos rojos no deberían tener ese color y que mejor dejarlos en un tono rosa, mezclando parte de su rojo con el blanco.

Se podría pensar eso, o que ya que se van a poner glóbulos en la sangre, para qué poner dos; mejor poner solo unos pero que tengan dos funciones. Porque, y esto es sabido, las mujeres tienen capacidades distintas a los hombres, pueden hacer varias cosas a la vez, y hacerlas bien, además de mostrar muy poca tendencia a la épica y el heroismo trasnochado del que sí hacemos gala los hombres.

Por explicarlo un poco mejor, los glóbulos rosas de la Creadora, a la vez que transportaran oxígeno irían mirando si por ahí hay algún extraño al que sacar de inmediato, pelearse con él y proteger a los suyos, y si se apuran, arropar a esa celulita que duerme destapada. Y no se me ocurre pensar en una mejor imagen de las mujeres de ayer, las que vistieron una camiseta rosa e inundaron la ciudad. Son ellas las que llevan el oxígeno que a todos nos alimenta, ya sea el verdadero, el del amor y el del cariño, o las que nos cuidan de mil y una formas. Son estas mujeres las que nos curan, nos protegen, nos aúpan; las que nos mantienen. Y solo ellas son capaces de hacer esto sin darle importancia, llevando a los niños de la mano, tirando de ellos, con la tirita o la botella de agua por si acaso, cantando a la vez, corriendo y luchando contra el mundo. Si hubieran sido hombres ya se habrían escrito mil y una epopeyas.

Un cáncer es una putada. Un cáncer es, además, una putada que crece de forma silenciosa: se instala en la vida de quien lo sufre, en su familia, en la vida íntima, en los miedos y en las preocupaciones de él o ella, de su pareja, de sus hijas, de sus amigas. Y jamás se va de vacío, o se lleva un trozo de ti, o te lleva entero, o te deja un hueco irrellenable de otra cosa que no sea miedo. Contra ese silencio, contra la falta de financiación para estudiar a fondo a ese mal bicho, para conseguir lo necesario para ayudar a los que lo sufren, se conjuraron ayer las mujeres en Sevilla. Ellas, capaces de dar vida, capaces de mantenerla a salvo, llevan la mayor parte del peso en la lucha contra la enfermedad, son la columna vertebral de las familias cuando aparece, son pacientes ejemplares cuando les toca, mirándola cara a cara, muchas veces sin darle importancia, llevando a los niños de la mano, tirando de ellos, con la tirita o la botella de agua por si acaso, cantando a la vez, luchando contra el mundo; si fueran hombres pedirían la escritura de mil y una epopeyas. (Sí, has leído esto antes, es que es cierto para casi todo).

Ayer, ellas, vestidas de glóbulos rosas, dieron una lección. Para ganar no es necesario competir, ni convertir cada acto reivindicativo y festivo en un torneo; ganó la madre que corrió junto a su hija, ambas con el coraje y el orgullo de saber que, juntas, nada las parará; ganó la amiga que cogió a la hija de su amiga de la mano, ganó la hija de su amiga, que venció el cansancio y corrió; fueron Carmen e Inma, Nieves y Marta; ganaron mujeres que no conocía, otras que sí, mostrando que no son una marea que viene y se va, sino una corriente que fluye, que está ahí, presente, permanente. 

Quizás nadie se diera cuenta, pero llegó un momento en el que las primeras alcanzaron a las que aun no habían salido; de alguna manera cerraron un anillo, un circuito. Y de esa forma la imagen de que ellas forman el sistema circulatorio de la vida, de que son glóbulos multifuncionales, me quedó clara, nítida. Pero eso siempre lo he sabido.

Y está claro, si el Creador hubiera sido la Creadora, jamás se habría escrito: "Y al séptimo día descansó".