viernes, 16 de octubre de 2015

EL COCHE DEL SILENCIO. LA CARGA DE LA CABALLERÍA LIGERA.

Tras la carretera, la última carga. 

Calmar la fiera, ¿es lo que deseo? No sentirme pisoteado, ¿será esto? ¿Reafirmarme a través de mis gustos? Quizás es esta la opción más probable, en la que los Silvios y Aute, el rock de Barricada o Rosendo me acompañan; en la que transporto la poesía de Pedro Guerra y Ferreiro, la belleza de Love of Lesbian y de Vetusta Morla, el duende de Camarón, la fuerza de Miguel Poveda y las historias de Videodrome...

El animal, la bestia, vigila debajo de nosotros, los que serpenteamos su vientre escamado, su piel de alquitrán. Las notas retumban sobre él y sé que bajo los párpados cerrados a cada estribillo de Ça plane pour moiEn blanco y negro u Ojalá entra la luz. Es solo un fenómeno físico, cada onda sonora los mueve un poco y la luz, como buena onda que es, mejor que la sónica, encuentra su momento para desplazarse e impresionar las retinas. Sé que es tan solo eso, pero también sé que sus dueños deben presionar con fuerza estas membranas para impedir que la luz sea más rápida que ellos y que los borre una luz cegadora. Eso es ya una victoria de la belleza.

Y es la carga de la canción ligera, a caballo, con la energía de los cosacos, con la elegancia de jinetes del alba, Cavalleria Rusticana. 

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