viernes, 16 de octubre de 2015

EL COCHE DEL SILENCIO. EL DOCE DE OCTUBRE.

El doce de Octubre. 

En el deambular por los kilómetros y la música dodecafónica recordé la batalla entre la banda de música de Salteras y una orquestina marroquí.

Era la clausura de la Exposición Universal de Sevilla, un doce de octubre de hace muchos años. El pabellón de Marruecos había abierto las puertas a media tarde para todos, se visitaba con placer aquel recinto africano lleno de azulejos y agua, y cuando servían té y algunos pasteles a algunos afortunados que allí quedábamos, entró la banda de Salteras, música en mano, con Paquito el Chocolatero modulando su entrada en fila de a uno.

Aquella banda tomó posesión del patio y entonó algunas canciones, música alegre que hizo que las azafatas bailaran. Como huríes, debió pensar el comisario del pabellón, y a una hurí se acercaba, se arrimaba, bailando sobre el resbaladizo borde de un estanque. Y nosotros que no queríamos que acabara nunca la banda, ni la batalla que se vivió, pues a cada caderazo de la hurí, el pie del comisario perdía un milímetro de sustento, mas ni las tonadas norteñas, ni los gritos ancestrales de las azafatas, ni aquella música andalusí con olor a retama, ni las melodías con sabor a verbena de verano, consiguieron el milagro de ver el bigotillo del mandamás en remojo.

Paul Bowles habría disfrutado del espectáculo, no quepa duda de que yo lo hice. Y de que nunca sabré si la hurí recibió en su Cielo a aquel hombrecito ridículo redimido por su baile de funámbulo.






  

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