jueves, 11 de febrero de 2016

LOS TÍTERES Y EL PROFETA.

Un año y un mes antes de esta entrada, nuestro mundo se vio convulsionado por un atentado en Francia. En enero de 2015 unos salvajes terroristas asesinaron, cual si hubieran sido los abogados laboralistas de Atocha en otro enero, a unos caricaturistas, dibujantes, o como queramos llamar a los muertos, que ya no están aquí para contestarnos a la pregunta de qué se consideran, si guionistas, si provocadores, si otra cosa. El atroz crimen fue, como sucede en esta época, elevado a la categoría no de noticia, sino de trending topic, que es una forma de elevar a mundial el nivel del cotilleo, porque no importaba casi la noticia, sino lo que rodea a la noticia. Pero me gustaría rascar un poco más.

De repente, toda la gente se polarizó. Por un lado, los hubo que gritaban y se desgarraban la camisa lamentando el fundamentalismo y el fanatismo de los terroristas y proclamaban a viva voz el sagrado derecho a la libertad de expresión. Perdón, el Sacrosanto y Sagrado Derecho a la Libertad de Expresión. Por el otro, estaban los que decían, es verdad, compañero, han matado a gente, pero, ¿tú has visto cómo eran las caricaturas?, ¿te has fijado que ridiculizaban su religión, que se mofaban de Mahoma?...Lo curioso en este caso, es que los primeros, los defensores, y manifestantes en pro de la Libertad, usted sabe, y ellos mismos se saben, se dicen, y se confiesan, favorables a recortar, ya no digamos algún que otro derecho civil, no, sino muchos de los derechos fundamentales en pos de la seguridad, palabra sin acotar, en la que cabe casi todo. No por ser los segundos es menos curioso que los que, condenaban, ¡viva Dios, lo correcto y lo esperado!, pero con tibieza y justificaban, de forma sutil, ¡viva Dios, que tampoco es cuestión de anticipar lo que uno lleva dentro!, los atentados, son de esas personas que no dudan en blasfemar, abjurar, hacer chistes con otra religión, la cristiana, y su rito católico, que es más cercana pero igual de respetable que otras; personas que, además, suelen hacer alarde de pacifismo y buenrrollismo.

Pero ha pasado un año. Y Madrid no es París; por mucho que aquel compañero de trabajo me dijera que París y Madrid eran iguales, que si ellos tienen el Louvre, aquí está el Prado, que si tienen Elíseos tenemos Castellana, que si hay Arco del Triunfo allí, aquí la Puerta de Alcalá, que Versalles, el Pardo, que la Torre Eiffel, el Pirulí. Y ha habido una función de títeres, y ha habido sátira, de mal gusto, desafortunada, por ser amable, gruesa, basta, y hasta, si se permite la expresión, maloliente. Y ahí queda la cosa. Pero rasquemos un poco más.

Este año los que decían fíjate, si es que se pasaron mucho, han sido los que nos contaban, mira que no era para tanto, que es que no los habéis entendido. Y los que se manifestaban a favor de la libertad de  prensa, han sido los primeros en señalar, en acusar, en condenar, aunque haya sido sin tener, perdonen la expresión, ni pajolera idea de lo que estaban diciendo, y los que han propuesto medidas desproporcionadas a la actuación de los tirititeros, que la actuación de estos tampoco se la perdonarán de por vida, junto con la de los Reyes Magos de saldo, a Carmena. Aunque me da que, en el caso de los Reyes Magos, les dolía más haberse quedado sin sitio de privilegio que otra cosa.

De lo que he rascado me han quedado por ahí conclusiones sueltas, quizás un poco retorcidas, como las virutas de la madera, pero que pueden quedar cabida en este blog, tan desordenado a veces, y caótico. Pongamos que estas virutas mantienen un diálogo entre ellas. Por decir algo, al menos en esta ocasión a los artistas no los han matado. Bueno, es cierto, suelta una viruta más retorcida, a modo de tornillo sin fin, pero se les ha aplicado una justicia demasiado inmediata y, creo yo, añade, que encerrarlos en la cárcel era un abuso de poder. Lo sería, argumenta la viruta más corta, pero al final la justicia que los encerró los liberó, eso indica que estamos en un estado de derecho. Lo estaremos, comenta el serrín apelmazado, cuando seamos capaces de distinguir la sátira de la apología, el esperpento del mal gusto, la ideologización de nuestra vida pública de los principios de convivencia que nos unen, así, podremos sentir y respetar este estado de derecho. Es entonces cuando unas esquirlas que han caído del mueble de una sede episcopal, saltan, ya está el serrín de siempre, teorizando, dando ejemplo, dando la tabarra; rezar más es lo que hay que hacer y callar las voces que atentan contra nosotros, la religión y la familia.

Es quizás ese absurdo diálogo a lo máximo a lo que podemos llegar, a ver que jamás nos pondremos de acuerdo en algo tan sencillo como que cada uno sabe los límites que debe respetar, que la imaginación es libre, pero que verbalizar el pensamiento o representarlo requiere de unas herramientas que se adquieren con el conocimiento y el estudio, y que una vez que se da el paso y se muestra, cada uno es responsable de su propia obra, sin que nadie deba ir más allá de la repulsa o del aplauso. El público suele ser soberano y juez ecuánime. Démosle a cada cual su sitio, dejemos el arbitrio de la calidad en el espectador o en el lector, y dejemos a los jueces persiguiendo al crimen, y a los asesinos en el limbo.
  

martes, 2 de febrero de 2016

BOWIE EN EL CORAZÓN

En el patio cada noche sonaba música de Karina, y, aunque no pueda recordar ni el título del disco ni la canción, sí que recuerdo la estridencia musical de aquel sonido pop de los sesenta; tampoco podría precisar si era en determinada canción del Lp, o en un compás de una canción cuando Mariasun, en un reflejo condicionado y con un grito estremecedor que unía admiración y esperanzas cercenadas, decía siempre: "¡Aaaay, Karina, eres la más grande!, ¡Aaaay, Karina!, si tú hubieras querido..."

Fue una época en la que el patio de luz, al que se abría la ventana de mi dormitorio, era un integrante más de mi vida. Aunque por él solo me llegaran la luz matutina y los sonidos de las canciones que mis vecinos bien cantaran, bien reprodujeran en sus equipos de alta fidelidad, cromados y enormes, o bien, o mal, eligieran de la radio.

Sin duda, Juana de Arco, El Muro y el mensaje mediterráneo y espiritual de Cuando el mar te tenga, alimentaron mis sueños y construyeron parte de lo que al tiempo yo sería.

Eran otros tiempos, aquellos de otro siglo en los que pensábamos que, por fin, la libertad había llegado, y que la música, aquella música elegante, sintética, y fuera de las normas de la canción ligera que la tele nos proponía, acompañaría aquel viaje de crecimiento. Fue cuando nos pensamos la generación ombligo de la historia; lástima que nunca nos lo creyésemos del todo y que nunca, jamás, llegásemos a vivir como si lo hubiéramos sido.

Entonces llegó. Las mañanas de los sábados allí estaban ellos, Alaska, Kiko Veneno, Faemino, Cansado, Pedro Reyes, Pablo Carbonell y...¡Gurruchaga! Sí, el gran Gurruchaga y la mítica Cuarta Parte, se convirtieron en las puertas de la percepción de muchos de nosotros; es posible que al principio me quedara viendo aquel programa, en sábados de migas o de arroz porque no me quedaba otra, una pierna rota me impedía tener el trasiego natural de mi edad, pero, cierto es que, poco a poco, toda aquella Bola de Cristal se redujo a ver las recomendaciones del easonense, que si Jó, que noche, Novecento, E la nave va, las películas de Russ Meyer, las de Truffaut, las de Hichtcock, Cotton Club o ¡Feliz Navidad, Mr. Lawrence!. Fue entonces cuando descubrí a Bowie, cuando me lo descubrieron. Aquel actor también cantaba, suya era una canción que aparecía en el trailer de El juego del halcón; sería el dueño del laberinto en Dentro del Laberinto; era, nos parecía, elegante; cantaba por aquella época con Mick Jagger...Era la modernidad, quizás lo más opuesto que se me podía ocurrir a las aburridas mañanas de sábado y catequesis.

Si me preguntan hoy, apenas podría decir cinco canciones de Bowie. Si me volvieran a preguntar, quitaría tres y me guardaría dos en la memoria, en la banda sonora de momentos de mi vida.

Yo no salté en ninguna cama, ya se ha dicho que tuve una grave rotura en mi pierna derecha; yo no me oculté en ningún armario con las canciones y el glam del Duque Blanco; pero viajé con Ziggy Stardust más de una noche a otros mundos, a futuros que no fueron, que no podrán ser. Ni siquiera tenía yo tocadiscos o radio con FM, ni podía decidir en qué momento escuchar la canción, pero jamás fallaron los hermanos Fajardo, siempre vino bien el instante en el que pinchaban este tema.

Algunos pensarán que es una moda hispter acordarse de Bowie, que es una corriente de las redes sociales, ¡que lo piensen! Les recomiendo, sin embargo, hacer una cosa, escoger la primera hora de la mañana de un lunes para escuchar en el coche Under Pressure; si saben escuchar y sentir comprenderán entonces por qué, cuando Bowie cantaba, Karina callaba.